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Egipto y la revolución inducida


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Comenzó el desfile de explicaciones al fenómeno político de Egipto. “Qué conclusión se debería divulgar desde determinado grupo de interés o punto de vista”, y “cómo aprovechar la coyuntura para introducir determinado mensaje”. Son las ofertas que se desprenden con más nitidez de la subasta de comentarios que emerge en el fascinante nuevo mundo de los medios.

Algunas reflexiones son un golpe al análisis. John Simpson evoca a Gamal Abdel Nasser para defenestrar el socialismo. Qué tiene que ver el régimen impuesto por Occidente de Hosni Mubarak con el socialismo. El presidente iraní M. Amehdineyad declara que es una señal del rechazo a la ingerencia de Estados Unidos.
 
La máxima autoridad religiosa iraní Sayyid Alí Khamenei incita a que la revuelta considere el modelo iraní. La máxima autoridad islámica de Egipto, el Imam d´al-Azhar Mohamed Ahmed al-Tayeb rechaza esta invitación. Un Mario Vargas Llosa alejado de la realidad dice poco menos que Occidente traicionó a la revolución egipcia al titubear y apoyar a Mubarak. 
 
En todo hay una omisión imperdonable. El antiguo proyecto de democratizar el medio oriente, con Egipto como país pivote, surge desde las mismas barbas de las potencias coloniales representadas en los países que forman la Alianza Transatlántica. Sin embargo, en el plano político lo que es más grave es hablar de revolución en una revuelta respaldada por las Fuerzas Armadas. 
 
El precedente es grave porque se instaura otro modelito para derribar regímenes desvencijados.
 
¿Y, cuando se derriba al desvencijado capitalismo? La pregunta escurridiza del análisis.

La llamada revolución en Egipto ha sido inducida por una clara intervención externa y responde a uno de los proyectos más señeros de esta Alianza desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Forma parte de la estrategia para promover la democracia en el gran Medio Oriente y así asegurar su influencia y poderío en esta zona. Este desarrollo democrático en el llamado gran Medio Oriente, es complementario a los intereses de la seguridad estratégica de los países que combatieron la expansión de comunismo y blindar a las naciones árabes de la insurrección marxista (1).

Aparte de la partida de Hosni Bubarak, no hay nada nuevo y muy por el contrario. El espectáculo es lo que se conoce: Las Fuerzas Armadas son el partido político de facto con el poder más contundente y práctico en cualquier latitud, bajo el sistema político que sea, con monarquía o sin monarquía, desde repúblicas postizas maniatadas por el gran capital, hasta repúblicas con pomposa indumentaria electoral disimulando el pesado juego de las elites. En todas ellas, las Fuerzas Armadas es el gran respaldo del Estado antes del colapso.

Lo que más trasciende de esta revolución impuesta en el mejor de los casos, es la implacable vigencia del poder militar. El espectáculo de soldados besados por la población no significa que esto sea una revolución popular. Aparece como popular pero es otro remezón de las elites insatisfechas o incapaces de resolver la crisis de una globalización con pocos logros en innovaciones para mejorar la convivencia y reajustar el planeta en función de una mejor calidad de vida. Una calidad de vida aún indefinida por patrones universales.

Con Egipto 2011 la tarea de la gobernabilidad en su hora más oscura. Nuevamente un estado de excepción como ha sido la tónica en el mundo post colonial para formar repúblicas bajo un modelo todavía en estado teórico. Para Estados Unidos y la Alianza Transatlántica es vital contener la revolución islámica y consolidar el proyecto de democratizar la zona formando un gran medio oriente, previsible y controlable para los criterios de su expansión. No hay una doble lectura.

La brecha entre mundo islámico y mundo occidental sigue abierta. El atentado a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001, la ocupación en Afganistán e Irak, el interminable conflicto palestino israelí, son hitos de un período en que las reglas del juego en política han sido profundamente alteradas debido a viejos problemas arrastrados desde antiguas colonizaciones en la zona del Golfo Pérsico y los países árabes. 
 
Esto plantea la obligación de hacer un esfuerzo extra para encontrar una línea argumental y ver la coherencia de un proceso que parece inexplicable. Es de poca credibilidad el argumento de una Alianza entre EEUU y una ambigua Europa que desea inaugurar un nuevo tipo de colonialismo. El capital transnacional no lo necesita.

Egipto febrero 2011, la revolución sin líderes, la multitud como sujeto, la revolución de los objetos como si se tratara de una novela japonesa con biombos que observan y conversan, kimonos que se desplazan describiendo siglos de historia, nuevas clepsidras sociales seduciendo con narrativas donde no se distingue lo colectivo de lo individual. 
 
Con unapostal que podría definir la grana incógnita: ciudadanos besando militares encaramados en los tanques.

De pronto desaparece el partido y los partidarios del depuesto hombre fuerte de la política egipcia, en una revolución sin líderes, sin ideología precisa, con una hermandad musulmana demasiado contenida para ser creíble, y con un evidente apetito de las potencias occidentales por mantener un espacio de influencia tan esquivo a pesar de haberlo domesticado durante tantos largos años.

Hay una pregunta clave que está pendiente y que este nuevo ímpetu de expansión no responde. Algo crucial falla en la globalización, y algo crucial no está funcionando en la política interna de los países más desarrollados que no pueden contener esa tendencia a la expansión.

Nota:
1) (Asmus,Diamond,Leonard y Mc Faul. “A Transatlantic Strategy to Promote Democratic Development in the Broader Middle East”. 2005. The Washington Quarterly 28:2pp7-21.

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