Con precisión suiza, justo una década atrás, Argentina conoció la peor
crisis institucional que arrasó con las ilusiones de no pocos jóvenes
nacidos en democracia.
También dejó 38 muertos sólo en las jornadas del
19 y 20 de diciembre de 2001.
Por entonces, los poderes fácticos no
eran los cuestionados sino las instituciones y los políticos ajenos a
sus intereses.
El caso de los sobornos por el Proyecto DNI y las
cuentas, también suizas, no ocuparon la tapa de los principales
matutinos de circulación nacional. Recién ahora –a instancias de una
investigación de la SEC norteamericana y el FBI– aquellos millonarios
sobornos silenciados, llegaron a las portadas de Clarín y La Nación.
Tales omisiones son la síntesis de una práctica común de presiones y contubernios de las corporaciones mediáticas.
El miedo a los medios, por su capacidad de influenciar a la opinión
pública, fue signo de una época que con la incitativa parlamentaria que
declara Papel Prensa un “servicio de interés público” está llegando a su
fin.
La única empresa productora de papel nacional (utilizable
para el bobinado de rotativas) tiene como principal accionista al Grupo
Clarín, con el 49% de sus acciones, y como socios minoritarios al
diario La Nación y al Estado nacional.
Mientras la adquisición
de Papel Prensa está siendo investigada como delito de lesa humanidad
por el oscuro traspaso de acciones del grupo Graiver, en marzo de 1977, a
sus accionistas privados, Clarín volvió a insistir en usar su tapa para
cuestionar a las instituciones con una cita al artículo 32 de la
Constitución Nacional, que señala:
“El Congreso federal no dictará leyes
que restrinjan la libertad de imprenta o establezcan sobre ella la
jurisdicción federal”.
Entre otros constitucionalistas
atávicos, Gregorio Badeni, es mencionado como cita de autoridad para
defender la libertad de prensa.
El también abogado de Martín Redrado
olvida la reforma de 1994 y la parte dedicada a los “nuevos derechos y
garantías”, donde su artículo 42 promueve la defensa de la competencia y
el control de los monopolios naturales y legales.
No sólo
Tiempo Argentino, afín al proyecto nacional, respondió este lunes con
ese argumento.
También lo hizo Ámbito Financiero, una publicación
fundada por Julio Ramos que mantuvo una larga batalla con Clarín por las
barreras impuestas para acceder al papel.
A diferencia de
Héctor Magnetto, el fallecido periodista, nunca se escudó en la libertad
de prensa para hacer negocios.
Ramos fue un firme defensor de la
libertad de empresa de un matutino económico que empezó a circular 35
años atrás como una hojita para informar a especuladores y agentes
financieros.
Sólo en gráfica, Clarín es dueña de Arte Gráfico
Editorial Argentino (AGEA), Olé, La Razón; y, junto a La Nación, de la
Compañía Inversora en Medios de Comunicación (CIMECO), controlante de
los diarios La Voz del Interior (Córdoba) y Los Andes (Mendoza), además
de revistas menores como Genios y Elle, entre otras.
Clarín
posee como principal premio de sus buenos oficios en tiempos
autoritarios dos empresas claves: Artes Gráficas Rioplatense, con la
cual intentó imponer con la editorial Tinta Fresca su modelo pedagógico
en las escuelas; y, da su “toque de atención para la solución argentina
de los problemas argentinos” con la distribuidora Impripost.
Entiéndase producción de papel, cadena de distribución y consumo, sólo
en una rama de su estructura comercial, complementaria en forma
conglomeral con señales televisivas, Internet y cable.
Clarín
es un multimedio consolidado en épocas de menemato y un claro exponente
de un tipo de periodismo mezquino, con una línea editorial que no es
otra que la del capital. Como se sabe los capitales no tienen bandera.
Lo curioso, es que hoy Hernestina Herrera de Noble no está en bancarrota
porque el Congreso Nacional, al cual está interpelando en sus portadas,
sancionó en 2003 la Ley de Protección de Industrias culturales, por la
cual Goldman Sachs no pudo ejecutar los compromisos de deuda asumidos
antes de la crisis, que para Clarín en 2002 sólo se llevó dos muertos:
Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.