Democracy Now!
El noveno aniversario de los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos debería ser un momento para reflexionar sobre la tolerancia. Debería ser un día de paz.
Sin embargo, el fervor antimusulmán que existe aquí, sumado a la continuada ocupación militar estadounidense de Iraq y a la escalada de la guerra en Afganistán (y Pakistán), todo unido, alimenta la idea de que, de hecho, Estados Unidos está en guerra con el Islam.
El 11 de septiembre de 2001 unió al mundo contra el terrorismo. Todo el mundo, al parecer, estaba con Estados Unidos, en solidaridad con las víctimas, con las familias que perdieron seres queridos.
Ese día será recordado por las generaciones futuras como el día que se llevó a cabo el infame acto de asesinato masivo coordinado más resonante de principios del siglo XXI. Pero ese no fue el primer 11 de septiembre asociado con el terror:
El 11 de septiembre de 1973, en Chile, el presidente legítimo Salvador Allende muere en el marco de un golpe militar apoyado por la CIA que marcó el comienzo de un régimen de terror comandado por el dictador Augusto Pinochet y durante el cual fueron asesinados miles de chilenos.
El 11 de septiembre de 1977, en Sudáfrica, el líder contra el apartheid Stephen Biko fue golpeado dentro de una camioneta de la policía. Murió al día siguiente.
El 11 de septiembre de 1990, en Guatemala, la antropóloga guatemalteca Myrna Mack fue asesinada por militares que contaban con el apoyo de Estados Unidos.
Del 9 al 13 de septiembre de 1971, en Nueva York, se produjo un levantamiento en la cárcel de Attica, durante el cual la policía del estado de Nueva York asesinó a treinta y nueve prisioneros y guardias e hirió a otros cientos.
El 11 de septiembre de 1988, en Haití, milicias de derecha llevan a cabo un ataque durante una misa celebrada por el padre Jean-Bertrand Aristide en la parroquia de San Juan Bosco de Puerto Príncipe en el que asesinaron al menos a trece fieles e hirieron al menos a otras setenta y siete personas. Más tarde, Aristide sería elegido presidente dos veces y dos veces derrocado por golpes de Estado apoyados por Estados Unidos.
Si hay algo que es el 11 de septiembre, es un día para recordar a las víctimas del terror, a todas las víctimas del terror, y para trabajar por la paz, como hace el grupo “Familias del 11 de Septiembre por un Mañana de Paz”. Formado por personas que perdieron seres queridos el 11 de septiembre de 2001 en el ataque a las Torres Gemelas, su misión podría servir como un llamado nacional a la acción.
En su página web escriben: “Transformar nuestro dolor en acciones por la paz es nuestro objetivo. Al desarrollar y abogar por opciones y acciones no violentas en nuestra búsqueda de justicia, esperamos romper los ciclos de violencia engendrados por la guerra y el terrorismo.
Reconociendo nuestra experiencia común con todas aquellas personas afectadas por la violencia a lo largo y ancho del planeta, trabajamos para crear un mundo más seguro y con más paz para todas las personas”.
El estudio de “Democracy Now!” estaba ubicado a pocas cuadras de las Torres Gemelas. Estábamos transmitiendo en vivo cuando cayeron. Durante los días siguientes, miles de folletos con las fotos de los desparecidos volaban por todas partes, con los números de teléfonos de los familiares para llamar si se reconocía a alguien.
Me recordaban a los carteles que llevaban las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, esas mujeres con pañuelos blancos en la cabeza que marcharon valientemente semana tras semana portando fotos de sus hijos desaparecidos durante la dictadura militar que vivió ese país en los años 70.
También recuerdo la constante corriente de fotos de jóvenes del ejército asesinados en Iraq y en Afganistán y ahora, cada vez más frecuentemente (aunque aparecen menos en las noticias), las fotos de quienes se suicidan tras haber sido varias veces convocados a combate.
Por cada víctima de Estados Unidos o de la OTAN hay, literalmente, cientos de víctimas en Iraq y Afganistán cuyas fotos nunca se van a mostrar y cuyos nombres nunca vamos a conocer.
Mientras una multitud descontrolada y furiosa intenta impedir la construcción de un centro comunitario islámico en el bajo Manhattan (en un edificio vacío, ignorado durante años y dañado, a más de dos cuadras de la zona cero), un “ministro” evangélico de Florida está organizando para el 11 de septiembre el “Día Internacional de Quema del Corán.” El General David Petraeus afirmó que la quema, que ha suscitado protestas en todo el planeta, “podría poner en peligro a las tropas”.
Y está en lo cierto. Así como también pone en peligro a las tropas el bombardear a civiles inocentes y sus hogares.
Al igual que Vietnam en los años 60, Afganistán tiene una decidida resistencia armada local, entregada a su causa, y un profundamente corrupto grupo en Kabul enmascarado como gobierno central. La guerra está ensangrentando al vecino país, Pakistán, igual que la Guerra de Vietnam se esparció a Camboya y Laos.
Poco después del 11 de septiembre de 2001, mientras miles de personas estaban reunidas en los parques de la ciudad de Nueva York y mantenían vigilias improvisadas a la luz de las velas, un autoadhesivo apareció en carteles, pancartas y bancos de plaza. En él se leía: “Nuestro dolor no es un grito de guerra”.
Este 11 de septiembre el mensaje sigue siendo —dolorosa y lamentablemente—oportuno.
Hagamos del 11 de septiembre un día sin guerra.
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.