Gustavo Vidal Manzanares .·.
Jim Morrison, líder del grupo musical The Doors ya puede descansar tranquilo en su soleada tumba de Pere Lachaise.
Así, la Junta de Clemencia de Florida decidió recientemente perdonar el delito de “exposición indecente” que perpetró el impío músico en 1969 durante un concierto celebrado en Miami.
Y en un arranque de bondad cristiana, Charlie Christ, gobernador de Florida, ha declarado: “Era un hombre joven que quizá, o no, cometió un error. Pero creo que todo el mundo merece una segunda oportunidad. Hay que tener la capacidad de perdonar”.
Emociona la magnanimidad del gobernador sureño. Sobre todo cuando leemos la gravedad de los hechos perpetrados por Jim Morrison, según describe el informe oficial: “…con una poblada barba y una notoria borrachera durante toda la actuación, le preguntó al público si querían verle la polla. La respuesta no se hizo esperar y Morrison expuso su miembro viril para simular una masturbación en vivo y en directo”.
Sin duda aquellos hechos eran tan graves que eclipsaron lo que ocurría en la sociedad. Miles de jóvenes eran reclutados a la fuerza para enviarlos a la guerra de Vietnam. Allí, las fuerzas norteamericanas estaban masacrando hombres, mujeres y niños mediante armas químicas. Al ser descubiertos alegaron que eran productos inofensivos para despejar la vegetación y el follaje.
Aquel “producto inofensivo” (palmitato de sodio, conocido popularmente como Napalm) provocaba una combustión más intensa que la gasolina y achicharró a miles de inocentes. Una menudencia si lo comparamos con la iniquidad que supone sacarte la minga en un concierto, obviamente.
Por eso, las fuerzas conservadoras obviaron las ejecuciones de Florida o las masacres de Vietnam. Tampoco era el momento para detenerse en el apoyo militar a dictadores sangrientos en el cono Sur. Todas las energías debían ser canalizadas contra el jovenzuelo que osó enseñar el pene en un concierto. Tras orquestar una campaña contra Morrison consiguieron que fuese condenado a multa y prisión.
Los embates de la carcunda, los vía crucis judiciales y la cárcel, quebraron la psique del joven Jim Morrison. Deprimido y amargado, huyó a París donde caería en la pendiente resbaladiza de las drogas. Murió con solo 27 años de una sobredosis de heroína. La cultura perdió un músico genial, la caverna sumó otra víctima.
Aunque han trascurrido más de cuarenta años, el perdón al Rey Lagarto no ha llegado sin rencor ni polémica por parte de los de siempre… un ex policía de Miami se desplazó hasta Tallahassee, sede de la Junta de Clemencia, para protestar.
Alegaba que “Morrison jamás pidió perdón ni cambió de vida y por eso acabó muerto en el baño de un bar parisino de una sobredosis de heroína…es un mensaje equivocado a la juventud de este país. Completamente equivocado.”
Y, por supuesto, al agente policial le asiste una parte de razón… ¿qué es esa iniquidad de sacarse el pene en mitad de un concierto? Vale que se ejecute a reos que no pueden pagarse un buen abogado. Ningún reparo ante las órdenes de bombardear países, asolarlos, robarles las materias primas, condenar a millones de personas a la pobreza y la desesperación.
Nada que objetar sobre el apoyo prestado a dictadores genocidas en el cono Sur durante décadas. Guatemala, Chile, Nicaragua, Granada, Argentina, Colombia, Venezuela, El Salvador, República Dominicana, Bolivia, Perú… sí, puede ser cierto que se haya prestado ayuda militar y económica para que algunos individuos torturaran, saquearan y asesinaran a unos cientos de miles o tal vez millones…
pero, por favor, ¿cómo vamos a comparar esas fruslerías con el inmoral acto de sacarse el miembro viril en un concierto, por Dios bendito?
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