La muerte de Barry Jennings fue muy sospechosa. “Aconteció en condiciones que ni siquiera su mujer y sus hijos han podido conocer. Cualquier solicitud de información al respecto ha sido denegada por los responsables médicos y administrativos que conocen los detalles argumentando razones médicas.
De modo que no hay pruebas formales de su asesinato, pero…”. Jennings, quien falleció sin enfermedad aparente a la edad de 53 años, era un técnico que quedó atrapado durante varias horas dentro del edificio WT7 el 11-S.
“Cuando fue liberado por los bomberos dijo haber escuchado numerosas explosiones.
Dio un testimonio muy válido en directo delante de las cámaras de la CNN. Era alguien que no ofrecía ninguna duda: quien ha salido del infierno hace 10 ó 15 minutos no puede inventarse la información”.
El testimonio de Jennings es importante, asegura Éric Raynaud, periodista francés y autor de 11-S. Las verdades ocultas (Ed. Foca) por dos motivos. En primer lugar, subraya un hecho que a menudo se pasa por alto, que ese día se hundieron tres torres, y una de ellas, la WT7, no había sido afectada por el choque de ningún avión.
El segundo, que Jennings (quien había sido amenazado para que no siguiera realizando tales afirmaciones) señala inequívocamente las explosiones como la causa del desplome de la torre. Días después de su muerte, otro testigo, Kenny Johanemann, que había escuchado explosiones en diferentes plantas de las Torres Gemelas, se suicidó. “Oportunamente”, apostilla Raynaud, “toda vez que así no pudo declarar en la investigación oficial”.
Pero éstos distan mucho de ser los únicos hechos oscuros en el 11-S. La versión oficial es falsa en muchos de sus puntos, asegura Raynaud, “ya que contra el Pentágono no se estrelló ningún avión, las llamadas desde los aviones que se filtraron a la prensa eran imposibles de realizar a través de los móviles en 2001 y el derrumbe de los edificios se produjo a una velocidad que sólo era posible en el caso de que hubieran estado preparados para una demolición controlada”.
Pero éstos distan mucho de ser los únicos hechos oscuros en el 11-S. La versión oficial es falsa en muchos de sus puntos, asegura Raynaud, “ya que contra el Pentágono no se estrelló ningún avión, las llamadas desde los aviones que se filtraron a la prensa eran imposibles de realizar a través de los móviles en 2001 y el derrumbe de los edificios se produjo a una velocidad que sólo era posible en el caso de que hubieran estado preparados para una demolición controlada”.
Además, en los últimos tiempos hemos podido conocer nuevos elementos, como fue el descubrimiento entre los restos de las torres de nanotermita, “un explosivo muy potente de uso estrictamente militar y cuya utilización explicaría por qué se les fundían las botas a los bomberos que buscaban posibles supervivientes entre los escombros”.
Por último, también hay hechos que no han sido explicados, como es el caso de “las reuniones de trabajo o de los consejos de administración de grandes sociedades que debían celebrarse esa mañana en el WTC y que se reprogramaron poco antes de los atentados para que tuvieran lugar en otros lugares de Nueva York”, o que “varios de los magnates que tenían su oficina en el WTC se encontrasen el día de los atentados en Omaha, en una reunión a la que se sumó horas después George W. Bush”.
Las tesis de Raynaud no son obra de la investigación de un periodista aislado. Más propiamente, lo que hace en su libro es recoger, sistematizándolas, buena parte de las revelaciones subterráneas que han circulado durante estos años. Muchas de ellas provienen de la asociación norteamericana 9/11 Truth.
Las tesis de Raynaud no son obra de la investigación de un periodista aislado. Más propiamente, lo que hace en su libro es recoger, sistematizándolas, buena parte de las revelaciones subterráneas que han circulado durante estos años. Muchas de ellas provienen de la asociación norteamericana 9/11 Truth.
Para la estadounidense Diana Castillo, vicepresidenta de su versión española, la Asociación por la verdad del 11 de Septiembre, son tantos los datos que apuntan hacia la falsedad de las conclusiones de la investigación oficial que sólo por la presión de los medios, que siguen apoyándola a rajatabla, es posible que la mayoría de población siga en la ignorancia.
“Mucha gente sigue pensando que el 11-S tuvo que ver con el terrorismo islámico ya que le cuesta mucho creer que los medios de comunicación pueden mentir en un asunto como este.
Otros prefieren ignorar las pruebas. Como el tema les asusta, miran hacia otro lado diciendo que ellos sólo se preocupan de su familia y de su trabajo”.
La tarea de la asociación, afirma, tiene una dificultad añadida, en tanto toda explicación que se aparte de la versión oficial es tachada de conspiranoica, “una palabra que usan como sinónimo de locura y que utilizan intencionadamente para desacreditar lo que exponemos”.
Teorías 'conspiranoicas'
Según Manuel Coma, profesor de Historia Contemporánea en la UNED y presidente del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), las teorías alternativas no son más que pura invención.
“Es como lo de los ovnis, tonterías que salen de la imaginación calenturienta de la gente y que carecen del menor fundamento”. Esta clase de teorías han estado presentes a lo largo de la historia, y nuestros tiempos no son excepción, argumenta Coma.
“Es lo mismo que lo de los Protocolos de Sión, que los escribió la policía zarista y la gente acabó por creer que eran ciertos.
Y hoy nos pasa con muchos asuntos, como esas fantasías sobre el origen del Sida o sobre el cambio climático. Coges a dos científicos, les preguntas sobre el cambio climático, y cada uno te muestra mediciones que llevan a resultados contrarios.
Sin embargo, sólo cuenta una de las teorías”. Ese poder de inventiva hace que, ante cualquier gran acontecimiento, desde el asesinato de Kennedy al 11-S o al 11-M, proliferen lecturas alternativas que dicen descubrir los puntos opacos de las versiones oficiales. “Pase lo que pase, siempre habrá gente que se invente cosas. Aunque también hay que reseñar que hay hechos más oscuros que otros.
No es lo mismo el 11-S, donde todo está claro, que el 11-M, donde quedan muchos aspectos por explicar”.
Para Leopoldo Seijas, secretario académico de la Cátedra de Defensa y Seguridad Abelardo Algora de la Universidad CEU San Pablo, el problema es otro, toda vez que “vivimos en un entorno de rumores y de informaciones poco contrastadas que subyacen al mundo periodístico y que vienen muy bien para vender.
Por eso, cuando llegan estos grandes acontecimientos, generalmente trágicos, es frecuente que se desarrollen teorías que tienen lógica interna pero que no se corresponden con la realidad, ya que con ellas logran que suban las audiencias o que se vendan más periódicos”.
Para Seijas, los medios de comunicación se aprovechan de que nos movemos en un contexto “en el que ni solemos tener toda la información ni poseemos los conocimientos técnicos necesarios para entender los datos disponibles. Lo hemos visto en el incendio de la Torre Windsor, con aquellas famosas sombras que se veían dentro de la torre, algo sobre lo que nadie ha querido clarificar nada, porque así siempre tendremos un tema sobre el que volver. Porque estas cosas venden”.
En cuanto al 11-S, hay ya muy pocas cosas que nos queden por saber, según Seijas, alguna todavía tiene que salir a la luz. “Y la terminaremos conociendo gracias al periodismo de investigación, algo en lo que confío enormemente. No hay más que ver casos como el Watergate, donde al final pudimos saber todo lo que hubo detrás”.
Personalmente, si comprase una finca para ir de vacaciones elegiría más bien la Costa Brava. Pero Paraguay ofrece una inmensa ventaja, la de no haber firmado ningún acuerdo de extradición con los Estados Unidos. Sorprendente, ¿no?”