En vísperas del juicio contra Luis Posada Carriles en El Paso, Texas, el lunes, un terrorista en Tucson, Arizona, le disparó en la cabeza a la Congresista Gabrielle Giffords. Ella está entre la vida y la muerte.
El asesino, Jared Loughlin, disparó con un arma automática. Cuando redacto estas líneas, se registran 6 muertos --entre ellos una niña que nació el 11 de Septiembre de 2001-- y 13 heridos.
Tucson está a 319 millas de El Paso. Es un viaje de cuatro horas y media en automóvil, una línea que se tensa dramáticamente en puntos comunes: el odio y el terrorismo, solo que ahora Tucson está de luto, mientras que en El Paso un criminal tiene total confianza en las leyes de EE.UU.: no han sido hechas para él. La fiscalía estadounidense lo protege, procesándolo como un simple mentiroso, haciendo caso omiso al recuerdo de las decenas de personas que ha asesinado.
El terrorismo es un cáncer social que nos amenaza a todos por igual. Nos debería doler las 2 752 personas asesinadas en las Torres Gemelas tanto como la memoria de los 3 478 cubanos muertos por acciones terroristas organizadas desde Miami durante las últimas cinco décadas contra la Isla. Sin embargo, para Estados Unidos hay víctimas de primera y de segunda categoría, como hay terroristas buenos y malos.
Pero en cualquier lugar, sea donde sea, los que cultivan el odio, cosechan el terrorismo. Cuando le preguntaron al padre de la Congresista Giffords si su hija de 40 años tenía enemigos, Spencer Giffords dijo: “sí, todo el Tea Party”. En el verano pasado, el contrincante de Gabrielle Giffords, un ex marine llamado Jesse Kelly que se postuló para el escaño de parte del Tea Party, convocó a un mitin proselitista para su campaña, con el siguiente mensaje: “Demos en el blanco para la victoria en noviembre. Ayude a sacar a Gabrielle Giffords del cargo. Dispare el cargador completo de una M16 automática con Jesse Kelly”.
La congresista era una de 20 demócratas elegidas en el 2008 que votaron por la reforma de salud y fueron entonces identificados para ser derrotados por Sarah Palin, en una campaña denominada “takebackthe20”, que incluía un mapa de cada distrito de la legislatura que había sido seleccionado como un blanco de ataque por el Tea Party. Estos estaban marcados como un tiro al blanco para la mirilla de un fusil.
Lo de menos es si Jared Loughlin --el sospechoso de asesinato en Arizona-- trabajaba para el Tea Party o si Sarah Palin lo reclutó para tratar de asesinar a la Congresista Giffords. Lo esencial es que tanto el Tea Party como Sarah Palin con alevosía cultivaron un odio feroz contra los congresistas que apoyaron la reforma de salud impulsada por el Presidente Obama, y que floreció en la mente perversa de Loughlin hasta convertirlo en un asesino.
Durante más de 50 años ese mismo resorte del odio ha sido utilizado contra Cuba por Estados Unidos, país que ha alentado, entrenado y protegido a los terroristas que mantuvieron a la Isla como blanco de agresión permanente. El hijo pródigo de esta hostilidad ha sido y es Luis Posada Carriles. Documentos desclasificados muestran que la CIA le enseñó a utilizar explosivos. Lo entrenó a torturar y a matar. De acuerdo con su propio abogado, todo lo que ha hecho Posada Carriles en América Latina ha sido “a nombre de Washington”.
Posada es el autor intelectual de uno de los crímenes más horrendos en la historia del terrorismo internacional. El 6 de octubre de 1976, hizo explotar dos bombas con explosivo C-4 -en ese momento solo en poder de la CIA--, que derribaron un avión en pleno vuelo frente a las costas de Barbados. No hubo sobrevivientes entre sus 73 pasajeros.
Igual que Jared Loughlin el sábado en Tucson, Posada asesinó a una niñita de 9 años. Sabrina Paul iba con su familia a bordo del avión. La explosión le destruyó a Sabrina el pecho y la cabeza. Las pruebas de los responsables materiales e intelectuales son abrumadoras y gracias a ella, Venezuela arrestó inmediatamente a Posada Carriles y presentó cargos de homicidio calificado contra él. Sin embargo, Posada se fugó en 1985 con la ayuda de sus amigos estadounidenses. Apareció pocos días después con trabajo, casa y comida.
La CIA le encontró empleo en El Salvador como uno de los dirigentes principales de su Operación Iran-Contra. Su función era facilitar el traslado de armas ilegalmente a los Contras en Nicaragua. Luego, en 1997, dirigió la campaña con bombas contra instalaciones turísticas en La Habana que costó la vida al joven Fabio di Celmo. Contrató a mercenarios que están presos en la Isla y han identificado a Posada Carriles como el hombre que pagó el “servicio”.
Washington lo siguió amparando durante su jornada sangrienta en Centroamérica. Fue condenado en Panamá en el 2000 por haber tratado de volar un auditorio lleno de estudiantes en la universidad durante un discurso del Presidente Fidel Castro, pero sus amigos sobornaron a la entonces presidente de Panamá, Mireya Moscoso, y en el 2004 ésta lo indultó, ilegalmente de acuerdo a la Corte Suprema de Panamá.
Posada llegó a Miami en marzo de 2005. Venezuela inmediatamente pidió su extradición para que Washington lo retorne a Caracas y rinda allí cuentas por las 73 personas que asesinó en el avión cubano de pasajeros. En vez de darle curso a la solicitud de extradición, la Administración Bush presentó cargos contra él por mentiroso. Son esos cargos los que los fiscales de Obama ventilan hoy en El Paso.
Los Estados Unidos insisten en solo acusar a Posada Carriles de haberle mentido a oficiales de inmigración. No han presentado cargos de asesinato o de terrorismo contra él, y no han comenzado el proceso de extradición a Caracas. Lo protegen. ¿Por qué será?
Sucesivos gobernantes de los Estados Unidos, más ciertos legisladores, han cultivado por más de cincuenta años un odio visceral hacia la Revolución cubana. Un odio que se ha convertido en apoyo espiritual y material para el terrorismo. Tanto es así que el Senador Marco Rubio y los congresistas David Rivera e Ileana Ros-Lehtinen figuran entre los donantes del fondo legal para pagar la defensa de Luis Posada Carriles en El Paso.
Pero el terrorismo no se combate a la carte. Unos inconvenientes sí; otros convenientes, no. El viernes pasado, refiriéndose a los presos que tienen en Guantánamo, el Presidente Obama declaró que “procesar a los terroristas en los tribunales federales es una herramienta poderosa en nuestros esfuerzos para proteger a la nación y debiese estar entre las opciones que tenemos a nuestra disposición”. Entonces, ¿por qué no usa esa herramienta para procesar por terrorismo a Luis Posada Carriles?
Posada sabe muy bien que si lo condenan en El Paso solo por mentiroso, no va preso. Ya la jueza se lo dijo anteriormente. Le acreditan el año y medio que ha estado tras las rejas cuando se dirimía su estatus migratorio, y lo dejan libre.
Él está tranquilo, sin remordimiento alguno por sus crímenes.
De hecho le dijo al New York Times en 1998, “ese italiano (Fabio di Celmo) estaba sentado en el lugar equivocado en el momento equivocado . . . yo duermo como un bebé”.
¿Qué pasaría si a Loughlin se le ocurriera decir algo similar en Tucson? ¿Habría impunidad?
José Pertierra es abogado. Su bufete está en Washington. Representa al gobierno venezolano en el caso de la solicitud de extradición de Luis Posada Carriles.