Inspeccionando el páramo libio desde una confortable habitación
repleta de delgadas pantallas LCD en un palacio de Pyongyang, el Querido
Líder de la República Democrática Popular de Corea, Kim Jong-il, debe
haberse impresionado al contemplar el predicamento del coronel Muamar
Gadafi.
“¡Qué imbécil!”, murmura previsiblemente el Querido
Líder.
No es ninguna maravilla.
Sabe cómo el Gran G firmó virtualmente
su sentencia de muerte ese día de 2003 en el que aceptó la sugerencia de
sus inconteniblemente malvados descendientes –todos infatuados con
Europa– de liquidar su programa de armas de destrucción masiva y colocar
el futuro del régimen en manos de la OTAN.
Hay que admitir que
Saif al-Islam, Mutassim, Khamis y el resto del clan Gadafi todavía no
podían ver la diferencia entre parrandear salvajemente en St. Tropez y
ser bombardeados por Mirages y Rafales.
Pero el Gran G, dondequiera
esté, en Sirte, en el desierto central o en una silenciosa caravana
hacia Argelia, debe de estarlos maldiciendo de aquí a la eternidad.
Pensó que era socio de la OTAN. Ahora la OTAN quiere volarle la cabeza.
¿De qué clase de cooperación estamos hablando?
El
dictador monárquico suní en Bahréin se queda en su puesto; no hay
bombas “humanitarias” sobre Manama, no han puesto precio a su cabeza.
El
club de dictadores de la Casa de Saud permanece en el poder; no hay
bombas “humanitarias” sobre Riad, Dubai o Doha –no han puesto precio a
sus cabezas doradas idólatras de Occidente- Incluso al dictador sirio le
han dado una oportunidad –hasta ahora-
De ahí que la pregunta,
formulada por muchos de nuestros lectores, sea inevitable:
¿cuál fue la
línea roja crucial que atravesó Gadafi y que le costó una tarjeta roja?
Una ‘revolución’ made in France
El
Gran G ha cruzado suficientes líneas rojas –y le han mostrado
suficientes tarjetas rojas– como para que el monitor de este ordenador
se tiña de rojo sangre.
Comencemos por lo básico.
Los franceses
lo hicieron.
Siempre vale la pena repetirlo: es una guerra francesa.
Los
estadounidenses ni siquiera la llaman guerra; es una “acción cinética” o
algo así.
El Consejo Nacional de Transición (CNT) es una invención
francesa.
Y sí, sobre todo es una guerra del neo-napoleónico
presidente Nicolas Sarkozy. Es el personaje de George Clooney en la
cinta (pobre Clooney).
Todos los demás, desde David Cameron de Arabia al
Premio Nobel de la Paz y múltiple forjador de guerras Barack Obama, son
actores de reparto.
Como ya informó Asia Times Online, esta
guerra comenzó en octubre de 2010 cuando el jefe de protocolo de Gadafi,
Nuri Mesmari, desertó a París, fue contactado por la inteligencia
francesa y, para todos los propósitos prácticos, se tramó un golpe de
Estado militar, involucrando a desertores en Cirenaica.
Sarko tiene un saco lleno de motivos para vengarse del Gran G.
Los
bancos franceses le habían dicho que Gadafi estaba a punto de
transferir sus miles de millones de euros a bancos chinos.
Por lo tanto
no se podía aceptar que Gadafi se convirtiera en un ejemplo para otras
naciones árabes o fondos soberanos.
Las corporaciones francesas
dijeron a Sarko que Gadafi había decidido no seguir comprando cazas
Rafale y que no iba a contratar a los franceses para construir una
planta nuclear; estaba más preocupado de invertir en servicios sociales.
El gigante de la energía Total quería un trozo mucho mayor de la
torta energética libia –que estaba siendo ingerida en gran parte, del
lado europeo, por ENI de Italia, especialmente porque el primer ministro
Silvio “bunga bunga” Berlusconi, un fanático reconocido del Gran G,
había cerrado un complejo acuerdo con Gadafi.
Por lo tanto el
golpe militar se perfeccionó en París hasta diciembre; las primeras
manifestaciones populares de Cirenaica en febrero –instigadas en gran
parte por los conspiradores– se usurparon.
El auto-promocionado filósofo
Bernard Henri-Levy voló con su camisa blanca abierta sobre su torso
desnudo a Bengasi para entrevistar a los “rebeldes” y telefonear a
Sarkozy, ordenándole virtualmente que los reconociera como legítimos a
principios de marzo (no es que Sarko necesitara que lo alentaran).
El
CNT se inventó en París, pero las Naciones Unidas se lo tragaron
debidamente como el gobierno “legítimo” de Libia, igual que se han
tragado la actuación de la OTAN, que no tenía un mandato de la ONU para
pasar de una zona de exclusión aérea a bombardeos “humanitarios”
indiscriminados, culminando en el actual sitio de Sirte.
Franceses
y británicos redactaron lo que se convertiría en la Resolución 1973 de
la ONU. Washington se sumó alegremente a la fiesta.
El Departamento de
Estado de EE.UU. negoció un acuerdo con la Casa de Saud mediante el cual
los saudíes garantizarían una votación en la Liga Árabe como preludio
para la resolución de la ONU, y a cambio se les dejaría tranquilos para
reprimir cualesquiera protestas pro democracia en el Golfo Pérsico, como
lo hicieron, salvajemente, en Bahréin.
El Consejo de Cooperación
del Golfo (CCG – luego transformado en Club de Contrarrevolución del
Golfo), también tenía toneladas de razones para librarse de Gadafi.
A
los saudíes les encantaría dar cabida a un emirato amistoso en el Norte
de África, especialmente si se libraban de la ultra mala sangre entre
Gadafi y el rey Abdullah.
Los emiratos querían un nuevo sitio para
invertir y “desarrollar”.
Qatar, muy acomodado con Sarko, quería ganar
dinero, por ejemplo haciéndose cargo de las nuevas ventas de petróleo de
los “legítimos” rebeldes.
La secretaria de EE.UU. de EE.UU.,
Hillary Clinton, podrá sentirse muy bien con la Casa de Saud o los
asesinos al-Khalifa en Bahréin.
Pero el Departamento de Estado fustigó
enérgicamente a Gadafi por sus “crecientes políticas nacionalistas en el
sector energético”; y también por “libianizar” la economía.
El
Gran G, un jugador astuto, debería haber visto lo que venía.
Desde que
el primer ministro Mohammad Mossadegh fue depuesto esencialmente por la
CIA en Irán en 1953, la regla es que no se provoca al Gran Petróleo
globalizado.
Para no hablar del sistema financiero/bancario
internacional –como al promover ideas subversivas para orientar su
economía en beneficio de la población local.
Si alguien está a
favor de su país, se coloca automáticamente contra los que mandan –los
bancos occidentales, mega corporaciones, “inversionistas” sospechosos
que quieren beneficiarse con todo lo que produce su país.
Gadafi
no solo cruzó todas estas líneas rojas, también intentó escabullirse del
petrodólar; trató de convencer a África de la idea de una moneda unida,
el dinar oro (la mayoría de los países africanos lo apoyaron); invirtió
en un proyecto multimillonario en dólares –el Gran Río Hecho por el
Hombre, una gran red de acueductos que bombean agua fresca desde el
desierto a la costa mediterránea– sin hacer una genuflexión ante el
Banco Mundial.
Invirtió en programas sociales en países saharianos
pobres.
Financió el Banco Africano, permitiendo así que numerosas
naciones eludieran, una vez más, al Banco Mundial y especialmente al
Fondo Monetario Internacional.
Financió un sistema de telecomunicaciones
en toda África que evadió las redes internacionales.
Elevó los
estándares de vida en Libia. La lista es interminable.
Por qué no llamé a Pyongyang
Y
luego está el crucial ángulo militar Pentágono/Africom/OTAN.
Nadie en
África quería recibir una base del Africom; el Africom se inventó
durante el gobierno de George W. Bush como un medio para coaccionar y
controlar África sobre el terreno y combatir clandestinamente los
progresos comerciales de China.
Por lo tanto Africom se vio obligado a establecerse en el más africano de los lugares: Stuttgart, Alemania.
Apenas
se había secado la tinta de la Resolución 1973 de la ONU cuando
Africom, para todos los propósitos prácticos, comenzó el bombardeo de
Libia con más de 150 Tomahawks –antes de que el comando se transfiriera a
la OTAN.
Fue la primera guerra africana de Africom, y un preludio de lo
que vendría.
El establecimiento de una base permanente en Libia se da
prácticamente por hecho, parte de una militarización neocolonial no solo
del norte de África sino de todo el continente.
El plan de la
OTAN de dominar todo el Mediterráneo como un lago de la OTAN es tan
atrevido como el de Africom de convertirse en el Robocop de África.
Los
únicos problemas eran Libia, Siria y el Líbano –los tres países no son
miembros de la OTAN o vinculados a la OTAN a través de una miríada de
“cooperaciones”.
Para comprender el papel global de Robocop de la
OTAN –legitimado por la ONU– hay que prestar atención a la boca del
caballo, el secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen.
Mientras todavía bombardeaban Trípoli dijo:
“Si no podéis desplegar
tropas más allá de vuestras fronteras, no podéis ejercer influencia
internacional, y entonces la brecha será colmada por potencias
emergentes que no comparten necesariamente vuestros valores y forma de
pensar”.
Por lo tanto, eso es, está claro.
La OTAN es una milicia
occidental de alta tecnología para defender los intereses
estadounidenses y europeos, para aislar los intereses de los países
emergentes del BRICS y otros, y mantener controlados a los “nativos”,
sean africanos o asiáticos.
Todo el asunto se hace mucho más fácil de
lograr si el engaño de disfraza de R2P –“responsabilidad de proteger”,
no civiles, sino el saqueo subsiguiente.
Contra todas estas
adversidades, no es sorprendente que el Gran G recibiera una tarjeta
roja y fuera expulsado para siempre del juego.
Solo unas pocas
horas antes de que el Gran G tuviera que comenzar a luchar por su vida,
el Querido Líder estaba tomando champaña rusa con el presidente Dmitry
Medvedev, hablando de una futura jugada de ductistán y evocando de pasada su disposición a hablar sobre su arsenal nuclear, todavía activo.
Eso resume el motivo por el cual el Querido Líder sigue en ascenso mientras el Gran G sale del juego.
Pepe Escobar es autor de “ Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War ” (Nimble Books, 2007) y “ Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge ”. Su último libro es “ Obama does Globalistan ” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com .
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