Luis Paulino Vargas Solís (especial para ARGENPRESS.info)
Equipos y aparatos militares de gran envergadura; avituallamiento militar masivo; multitudinaria presencia de militares estadounidenses. Eso promovió la Presidenta Laura Chinchilla y eso le aprobó la infausta falange de diputados y diputadas a su servicio.
A la larga, construir sociedades más justas, pacíficas y equilibradas será la única medicina eficaz contra el exceso con las drogas. En ese contexto, una estrategia de educación, prevención y rehabilitación constituiría una pieza de innegable importancia.
El pretexto es conocido: la guerra contra el narco. Se abre un capítulo ignominioso que lanza una sombra siniestra sobre la tradición pacifista de nuestro pueblo. Y, lo que quizá es peor, esto podría implicar que Costa Rica –como México o Colombia con anterioridad- se vea arrastrada en el torbellino terrorífico de la violencia del narco.
Y, sin embargo, hay cosas que de esto emergen con notable claridad. Al menos es así para quienes quieran despojarse de conceptos zombis que, en relación con estos asuntos y como fantasmas del pasado, siguen nublando la conciencia y la inteligencia, no solamente de estas dirigencias políticas de tan grisácea catadura intelectual y moral, sino también de la enorme mayoría de la gente.
1) El fracaso de la guerra contra el narcotráfico
Esta “guerra contra el narco”, de innegable hechura estadounidense, muestra resultados lamentables, rayanos en el ridículo total, en el más completo fiasco.
¿Han desaparecido los carteles de la droga? Si se logra aniquilar, o cuanto menos debilitar a uno de estos, casi inmediatamente aparece uno o varios que lo sustituye. Y, en el proceso, y de ser necesario, se reubican geográficamente, siguiendo criterios que irremediablemente recuerdan los que son característicos de las corporaciones transnacionales. Estas evitan las ubicaciones que no le son “amistosas” (bajos salarios, mínima fiscalidad, débil regulación ambiental, floja legislación laboral, etc.), en procura de otras más propicias. Los carteles de la droga, con similar ductilidad, se mueven espacialmente en procura de localizaciones donde puedan operar con más comodidad y menos control.
¿Han desaparecido los grandes capos? Alguno o algunos de estos son capturados y encarcelados, o incluso son físicamente eliminados. Pero entonces, y sin mayor dilación, aparecen otros más que, por desalmados, sanguinarios y ambiciosos, no tienen nada que envidiar de los que les antecedieron.
¿Se logra parar los flujos de la droga? No, a lo sumo se les hace cambiar de forma y se les compele a procurar nuevos canales por los cuales discurrir. Aquí, de nuevo cuenta, se reafirma la flexibilidad de los carteles de la droga para operar a escala transnacional. Cuando se les cierra un conducto, creativamente abren otro.
2) Es, en realidad, una guerra contra los pueblos
De tal forma, esta llamada guerra contra el narco deviene como una especie de juego macabro que deambula de un escenario a otro o, lo que es peor, que, sin abandonar viejos escenarios, va mudando formas y desplazándose para arrastrar y atrapar en su espiral sanguinaria a nuevos espacios sociales y geográficos.
Son escenarios móviles a lo largo de la geografía de nuestra América india e ibérica. No alcanza la América opulenta del norte. Esta, y la vieja Europa, son el pozo sin fondo donde se consume la droga. En cambio, es a nuestros países latinoamericanos a los que les toca proporcionar las escenografías del terror donde tiene lugar esa guerra sin fin.
El proceso comporta el despilfarro masivo de recursos por parte de nuestros gobiernos y bajo la mirada escrutadora y la férrea conducción de los poderes militares y policiales del norte. Millones y millones que podrían invertirse en salud y educación; en vivienda popular, infraestructura vial, desarrollo científico, tratamiento de la basura, limpieza de ríos contaminados, protección de parques nacionales. Millones que podrían propiciar sociedades más justas e inclusivas. En su lugar se malbaratan en una guerra que jamás cumple su cometido; que jamás termina ni con la producción ni con el tráfico ni con el consumo de drogas. Una guerra que solamente avanza en un sentido: como una carrera demencial hacia niveles de violencia cada vez más brutales y sanguinarios.
En realidad, esta no es una guerra contra el narco sino una guerra contra los pueblos, victimizados por el robo que sufren al tener que malbaratar sus escasos recursos para fines por completo deplorables y, además, victimizados al quedar atrapados en el fuego cruzado de la violencia desatada.
3) ¿Quienes gana con esto?
Ganan las mafias del narco; sus capos; sus cuadros de criminales a sueldo. La clandestinidad les da su razón de ser. La guerra que presuntamente se libra en su contra les proporciona la fuerza motriz para su organización y movilización y el incentivo para desplegar toda su nefasta creatividad.
Ganan las industrias de armamento, que lo mismo producen balas y ametralladoras para las fuerzas militares y policiales de los gobiernos, que para los escuadrones de sicarios del narco.
Ganan políticos y funcionarios corruptos que se confabulan con este aparato siniestro del narco.
Ganan otros políticos y funcionarios, indignos de su pueblo, que usan esta falsa guerra contra el narco como mampara para justificar su arbitrariedad y encubrir su ineptitud.
Gana los poderes imperiales del norte opulento –en especial Estados Unidos- para los cuales esta guerra es el pretexto perfecto para justificar su presencia militar y el irrespeto a la soberanía de nuestros pueblos.
Ganan algunos sectores económicos poderosos –el financiero, posiblemente el que más- mediante el flujo masivo de dinero sucio y las inversiones que este propicia.
4) ¿Es que hay alguna salida?
Estoy persuadido de que existe solamente una salida sensata: la legalización de la droga.
La ilegalidad ha fracaso rotundamente, cualquiera sea el parámetro bajo el cual se le mida. Y si lo que se pretendía era disminuir el consumo de la droga, debería admitirse que también en ese aspecto el fracaso es absoluto. Es simplemente desconcertante la terquedad con que se insiste que la droga debe ser ilegal a fin de evitar el daño que su consumo ocasiona ¡Por todos los cielos! ¿Acaso no salta a la vista que, de todas formas, la droga circula por todos lados, lo mismo en salones lujosos de residencias palaciegas que en los oscuros callejones de los barrios marginales? También es groseramente manifiesto que son muchísimas las personas cuya vida está siendo consumida por la adicción.
La legalización de la droga terminará, de un plumazo, con los carteles, los capos y sus cuadrillas endemoniadas de criminales y asesinos. Terminará igual con el tráfico ilegal y la circulación de dinero sucio, como también con la madeja interminable de corruptelas que este alimenta.
Será una mala noticia para la industria del armamento y para algunas otras que, como quien no quiere la cosa, han usufructuado de esos capitales de fea procedencia. En contrapartida, se podría mejorar las prestaciones de nuestros servicios públicos, la protección del ambiente, el estado de las calles. Ello tan solo por citar algunos posibles ejemplos.
De paso, una tajada apropiada del dinero que se ahorre al terminar con esta guerra absurda, podría destinarse a la educación y prevención en materia de consumo de drogas y a la recuperación de personas aquejadas de adicción.
A la larga, construir sociedades más justas, pacíficas y equilibradas será la única medicina eficaz contra el exceso con las drogas. En ese contexto, una estrategia de educación, prevención y rehabilitación constituiría una pieza de innegable importancia.