Pablo Gonzalez

Chávez: entre la verdad y la mentira

   
Las verdades que Chávez proclama son incompatibles con las mentiras que el imperio defiende.
El presidente Hugo Chávez Frías tiene el apoyo de su pueblo y las simpatías de muchos otros pueblos, pero aquí le dicen horrores. Miami es la única ciudad del mundo que está en contra del mundo.
Carlos Rivero Collado
 
1-. Sombra y luz
Miami se caracteriza por estar a las greñas con el resto de la humanidad. Al enfrentarse a las verdades del mundo, el mundo se enfrenta a las mentiras de Miami.

Mi consejo a todo el que en esta ciudad se interese por lo que sucede dentro y fuera de ella es muy simple: oigan y lean lo que se diga y escriba en Miami y estén de acuerdo en todo lo contrario. Defiendan todo lo que aquí se critica y critiquen todo lo que aquí se defienda. No confíen en los boletines del tiempo y la temperatura: si oyen por una de sus emisoras que ha llegado la medianoche, miren por la ventana hacia afuera porque, tal vez, el sol esté en el cénit del firmamento, y si se anuncia un día asoleado, busquen el paraguas.

Un ejemplo reciente sobre las rarezas de Miami lo tenemos en el caso de Orlando Zapata. Un preso, que ha cumplido varias condenas por delitos comunes, decide convertirse en disidente ideológico mientras cumple su más reciente sentencia. Le pide, entonces, a las autoridades del penal que le coloquen en su celda lo que no tiene ningún preso en el mundo: un teléfono y una computadora con acceso a la internet. 

Las autoridades se niegan y el preso decide hacer, en protesta, una extendida huelga de hambre. Hay pruebas gráficas de que fue atendido por médicos dentro y fuera del penal y que su madre les agradeció tan humanitario trato, pero suorganismo se debilitó tanto que, finalmente, falleció. 

Entonces se crea una gran campaña, en Miami o dirigida desde Miami, contra el gobierno de Cuba, al que se acusa de haber asesinado al prisionero. La propia madre, que ya había elogiado el esfuerzo del gobierno por evitar la muerte de su hijo, ahora acusa algobierno de asesinarlo y, a menudo, pronuncia encendidos discursos por teléfono, recogidos por la radio de Miami, que parecen salidos de un libreto escrito por quienes lucran con la industria contrarrevolucionaria financiada por el Tío Sam, no del genuino dolor de una madre ante la muerte de su hijo. 

Los mismos que jamás han protestado por los monstruosos crímenes cometidos por el imperio yanqui y los subimperios europeos que son cómplices de la masacre de más de un millón y medio de seres humanos en el Oriente Medio, entre ellos cientos de miles de niños, son los mismos que ahora forman toda esta alagarabía. ¿Tiene alguna base moral o jurídica esta protesta por lo de Zapata? No, por supuesto que no la tiene. El preso decidió morir por voluntad propia, o sea se suicidó. Hay pruebas de que el gobierno trató de evitarlo y no pudo. Entonces ahora se crea todo este escándalo basado en una evidente falsedad.

Miami ha tenido siempre la gran virtud de que sus mentiras nos han mostrado la verdad. Lo sé por experiencia propia. Su sombra da luz.

2-. Quijote sin adarga antigua, rocín flaco ni galgo corredor.
¿Es Hugo Chávez Frías un buen gobernante, como dice la mayoría de su pueblo, o un diablo que está destruyendo a su patria, como dicen aquí en Miami? 

Se me ocurre hacer un poco de historia que, tal vez, aporte alguna luz sobre el firme apoyo que su pueblo le ha dado a este hombre entusiasta, joven aún, hiperactivo, de fácil sonrisa y facundia fecunda, que anda por los senderos del mundo desfaciendo entuertos, como el Quijote por los caminos de la España medieval, aunque sin enfrentarse a quiméricos gigantes convertidos en molinos de viento ni a leoncitos cansados ni a falsos caballeros cubiertos de espejos, sino a la garra de una fiera imperial que ya una vez lo arañó y ahora trata de arrancarle las entrañas.

3-. La víctima
Venezuela fue, durante siglos, la débil víctima de cinco imperios. Primero, el de España, que lo exprimió por más de tres siglos como hizo con muchos otros países. Después, ya a fines del Siglo 19, fue presa del Imperio Británico, que le robó un amplio territorio de 143,000 kilómetros cuadrados, rico en oro, que se hallaba aún en disputa, a cuyo arbitraje inicial se negó la pérfida Albión, para entregárselo a su colonia de Guayana, después de una segunda maniobra controlada por el emperador Grover Cleveland que aún Venezuela rechaza y contra la que no ha podido actuar por una cuestión de fuerza, el derecho de las bestias al decir de Cicerón. 

No era la primera vez que el imperio le regalaba un pedazo de América a la madre que lo parió, quiero decir a su madre patria. Ya lo había hecho con Las Malvinas en 1833.

Unos años después, durante el régimen de Cipriano Castro, sus puertos fueron bloqueados por las armadas imperiales de Inglaterra, Alemania y Holanda, y este último país lanzó un ataque contra la débil armada venezolana, en 1908.

Llegó al poder, entonces, Juan Vicente Gómez, quien ya había asesinado a muchos ciudadanos para mantener en el suyo a Cipriano. 

Gómez se convirtió, al poco tiempo, en el peor enemigo de su país, sometiéndose de tal forma al extranjero que, sin las mínimas ventajas para su pueblo, pero las máximas para él, entregó el petróleo a las compañías transnacionales de Holanda y Gran Bretaña y, después, de Estados Unidos –la Standard Oil de Rockefeller--, que lo convirtió en uno de los hombres más ricos de América y a su país, en sirviente de los tres imperios. Así se inició el proceso en que el más valioso, ydañino, de los combustibles fósiles enriquecería a los menos y empobrecería a los más. 

Gómez fue tan duro con su pueblo, al que le negó todo, como blando con los imperios, a los que todo se lo dio.

4-. La riqueza robada
Ya en 1927, Venezuela era el segundo productor mundial de petróleo, después de Estados Unidos, y el primer exportador. Había, empero, una gran diferencia entre esas dos riquezas: el petróleo de Venezuela había sido siempre de Venezuela aunque ya no era de Venezuela; el petróleo de Estados Unidos era de México y después ha sido siempre de Estados Unidos. 

De 1908 a 1976, año en que fue nacionalizado, más del 80% de la riqueza producida por el petróleo salió del país, o sea que sólo una quinta parte se quedó en Venezuela. Inmensa riqueza, equivalente hoy a billones de dólares --en la medida europea, o sea millones de millones-- que la jauría imperialista le arrancó a una de sus mayores víctimas, el pueblo venezolano, en complicidad con los gobernantes corruptos que permitían el saqueo de su país porque ellos también lo saqueaban. 

¿Qué habría pasado si un Juan Vicente Gómez distinto le hubiese puesto como condición a las compañías imperialistas que explotaran el petróleo como empresas mixtas de las que el país recibiría la mitad de las ganancias? Por supuesto que se habrían negado al principio porque el país no tenía la mitad del capital para iniciar la empresa y, debido a sus problemas económicos de fin de siglo, no tenía crédito internacional. 

Esa hubiera sido una lógica reacción inicial, pero la gran riqueza del país no estaba en sus bancos ni en sus créditos, sino en su inmensa riqueza natural. Estaba ahí, no la guardaban las bóvedas bancarias ni la acreditaban las finanzas, sino la Física, una fuerza mucho más segura y duradera que todo lo creado por el ser humano. No era producto del trabajo ni el ahorro, sino un regalo de la Naturaleza,como el Nilo a Egipto.

Unos años después de ese rechazo inicial de un Gómez que hubiera sido otro Gómez, los imperios hubieran aceptado ese negocio a la mitad. Rapaces en su esencia, no hubieran dejado de satisfacer la mitad de su rapacería. ¿Cuándo se ha negado el capital a hacer un negocio, aunque sólo le deje de ganancia la mitad de lo que pudo dejarle, sobre todo si esa proporción no significa cuatro pesos, sino billones de dólares?

Gómez y la oligarquía criolla no pensaron en eso y López Contreras y Medina Angarita mantuvieron la propia situación. Eran ya los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Mientras sus amos se vestían de oro, el pueblo seguía desnudo. 

5-. El lobo y la flor
Del petróleo de Venezuela salía, en parte, la gasolina de los tanques, los camiones artillados y, sobre todo, los aviones que provocaban la muerte de millones de civiles inocentes. Mientras los barones del Complejo Militar-Industrial-Terrorista que dominaban al imperio yanqui, convertido ya en el primero, o sea el más feroz, del mundo, se enriquecían aun más con la gran producción de guerra, los soldados de Estados Unidos morían por cientos de miles, y la mayoría de los venezolanos se seguía hundiendo un poco más en su pobreza, en medio de una inmensa fortuna natural que servía para enriquecer más a los ricos y empobrecer más a los pobres. 

En aquella gran guerra, la sangre de los humildes fortaleció aun más a quienes habían provocado la masacre, pero todos quedaron cubiertos: los ricos, de oro; los pobres, de sangre.

El fin de la matanza, en 1945, le trajo a Venezuela la frescura de un amago de revolución. Hubo una reacción, el país cambió en algo. El 18 de octubre se produjo una rebelión cívico-militar y Rómulo Betancourt llegó al poder con un programa populista. No era el Rómulo de la loba de Roma que fue el lobo de su hermano Remo, sino el que ya no quería que el hombre siguiera siendo el lobo del hombre. Parecía como si la garra de los caudillos de Táchira fuese ya sólo un recuerdo del pasado y que, a partir de entonces, el país sería gobernado por la inteligencia, no la brutalidad; la palabra, no el colmillo.

Lo que Gómez tenía que haber hecho cuarenta años antes se convirtió en el grito nacional: el 50%. Que la mitad del oro negro acabara con la negrura del pueblo. Era un renacimiento, una esperanza. 

El primer Rómulo lo planteó y el segundo –Gallegos-- lo convirtió en ley, aunque efímera. No parecía que estos nuevos políticos se fueran a robar lo que los imperios se habían robado. Las claras aguas auríferas de una potente cascada lavarían las sucias miserias del pueblo. Se sentía de cerca el perfume de una flor. 

Pero como el hombre siguió siendo el lobo del hombre y el imperio seguía teniendo fauces lupinas, tres años después se desvaneció aquel aroma. Varios de los jefes militares que habían producido el golpe del 1945 dieron un zarpazo y deshojaron la flor. Uno de ellos –Delgado Chalbaud—fue asesinado al año siguiente. Otro heredó, entonces, todo el poder, que puso al servicio incondicional del imperio y las transnacionales del petróleo. Oriundo, por supuesto, de Táchira, como los viejos tiranos, era tan pequeño en tamaño como grande en infamia.

6-. Un breve recuerdo
Se llamaba Marcos Pérez Jiménez. Lo conocí en 1960, dos años y medio después que fuera derrocado. Vivía frente a nuestro hogar, en la Calle 74 y la Décima Avenida del nordeste de Miami. Su casa, propia por supuesto, era una mansión; la nuestra, alquilada, por cierto, era una de esas tantas casas de Miami, simples pero cómodas. La de él estaba a orillas de un canal que se halla junto a la isla Belle Meade, muy cercano a la Bahía Biscayne, y tenía detrás un amplio muelle y un lujoso yate; en la nuestra, el agua sólo estaba en la ducha y el muelle, en los colchones. Como era muy cariñoso con mi hermanito Jorge, que sólo tenía tres o cuatro años de edad, le tomamos afecto. 

A su familia también. Era un hombre sencillo, descomplicado, limpio, mañanero, inculto, le gustaba andar en bermudas y zapatillas y usar gorra de marinero, era un gringo en miniatura. Quien lo hubiera tratado entonces, habría pensado que aquel hombrecillo de ojos grandes y calva reluciente no podía hacerle daño ni a una hormiga. 

(Después de tiranizar a su patria desde 1949, fue derrocado por una insurrección popular en enero de 1958. Vivió en Miami hasta 1963, en que fue extraditado a Venezuela –la clásica traición del imperio a sus sirvientes, de la que Batista no fue ajeno—para enfrentar un juicio por haberse apropiado de unos 200 millones de dólares. Después de estar cinco años en presidio se le comutó la pena y se estableció en España, adonde murió en el 2001) 

7-. Tripas y pupilas
Durante la dictadura de Pérez Jiménez se desconoció la ley del 50%, pero las compañías tenían que pagar una cuota un poco más alta de sus ganancias –una micra comparada con el 50%-- y el precio del petróleo subió. ¿Favoreció aquello al pueblo? Benefició, quizás, a un millón y medio de personas, pero el resto del pueblo siguió en la miseria. Un millón y medio era el 25% de la población de seis millones que tenía el país en 1955. ¿Y los otros cuatro millones y medio de seres humanos eran, acaso, invisibles? No, no lo eran, pero nadie los miraba. 

Se fabricaron extensas autopistas, edificios enormes, mansiones lujosas, comercios espléndidos, centros de recreo que no tenían nada que envidiarle a los mejores del mundo. Si caminaba uno, entonces, por ciertas avenidas de Caracas y de las principales ciudades, podía llevarse la impresión de que el país se bañaba en oro y que casi todo el mundo era venturoso y feliz. Pero ésa era sólo la pantalla, el velo, el retoque. 

En las lomas, los barrios, el campo, por doquier estaba la miseria, el abandono, la insalubridad, la ignorancia, la negrura no de la noche espectacular sino de la cueva infame. El 75% de los venezolanos siguió viviendo en la pobreza, a pesar de que en esa época entró al país una inmensa riqueza. 

Quien mirase a Venezuela, entonces, con la visión del burgués, podía augurarle un gran futuro. Carros fastuosos, mujeres enjoyadas, parrandas gozosas, entusiasmo, lujo; pero, por debajo de toda aquella fachada de luz, estaba el pueblo con su sombra. Su carencia hacía un agudo contraste con el derroche. Sentía hambre, pero tenía la libertad de contemplar a quienes devoraban manjares. Había ceguera de tripas e indigestión de pupilas. 

8-. ¿Cuál progreso?
Cuando el pueblo se rebeló contra el dictador en enero de 1958, ya Rómulo Betancourt no era el de 1945. El imperio lo había comprado por treinta monedas. Ya no hablaba de socialismo ni de justicia social ni de grandes reformas, sino de progreso ... el venenoso anzuelo del imperio –“quien lucha por el progreso no puede gastar mucho ayudando al pueblo porque daña a la economía y empobrece al país”--. Como si el país fuese una roca, no una comunidad de seres humanos. 

Con ese sofisma del desarrollo, el imperio ha confundido a muchos líderes políticos, sobre todo a los que les conviene confundirse. Su objetivo no es proteger la economía de los demás países, sino debilitarlos para fortalecerse él. Eran los tiempos de Kennedy y la Alianza para el Progreso, o sea para que en alianza con sus subordinados siguiera progresando el imperio. 

Desde 1959, en que comenzó su segunda presidencia, hasta su muerte en 1981, Betancourt fue un sirviente del imperio y un enemigo de las causas justas que había defendido en su juventud. No fue, como se le considera, “padre de la democracia venezolana”, sino creador de una oligocracia disfrazada que siguióexpoliando al pueblo como habían hecho los imperios.

Cuando pasaron unos años y ya nadie hablaba de la Alianza, se probó que, en ese proceso, la proporción de pobres aumentó y disminuyó la clase media en toda la América Latina, mientras el imperio y las oligarquías aumentaban sin cesar su poder y su riqueza. 

Otros “izquierdistas”, también, se volvieron derechistas, como si fuesen bateadores ambidiestros. La aurora del 45 de convirtió en el crepúsculo de los 60 y 70, y en la noche de los 80 y 90. El petróleo siguió siendo una gran fuente de riqueza ... para los imperios y lasminorías dominantes. En los países árabes se enriquecían las tiranías monárquicas; en los demás, las oligarquías tiránicas.

9-. El bandido
Al llegar Carlos Andres Pérez al poder, en 1974, y nacionalizar el petróleo dos años después, lo que pudo haber sido la salvación nacional, la gran mayoría del pueblo siguió viviendo en la pobreza.

El saqueo de las transnacionales se convirtió, entonces, en el salteo de los nacionales. El dinero sigió saliendo del país. No lo sacaba ahora la Standard Oil ni la British Petroleum ni la Dutch Petroleum, sino los ministros, los empresarios, los magnates de PEVESA y, sobre todo, Carlos Andrés, tal vez el gobernante más corrupto y criminal que tuvo el país en toda su historia, vecino después, por muchos años, como es lógico, de Miami.
Algunas migajas se le tiraron al pueblo, pero el pan siguió estando en las manos de los menos. 

El combustible siguió enriqueciendo al imperio porque el dinero iba a parar a los bancos de Miami. No se nacionalizó nada porque la riqueza no quedó en la nación, o sea en la mayoría de los nacionales, sino en la pequeña minoría que, desde Gómez, había sido cómplice de la depredación imperial. Todo fue mentira.

(El pueblo seguiría sufriendo y ya no serían los dos millones y medio de la era de Gómez, ni los cuatro millones de la rebelión del 45 ni los diez millones de 1970, sino los quince millones de 1980 y los veinte de una década después y los veintitrés millones que habitarían el país cuando Chávez cambiaría todo aquello, convirtiendo las mentiras en verdades) 

¿De qué sirvió que, como miembro fundador de la OPEP, Venezuela cuadruplicara el precio del petróleo cuando la guerra árabe-israelí, y que, entonces, Pérez lo nacionalizara, si el pueblo no se benefició en nada con aquella orgía de millones?

Los signos de la época fueron la corrupción, el despilfarro, la inflación, la fuga de capitales, la anarquía típica del capitalismo, la poca visión del futuro, el extremo lujo de las minorías junto a la pobreza extrema de las mayorías.

10-. Fin de fiesta
A fines de los años setenta, la orgía tuvo un fin abrupto. La recesión mundial y la saturación del mercado petrolero por la caída de la demanda y el aumento productivo de los países árabes, hizo descender el precio del crudo. La economía se detuvo. El capital que, cobarde al fin, siempre había salido del país, aceleró su fuga. En vez de crear deudores en sus tiempos de abundancia, el país se llenó de acreedores. Antes le sobraban los millones, ahora ya no podía ni pagar las deudas que jamás debió haber contraído.

La crisis aumentó el desnivel social y acrecentó el descontento del pueblo. Herrera Campíns y Lusinchi nada hicieron para evitar la catástrofe. Llegó, entonces, la gran reacción y Caracas explotó el 27 de febrero de 1989. Pérez, que decía tener el apoyo del pueblo, ordenó la masacre del pueblo. Se cree que hasta 3,000 personas pudieron haber sido asesinadas por las fuerzas de seguridad en lo que ha pasado a la historia como El Caracazo, tal vez la peor masacre urbana en la historia de América.

Hubo otra rebelión el 4 de febrero de 1992, pero esta vez en las filas del ejército. Cientos de militares, que seguían los mismos principios que habían llevado al pueblo de Caracas a rebelarse tres años antes, se amotinaron contra el gobierno y estuvieron a punto de apresar al presidente Pérez. La rebelión, dirigida por Chávez para liberar al país de tanta infamia, fracasó. Después de saquear al país por muchos años y de ser cómplice de los políticos que siguieron explotándolo, el gobierno imperial de Estados Unidos fue el primero en condenar el levantamiento. 

Fue tanta la violencia y la corrupción en el gobierno de Pérez que hasta su propia gente se le enfrentó. Su ministro de justicia lo acusó de apropiarse de unos 250 millones de bolívares, la Corte Suprema apoyó la acusación, el Congreso lo destituyó y fue condenado a dos años de presidio, estableciéndose después en Miami Beach, en un condominio que está cerca de la casa de Al Capone. ¿Adónde podía estar mejor un bandido que en una ciudad en la que se venera la mansión de otro bandido como si fuese un santuario?

Caldera llegó al poder a fines del 93 con el mismo programa de reformas deformes y promesas con lo falso promiscuas. El país volvió a hacer explosión, aunque no tan sangrienta, en 1996. El pueblo estaba ya en el límite de la resistencia. Caldera impuso, otra vez, el programa de “austeridad”, o sea mayor miseria para el pueblo. 

Al año siguiente, en Isla Margarita, los gobernantes del continente, reunidos en la Séptima Cumbre Iberomericana, firmaron un documento titulado “Los valores éticos de la democracia” ... o sea la caótica explotación de los recursos naturales, el pacifismo frente al imperio guerrero, el dominio del dinero, el abandono del pueblo. 

La consecuencia natural de todo ese largo proceso fue la elección, por amplio margen, de Hugo Rafael Chávez Frías, el 6 de diciembre de 1998, pero éste ya es tema para otro análisis, la Venezuela de los últimos o­nce años
 

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