José Antonio Vera (especial para ARGENPRESS.info)
El proceso político paraguayo, cuando el Gobierno de Fernando Lugo ha ingresado en su tercer año, se desliza lentamente sobre un campo minado, que cada día le exige más astucia a su conductor y a las fuerzas progresistas y democráticas que lo sostienen, dentro y fuera del país.
La voluntad popular, a favor de cambiar las estructuras del poder, juega el papel más influyente para que el proceso continúe, a pesar de su debilidad y la fragmentación que se registra entre actores importantes del equipo gobernante que sobrevive más por el deseo de amplios sectores de no volver a la corrupción e inoperancia de los gobiernos colorados, que por su propia credibilidad.
En forzada negociación con la oposición, Lugo ha pactado y conciliado en temas de suma trascendencia, en particular en la distribución de cargos, otorgando regalías a la oposición colorada pero también, y quizás es lo más peligroso, a sus aliados liberales sin poder conformarlos, con el argumento de que aportaron los votos de la victoria, en deshonesta negación de los 250 mil boletines de la izquierda e independientes.
Medidas sociales paralizadas
Los seis puntos mayores del programa, que Lugo presentó al pueblo para ganar las elecciones el 20 de abril del 2008, no se cumplen, desde la Reforma Agraria hasta la recuperación de la soberanía energética sobre sus dos represas binacionales con Brasil y Argentina, pasando por la aplicación de una política económica con honda sensibilidad social y otras legítimas reivindicaciones del pueblo.
El primero, reclamado por 300 mil familias labriegas y por la misma lógica de la rentabilidad más simple de la productividad rural, es permanentemente saboteado por el Parlamento y casi por todas las cámaras de los gremios de la producción agropecuaria, entre cuyos caciques, que representan el dos por ciento de la población, se reparten el 85 por ciento de las mejores tierras de cultivo.
En el tema de las binacionales, es quizás donde más avanzó en su programa el Gobierno del Cambio, aunque aún los resultados están poco visibles, pero junto con el decreto de salud pública gratuita, son sus dos conquistas mayores.
Fruto de una gran paciencia, tenacidad y voluntad de diálogo, una misión paraguaya, encabezada por el Ingeniero Ricardo Canese, actual candidato único a la intendencia de Asunción por el Frente Guasu para las elecciones municipales de noviembre, logró que, por primera vez, Brasil reconozca que está cometiendo abusos en la explotación de la energía común y que es tiempo de corregir esa injusticia.
En ese sentido, los Presidentes Lugo y Lula firmaron un convenio en julio del año pasado, en ocasión de efectuarse en Asunción la Cumbre del Mercosur, por el cual el socio gigante se comprometió a comenzar a restituir los derechos paraguayos escamoteados desde hace un cuarto de siglo, cuando arrancó el Tratado de Itaipú, firmado por los dictadores Alfredo Strossner y su colega el General Garrastazú Médicis.
El acuerdo especifica que cada parte tiene derecho sobre el 50 por ciento de la producción, pero si existe excedente en algún bando, éste está comprometido a venderle al otro toda la electricidad que no consume, sin ninguna facultad para hacerlo a un tercer o cuarto país. Brasil se lleva el 95 por ciento a un precio irrisorio.
Poca atención a la deuda social
En el tercero de los seis puntos del programa de Lugo, el de la política económica, es donde más se verifica un renunciamiento a lo prometido, porque el país continúa sometido al monetarismo de los organismos transnacionales, inspirados todos en el Consenso de Washington.
En Paraguay rigen la impunidad financiera, en auge la especulación y la destrucción de modelos productivos tradicionales, el descontrol de los grandes capitales privados, negativa empresarial a pagar impuestos, dependencia externa, precariedad laboral, ingresos en la canasta familiar en progresiva disminución, desempleo, credo del libre mercado, centralización de los créditos a empresas del mismo banco prestamista, préstamos al consumo suntuario, y consumismo y mayor pobreza.
El Ministro Dionisio Borda celebra que el país llegará a fin de año con un crecimiento mayor al 9.5 por ciento del PIB, pero nada dice Hacienda que eso es producto de la perversidad del sistema económico, muy rentable para los grandes capitales pero incompatible con la producción alimenticia y de bienes de consumo que garanticen bienestar a las mayorías.
Las reservas en divisas del Banco Central llegan a los tres mil millones de dólares, pero no hay dinero para los proyectos de desarrollo productivo o para abastecer los hospitales de medicamentos y reconstruir las escuelitas del campo que se derrumban como taperas, con las clases bajos los árboles y sin mesas ni asientos, salvo cajones y cabezas de vacunos.
Sin salir del patrón medida de acumulación egoísta y excluyente de capitales, muy difícil será para Lugo y la porción de su equipo que está interesado en profundizar los cambios, generar un viraje hacia la línea progresista prometida.
En consonancia con el pensamiento y las necesidades populares, al país le urge construir alternativas, porque la ruta trillada que utiliza el Gobierno prolonga la ausencia de combate a la deuda social, aplicando una política económica soberana, sin sujeción de ningún tipo a las potencias extranjeras, que refuerce la integración regional, defienda el empleo e impulse el mercado interno y la industrialización de sus materias primas, como soja, maíz y carne.
El antiterrorismo, máscara de la campaña antisocialista que se preconiza en el país, en forma abusiva por los medios patronales de comunicación, debe cambiarse con un modelo alternativo que deje atrás la injusticia social, el atraso cultural, la ineficacia de su administración y la mediocridad mental de la derecha política y empresarial, la cual ha contagiado a ciertos bolsones de la propia izquierda.
¿Quién cree a quién?
Paraguay ha vivido tantos años en el oscurantismo y en la incredulidad, que aún hoy, a 20 años de la caída de la dictadura estronista, es necesario aclarar, en cualquier conversación de cierto esmero, que “mira que te hablo en serio”, nos comentó días atrás el Ingeniero Elvio Segovia, Viceministro del Interior hasta hace 15 días.
La represión del pensamiento fue tal, que tener libros en el hogar, de no importa qué contenido, era suficiente para terminar en la cárcel acusado de comunista, y el grado de abusos y torturas, cuando no la muerte o el exilio, estaban definidos por la cantidad de volúmenes que tuviera la víctima.
En medio de este escenario cultural y político, Lugo ha estado obligado, desde antes de asumir, el 15 de agosto del 2008, a componer con todo el mundo, en lo cual, sin dudas, mucho lo ayudó sus 25 años del ejercicio religioso que finalizó en calidad de Obispo y que lo catapultó a la actual actividad pública.
Primero, en el Gobierno, tuvo que lidiar con la izquierda, su aliado natural, que legítimamente exigía cambios inmediatos, resistidos por una cavernaria derecha de particular ignorancia, amante ciega de los dioses del dinero y del mercado libre que, perdido el Ejecutivo, que siempre manejó, se encaramó en los otros dos poderes.
El Judicial padece de autismo en todo lo relacionado con rectificar su vieja y siniestra conducta, fabricadora de impunidades, y el Legislativo saboteó y continúa haciéndolo, casi todos los proyectos de desarrollo social, presentados por el Ejecutivo.
En la necesaria búsqueda de explicación al fenómeno político paraguayo, es ineludible observar dos o tres elementos simples, pero esclarecedores. El primero es que el desgaste de los dos partidos tradicionales, el Colorado y el Liberal, les impidió desde el 89, cuando Strossner fue sacado de la Presidencia, designar un líder con capacidad de ocupar la jefatura del Estado, entregada en estas dos décadas a improvisados.
No fue por azar, sino por la incapacidad partidaria, que hayan sido un religioso, de trayectoria progresista, y un militar, de tendencia fascista, el General Lino Oviedo, las dos cartas que más han barajado en los últimos cinco años, las diferentes familias políticas nacionales, de izquierda y derecha, para llenar ese vacío.