Nicaragua: La CIA entrenando a los traidores y cobardes a la Patria.

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La falsa excepcionalidad


"Cada pueblo tiene la ingenua convicción de ser la mejor ocurrencia de Dios."  -Theodor Heuss, (1884-1963) político alemán, primer presidente de la República Federal de Alemania

Aquel día, cuando el oso soviético cayó sobre los escombros de un Tercer Reich vencido, miles de alemanes que aún creían en el régimen que perduraría mil años se preguntaban: ¿Qué fue lo que pasó?
No lo esperaban, ciegos por su devoción al líder, los que aún soñaban con la promesa aria dieron de barbilla con el suelo sin entender que la grandeza e invencibilidad de la nación alemana era solo una quimera.

En toda la historia cada pueblo que se preciara de serlo ha sucumbido ante la arrogante premisa de ser único, especial y hasta invencible; los judíos, asediados por naciones más fuertes y cultas se inventaron a Yavhé para que los apadrinara y les dijera que eran elegidos; Roma afirmaba que todos los caminos llegaban a ella y que era la luz del mundo; los griegos  inventaron la democracia solo para ellos -griegos y varones- porque eran mas avanzados que sus vecinos y sus mujeres, y así un largo etcétera, pasando por aztecas, persas, chinos, españoles, ingleses y estadounidenses.

No es necesario ser imperio, ya lo demostró el pueblo hebreo, se puede ser pequeño y creerse la última botella de agua en el desierto y, como quien no entiende la cosa, la también pequeña Costa Rica repite viejas costumbres.

Es este país una burbuja en el limbo -parafraseando al escritor Fabián Dobles-  o por lo menos eso quieren creer sus habitantes. Sin guerras desde hace más de sesenta años, los "ticos" bautizamos nuestro pedazo de tierra como la Suiza Centroamericana y hemos cantado por décadas "yo no envidio los goces de Europa, la grandeza que en ella se encierra, es mil veces más bella mi tierra..."

Fiel a su amnesia histórica, a una manifiesta ignorancia del mundo actual y principalmente a una indiferencia endémica, el grueso de la población no ha comprendido la envergadura de un convenio bilateral que permitirá al ejército estadounidense realizar una despliegue nunca visto con el argumento de la lucha contra el narcotráfico.

No es que no ocupemos ayuda, pero dar inmunidad y libertad de movimiento a los Marines, a un ejército que ha demostrado incompetencia para enfrentarse a enemigos escurridizos y que declara batallas a intangibles como el Terror, da para preocuparse, y mucho.

Estados Unidos, ya se sabe, no es un manojo de buenas intenciones; por más Obama en la Casa Blanca, sigue siendo la nación que ve a Latinoamérica como su patio trasero, donde ha "podado" gobiernos por décadas y manipulado realidades sin importar el costo humano, y Costa Rica, guste o no, es solo una esquina de ese jardín en el que, por razones diversas y astucia de nuestros antiguos gobernantes, se ha ahorrado derramamientos de sangre pero a costa de un alineamiento casi incondicional a la geopolítica del Tío Sam.

Hay que meterse esto en la cabeza: Costa Rica no es excepcional, ningún dios o virgen extiende su manto sobre ella; hasta hace muy poco, en términos históricos, nuestra nación siguió el curso de sus vecinos, compartiendo conflictos políticos y armados, peligros de invasiones y golpes de Estado por doquier. Nada en nuestro libro nos hace inferir que estamos a un lado de la historia, somos un pueblo común, sujeto a los mismos fenómenos y para nada exento de desgracias.

A nosotros si nos puede suceder, si hemos estado "tranquilos" estos años mientras otros se mataban, es por suerte, acuerdos tácitos entre líderes que la mayoría ni imagina y poca relevancia para los intereses de la potencia de turno. Nadie puede prometernos que esto seguirá igual.

Lo del convenio de cooperación para combatir el narco puede verse desde muchos ángulos, uno de ellos es que su interés en ayudarnos es puro y transparente, el otro es que la intención de la industria militar de incentivar el negocio creando conflictos, algunos reales otros ficticios, poco importa; la otra es entender que Estados Unidos, como cualquier nación con ideas dominadoras, quiere extender sus poder e influencia donde sea necesario y como sea necesario.

La doctrina Monroe sigue en pie y Costa Rica es un peón en el tablero.

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