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La resaca


Las fastuosas celebraciones y las grandes ceremonias, suelen ocultar un trasfondo tenebroso que es mejor esconder para que no se haga evidente a los ojos del que mira. 

Tras la vorágine de la beatificación de Juan Pablo II, vuelven a aparecer noticias relacionadas con la parte más oscura de la iglesia católica. 

Voces que se alzan contra el autoritarismo de la institución que mejor ha sabido mantener su poder e influencia, navegando entre los intereses de cada época, durante los últimos dos mil años.  

Que un obispo australiano denuncie que fue obligado a jubilarse por defender que se puedan  ordenar a las mujeres y a los hombres casados, no sorprende a nadie a estas alturas, aunque William Morris, que así se llama el ex obispo de Toowoomba, ni siquiera esté convencido de las ventajas de estas propuestas y sólo señale la necesidad de debatir sobre el tema.

Demasiado peligroso este obispo que pretende la reflexión interna en el seno de la iglesia para decidir sobre un tema de vital importancia, que definitivamente nos incumbe a todos.  

La jubilación forzosa de Morris se da dos años después de que se tomara la misma determinación con Peter Kennedy, ex sacerdote de la ciudad australiana de Brisbane quien se mostró a favor de ordenar a mujeres y de las uniones homosexuales, dos faltas que la cúpula eclesiástica no puede perdonar.

La igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el debate del celibato, la aceptación de la homosexualidad como algo natural que también emana de Dios y otros muchos temas pendientes, acaban siendo subordinados a cuestiones mucho más populares que hacen las delicias de todos aquellos que consideran a la religión como pura superchería. 

Pero ¿qué se puede opinar de un grupo de personas que son capaces de adorar la sangre de un pobre enfermo?

La noticia de la exposición de un relicario con la sangre de Juan Pablo II para la veneración popular, tampoco sorprende demasiado, teniendo en cuenta los objetos y partes corporales varias que son elementos de culto en iglesias de medio mundo.

Lo verdaderamente sorprendente es la manera en la que se obtiene esa muestra, porque significaba un seguro de vida para un hombre a punto de morir, una extracción promovida por la posibilidad de que necesitara alguna transfusión sanguínea durante su enfermedad, pero que se ha convertido en un elemento más del circo vaticano. 

Desde ahora la muestra adornará el ‘Sagrario’, que se encuentra en el interior de la Basílica de San Pedro, donde es habitual colocar las reliquias oficiales de los santos y beatos, a la espera de que las tiendas para turistas del Disneylandia religioso por excelencia, coloquen nuevos productos con la cómplice expectación de piadosos compradores compulsivos, que seguro querrán tener en sus manos tarritos con sangre falsa del nuevo beato. 

Sin embargo, al otro lado del muro de silencio que rodea todo aquello que no interesa,  aún se encuentra en período de evaluación por la Congregación para la Doctrina de la fe, la beatificación del arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, proceso que se inició en 1996, dieciséis años después de que fuera asesinado por un escuadrón de la muerte ultraderechista cuando oficiaba misa.

La semana pasada un grupo de 16 teólogos y religiosos progresistas lamentó en Roma que siga la causa de su beatificación “bloqueada” con “argumentos engañosos”.
 
 Sus últimas palabras un día antes de su asesinato en la catedral del San Salvador, atestiguan la clase de méritos que se deberían exigir a todos aquellos que quieran tener un hueco en ese altar privado de la iglesia. 

Dirigiéndose a los militares dijo:

“Están matando a sus mismos hermanos campesinos.

Ningún soldado tiene que obedecer la orden de matar. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia. 

En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, les suplico, les ruego, les ordeno, cese la represión”.

Tal vez ya no lo haga falta demostrar nada, porque demostró el camino a seguir cuando importaba, cuando podía hacer algo, cuando podía cambiar las cosas.

Y eso le costó la vida. 

  VVJ

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