La celebración de la Pascua es originalmente una fiesta ritual de la fertilidad, en la que se adora a una divinidad femenina que provoca el renacimiento de la fuerza masculina de la luz
Como suele ocurrir con las celebraciones de la Iglesia Católica, en la fiesta de Pascua también se superponen diferentes tradiciones religiosas y místicas creando un sincretismo cuyo origen antecede a la formación del cristianismo y se deriva de los arquetipos del inconsciente colectivo.
Si bien la palabra Pascua, y sus diferentes derivaciones del latín, significa “pasar sobre”, en inglés la palabra usada para designar esta festividad es “Easter”, una palabra que claramente proviene de una serie de divinidades femeninas relacionadas con la primavera, la fertilidad y el amor.
Y si bien esto ocurre dentro de la tradición anglosajona, esta etimología que delata un origen pagano es altamente reveladora y no puede disociarse del todo de la celebración cristiana, latina, ya que antecede en el tiempo al cristianismo y cuenta en el fondo la eterna historia de la resurreccción, una historia mucha más antigua que la de Cristo.
La palabra “Easter” parece provenir de la diosa Ostera o Eoster (la misma etmología que el Este) diosa del amanecer o de la primavera en la cultura anglosajona.
Esta misma divinidad parece ser una transformación de la divinidad babilónica, Ishtar, adorada como Venus, ya que al ser la estrella del amanecer y/o del atardecer “parece amar la luz”, es decir es la consorte del dios de la luz, del dios masculino.
Esto es importante ya que todas estas divinidades encarnan el principio primordial de la feminidad, de la Diosa Madre -y de sus procesos equivalentes en la naturaleza- que como Robert Graves sostiene en su libro la “Diosa Blanca”, es una deidad prístina que se transforma de igual manera en madre como en amante.
Ishtar ha sido también identificada con la Reina Semiramis, la esposa del poderoso rey rebelde Nemrod, que aparece en la Biblia y que habría construido la Torer de Babel.
En Sumeria Ishtar es Inana, esposa de Rey Dumuzid, también llamado Tammuz.
Existen variantes a esta historia pero según cuentan diferentes culturas Nemrod-Tammuz-Dumuzid habría muerto (en algunas versiones despedazado por un jabalí salvaje; en otras matado por Shem, castigado por idólatra) y su esposa Ishtar-Inana-Semiramis habría descendido al inframundo para juntar sus partes y resucitarlo.
Esta historia evidentemente evoca el mito de Osiris, que es asesinado por su hermano Set y su esposa Isis reconstruye su cuerpo –al ultimo labrando con su voz un falo de oro- para regresarlo a la vida y hacerlo rey de la vida después de la muerte.
Como podrá saber cualquiera que investigue el culto a la Virgen María es una continuación del culto a Isis y comparte una poderosa simbología, es una versión editada del culto a la Diosa Madre, diosa de la fertilidad, canalizada dentro del proceso de evangelización de la Iglesia Católica.
Otra versión de la misma historia señala que Tammuz es el hijo del rey semidios Nemrod, concebido por Semiramis de forma inmaculada.
Tammuz siendo la reencarnación de Nemrod es asesinado por lo cual su madre desciende al inframundo para que éste pueda renacer.
Ishatar tambien es Astarte o Asherah, quien según la académica Francesca Stavrakopoulos es la esposa de Yavhé, que fue editada fuera de la Biblia.
Lo cual se conecta con Nemrod, ya que Asherah fue ostracizada de la Biblia al ser más tarde equiparada con Baal, el dios del becerro de oro, el dios falso según el Viejo Testamento. Nemrod también fue equiparado con Baal por el académico David Rohl.
Al mismo tiempo tenemos esta dualidad o biunidad entre la Diosa Madre y la Diosa Amante.
De la misma forma que James Frazer en La Rama Dorada describe el mito recurrente (¿freudiano?) del hijo que asesina a su padre (con la rama dorada) para convertirse (en el sol) y convertirse en el consorte de la reina (la diosa del amor), existe este paralelo entre Tammuz y Nemrod, pero quizás también con Jesús, y la Virgen María es también María Magdalena.
Todos encarnaciones del principio masculino y del principio femenino en la eternal danza cósmica. (¿Todos los dioses son el mismo en la constante metamófosis de ser percibidos por distintas culturas ?)
Es también de destacar que el conejo es un claro símbolo de la fertilidad, lo que oculta una fiesta de paso primaveral donde se sucita la abundancia a través de un rito y de un marco simbólico, que no puede ser entendido sin la sexualidad. Eoster, la diosa del Este, del amanecer, se manifiesta en la forma de un conejo (la eterna conejita del erotismo sagrado).
Quizás detras del velo de la Pascua se oculte la eterna historia de fertilidad, la historia de amor cósmico que da luz al nuevo mundo.
Una historia orgiástica que la Iglesia Católica, como si fuera uno de estas modernas agencias de noticias que trabaja para una agenda política, editó, desexualizándola y removiendo a la mujer de su rol estelar para favorecer sus intereses.
Con esto no queremos decir que la historia de Jesús –su resurrección- sea falsa o verdadera, sino que es parte de un arquetipo de renacimiento, del sol y el hombre que se sacrifican, que mueren, que cambian de piel como una serpiente, para poder abrir paso a una nueva etapa dorada.
Un renacimiento que se da a partir de la mujer –que es tanto madre como amante (alquimista del cuerpo)- que en cierta medida da a luz a este nuevo ser, esta nueva forma de ser, a esta nueva era, sol u hombre que se diviniza.
Una historia que si bien pertenece al centro mítico de la humanidad sigue pasando, sigue reencarnando y posiblemente esté sucediendo dentro de ti.