Tres semanas después de emitir una orden de captura internacional contra Max Marambio, Cuba hizo lo propio con su hermano Marcel, quien administra los negocios familiares.
Los acusa de rebeldía ante una investigación por cohecho, falsificación y estafa que afecta a las empresas de alimentos y turismo que el mayor de los Marambio tiene en sociedad con el Estado cubano. La arremetida judicial significó el abrupto fin de una relación con el régimen cubano en la que se mezclan política y negocios.
El que fuera favorito de Fidel Castro acrecentó su fortuna gracias a un privilegiado contrato con Cubana de Aviación: además de vender paquetes turísticos le proveía desde revistas para pasajeros a uniformes y alojamiento para su personal. Ahí además está el origen de los negocios inmobiliarios de Marambio, que en sus inicios en Chile tuvo de socio al ex empresario armamentista Carlos Cardoen.
A comienzos de los noventa, cuando todavía guardaba un bajo perfil, Max Marambio fue encomendado por el gobierno de Cuba para vender la antigua embajada de ese país en Chile. Se trató de una gestión comercial silenciosa cargada de simbolismo.
Fue en esa casona de calle Los Estanques, cercana a la esquina de Pedro de Valdivia con Pocuro, donde el jefe del grupo de seguridad del Presidente Salvador Allende se alió a los cubanos para ofrecer resistencia armada en los días posteriores al golpe de Estado.
Pronto los dueños de casa se fueron a su país y él quedó solo, a cargo de una legación fantasma y un arsenal de guerra que logró hacer llegar a sus compañeros del MIR antes de partir al exilio.
En Las armas de ayer, su libro autobiográfico, Marambio cuenta esa historia y describe la antigua embajada como “una mansión de espléndida arquitectura inglesa, construida a principios del siglo pasado”.
Pero nada dice acerca de que casi veinte años después de esos sucesos fue comisionado a venderla y que los compradores resultaron ser los vecinos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
En el Conservador de Bienes Raíces de Santiago se consigna que el traspaso de la propiedad de calle Los Estanques fue concretado el 28 de abril de 1992 por $ 849.600.000, que al día de hoy se traducen en cuatro millones de dólares.
No se refiere a eso como tampoco a que la otra persona involucrada en la operación fue su socio de entonces y ex empresario armamentista Carlos Cardoen, quien actuó por medio de Inmobiliaria Santa Cruz, de su propiedad. Según dirá años más tarde en una entrevista con La Tercera el ex viceministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Alcibíades Hidalgo, por esa venta los dos chilenos “obtuvieron una buena comisión”.
El episodio puede ser anecdótico. Un capítulo menor reducido a polvo: la casa fue demolida y el enorme predio anexado al templo mormón.
Pero esa operación ilustra la confianza que Fidel Castro depositaba en él, su hijo pródigo, ejemplo de empresario comprometido con la revolución, que precisamente en esos días echaba a andar fuertes inversiones que de una u otra forma se vinculaban a la isla.
De esta época data la alianza con Cardoen para abrir su primera empresa inmobiliaria, una productora audiovisual y una planta de alimentos llamada Río Zaza, que derivará en su mayor fuente de ingresos y, a la larga, en un profundo dolor de cabeza: esa empresa fue intervenida por el Estado cubano y su suerte se debate hoy en la Corte Internacional de Comercio con sede en París.
Hay que sumar además una empresa gráfica y una cadena de negocios turísticos llamada Sol y Son. Con esta última no sólo gozó de un privilegiado trato para llevar turistas de todo el mundo a la isla, algo que había comenzado a hacer desde fines de los setenta como empleado de la estatal Cimex.
Prueba de la confianza que depositaban en él, también comenzó a prestar todo tipo de servicios a Cubana de Aviación. Desde alojamiento para su personal a revistas para sus pasajeros. Todo pasaba por el empresario chileno.
No es que antes no tuviera nada, muy por el contrario: el fin de la Guerra Fría lo sorprendió con vigorosos negocios en marcha que en su mayoría dependían de la isla. Pero es a comienzos de los noventa que Max Marambio desplegó las principales inversiones que consolidarán su poder financiero.
Un poder que hoy está amenazado por el propio Estado cubano, que dictó una orden de captura internacional por negarse a comparecer en una investigación que se le sigue por actos de corrupción.