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Libia en el gran juego



No sólo familias que temen por sus vidas e inmigrantes pobres de otros países norteafricanos huyen de Libia. Hay decenas de miles de “refugiados” que son repatriados por sus gobiernos en barcos y aviones: sobre todo son ingenieros y ejecutivos de grandes compañías petroleras. 
 
No sólo de ENI, que realiza cerca de un 15% de sus ventas desde Libia, sino otras multinacionales europeas, en particular: BP, Royal Dutch Shell, Total, BASF, Statoil, Repsol. 
 
Cientos de empleados de Gazprom también se vieron obligados a abandonar Libia y más de 30.000 trabajadores chinos de la compañía petrolera y de la construcción. Una imagen simbólica de cómo la economía libia está interconectada con la economía global, dominada por las multinacionales. 

Gracias a sus ricas reservas de petróleo y gas natural, Libia tiene una balanza comercial positiva de 27.000 millones de dólares al año y un ingreso per cápita medianamente elevado de 12.000 dólares, seis veces mayor que el de Egipto.

A pesar de fuertes diferencias en los ingresos bajos y altos, el nivel de vida promedio de la población de Libia (sólo 6,5 millones de habitantes en comparación con los casi 85 millones de Egipto) es por lo tanto mayor que el de Egipto y otros países norteafricanos. 

Lo muestra el hecho de que casi un millón y medio de inmigrantes, sobre todo del norte de África, trabajan en Libia. Cerca de un 85% de las exportaciones libias de energía van a Europa: Italia tiene el primer lugar con un 37%, seguida por Alemania, Francia y China. Italia también ocupa el primer lugar en importaciones de Libia, seguida por China, Turquía y Alemania. 

Este marco ahora revienta como resultado de lo que se puede caracterizar no como una revuelta de masas empobrecidas, como las rebeliones en Egipto y Túnez, sino como una verdadera guerra civil, debida a una división del grupo gobernante. Quienquiera que diese el primer paso ha explotado el descontento contra el clan de Gadafi, que prevalece sobre todo entre las poblaciones de Cirenaica y los jóvenes en las ciudades, en un momento en el cual todo el norte de África ha tomado el camino de la rebelión. A diferencia de Egipto y Túnez, sin embargo, el levantamiento libio se planificó y organizó con anterioridad. 

Las reacciones en la arena internacional también son simbólicas. Pekín ha dicho que está extremadamente preocupado por los sucesos de Libia y llamó a “un rápido retorno a la estabilidad y la normalidad”. El motivo es obvio: el comercio chino-libio ha crecido considerablemente (cerca de un 30% sólo en 2010), pero ahora China puede ver que toda la estructura de las relaciones económicas con Libia, de donde importa cantidades crecientes de petróleo, se ha puesto en juego. Moscú se encuentra en una posición semejante. 

Diametralmente opuesta es la señal de Washington: el presidente Barack Obama, que cuando se vio enfrentado a la crisis egipcia minimizó la represión desencadenada por Mubarak y llamó a una “transición ordenada y pacífica”, ha condenado rotundamente al gobierno libio y anunció que EE.UU. prepara “toda la gama de opciones que tenemos a nuestra disposición para responder a esta crisis, incluidas ‘acciones que ponemos emprender solos y otras que podemos coordinar con nuestros aliados a través de instituciones multilaterales’.” El mensaje es evidente: existe la posibilidad de una intervención militar de EE.UU. y la OTAN en Libia, oficialmente para detener el derramamiento de sangre. 

Las verdaderas razones son obvias: Si se derroca a Gadafi EE.UU. podría derribar todo el marco de las relaciones económicas con Libia y abrir el camino a las multinacionales basadas en EE.UU., que hasta ahora están casi totalmente excluidas de la explotación de reservas de energía en Libia. Por lo tanto, EE.UU. podría controlar el grifo de las fuentes de energía de las que depende en gran parte Europa y que también provee a China. 

Estos son las apuestas en el gran juego de la división de los recursos africanos, por los que tiene lugar una creciente confrontación, en especial entre China y EE.UU. 

La creciente potencia asiática, con la presencia en África de cerca de 5 millones de gerentes, técnicos y trabajadores, construye industrias e infraestructuras a cambio de petróleo y otras materias primas. EE.UU., que no puede competir en ese terreno, puede utilizar su influencia sobre las fuerzas armadas de los países africanos importantes, que entrena mediante el Comando África (AFRICOM), su principal instrumento para la penetración del continente. 

La OTAN también entra ahora en el juego, ya que está a punto de concluir un tratado de cooperación militar con la Unión Africana que incluye a 53 países. 

La central de la cooperación de la Unión Africana con la OTAN ya se está construyendo en Addis Abeba: una estructura moderna, financiada con 27 millones de euros de Alemania, bautizada: “Construyendo paz y seguridad”.
Il Manifesto, 25 de febrero de 2011
Traducido del italiano por John Catalinotto

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