
La reedición reciente de la versión en español de El libro negro del comunismo
(Ediciones B, traducción de César Vidal y otros), obra de un grupo de
autores coordinados por el francés Stéphane Courtois, director de
investigaciones del CNRS, ha reabierto la polémica sobre lo que se
presenta como un recuento, que se quiere minucioso, de las víctimas de
los regímenes sedicentemente comunistas.
El libro acumula más de mil
páginas en las que se nos describen las cristalizaciones históricas del
comunismo, presentado siempre como un anhelo despiadadamente totalitario
que se materializa por todo el ancho mundo en un salvaje amontonamiento
de cadáveres.
Hay que señalar, no obstante, que tras la publicación de
la obra, tres de sus seis autores se desmarcaron del capítulo
introductorio de Courtois “Los crímenes del comunismo” por medio de un
artículo en Le Monde en el que juzgan que en él se infla
injustificadamente el número de víctimas en un intento desesperado de
alcanzar los 100 millones y se realiza además una comparación que no
suscriben entre nazismo y estalinismo.
El libro es un ladrillo
extraordinariamente útil.
Puede ser lanzado contundentemente a la cabeza
de cualquiera que se plantee una alternativa al pensamiento dominante.
Aunque se argumente que los números están exagerados, no resulta fácil
zafarse del golpe.
El retrato que se dibuja al fin es tan monstruoso que
tenderíamos a pensar que cualquier cosa debe ser mejor que eso.
El
problema es que no es así.
El secreto del libro es la ocultación
constante de las otras caras de la realidad.
Cuando se atiende a ellas,
se ve claramente que los “crímenes del comunismo” no son de ninguna
manera episodios excepcionales en la “historia universal de la infamia”.
Una muestra clara de esto pueden darla los datos reunidos por Gilles
Perrault y otros en El libro negro del capitalismo, publicado en
Francia en 1998 (hay versión en español, Txalaparta, 2002).
Sin embargo
esta obra no pretende ser con sus 495 páginas una recopilación tan
exhaustiva como la del otro y no ha logrado tampoco una difusión tan
grande.
En El libro negro del comunismo, el camuflaje
sistemático de acontecimientos históricos próximos a los narrados, y que
son imprescindibles para explicarlos en una óptica racional, permiten
enfocar con gran aumento “las atrocidades comunistas”, que al final
resultan ser algo tan verdaderamente atroz que una interpretación
maniquea de la historia del siglo XX está servida.
De un lado queda el
comunismo, es decir “el mal”, a cuyo lado puede colocarse el nazismo, y
de otro, lo que no puede plantearse de otra forma que como “la lucha
contra el mal”, en la que a veces pueden haberse cometido “algunos
excesos”.
Uno de los innumerables ejemplos de la criminal
ocultación del contexto en la que incurre el libro lo tenemos en la
parte en la que se trata sobre la historia del jemer rojo camboyano.
En
ésta se describen pormenorizadamente las atrocidades cometidas en el
país por los comunistas a lo largo de los años 70, durante la guerra
civil primero y después durante el régimen de Pol Pot, establecido tras
la toma de Phnom Penh en 1975 y que se mantuvo hasta la invasión
vietnamita de 1979.
Los títulos de los capítulos de esta parte son
reveladores: “Camboya, el país del crimen desconcertante”, “La espiral
del horror”, “Variaciones en torno a un martirologio”, “La muerte
cotidiana en los tiempos de Pol Pot”, “Las razones de la locura”, “¿Un
genocidio?”.
Nada nos dice en ningún momento Jean-Louis Margolin, autor
de esta parte, sobre unos hechos que muchos historiadores consideran
cruciales a la hora de explicar la emergencia imparable y el
comportamiento, ciertamente inusitado, de Pol Pot y sus seguidores.
Nos
referimos a la campaña de bombardeos sobre la parte oriental de Camboya
realizados por los americanos entre 1965 y 1973, y que tuvieron su
clímax durante la denominada “Operación Menú” en 1969 y 1970.
El
insólito nombre de esta operación procede de las distintas partes en que
se fue estructurando, bautizadas: “Breakfast”, “Lunch”, “Dinner”, etc.
No cabe duda de que los asesinatos masivos se realizaban sin perder el
sentido del humor.
Estas operaciones se trataron de mantener en
secreto, pero los documentos sobre ellas fueron desclasificados durante
el mandato de Bill Clinton en 2000 y han sido estudiados por los
historiadores Ben Kiernan y Taylor Owen.
Según los datos que éstos
aportan, durante ellas se realizaron 230 516 salidas sobre 113 716
objetivos, en las que se arrojaron 2 756 941 toneladas de bombas.
Hay
que decir que esta cantidad de bombas supone en realidad un “bombardeo
en alfombra” (carpet bombing) con lo que la mención de
“objetivos” resulta más bien grotesca.
Pensemos que aunque la dividamos
por la extensión total del país, son todavía 15 toneladas y 228 kg de
bombas por kilómetro cuadrado.
Tratemos de imaginar algo semejante en
nuestro entorno próximo.
Resulta muy difícil calcular el número
de víctimas producidas por estos ataques, pero William Showcross y otros
autores han señalado la alta probabilidad de que su efecto final fuera
en realidad desestabilizar una región ya en equilibrio precario y
facilitar la toma de poder por de los comunistas.
Por su parte, Ben Kiernan
y Taylor Owen han usado una mezcla de imágenes de satélite, datos
detallados de los bombardeos y testimonios recogidos sobre el terreno
para argumentar contundentemente que existe una correlación entre las
zonas masacradas y las áreas de reclutamiento del jemer rojo.
A nadie se
le escapan los efectos que más allá de la destrucción física, en el
plano psicológico, puede tener sobre cualquier país una brutalidad como
la que supusieron estos bombardeos.
Ejemplos como éste podrían
multiplicarse y la conclusión es siempre que más que una maldad
intrínseca de nadie, la violencia de la historia del comunismo se
explica por otros factores entre los que resulta esencial una continua y
perversa dialéctica de acción y reacción
Aunque textos como El libro negro del capitalismo, citado
antes, apuntan ya aspectos importantes, es cierto también que está
pendiente un estudio pormenorizado y sistemático de la terrible
capacidad del ser humano para la destrucción de sus semejantes que se
manifiesta a cada paso en la Historia. Existen datos suficientes para
asegurar que procesos históricos como el esclavismo en África o la
explotación colonial de los distintos continentes, por citar sólo unos
pocos ejemplos, darían para elaborar libros negros de muchas páginas con
sobrecogedores catálogos de brutalidades y recuentos de muchos millones
de víctimas inocentes.
No obstante, el hecho es que hasta el momento el
principal objeto de estudio historiográfico en este sentido han sido
sólo “las atrocidades comunistas”.
A la luz de esto, El libro negro del comunismo
se nos aparece más que nada como un negro chorro de tinta de calamar
destinada a transmitir una imagen parcial e interesada de la Historia.