Roxana Kreimer..
Carlos Perciavalle contó ayer por la radio que en la década del setenta él y China Zorrilla vieron a Hitler y a Eva Brown en una reunión en Bariloche, a orillas del lago Nahuel Huapi. “Por esa época Hitler debería tener como ochenta años”, comentó el periodista. “Sí –respondió Perciavalle- le quedaban tres pelos locos en la cabeza”.
L...os diarios nos informan que el papa Juan Pablo II será canonizado porque superó tres instancias que estipulan las leyes de la Iglesia, una de las cuales exige demostrar la validez de un milagro. El Vaticano comunica que Marie Simon-Pierre, una monja francesa de Arles, se curó repentinamente del mal de Parkinson después de que sus hermanas le rezaran a Karol Wojtyla. Setenta médicos del Vaticano habrían llegado a la conclusión de que, como la enfermedad desapareció inexplicablemente, se trataría de un milagro.
¿Qué tienen en común el relato de Perciavale y el anuncio del Vaticano?
En primer lugar, aparecen en los medios de difusión bajo la pretensión de verosimilitud, y aunque para muchos ambas noticias sean poco creíbles, tienen la estructura de gran cantidad de razonamientos menos estrambóticos aunque igualmente falaces.
Algunos de estos argumentos avalan las pseudociencias, otros salen de la boca de políticos que prometen soluciones milagrosas tras años de austeridad, de la de banqueros que auguran dividendos fabulosos, o de la de periodistas que nos hablan de sucesos extraordinarios en remotas comarcas.
En segundo lugar, son contrarios a nuestra experiencia personal y a toda la evidencia disponible. En su “Ensayo sobre el entendimiento humano”, David Hume postuló un argumento sencillo y elocuente para enfrentar la pretensión de que creamos en milagros. La vida nos enseña a todos, escribe Hume, que hay muchas personas que se engañan a sí mismas, que son engañadas por otras, o que quieren engañar a las demás.
Como no hemos visto el milagro o no tenemos evidencias suficientes para creer en él, es más razonable suponer que los demás se engañan, son engañados, o quieren engañarnos a nosotros. Lo que hay que explicar, sigue Hume, no es el supuesto milagro, sino el hecho de que se nos diga que un milagro se ha producido.
No es que no debamos creer en lo que no vemos, ni que sea imposible que algo contrario al sentido común un buen día muestre evidencias de ser verdadero, sino que es necesario exigir al interlocutor que sostiene algo que contradice nuestra experiencia inmediata y el conocimiento consensuado, que aporte pruebas que sean más creíbles que la experiencia en sí misma, argumentos no falaces para que resulte más racional creer en lo que el otro dice en vez de suponer que se engaña, es engañado, o quiere engañarnos.
Si alguien por ventura creyera en el relato de Perciavalle, probablemente lo haría por la cantidad de detalles consignados (“fue una reunión de alemanes después de la representación de una obra de teatro”, “había unas escalinatas blancas”, etc), ninguno de los cuales es evidencia de que haya visto a Hitler, porque está predispuesto a juzgar como verdadero cualquier relato excéntrico, porque otros nazis se refugiaron en el sur de la Argentina (cosa que no prueba que se tratara de Hitler), porque detesta a Hitler y el hecho de que no hubiera muerto lo tornaría aún más repudiable, etc, etc.
Si alguien asume que Juan Pablo II realizó el milagro, probablemente lo haga también porque desea creer (no hay método más eficaz para pensar que algo es cierto), porque sigue a pie juntillas los preceptos del catolicismo, porque simpatiza con los ideales de Juan Pablo II, o porque acepta el argumento de los médicos. ¿En qué consiste tal argumento?
En que como los médicos no pueden explicar la remisión del Parkinson, se trata de un milagro. Este error de razonamiento es conocido como “falacia de la falsa dicotomía”, y consiste en plantear sólo dos opciones contrarias allí donde hipótesis alternativas podrían explicar un fenómeno. Otros ejemplos: “O están con el gobierno, o están en contra del gobierno”. “O hacés lo que te pedí, o no me querés”.
El hecho de que los médicos no sepan por qué se produjo la remisión del Parkinson, no prueba que se trate de un milagro, apenas nos informa sobre la ignorancia de los médicos.
Por otra parte, el Parkinson puede desaparecer por diversas causas, entre ellas, por dejar de tomar ciertos medicamentos (la lista es enorme, destaco solamente el Reliverán, ingerido en grandes cantidades, o la flurnarizina, que se toma para los mareos y el dolor de cabeza) o por la remisión de otras enfermedades.
Borges refirió al exceso de credulidad en el “Informe de Brodie”, donde el narrador cuenta que el vulgo atribuye a unos hechiceros el poder de transformar en hormigas o en tortugas a quienes así lo desean. Al advertir la incredulidad del narrador, un individuo le muestra un hormiguero, como si se tratara de una prueba contundente de la metamorfosis.
Años atrás una amiga tuvo un retraso en su ciclo femenino. Estábamos mirando televisión cuando me comentó:
-Hace cinco días que debería haberme indispuesto.
De inmediato salió una voz de lo más profundo del televisor e inquirió:
-¿No será que estás embarazada?
Era Grecia Colmenares entorpeciendo nuestra educación sentimental desde alguna telenovela venezolana. Quedamos consternadas por la coincidencia y, sonriendo, nos preguntamos si el televisor era sensible a nuestras preocupaciones más íntimas.
Necesitamos establecer nexos causales para sobrevivir, pero tengamos cuidado cuando asociamos ideas porque pueden llevarnos a ver fantasmas o introducirnos en un hormiguero, y quizá los caminos del dislate sean muchos más que dos.
Foto: Iglesia Católica - El papa Juan Pablo II recibe en audiencia al fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, en 2004. / Fuente: REUTERS
Roxana Kreimer es Licenciada en Filosofía y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires.