El ex capellán de la Bonaerense, Christian Von Wernich, fue encontrado culpable de 34 casos de privación ilegal de la libertad, una treintena de casos de tortura y siete homicidios calificados. |
RAUL ARCOMANO / EL ARGENTINO - A fines de agosto, unos 21
represores alojados en el penal de Marcos Paz por delitos de lesa
humanidad iniciaron una huelga de hambre. Aducen que sus condiciones
carcelarias no son tan excelentes como las que había en los centros
clandestinos de detención que ellos oportunamente regentearon.
El factótum de tal iniciativa fue el ex capellán de la
Bonaerense, Christian Von Wernich, para quien, dada su encomiable
espiritualidad, semejante medida de fuerza podría considerarse como un
retiro estomacal.
Al respecto, la propagandista de la dictadura y cabecilla de la
autodenominada Asociación de Familiares de los Presos Políticos, Cecilia
Pando, dio a conocer el siguiente comunicado: “Más de 100 efectivos de
las instituciones castrenses han muerto en cautiverio por falta de
atención médica en los penales, dejándolos en total abandono”.
Sin embargo, ello -por caso- no se condice con el minucioso
seguimiento sanitario que las autoridades del penal hicieron sobre la
salud de los huelguistas. Tanto es así que -entre otros cuidados- éstos
eran controlados con balanza cada 12 horas. Nadie entonces imaginó que
dicha medida preventiva iría a desembocar en un notable descubrimiento
de la física: los gases intestinales de los represores poseen un peso
específico.
Ello se deduce de los valores expresados en kilos que diariamente se
volcaban en una planilla. Por ejemplo, el ex comisario Miguel
Etchecolatz, quien en el inicio de la huelga -31 de agosto- pesaba 68
kilos, al cabo de seis días de no ingerir alimentos -el 6 de septiembre-
acusó en la balanza unos 69 kilos.
Otro ejemplo fue el del ex torturador de Automotores Orletti, Honorio
Martínez Ruíz: en el último día de agosto pesaba 84 kilos, y al cabo de
una semana de huelga, su kilaje era absolutamente idéntico.
Von Wernich, en cambio, en ese lapso perdió 400 gramos. Lo cierto es
que la medida de fuerza efectuada por los represores presos no puso en
vilo al espíritu público, por lo que, en la mañana del 15 de septiembre,
éstos volvieron a comer.
Y esta vez el vocero de ello fue el cura Von Wernich, quien expresó:
“Yo, Christian Federico von Wernich, suspendo temporalmente mi actitud
de no ingerir alimentos que iniciara 18 días atrás, dejo constancia de
que la suspensión temporal la realizo a pedido de mi abogada defensora
oficial para que pueda seguir ejerciendo mi defensa ante la Justicia sin
condicionamientos de mi parte.”
El ex capellán condenado a prisión perpetua por delitos de lesa
humanidad les anunció así a sus seguidores el levantamiento de la huelga
de hambre. Los otros 20 reclusos que acompañaban la medida siguieron el
mismo camino. Despotricaron contra la prolongación de las prisiones
preventivas y empezaron a comer copiosamente en el pabellón de lesa
humanidad del penal de Marcos Paz. Von Wernich, por último, agradeció a
Abogados por la Justicia y la Concordia “su constante preocupación por
ellos”.
El reo estaba recostado sobre una camilla, en calzones, mirando el
techo de la sala del hospital público. Lo acompañaban un enfermero y dos
custodios del Servicio Penitenciario Federal, que se miraban incómodos
ante tal situación. No estaban solos: en el box-consultorio había otro
paciente, que se estaba cambiando para irse. Acompañado por un familiar,
lo relojeó de manera extraña. Cuando el médico estaba a punto de
revisar al anciano, la puerta se abrió de par en par.
–Miren que personaje famoso tenemos acá –dijo una mujer, rubia, de anteojos y guardapolvo blanco. Y empezó a putear al aire. Luego agregó:
–¡Tenemos un preso de lesa humanidad! –vociferó. El tipo siguió acostado y llegó a decir:
–Soy un preso político.
El penado sin pantalones no es un preso político. Es Christian Federico Von Wernich, el capellán de la Policía Bonaerense que hace tres años fue encontrado culpable de 34 casos de privación ilegal de la libertad, una treintena de casos de tortura y siete homicidios calificados.
Por esos crímenes está condenado a reclusión perpetua, por genocidio.
Fue un activo colaborador de las fuerzas represivas en La Plata. Como
le aseguró un testigo a Hernán Brienza, autor del libro Maldito tu eres, Von Wernich infligía a los detenidos “el más fino de los suplicios: el de la esperanza”.
El hecho ocurrió el 30 de julio pasado en el Hospital Argerich y fue dado a conocer en una carta manuscrita por el religioso, el 12 de octubre. Von Wernich hizo una denuncia penal ante el Tribunal Oral Federal 1, de La Plata, porque sostiene que vivió “un grave hecho de discriminación, persecución ideológica y tortura psicológica”.
En el escrito señala que lo sacaron de su lugar de detención, el
penal de Marcos Paz, por orden médica: tenía su pierna izquierda
hinchada. Y que por eso una médica de la cárcel ordenó un estudio
“extramuros”. El reo tiene 72 años.
Dice Von Wernich que el incidente no terminó con los gritos de la enfermera.
Que luego la mujer salió del consultorio y, en el pasillo, “a los
gritos trató de levantar u organizar un boicot, motín o piquete en mi
contra para que no sea atendido”. Finalmente, el cura no fue atendido en
el Argerich. No por el supuesto intento de piquete, sino porque no
funcionaba la máquina de rayos X.
En su carta concluye, dramático: “No sólo mi vida y mi salud pudieron
correr serios peligros por la provocación, discriminación y malos
tratos que sufrí.” Habría que decirle que una puteada no mata a nadie.
Von Wernich tuvo que salir del lugar por una puerta trasera.
Pero los actos de repudio a represores parecen propagarse como un
virus hospitalario. Muchos médicos, al parecer, tienen una saludable
buena memoria. Es que el de Von Wernich no fue el único caso: también el
ex policía Miguel Etchecolatz fue blanco de la furia de un médico.
Director de Investigaciones de la Bonaerense, fue sentenciado en 2006 a
perpetua. El fallo que lo condenó fue histórico porque introdujo en sus
considerandos el término genocidio para referirse a los crímenes de la
última dictadura. También fue condenado por la sustracción y el cambio
de identidad de la hija de una pareja de uruguayos, que siguen
desaparecidos.
Etchecolatz se quejó de que un médico del Hospital Pirovano lo
acogotó, a fines de noviembre. Y también presentó un escrito ante la
Justicia. Con una letra ampulosa, denunció: “El médico que debía
efectuar una resonancia magnética me tomó del cuello y pretendió
estrangularme, al tiempo que decía ‘te voy a matar, hijo de puta, por
los que asesinaste’.
Fue impedido por el personal de custodia”. Y
agregó: “No es la primera vez que soy víctima de agresiones,
principalmente por parte de profesionales de la salud”. Y ejemplificó:
dijo que en el Hospital Vélez Sarsfield una médica de guardia lo
“agredió verbalmente” y se negó a atenderlo.
Pero hay más para este boletín. El 22 de octubre último el ex policía
tenía una cita médica en la Fundación Favaloro. Allí lo esperaban para
darle una merecida bienvenida.
“Un grupo de veinte personas profería
gritos con amenazas de muerte y en clara actitud de agredirme
físicamente, e impedían el ingreso a la sala donde debía efectuarse el
estudio”, escribió el represor. Y dijo que quien lideraba ese grupo era
Milagro Sala, líder del movimiento Túpac Amaru.
En el texto, Etchecolatz detalló sus afecciones: ACV hemorrágico,
tumor maligno prostático, arritmia e hipertensión. tiene 81 años. Ese
día debía hacerse una ecografía, que logró hacerse pese “a la cara de
pocos amigos” del médico. Etchecolatz no se fue por una puerta trasera
como Von Wernich, sino por una subterránea.
“Realmente estos hechos son gravísimos y los argentinos no podemos
permanecer indiferentes. Cientos de presos políticos están hoy en
cárceles comunes, muchos de ellos sin haber sido condenados, mayores de
’70 y ’80 años, algunos con serias enfermedades. Pero sea cuál fuere la
situación procesal de cada uno, ellos sienten que cumplieron un rol en
un determinado momento y que lucharon por su país, por su Patria,
cumpliendo órdenes de un Gobierno Constitucional y peleando contra un
enemigo desconocido que de pronto quiso instalar el comunismo en
Argentina”, escribieron así, textual, en el sitio Periodismo de Verdad, defensor habitué de estos genocidas.
Además de compartir la amistad del sanguinario Ramón Camps, y de ser
el blanco preferido de los médicos, los reos Etchecolatz y Von Wernich
lideraron en septiembre una huelga de hambre en el penal de Marcos Paz,
donde pasan sus días y sus noches. Los acompañaron en la gesta otros 28
presos detenidos por crímenes de lesa humanidad. Los reos reclamaban
mejoras de las condiciones de detención.
La huelga duró 18 días. “Suspendo temporalmente mi actitud de no
ingerir alimentos, dejo constancia de que la suspensión temporal la
realizo a pedido de mi abogada defensora oficial para que pueda seguir
ejerciendo mi defensa ante la Justicia sin condicionamientos de mi
parte”, señaló el sacerdote, proclive a dejar todo por escrito.
Tras casi veinte días ingiriendo sólo líquidos, desde el
penal esperaban una baja considerable en los pesos de los detenidos.
Pero no sólo habían mantenido su pesaje, sino que habían aumentado unos
kilos. Una huelga de hambre perfecta.