Redacción.- Baltasar Garzón es uno de esos personajes que son capaces de
engatusar durante mucho tiempo a mucha gente, si bien, como dice el
axioma, no consiguen engañar todo el tiempo a toda la gente.
Su historia
está plagada de dobleces y lo mismo hace la vista gorda ante casos
flagrantes de tortura a detenidos vascos que se erige en solitario
llanero que fustiga a dictadores vivos o, preferiblemente, muertos.
Su
última ocurrencia ha sido la de opinar favorablemente sobre el
movimiento 15-M, lo que supone un flaco favor a los indignados, quienes,
con amigos como éste, no necesitan enemigos.
El juez campeador, como le
llamaba su difunto colega Joaquín Navarro Estevan que tan bien lo
conocía, considera que el movimiento 15-M constituye la explosión
espontánea del incorfonmismo y la indignación que, a su juicio, están
latentes en la sociedad, señalando, además, que las instituciones no
funcionan como debieran.
Tiene razón el magistrado.
Las instituciones no
funcionan como debieran, especialmente la de Justicia, convertida,
gracias a jueces como Baltasar Garzón, en negociados políticos en los
que se administra discrecionalmente la prevaricación en forma de
enérgica venganza o de indulgente complicidad según sea el acusado amigo
o enemigo de los que mandan.