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La voz que nada ha podido callar

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El tema de los presos políticos puertorriqueños regresa al foro público con la muerte de Lolita Lebrón, el pasado primero de agosto, y la excarcelación cinco días antes de Carlos Alberto Torres. Algunos de ellos nunca se retiraron del debate público político. Así lo hizo Lebrón y lo sigue haciendo Rafael Cancel Miranda. Otros, sin renunciar a sus ideales, se han reinsertado a la sociedad como maestros, entrenadores de baloncesto y artistas, entre otros. 
 
El Nuevo Día entrevistó a varios de ellos. Relataron cómo ha sido su regreso a la “libre comunidad”, cómo ven la lucha por la independencia y algunos de los momentos difíciles en prisión. La totalidad de las historias están disponibles en http://www.elnuevodia.com
 
Tras la muerte de Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda se afirma como el ex preso político de mayor proyección en la comunidad puertorriqueña. El único sobreviviente del ataque nacionalista al Congreso en 1954, Cancel Miranda ha escrito varios libros sobre su vida, los más recientes de poemas y anécdotas.
Se ha mantenido activo en el discurso público en manifestaciones, a través de entrevistas, charlas o, recientemente, despidiendo el sepelio de Juan Mari Bras. 

Vive en Río Piedras rodeado de recuerdos como una guitarra a la que le falta una cuerda y trofeos que lo honran como pelotero zurdo, “izquierdo siempre”, comentó. Asimismo, un cuadro que le pintó un preso mexicano y una postal que recibió hace pocos años de Fidel Castro. 

¿La gente discrimina contra usted en la calle?
 
Nunca, nadie. Me gritan desde el auto ‘Dios lo bendiga, no se nos muera’. Mi esposa me dice, ‘No se puede salir contigo’. Y otros me dicen, ‘Aunque no comparto su forma de pensar, lo respeto, gracias’. No sé, ellos sienten que me juego la vida por esos que caminan por ahí. Mi familia son los puertorriqueños y entre los hermanos puede haber diferencias pero sigue siendo mi familia. Los otros días llegó una señora que me abrazó ‘Ay, quería abrazarlo’. 

Quisiera encontrar a alguien que me maldijera. Me encontré a uno, nos paramos en Montehiedra y un señor se me queda mirando, entonces se me acerca y me dice: ‘En el 54 yo lo hubiera matao a usted, pero ahora déjeme darle la mano porque entiendo por qué lo hizo’. 

¿Cuánto tiempo estuvo preso?
 
La primera vez estuve dos años y un día, por no querer ser parte de la pandilla que invadió este país, no quería matar coreanos, en 1948. Me arrestaron camino a la escuela con mis libros. Fui a La Princesa, la entonces cárcel del Viejo San Juan. Salí bajo fianza. Volví a un tribunal de “ellos”, que aquí llaman federal, pero que es un tribunal extranjero en el territorio nuestro. Y me dieron dos años y un día, con cuatro meses en calabozos. 

Después estuve 25 años y medio más, cuando el primero de marzo del 54 Lolita Lebrón, Andrés Figueroa Cordero, Irving Flores y yo tiramos unos tiros, una demostración armada dentro del Capitolio, el Congreso gringo, por recomendación de Pedro Albizu. Ellos tiraron los primeros tiros. Nos invadieron en 1898, nos masacran en Ponce el 21 de marzo de 1937 -mis padres fueron sobrevivientes de esa masacre- antes de eso el 24 de octubre en 1935. 

¿Sus dos padres estuvieron en la Masacre de Ponce?
 
Ambos, mi padre Rafael Cancel y mi madre por adopción Francisca Martínez –mi mamá Rosa Miranda murió al nacer. 

Este fue el primer evento de impacto que marcó mi empeño por luchar. Quien trata de matar a tu papá no puede ser tu amigo a menos que tenga una enfermedad mental. Tuve el honor y la gloria de nacer en un hogar nacionalista. En el libro Llamas de la aurora ves a un niño de 5 años marchando por las calles con Albizu, ese era yo. Aquí no hay ni una cana gringa. 

En todo ese tiempo preso, ¿qué le resultó más duro?
 
¿Lo más duro? Pues estar lejos de la familia y de todo. Por ejemplo, me enviaron directo a Alcatraz, una isla por allá en San Francisco (California). A los 6 años me pasaron a Leavenworth, donde hubo una huelga de presos y dijeron que yo la organicé. 

¿Era cierto?
 
Sí. Allí me aislaron, me tuvieron por 5 meses comiendo del piso, encalabozado, aislado, nos sacaban una vez a la semana, los sábados, para bañarnos. Luego me sacan en cadenas y esposas a la prisión Marion, allí estuve solo, 9 años. Marion era la súper máxima cuando cerraron Alcatraz. En Marion me tuvieron 18 meses en un programa llamado Behavior Modification Program, para modificar el patrón de conducta. Usaban droga valium, torasil y cincrolisi, entre otras, y si eso no funcionaba, la maceta. 

Antes de esto, en la cárcel del Bronx, me habían caído siete de ellos encima, uno de ellos grandísimo me tiró, yo lo esquivé, lo mandé y aparecieron seis detrás de él, y ahí me rompieron a ‘patás’ los dientes. Me tiraron a matar. Cuando ya me tienen en el piso, me daban ‘patás’ en la cara y cuando creyeron que me tenían, me cogieron como un saco de papa, me pusieron en un camastro y me tiraron agua encima. Entonces abrieron las ventanas, era octubre, tiempo frío... Querían que cogiera una pulmonía. Esto fue en el 54 y todavía en el 72 me dolía. 

En todo ese tiempo preso, ¿qué le resultó más duro?
 
Un desacato. En Washington estaban presionando a Lolita en la silla de los testigos para que dijera quién compró las armas; y yo, que siempre he sido arrogante –a ustedes les limpio los zapatos, a los yanquis que se los limpie su abuela- me paré y le dije: ‘I bought the gun’, que yo compré las armas. Luego, cuando estamos en Nueva York, el juez me pregunta si podía describir a quien le compré las armas. Y yo mirando el fiscal le dije ‘usaba los lentes así’, ‘se peina así’, y el fiscal se da cuenta de que lo estaba describiendo a él. Esa noche me cayeron encima, me vino Alcatraz y tres años extra. 

¿Fue el único del grupo en ir a Alcatraz?
 
Tengo el honor, porque ni Albizu, de ser el único nacionalista en estar en Alcatraz. Era dura, famosa, Oscar Collazo (otro ex preso político) escribió que cuando me mandaron a Alcatraz era porque esperaban que no saliera con vida. Encerrado en una isla, con visitas a través de cristales y teléfonos. No podías tocar a tu familiar, y la conversación tenía que ser en inglés. Pero Marion fue más fuerte, ahí te chavaban la cabeza. Era donde más suicidios se cometían. Al salir de la cárcel, después de tantos años preso por la independencia de Puerto Rico, la situación política era la misma. 

¿No fue frustrante?
 
Digamos doloroso, ver que en muchas de nuestras calles ya no habían negocios de puertorriqueños, sino gringos. Noté rápido el cambio, que nos estaban quitando a Puerto Rico. El dominante tiene más control de nuestra economía, que es lo que nos tiene en este problema. Y noté el cambio de la gente. Yo tengo un poema en uno de mis libros que se titula ‘Donde está el pueblo mío’. La forma de vestir, la forma de hablar. 

¿Algo positivo de la cárcel?
 
En Alcatraz me di cuenta de que no debía permitir que la cárcel ‘rompiera’ mi mente. Así que le pedí al preso que traía libros, como se ve en la película de Clint Eastwood, que me trajera textos de psicología, psiquiatría y comportamiento humano. No para entender al otro, sino para combatir lo que sabía que me venía para encima, eran 84 años de prisión. También participé en huelgas. 

*En el siguiente enlace pueden ver un vídeorreportaje de El Nuevo Día sobre los ex prisioneros políticos puertorriqueños.

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