Humberto GÓMEZ GARCíA / Aporrea – Este 25 de diciembre de 2010 se anunció la muerte del expresidente Carlos Andrés Pérez, uno de los gobernantes más comprometidos con la oligarburguesía criolla, aliado indiscutible del imperialismo norteamericano a quien sirvió con una docilidad y rastrero compromiso tanto como agente policial de la CIA (década de los 60, cuando fue Ministro de Relaciones Interiores del también nefasto y criminal gobierno de Rómulo Betancourt) hasta sus dos períodos de gobierno en (1974-1979 y 1989-1993), donde afinó con fruición la entrega de la soberanía y las riquezas al capitalismo salvaje y su criminal modelo neoliberal.
Genocida cuya responsabilidad, primero como Ministro de Relaciones Interiores en la persecución, torturas y muertes de miles de revolucionarios en el quinquenio de 1959/1963, durante la guerra civil que Rómulo Betancourt –siguiendo las órdenes del Pentágono yanqui– y los partidos AD y Copei impulsaron en Venezuela para frenar el avance de la izquierda, el PCV, el MIR, URD, los sectores nacionalista y antimperialistas del ejército nacional, y en el asesinato masivo de cinco a diez mil venezolanos los días 27/28 de febrero de 1989, cuando el pueblo se levantó en insurrección popular esos días en el conocido Caracazo contra el paquete neoliberal y fue horriblemente masacrado.
Todos esos y otros crímenes quedan, lamentablemente, impunes y no puede, un ser tan canalla, vil y asesino, ser juzgado como Videla en la Argentina para que purguara por sus crímenes.
Por allí andan, pavoneándose, como si no hubiesen quebrado un plato, el entonces ministro de la Defensa, Italo del Valle Allegri, quien cumplió la orden de que la soldadesca disparara contra el pueblo; el jefe del Estado Mayor Heinz Azpurua. Igualmente el entonces Ministro de Relaciones Interior Alejandro Izaguirre, y muchos más que no han pagado por sus crímenes.
La historia negra, oscura de la contemporaneidad venezolana tiene que ver con este líder de la criminalidad, la corrupción, la demagogia política, el saqueo y la entrega de nuestras riquezas y soberanía a las transnacionales yanquis y al imperio.
Descolló, pese a su oscuro origen que lo ubica como nacido en Colombia, en una Venezuela montana, conaservadora, a la sombra de Rómulo Betancourt, llamado jaquetonamente por las viudad de la Cjuarta República “padre de la democracia”, del manejo de oscuros y torvos grupos de presión y mafias dentro de ese antro político o cubil de alimañas que fue el partido Acción Democrática y logró –en el país de los ciegos–, él que era el tuerto, hacerse del poder y la presidencia del país en dos oportunidades, gracias al poder oligarca mediático –sobre todo Venevisión y la venal prensa escrita tipo El Universal– que lo convirtió en un producto de consumo masivo, lo encumbraron al nivel de endiosarlo y se prepararon luego para cobrar los servicios prestados, para disponer del botín petrolero con el alza mil millonaria de los precios de los hidrocarburos.
Millones y millones de dólares invirtieron en aquella primera candidatura los capitales foráneos, sobre todo norteamericanos, que ya comenzaban a sentar las bases del neoliberalismo. Era el período de la guerra de Vietnam, Laos y Camboya, del apogeo de la Revolución Cubana, del desplome del colonialismo en África.
El doble discurso de CAP, coqueteando con el Grupo de Países No Alineados y con las fuerzas antimperialistas, mientras habría las compuertas de nuestra soberanía a capitales golondrinos, a inversionistas especuladores, se profundizaban las relaciones con la mafia cubano-americana cuyos principales líderes terroristas y bandoleros formaban parte del cuerpo directivo de la policía de inteligencia civil, la siniestra Disip y del entorno más estrecho del presidente.
Oscuros personajes del bandidaje internacional que dirigían la seguridad del Estado venezolano; mercenarios cubanos-mayameros como Gardenia Martínez y Orlando García, jefe de seguridad de Pérez, y propietarios de la Empresa Margold, torvp personaje que afirmó CAP no le habían vendido “ni una navajita al Estado”, sino una compra por el Ejército de armas y municiones en mal estado.
No hablemos del “Mono” Morales Navarrete, de Posada Carriles e infinidad de terroristas, asesinos como ha quedado más que demostrado.
¿No fue aquello una entrega vil de la soberanía venezolana y la seguridad del Estado a mercenarios y asesinos sin nacionalidad?
Aquel primer mandato se caracterizó –pese a algunos devaneos izquierdosos– por una mayor entrega del petróleo y el hierro a las transnacionales norteamericanos –como siempre lo ha hecho la oligarquía venezolana–, fue la época del desbordamiento corruptivo que se expresó simbólicamente en la compra del buque “Sierra Nevada, de la corrupción masiva en la Corporación de Corpomercadeo Agrícola; de personajes y pillos como John Raphael, Álvarez Domínguez, el fraude de la compra masiva de los Autobuses Icarus por parte de ese delincuente internacional que es Diego Arria; los casos de CANTV, con Nerio Neri Mago, y en el apogeo de los llamados “ Doce Apóstoles”, nombre que la agudeza popular le puso al grupo de empresarios –mejor dicho, saqueadores– que más rápidamente se habían super enriquecido bajo el primer gobierno de CAP.
Período de grandes confrontaciones en una UCV de izquierda, combativa, no neoliberal, cobarde y antinacional como lo es ahora, donde el estudiantado, en un sino trágico o maldición impuesta por la burguesía, el estudiantado universitario ponía una alta cuota de muertos.
La izquierda seguía siendo perseguida y cuadro revolucionarios desaparecidos, aunque algunos de sus cuadros domesticados ya formaban parte de los cuadros del Estado adeco-carlosandresista.
Período de profunda corrupción y criminalidad en cuerpos policiales con la PTJ y el Grupo Gato, el asesinato horrible del abogado Carmona, la misteriosa muerte de Renny Ottolina y del mismo jefe de la PTJ. Muertes que forman parte de la larga lista de muertes misteriosas de Venezuela.
El segundo mandato estuvo despojado de cualquier veleidad izquierdista. Una incorrecta apreciación de un pueblo que comenzaba a separarse del modelo puntofijista, que pasó hambre, miseria y desolación bajo el gobierno adeco de Jaime Lusinchi, más una hábil manipulación de prensa, mediática, permitió el triunfo de CAP en diciembre de 1988.
Un gobierno corporativista y de mafias asaltantes se entronizaría en el poder. Gobierno entreguista y sumiso careció el liderazgo político y económico para evaluar políticamente la magnitud de la crisis que bullía en las entrañas de la sociedad venezolana.
Cambiando incluso el discurso electoral CAP se quitó la máscara y con su demagogia habitual lanza el famoso paquete de medidas económicas neoliberales del FMI y ejecutado por otro pillo y miserable que debería ser igualmente juzgado, el entonces ministro Miguel Rodríguez, rastrero personaje que pretendió justificar lo injustificable para imponer a la brava aquella criminal política que condenaba al pueblo a mayor pobreza y sufrimiento.
Pero ya el régimen puntofijista estaba herido de muerte, la reacción popular contra las medidas neoliberales fue un volcán que desató miles de megatones de furia, rabia, ira contenida por años por un pueblo noble; una insurrección popular de proporciones descomunales que resquebrajó todo el modelo de llamada democracia representativa pacientemente construido por la oligarquía, sus partidos AD, Copei, el MAS y el imperialismo a punta de represión, crímenes, persecuciones, autoritarismo, manipulación ideológica a través de intensas campañas mediáticas.
Entre cinco y diez mil muertos le costó al pueblo aquella osadía de haber enfrentado a sus opresores y explotadores de siempre. CAP no cayó en aquel momento y en el posterior gigantesco auge de masas que se produce en el país porque la oligarquía y el imperio buscaban desesperadamente una salida a aquella crisis que no percibían era estructural y no coyuntural. A solo tres años del Caracazo se presentó el alzamiento de la juventud militar, el heroico 4 de febrero de 1992. Por si fuera poco, el 27 de noviembre de ese mismo año se alza el generalato.
Ya era imposible sostener a CAP por más tiempo en el poder.
La misma burguesía buscó la salida menos mala, lo encontró autor del robo de la partida secreta y lo destituyó del poder e hizo una parodia de prisión por algún tiempo. No fue juzgado por genocida ni por los muchos actos de corrupción cometidos en su primer y segundo período de gobierno.
Pero eso no detuvo la crisis, la carta “menos mala” que tenía la oligarquía para tratar de salir de la crisis política fue el oligarca Rafael Caldera quien, después de escamotearle el gobierno interino de Ramón J. Velásquez, y ejecutado por el Ministro de la Defensa Muñoz León, el triunfo a Andrés Velásquez de la Causa R, con una pírrica minoría de votos ganó Caldera las elecciones, quien utilizó un discurso antineoliberal para enganchar los votos de un sector de la izquierda auto llamada “el chiripero”, que pisó el peine oligarca y le dio el voto. Ese sería el más gris y neoliberal de los gobiernos de la Cuarta República.
No es momento de apologías sobre un criminal como lo está haciendo el estiercolero mediático del Canal 33. Es momento de sacar a la luz verdades históricas que la generación de la revolución desconoce.
De la clase de presidente antipopular y vende patria que fue Carlos Andrés Pérez, genuflexo ante los poderosos y el imperialismo norteamericano, hombre insensible a quien no le templó la mano para mandar a masacrar al inerme pueblo venezolano en genocidio que está por hacerse justicia.
La muerte de Carlos Andrés Pérez cierra uno de los capítulos más lóbregos e infames de la historia contemporánea de Venezuela. Podemos considerar que con él se acaba el liderazgo y el proyecto del Pacto de Punto Fijo, nacido en los Estados Unidos de Norteamérica en 1957 y suscrito por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, ratificado en Venezuela a mediados de 1958 e implementado por AD, Copei y URD a partir de 1959.
Más que por ley natural, porque la muerte es parte de la vida, es por muerte política, esa que le dio nuestro pueblo al modelo dependiente y neocolonial en febrero de 1989 con la insurrección popular y refrendado el 6 de diciembre de 1998 con el triunfo clamoroso y contundente del comandante Hugo Chávez y así iniciar el comienzo de la revolución bolivariana.
(humbertocaracola@gmail.com)