Todos nos preguntamos en algún momento: ¿de dónde venimos?
Nada mejor que hacer un repaso de mil millones de años de historia evolutiva para saber de dónde venimos y por qué somos como somos. Liviano, como para el veranito.
¿De dónde venimos? Es una pregunta que mucha gente se hace, pero tal vez no sea su intención retroceder millones y millones de años para responderla, si bien es la única forma para encontrar la verdadera respuesta.
Para comprender nuestro origen más remoto tenemos que tener en claro que todos los animales y plantas que viven hoy sobre la Tierra provienen de habitantes marinos de hace cientos de millones de años, los que a su vez evolucionaron a partir de los organismos unicelulares que fueron los primeros seres vivos de nuestro planeta.
Empecemos por abajo: ¿de dónde salieron nuestras piernas? Para conocer su origen tenemos que subirnos a nuestra máquina del tiempo y dar un salto de 1100 millones de años hacia el pasado.
Un período en el que ya hay variedad entre los seres vivos pero es justo el momento en el que aparece la primera gran división.
Un grupo de peces desarrollaría una característica que los convertiría en los primeros vertebrados, o sea, con columna vertebral, como la nuestra.
VERTEBRAS, PATAS Y MANOS
Para seguir con nuestro viaje deberíamos hacer otro pequeño salto un poco más cerca en el tiempo, entre 570 y 500 millones de años atrás, para ver cómo de esa columna aparecían pequeños pliegues al costado, que la evolución llevaría a convertir en aletas.
Otro salto hasta hace 400 o 380 millones de años nos permitiría ver peces que utilizaban esas aletas para moverse por el suelo húmedo.
Eran ya peces que tenían pulmones primitivos que les permitían sobrevivir en zonas pantanosas que se secaban en algún período del año, y usaban esas aletas para arrastrarse.
Dentro del agua ningún ser vivo necesita miembros fuertes que lo sostengan, pero en tierra sí. Razón por la que los huesos se fueron haciendo más grandes y fuertes en estos peces anfibios, y así aparecieron los tetrápodos, los primeros anfibios cuadrúpedos que caminaban sobre la tierra, y no sólo se arrastraban.
A partir de esos primeros tetrápodos se abrieron diversos caminos evolutivos que derivaron en los reptiles, las aves y los mamíferos.
Estos últimos, nuestro grupo, evolucionaron a partir de los reptiles hace unos 240 millones de años, época en que los dinosaurios dominaban la Tierra.
Pero fue cuando estos gigantes desaparecieron que los mamíferos tuvieron la oportunidad de crecer en tamaño y de volverse dominantes en casi todos los ambientes terrestres.
Pero si movemos las manivelas de nuestra máquina del tiempo para llegar a unos 30 millones de años atrás nos encontramos con los primeros simios: primates de la superfamilia Hominoidea que en la actualidad incluye a los simios y a nosotros.
Esos primates de hace 30 millones de años no tenían cuatro patas, sino que ya tenían diferenciados brazos y piernas, con una mano que había evolucionado para un uso distinto del de soportar el peso del cuerpo.
Igualmente seguían andando en cuatro patas, ayudándose con brazos y manos, pero eran animales que ya no recorrían grandes distancias, como los otros mamíferos cuadrúpedos.
DOS PATAS PARA VER MAS LEJOS
Se cree que hace unos 7 a 6 millones de años es cuando por primera vez los simios comenzaron a andar en dos patas, pero no hay fósiles de ese período. El homínido más antiguo es el Ardipithecus ramidus, con 4,4 millones de años, y es el primate bípedo más antiguo conocido.
Pero A. ramidus todavía era una criatura arborícola, ya que sus pies no eran parecidos a los nuestros, sino que mantenían el pulgar oponible, como si fuesen manos, para poder agarrarse a las ramas con los pies.
Pero a la vez era diferente de los que tienen hoy en día los monos; era un pie más cercano al nuestro, mejor adaptado a recorrer distancias largas.
Así fue que el cuerpo fue evolucionando hacia uno mejor adaptado para dar grandes caminatas, ya que esos antiguos homínidos se habían adaptado a un nuevo nicho, el de las sabanas y praderas.
Los pies más parecidos a los nuestros aparecen entre los Australopitecos hace unos tres millones de años, y es entre los Homo erectus, hace al menos 1,5 millones de años, en que se ve un pie ya preparado para la carrera.
Pero recién serían los primeros Homo sapiens, hace al menos 200 mil años, quienes se transformarían en corredores de fondo perfectos, con un cuerpo totalmente preparado para perseguir presas recorriendo kilómetros y kilómetros sin parar y sin cansarse.
¿QUE HACER CON ESTAS DOS MANOS?
El andar en dos patas liberó las manos, que entonces podían utilizarse para cosas diferentes de recoger frutos y llevarlos a la boca, como hacían sin duda los simios que se movían en cuatro patas. Esos primeros homínidos bípedos podían cargar lo que quisiesen en las manos mientras caminaban, y ya tenían manos que podían manipular objetos.
El desarrollo paralelo de otro órgano ya existente fue el que hizo que las manos se volviesen más eficaces en esa manipulación de objetos: hablamos del cerebro.
Ardipithecus ramidus, el homínido más antiguo, del que hablábamos antes, tenía un cerebro de unos 300-350 centímetros cúbicos, equivalente al de un mono bonobo actual.
Los Australopitecos, que se cree que son sus descendientes, y que estaban mejor adaptados al andar bípedo, tenían un cerebro mayor, entre 400 y 500 centímetros cúbicos.
Y ya en las especies posteriores al Homo erectus, como nosotros mismos y los neandertales, el tamaño cerebral era como el que tiene usted, lector, o el de quien escribe, entre 1100 y 1300 centímetros cúbicos. Al mismo tiempo fue mejorando el andar erguido desde nuestro antepasado Homo erectus, hace unos 2 millones de años.
En el cerebro, o la corteza cerebral, es donde se ubica la capacidad asociativa que podía aportar la facultad de vincular causa y efecto.
El aumento del cerebro trajo consigo un aumento de la inteligencia, un aumento de esa capacidad asociativa.
Cerebro grande, andar bípedo y una mano hábil eran una gran ventaja evolutiva. Así fue que los humanos comenzaron a valerse de herramientas cada vez más sofisticadas para ser más exitosos en su supervivencia.
COMPLETANDO EL CIRCULO
Pero si queremos cerrar el paseo por la historia evolutiva de nuestro cuerpo, tenemos que explicar de dónde vinieron otras partes que se potenciarían con la evolución de estas tres que acabamos de explicar. Hablamos de la boca y del oído, que también necesitan la ayuda de los ojos.
Los ojos siguieron el mismo camino evolutivo que las piernas. Se diferenciaron cuando los primeros seres vivos salieron a tierra, y volvieron a tomar otro camino evolutivo al aparecer los mamíferos, ya que los ojos de los reptiles son distintos de los nuestros, y los de los primates difieren de los demás mamíferos.
La boca, por su lado, es nuestra principal herramienta para conseguir energía. Al contrario de la mayoría de los vegetales, que no tienen ningún tipo de orificio, nosotros tenemos una abertura que usamos para ingerir alimentos.
Sin embargo, la boca fue adquiriendo cada vez más trabajos a lo largo de su historia evolutiva.
Se convirtió también en un instrumento de defensa, pasó a ser una vía para adquirir el oxígeno esencial para nuestro metabolismo, y gracias al aire y a la capacidad que tiene nuestro aparato respiratorio de producir sonidos, la boca terminó dándonos la oportunidad de adquirir una de nuestras marcas más características: el lenguaje hablado.
Pero es interesante ver la historia evolutiva de la boca, ya que hace unos 1200 millones de años, dos orificios que hoy en día están bastante apartados en nuestra anatomía estaban juntos: la boca y el ano.
Es decir que era un único orificio de entrada y salida. Luego se separaron, y de a poco se fueron alejando hasta llegar a estar uno en cada extremo del cuerpo animal.
Nuestra boca se caracteriza por tener una mandíbula, que a su vez está articulada para darle movimiento.
Pero no siempre fue así: recién hace unos 450 millones de años aparece por primera vez la mandíbula entre los peces de aquellos tiempos, y tendríamos que esperar hasta hace 235 millones de años para encontrar la mandíbula articulada.
En el medio, entre 400 y 370 millones de años atrás, apareció ese almohadón que tenemos dentro de la boca que permite manipular los alimentos una vez dentro: la lengua.
SONIDOS QUE COMUNICAN
Pero no nos alcanza con la lengua para emitir sonidos tan diferentes entre sí como son las letras de una palabra. La que nos permite eso es la laringe, y especialmente el pequeño hueso hioides que se encuentra en ella.
La mayoría de los monos actuales, e incluso los niños hasta que se desarrollan, tienen la laringe ubicada en la cavidad nasal, lo que les permite tomar líquidos y respirar al mismo tiempo.
Pero los humanos, a partir de los tres meses, experimentan un cambio que lleva la laringe más abajo, en la garganta, lo que puede hacer que nos atragantemos cuando comemos, pero también nos posibilita el habla.
Ningún otro animal tiene la laringe tan baja como para producir sonidos tan complejos como los que producimos los humanos.
El hueso hioides es un huesecillo pequeño que está ubicado en medio del cuello, es el único hueso del cuerpo humano que no está articulado con otro hueso.
Este hueso sirve de anclaje para diferentes músculos muy importantes para el habla, como ser los de la boca y la lengua por arriba del hueso, y la laringe y faringe por debajo.
Al tener el soporte de este hueso, los músculos pueden moverse y producir vibraciones.
Esas vibraciones nos permiten emitir sonidos para hablar, cantar, gritar, o sea, para comunicarnos.
Este cambio evolutivo se dio al menos hace unos 300 mil años, o sea que ya los Homo heidelbergensis, los antepasados de neandertales y de Homo sapiens, podían hablar como nosotros. Al menos tenían un hueso hioides muy similar al nuestro.
Todas estas características que tiene el ser humano: un andar bípedo, manos hábiles, aparato fonador complejo, oído y visión también complejas, y un cerebro muy desarrollado, nos hacen lo que somos: un animal que puede producir cultura.