Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
Así como la doctrina de seguridad global de moda insiste en lo de células dormidas de insurgentes que pueden reactivarse en cualquier parte, el anticomunismo en Chile de pronto se reactiva a la luz pública y con evidente apoyo mediático. Sin embargo, detrás de la euforia hay un evidente error estratégico de quiénes lo impulsan.
El emplazar públicamente al Partido Comunista de tener vínculos con una organización política revolucionaria como las FARC, más allá del rótulo de terrorista que se le asigna, es un error estratégico mayor. Esto es porque vincula explícitamente a una organización (como el PC) que en su doctrina y expresión pública protege el derecho de los trabajadores, con las medidas extremas que representan las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Hay torpeza y falta de tino a la vez, en escoger esa estrategia de estigmatizar al Partido Comunista en medio de una tragedia en donde lo único que se exhibe con claridad es la precariedad del sistema económico y del estado.
Hace 12 días han quedado atrapados a 700 metros de profundidad, producto de un derrumbe en una precaria instalación, 33 mineros en una mina de cobre y de oro en la parte norte de Chile. La mina llamada San José, es de propiedad de una familia de inmigrantes de origen húngaros, ubicada cerca de la emblemática ciudad minera de Copiapó, un antiguo enclave de la antigua riqueza minera chilena del siglo XIX.
Con esta tragedia no resuelta, el gobierno enfrenta después del terremoto del 27 de febrero su segunda crisis de credibilidad y de manejo, utilizando el hecho para desprestigiar las anteriores administraciones de la Concertación, la coalición de centro izquierda que gobernó en Chile en los últimos 20 años hasta marzo de este año.
En las operaciones de rescate el gobierno ha invertido una suma alzada de millones de dólares con apoyo logístico de unidades extranjeras venidas desde EEUU hasta Australia. El presidente de la república Sebastián Piñera ha visitado la zona tres veces y hoy es el mayor foco de tensión en país.
Con todo, el gobierno también ha iniciado una razzia contra grupos de supuestos terroristas en una política de demostrar que la mano en el control ciudadano ha cambiado. Sebastián Piñera representa una coalición de derecha y de extrema derecha bajo un rótulo de centro-derecha, siendo que lo de centro no es más que el título. En el renglón que se analice, su gobierno es de derecha conservadora y ahora más aún cuando inicia una campaña para estigmatizar al Partido Comunista, que por primera vez desde el golpe militar en 1973, accede a la posibilidad de tener tres diputados en el parlamento en un pacto instrumental con la centro izquierda que forman demócrata cristianos, socialistas, radicales, y el partido por la democracia.
Claramente la campaña de estigmatizar al partido comunista es una basa que el gobierno y la alianza de derecha pretende introducir en la oposición y así prevenir futuros acuerdos para enfrentar en forma unida eventos eleccionarios.
Todo ocurre en extraña sincronía con una acumulación de sucesos relacionados con los DDHH, manifestados en el tratamiento del estado al pueblo mapuche, con la cuestionada “agenda ética” del gobierno en educación, y con hechos en el circuito productivo funcionando bajo sistema muy precarios.
El momento es tácticamente y estratégicamente además equivocado para los propios propósitos de la derecha en cuanto a desprestigiar o iniciar una suerte de desactivación de parlamentarios comunistas recién elegidos.
Muy simple. Por coincidencia, los hechos de la mina San José ocurren en el territorio donde opera el diputado Lautaro Carmona que por su investidura de diputado de la república, le otorga acceso al partido comunista a la información que le corresponde a un miembro del poder legislativo; esto por primera vez desde el golpe de estado.
La política es el arte también de manejar las coincidencias, los accidentes y el azar de la coyuntura, y esto es precisamente lo que enfrentan los que “sufren” del poder como es el caso de los mineros atrapados, o los que lo utilizan en la escala que sea.
La estrategia de intentar desprestigiar a los diputados comunistas en medio de la tragedia de los mineros atrapados, por supuestos vínculos con una organización tipificada de terrorista, -de acuerdo a una doctrina de seguridad nacional en Chile aún no consensuada en una discusión ciudadana-, revela lo macabra que puede ser la política.
Aún así, esa estrategia se entrampa en el símbolo y desde ese punto de vista, adolece de las mismas estratagemas fallidas que la extrema derecha republicana estadounidense aplicaba en El Salvador y Nicaragua, en el sentido de ir al extremo de estigmatizar a quiénes están por la justicia y los derechos, y que con el tiempo se convertían en un boomerang hacia sus propios objetivos.
Siempre en la extraña sincronía, el espectáculo anticomunista surge cuando en un nivel global –en connivencia con el armado de seguridad global amparado en la guerra internacional contra el terrorismo- se diseñan estrategias de seguridad con la idea central de “erradicar doctrinas como la marxista que se fortalecen en la degradación del sistema”.
En un perceptivo y atinado trabajo para el Instituto de Estudios Estratégicos (SSI) del Pentágono, S.Metz y R. Millen exponen aspectos de la estrategia moderna contra la insurgencia.
El enfoque es holístico en las dimensiones, integrador en los estamentos, y político con un acento en la prevención, donde la lucha ideológica es central. Al marxismo hay que combatirlo porque tiene “esa seducción para articular descontentos sociales y de allí empalmar con el clima de insurgencia” que se construye.
“La desactivación de voces con credibilidad y legitimidad es el comienzo de una lucha que es larga”…. “Se debe impedir que lo que propagan el marxismo posicionarse con el público”. Un regreso a la guerra fría clásica, pero en la apariencia “más refinada”.
La decisión política del gobierno de abrir un debate del supuesto vínculo del partido Comunista con las FARC, además de ocurrir en un momento inadecuado, desnuda un oportunismo político deshumanizado, en medio de la tragedia de los mineros atrapados.