Pablo Gonzalez

El lobby israelí en Estados Unidos II


Expertos con un único modo de pensar


Entre los expertos estadounidenses predominan las fuerzas pro-israelíes, estos expertos juegan un papel muy importante en el desarrollo del debate público y también en la política. El Lobby creó su propio grupo de expertos en 1985 cuando Martin Indyk colaboró en la fundación del WINEP. A pesar de que el WINEP minimiza sus lazos con Israel y proclama en cambio que ofrece un perspectiva "equilibrada y realista" sobre los temas de Oriente Medio, ésa no es la realidad. De hecho, el WINEP lo fundaron y lo dirigen individuos que están profundamente comprometidos con potenciar el programa israelí.


La influencia del Lobby en el mundo de los expertos se extiende más allá del WINEP. Durante los últimos 25 años, fuerzas pro-israelíes han establecido una presencia dominante en el Instituto Americano para la Empresa, la Institución Brookings, el Centro para Politíca de Seguridad, el Instituto de Investigación de Política Exterior, la Fundación Heritage, el Instituto Hudson, el Instituto para el Análisis de Política Exterior y el Instituto Judío para Asuntos de Seguridad Nacional (JINSA). Estos grupos de expertos son decididamente pro-israelíes e incluyen pocos, o ningún crítico con el apoyo estadounidense al estado judío.


Un buen indicador de la influencia del Lobby en el mundo de los expertos es la evolución de la Institución Brookings. Durante muchos años su mayor experto en temas de Oriente Medio fue William B. Quandt, un académico distinguido y antiguo miembro del Consejo de Seguridad Nacional con una bien merecida reputación de imparcialidad en lo referente al conflicto árabe-israelí. En la actualidad, sin embargo, el trabajo de Brookings sobre estos temas pasa a través de su Centro Saban para los Estudios de Oriente Medio, que está financiado por Haim Saban, un rico hombre de negocios israelí-norteamericano y un sionista ardiente. El director del Centro Saban es el omnipresente Martin Indyk. Así pues, el que era un instituto político imparcial sobre temas de Oriente Medio es ahora parte del conjunto de expertos pro-israelíes destacados.



Vigilancia del mundo académico


El Lobby ha tenido su debate más agobiante y difícil sobre Israel en los campus universitarios ya que la libertad académica está muy valorada y porque los profesores numerarios son difíciles de amenazar o silenciar. Aun así, hubo sólo unas mínimas críticas a Israel en los años 90 cuando comenzaba el proceso de paz de Oslo. Las críticas comenzaron después del colapso del proceso y con la subida al poder de Ariel Sharon a principios de 2001 y se hicieron especialmente intensas cuando las IDF reocuparon la Orilla Oeste en la primavera de 2002 usando una fuerza desmesurada contra la Segunda Intifada.


El Lobby reaccionó agresivamente para "recuperar los campus". Surgieron nuevos grupos como la Caravana por la Democracia que llevaba a oradores israelíes a las universidades estadounidenses. Grupos establecidos como el Consejo Judío para Asuntos Públicos y Hillel entraron en acción y un grupo nuevo -Coalición Israelí en los Campus- se formó para coordinar a tantos grupos que buscaban defender el caso israelí en los campus. Al final, el AIPAC triplicó sus partidas presupuestarias destinadas a controlar las actividades universitarias y a formar jóvenes abogados para Israel con la finalidad de "expandir ampliamente el número de estudiantes universitarios comprometidos en el esfuerzo nacional pro-israelí".


El Lobby también controla lo que los profesores escriben y enseñan. En setiembre de 2002, por ejemplo, Martin Kramen y Daniel Pipes, dos apasionados pro-israelíes neoconservadores, fundaron una página web (Campus Watch) en la que hacían públicos dosieres sobre académicos sospechosos y animaba a los estudiantes a informar sobre comentarios o comportamientos que pudiesen ser considerados hostiles hacia Israel. Este intento transparente de poner en la lista negra y de intimidar a expertos provocó una fuerte reacción y Pipes y Kramer retiraron los dosieres, pero la página web sigue invitando a los alumnos a que informen sobre supuesto comportamiento anti-israelí en las universidades norteamericanas.

Algunos grupos del Lobby también dirigen su fuego hacia profesores en particular y hacia las universidades que los contratan. La Universidad de Columbia, que tenía como profesor en una facultad al palestino Edward Said, ha sido frecuentemente un objetivo de las fuerzas pro-israelíes. Jonathan Cole, anterior rector de Columbia, informó de que "Podemos estar seguros de que cualquier declaración pública a favor del pueblo palestino que haga el eminente crítico literario Edward Said provocará que recibamos cientos de correos electrónicos, cartas y artículos periodísticos que nos pidan que denunciemos a Said o que lo sancionemos o que lo despidamos". Cuando Columbia contrató al historiador Rashid Khalid que estaba en la Universidad de Chicago, Cole dijo que "las quejas de gente que no estaba de acuerdo con el contenido de sus ideas políticas empezaron a llegar". Princeton se enfrentó al mismo problema pocos años después cuando consideró contratar a Khalidi y arrebatárselo a Columbia.


Una ilustración clásica del esfuerzo de esta policía académica se dio a finales de 2004 cuando el "Proyecto David" produjo un film propagandístico afirmando que el programa del profesorado de los estudios de Oriente Medio de la Universidad de Columbia era antisemita y que intimidaba a los estudiantes judíos que defendían a Israel. Removieron Columbia de arriba abajo, pero un comité asignado para esta investigación no encontró prueba alguna de antisemitismo y el único incidente digno de mencionar fue la posibilidad de que un profesor había "respondido acaloradamente" a la pregunta de un estudiante. El comité descubrió también que los profesores acusados habían sido blanco de una campaña de intimidación.

Quizá el aspecto más inquietante de esta campaña para eliminar la crítica a Israel en los campus sea el esfuerzo de los grupos judíos por hacer que el Congreso establezca mecanismos que controlen lo que los profesores dicen sobre Israel. A las universidades que se suponía que tenían predisposición anti-israelí se les negarían fondos federales.


Este esfuerzo por entrar en la política de campus de los EEUU todavía no ha tenido éxito, pero el intento ilustra la importancia de los grupos pro-israelíes en el control del debate de estos temas.

Finalmente, un número de filántropos judíos han fundado programas de estudios israelíes (que se suman a los casi 130 programas de estudios judíos ya existentes) con el fin de incrementar el número de profesores pro-Israel en los campus. La Universidad de Nueva York anunció la creación del Centro Taub para estudios israelíes el uno de mayo de 2003 y programas similares se han ido creando en otras universidades como Berkeley, Brandeis y Emory. La administración académica insiste en el valor pedagógico de estos programas, pero la verdad es que, en gran parte, su finalidad es promocionar la imagen de Israel en los campus. Fred Laffer, director de la Fundación Taub, deja claro que su Fundación creó el centro de la Universidad de Nueva York para ayudar a hacer frente al "punto de vista árabe (sic)" que él cree que es el predominante en los programas sobre Oriente Medio de la Universidad de Nueva York.

En resumen, el Lobby ha llegado a realizar esfuerzos considerables para aislar a Israel de las críticas de los campus universitarios. No ha tenido tanto éxito en el mundo académico como en el Capitolio, pero ha trabajado duro para suprimir las críticas a Israel por parte de profesores y estudiantes y hoy en día hay muchas menos en los campus.


El gran silenciador
Ninguna discusión sobre cómo opera el Lobby estaría completa sin examinar una de sus armas más poderosas: la acusación de antisemitismo. Cualquiera que critique las acciones de Israel o que diga que los grupos pro-israelíes tienen una influencia significativa sobre la política estadounidense en Oriente Medio -una influencia que festeja el AIPAC- corre el riesgo de que lo etiqueten de antisemita. De hecho cualquiera que diga que hay un Lobby israelí corre el riesgo de que se le acuse de antisemita, a pesar de que los mismos medios israelíes se refieren al "Lobby Judío" de EEUU. En efecto, el Lobby alardea de su propio poder y luego ataca a cualquiera que llame la atención sobre ese hecho. Esa táctica es muy eficaz porque el antisemitismo es detestable y ninguna persona responsable quiere que le acusen de algo así.

Los europeos han estado en los últimos tiempos más dispuestos que los estadounidenses a criticar la política de Israel, algo que algunos atribuyen a un resurgir del antisemitismo en Europa. Estamos "llegando a un punto", dijo el embajador estadounidense en la Unión Europea a principios de 2004, "en el que estamos tan mal como en 1930". Medir el antisemitismo es un asunto complicado, pero el peso de la prueba apunta en la dirección opuesta.


Por ejemplo, en la primavera de 2004, cuando las acusaciones de antisemitismo en Europa se hacían notar en los EEUU, distintas encuestas a la opinión pública europea llevadas a cabo por la Liga Antidifamación y el Centro de Investigación Pew para el pueblo y la prensa mostraron que en realidad estaba declinando.


Tomemos por ejemplo Francia, a quien las fuerzas pro-israelíes retratan a menudo como el estado más antisemita de Europa. Una encuesta realizada a ciudadanos en 2002 descubrió que el 89% se podría imaginar viviendo con un judío; el 97% creía que hacer grafitis antisemitas es un delito grave; el 87% opinaba que los ataques a sinagogas francesas era un escándalo; y el 85% de los católicos practicantes franceses rechazaban la afirmación de que los judíos tienen demasiada importancia en los negocios y las finanzas. No nos sorprende que el presidente de la Comunidad Judía francesa declarase en el verano de 2003 que "Francia no es más antisemita que los EEUU." Según un artículo reciente aparecido en Ha'aretz, la policía francesa informó de que los incidentes antisemitas en Francia habían disminuido casi un 50% en 2005 y esto a pesar del hecho de que Francia tiene la mayor población musulmana de toda Europa.

Por último, cuando un judío francés fue brutalmente asesinado por una banda musulmana, decenas de miles de franceses salieron a la calle para condenar el antisemitismo. Aún más, el presidente francés Jacques Chirac y el primer ministro Dominique de Villepin asistieron al servicio fúnebre para mostrar su solidaridad con los judíos franceses. También merece la pena señalar que en 2002 emigraron más judíos a Alemania que a Israel, haciendo que sea "la comunidad judía con más crecimiento de todo el mundo", según un artículo publicado en el periódico judío Forward. Si Europa de verdad está volviendo a 1930, resulta difícil imaginar que los judíos vuelvan a ella en grandes cantidades.


Reconocemos, sin embargo, que Europa no está libre del estigma del antisemitismo. Nadie puede negar que todavía quedan algunos antisemitas autóctonos y virulentos en Europa (también los hay en los EEUU), pero su número es pequeño y sus opiniones extremas se ven rechazadas por la gran mayoría de los europeos. Tampoco puede negarse que hay antisemistismo entre los musulmanes europeos, en parte provocado por el comportamiento israelí hacia los palestinos y otra parte debido sencillamente al racismo. Este problema es preocupante, pero está bajo control. Los musulmanes constituyen menos del cinco por ciento de la población total europea y los gobiernos europeos trabajan duro para atajar el problema. ¿Por qué? Porque la mayoría de los europeos rechazan esas ideas. En resumen, en lo referente al antisemitismo, la Europa actual no guarda apenas ningún parecido con la Europa de 1930.

Por eso las fuerzas pro-israelíes, cuando se ven forzadas a ir más allá de la afirmación, explican que hay un "nuevo antisemitismo" que identifican con las críticas a Israel. En otras palabras, critica la política de Israel y por definición eres antisemita. Cuando el sínodo de la Iglesia Anglicana votó recientemente dejar de invertir en Caterpillar Inc. basándose en que Caterpillar fabrica los bulldozers que se usan para demoler los hogares de los palestinos, el gran rabino se quejó de que esto tendría graves repercusiones en las relaciones cristiano-judías en Gran Bretaña, mientras el rabino Tony Bayfiel, cabeza del movimiento reformista dijo: "Hay un claro problema de antisionismo -al borde del antisemitismo- y estas actitudes surgen de las raíces de las hierbas e incluso en las filas de la Iglesia".

Sin embargo, la Iglesia no era culpable ni de antisionismo ni de antisemitismo, sólo protestaba por la política israelí. A los que son críticos también se les acusa de colocar a Israel en un lugar injusto o de cuestionar su derecho a existir, pero esas acusaciones también son falsas. Los occidentales que critican a Israel casi nunca cuestionan su derecho a existir. Al contrario, lo que cuestionan es su comportamiento hacia los palestinos, que es una crítica legítima: los mismos israelíes lo cuestionan. Tampoco se está juzgando injustamente a Israel. Pero la forma israelí de tratar a los palestinos suscita críticas por ser contraria a las normas ampliamente aceptadas sobre derechos humanos y leyes internacionales, además del principio de autodeterminación nacional. Y no es precisamente el único país que ha tenido que enfrentarse a duras críticas por motivos similares.

En resumen, otros lobbies étnicos sólo pueden soñar con tener el músculo político que poseen las organizaciones pro-Israel. La cuestión, por lo tanto, es ¿qué efecto tiene el Lobby en la política exterior de los EEUU?

Si el impacto del Lobby se limitase a la ayuda económica de los EEUU a Israel, su influencia no sería tan preocupante. La ayuda extranjera es valiosa, pero no tan útil como tener a la superpotencia mundial para que actúe con sus amplias capacidades a favor de Israel. Por consiguiente, el Lobby ha procurado manejar los elementos principales de la política estadounidense en Oriente Medio. En particular ha conseguido convencer a los líderes norteamericanos de que apoyen a Israel en su represión continua sobre los palestinos y que apunten contra sus principales adversarios de la región: Irán, Irak y Siria.


Demonizar a los palestinos

Esto ya está ampliamente olvidado, pero en el otoño de 2001 y especialmente en la primavera de 2002, la administración Bush intentó reducir el sentimiento antiamericano del mundo árabe y reducir el apoyo a grupos terroristas como al Qaeda deteniendo las políticas expansionistas de Israel en los territorios ocupados y abogando por la creación de un estado palestino.


Bush tenía un enorme potencial de aplacamiento a su disposición. Podía haber amenazado con reducir la ayuda económica y diplomática que los EEUU ofrecían a Israel y el pueblo estadounidense seguro que lo apoyaba. Una encuesta de mayo de 2003 reflejaba que más del 60% de los norteamericanos estaban de acuerdo con retirar ayudas a Israel si se resistía a la presión de los EEUU para solucionar el conflicto y ese porcentaje llegaba al 70% entre los estadounidenses "políticamente activos". También es destacable que el 73% opinaba que los EEUU no deberían favorecer a ninguno de los dos bandos.


Pero la administración Bush no consiguió cambiar la política israelí y Washington acabó respaldando el enfoque de línea dura de Israel. Con el tiempo la administración también adoptó las justificaciones israelíes para esa actuación, así que la retórica israelí y estadounidense llegó a ser similar. En febrero de 2003 un titular del Washington Post resumía la situación: "Bush y Sharon casi idénticos en la política de Oriente Medio".


El principal motivo de este cambio fue el Lobby. La historia comienza a finales de setiembre de 2001 cuando el presidente Bush comienza a presionar al primer ministro israelí Sharon para que se modere en los territorios ocupados. También presiona a Sharon para que permita al ministro de exteriores Shimon Peres que se reúna con el líder palestino Yasser Arafat, a pesar de que Bush era muy crítico con el liderazgo de Arafat. Bush llegó a decir públicamente que poyaba un estado palestino. Alarmado por estos planteamientos, Sharon acusó a Bush de intentar "apaciguar a los árabes a nuestra costa", avisando de que Israel "no sería Checoslovaquia".


Según se dice, Bush se puso furioso cuando Sharon lo comparó con Neville Chamberlain y el secretario de prensa de la Casa Blanca Ari Fleischer declaró que las afirmaciones de Sharon eran "inaceptables". El primer ministro israelí ofreció una disculpa formal, pero se alió rápidamente con el Lobby para convencer a la administración Bush y al pueblo americano de que los EEUU e Israel se enfrentaban a una amenaza común del terrorismo. Funcionarios israelíes y representantes del Lobby insistieron repetidamente de que no había una diferencia real entre Arafat y Osama Bin Laden e insistieron en que los EEUU e Israel debían aislar al líder electo palestino y no tener nada que ver con él.


El Lobby también se puso a trabajar en el Congreso. El 16 de noviembre, 89 senadores enviaron una carta a Bush en la que alababan su negativa a reunirse con Arafat y en la que le pedían que los EEUU no impidieran a Israel tomar represalias contra los palestinos e insistían en que el gobierno dejase públicamente claro que apoyaba firmemente a Israel. Según el New York Times, la carta "había surgido en una reunión de hace dos semanas entre líderes de la comunidad judía y senadores clave" y añadía que el AIPAC había sido "especialmente activo ofreciendo consejos para la carta".


A finales de noviembre las relaciones entre Tel Aviv y Washington habían mejorado considerablemente. Esto se debe en parte a los esfuerzos del Lobby para moldear la política estadounidense en la dirección de Israel, pero también a la victoria inicial de los EEUU en Afganistán, lo que reducía la necesidad de apoyo árabe para tratar con al Qaeda. Sharon visitó la Casa Blanca a principios de diciembre y mantuvo una reunión amistosa con Bush.


Pero los problemas volvieron a surgir en abril de 2002, después de que las IDF lanzaran la Operación Escudo defensivo y retomaran el control de prácticamente la mayoría de áreas palestinas de la Orilla Oeste. Bush sabía que la acción de Israel dañaría la imagen estadounidense en el mundo árabe e islámico y que minaría la guerra contra el terrorismo, así que el cuatro de abril pidió que Sharon "detuviese las incursiones y comenzase a retirarse".


Subrayó este mensaje dos días después diciendo que la "retirada debía ser inmediata". El siete de abril, la consejera para la seguridad nacional, Condoleezza Rice, dijo a los periodistas que "inmediata quiere decir inmediata. Quiere decir ya". Aquel mismo día el secretario de estado Colin Powell salió para Oriente Medio para presionar a las partes para que dejasen la lucha y comenzasen a negociar.


Israel y el Lobby entraron en acción. Un objetivo clave era Powell, quien comenzó a notar una intensa presión por parte de funcionarios pro-israelíes de la oficina del vicepresidente Cheney y del Pentágono, así como también de expertos neoconservadores como Robert Kagan y William Kristol que le acusaban de haber "borrado virtualmente la distinción entre terroristas y los que luchan contra los terroristas". Un segundo objetivo era el mismo Bush, quien estaba empezando a presionar a líderes judíos y a cristianos evangélicos, estos últimos un componente clave de sus bases políticas. Tom DeLay y Dick Armey eran especialmente francos sobre la necesidad de apoyar a Israel y DeLay y el líder de la minoría del Senado Trent Lott visitaron la Casa Blanca y le advirtieron a Bush que se echase atrás.


El primer signo de que Bush estaba cediendo llegó el 11 de abril -sólo una semana después de haber dicho a Sharon que retirase sus tropas- cuando Ari Fleischer dijo que el Presidente cree que Sharon es "un hombre de paz". Bush repitió públicamente esta afirmación al regreso de Powell de su frustrada misión y les dijo a los periodistas que Sharon había respondido satisfactoriamente a su llamada para una retirada completa e inmediata.


Sharon no había hecho nada de eso, pero el Presidente de los EEUU no estaba dispuesto a insistir más sobre ese punto. Mientras tanto, el Congreso también apoyaba a Sharon. El dos de mayo hizo caso omiso de las objeciones del gobierno y aprobó dos resoluciones reafirmando el apoyo a Israel. (La votación del Senado fue de 94 contra 2; la de la Cámara se aprobó por 352 contra 21). Ambas resoluciones insistían en que los EEUU "son solidarios con Israel" y en que los dos países están, según la cita de la resolución de la Cámara "ahora unidos en una lucha común contra el terrorismo". La versión de la Cámara también condenaba "el actual apoyo al terror por parte de Yasir Arafat" a quien se describía como un elemento central del problema del terrorismo.


Unos días después una delegación bipartidaria de congresistas en misión de reconocimiento en Israel declaró públicamente que Sharon debería resistirse a la presión de los EEUU para negociar con Arafat. El nueve de mayo un subcomité de la Comisión de Gastos de la Cámara de Representantes se reunió para tomar en consideración darle a Israel 200 millones de dólares más para luchar contra el terrorismo. El secretario de estado Powell se opuso a la medida, pero el Lobby la respaldó, igual que había ayudado en la autoría de las dos resoluciones del Congreso. Powell perdió.


En resumen, Sharon y el Lobby se enfrentaron al presidente de los EEUU y triunfaron. Hemi Shalev, un periodista del periódico israelí Ma'ariv informó de que los ayudantes de Sharon "no podían esconder su satisfacción ante el fracaso de Powell. Sharon miró a los ojos al presidente Bush, ambos fanfarroneaban, pero el Presidente pestañeó primero". Pero fueron las fuerzas pro-Israel de los EEUU, no Sharon ni Israel, las que jugaron el papel decisivo en la derrota de Bush.


La situación ha cambiado poco desde entonces. La administración Bush se negó a seguir negociando con Arafat, quien murió en noviembre de 2004. Posteriormente ha aceptado al nuevo líder palestino, Mahmoud Abbas, pero ha hecho poco por ayudarle a conseguir un estado viable. Sharon ha continuado desarrollando sus planes para un "desacoplamiento" unilateral de los palestinos que se basa en la retirada de Gaza unida a una expansión continua por la Orilla Oeste, lo que lleva consigo la construcción de la llamada "valla de seguridad" sobre tierras de propiedad palestina y ampliando los asentamientos y las redes de carreteras. Se niega a negociar con Abbas (que está a favor de un acuerdo negociado) haciendo que sea imposible para éste ofrecer beneficios tangibles al pueblo palestino. La estrategia de Sharon contribuyó directamente a la reciente victoria electoral de Hamás. Con Hamás en el poder resulta que Israel tiene otra excusa para no negociar. El gobierno ha apoyado las acciones de Sharon (y las de su sucesor, Ehud Olmert), y Bush ha respaldado incluso anexiones unilaterales de Israel en los territorios ocupados dando marcha a atrás en la política estatal de todos los presidentes desde Lyndon Johnson.


Algunos miembros del gobierno estadounidense han hecho críticas suaves a algunas acciones israelíes, pero han hecho muy poco para contribuir a la creación de un estado palestino viable. Un antiguo asesor para la seguridad nacional, Bret Scowcroft, llegó a declarar en octubre de 2004 que Sharon tenía al presidente Bush "comiendo en la palma de su mano". Si Bush intenta distanciar a los EEUU de Israel o incluso si critica las acciones israelíes en los territorios ocupados, seguramente tendrá que enfrentarse a la ira del Lobby y a sus partidarios en el Congreso. Los candidatos del partido demócrata a la presidencia comprenden perfectamente también estos hechos de la vida, por eso mismo John Kerry se esforzó mucho para demostrar su apoyo sincero a Israel en 2004 y por eso también Hillary Clinton está haciendo lo mismo hoy en día.


Mantener el apoyo estadounidense a las políticas israelíes contra los palestinos es una meta vital para el Lobby, pero sus ambiciones no terminan ahí. También quiere que los EEUU ayuden a Israel a seguir siendo la fuerza dominante en la región. Como era de esperar, el gobierno israelí y los grupos pro-Israel de los EEUU trabajan juntos para manejar la política de la administración Bush con respecto a Irak, Siria e Irán y también con respecto a su gran esquema para la reordenación de Oriente Medio.


Israel y la guerra de Irak

La presión por parte de Israel y del Lobby no ha sido el único factor existente tras la decisión estadounidense de atacar Irak en marzo de 2003, pero fue un elemento decisivo. Algunos estadounidenses creen que ésta fue "una guerra por petróleo", pero hay muy pocas pruebas que apoyen esa afirmación. En lugar de eso, la guerra vino motivada en gran medida por el deseo de hacer que Israel estuviese más seguro. Según Philip Zelikow, miembro de la Junta Consultiva del Presidente para Informaciones Extranjeras (2001-2003), director ejecutivo de la comisión del 11S y ahora consejero de la secretaria de estado Condoleezza Rice, la "amenaza real" de Irak no era una amenaza contra los EE. UU. La "amenaza tácita" era "la amenaza contra Israel", dijo Zelikow al público de la Universidad de Virginia en setiembre de 2002, señalando además que "el gobierno norteamericano no quiere insistir demasiado sobre esto porque no es un tema popular".


El 16 de agosto de 2002, once días antes de que el vicepresidente Cheney empezase la campaña a favor de la guerra con un discurso de línea dura a los veteranos de guerras en el extranjero, el Washington Post informó de que "Israel presiona a miembros del gobierno de los EEUU para que no retrasen un ataque militar contra el Irak de Saddam Hussein". En este punto, según Sharon, la coordinación estratégica entre Israel y los EEUU había alcanzado "dimensiones sin precedentes" y miembros de la inteligencia israelí le habían dado a Washington varios informes alarmantes sobre los programas iraquíes de armas de destrucción masiva. Como diría después un general israelí retirado: "La inteligencia Israel fue el gran aliado del cuadro presentado por la inteligencia norteamericana y británica con respecto a la capacidad de armas no convencionales de Irak".


Los líderes israelíes se angustiaron profundamente cuando el presidente Bush decidió pedir la autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para entrar en guerra en setiembre y se preocuparon todavía más cuando Saddam permitió que inspectores de Naciones Unidas volviesen a Irak ya que estos acontecimientos parecían reducir las probabilidades de una guerra. El ministro de exteriores Shimon Peres dijo a los periodistas en setiembre de 2002 que "la campaña contra Saddam Hussein es una necesidad. Las inspecciones y los inspectores están bien para la gente decente, pero la gente deshonesta vence fácilmente a inspecciones e inspectores".


Al mismo tiempo, el ex primer ministro Ehud Barak escribió un artículo en el New York Times advirtiendo que "ahora el mayor riesgo es no hacer nada". Su predecesor, Bejamin Netanyahu, publicó un artículo similar en el Wall Street Journal que se titulaba "El argumento para derrocar a Saddam". Netanyahu declaraba "Hoy en día no vale nada más que desmantelar su régimen" y añadía que "creo que hablo por la aplastante mayoría de israelíes al apoyar un ataque preventivo contra el régimen de Saddam". O como informaba Ha'aretz en febrero de 2003: "Los militares (israelíes) y los líderes políticos anhelan una guerra en Irak".


Pero como Netanyahu sugiere, el deseo de guerra no se reducía a los líderes israelíes. Aparte de Kuwait, que Saddam había conquistado en 1990, Israel era el único país del mundo donde tanto los políticos como la opinión pública apoyaban con entusiasmo la guerra. Como observó en aquel momento el periodista Gideon Levy, "Israel es el único país occidental cuyos líderes apoyan la guerra sin reservas y donde no se expresa ninguna opinión alternativa". De hecho, los israelíes tenían tanto entusiasmo por la guerra que sus aliados norteamericanos les dijeron que sofocasen esa retórica de línea dura para que no fuese a parecer que la guerra era por Israel.


El Lobby y la guerra de Irak

Dentro de los EEUU la fuerza principal detrás de la guerra de Irak era un pequeño grupo de neoconservadores, muchos de ellos con vínculos estrechos con el Partido Likud israelí. Además, líderes clave de las principales organizaciones del Lobby prestaron sus voces para la campaña a favor de la guerra. Según Forward "Mientras el presidente Bush intentaba vender la guerra de Irak, las organizaciones judías más importantes de los EEUU se unieron en una sola para defenderlo. Declaración tras declaración los líderes de la comunidad resaltaron la necesidad de liberar al mundo de Saddam Hussein y de sus armas de destrucción masiva". El editorial sigue diciendo que "la preocupación por la seguridad de Israel influyó legítimamente en las deliberaciones de los principales grupos judíos".


A pesar de que los neoconservadores y otros líderes del Lobby ansiaban invadir Irak, la mayoría de la comunidad judía norteamericana no. De hecho, Samuel Freedman informó justo después del comienzo de la guerra de que "una recopilación de encuestas a nivel nacional llevadas a cabo por el Centro de Investigación Pew muestra que los judíos apoyan en menor grado la guerra de Irak que la población en general, 52% contra 62%". A pesar de todo nos equivocaríamos si achacásemos la guerra de Irak a la "influencia judía". En realidad la guerra se debió en gran medida a la influencia del Lobby, particularmente a los neoconservadores incluidos en él.


Los neoconservadores ya estaban determinados a derrocar a Saddam antes de que Bush llegase a la presidencia. Ya habían causado una conmoción a principios de 1998 al publicar dos cartas abiertas al presidente Clinton pidiendo que se retirase a Saddam del poder. Los firmante, muchos de los cuales tenían vínculos estrechos con grupos pro-Israel como JINSA o WINEP, y en sus filas estaban Elliot Abrams, John Bolton, Douglas Feith, William Kristol, Bernard Lewis, Donald Rumsfeld, Richard Perle y Paul Wolfowitz no tuvieron muchos problemas para convencer a la administración Clinton de que adoptase la meta general de expulsar a Saddam. Pero los neoconservadores no fueron capaces de vender una guerra para alcanzar ese objetivo. Como tampoco fueron capaces de generar mucho entusiasmo hacia la invasión de Irak en los primeros meses de la administración Bush. Con todo lo importantes que fueron los neoconservadores para conseguir la guerra de Irak, necesitaron ayuda para alcanzar su meta.


La ayuda llegó el 11S. Específicamente, los terribles acontecimientos de ese día llevaron a Bush y a Cheney a cambiar el rumbo y a convertirse en grandes defensores de una guerra preventiva en Irak para derrocar a Saddam. Los neoconservadores del Lobby -principalmente Scooter Libby, Paul Wolfowitz y el historiador de Princetown Bernadr Lewis- jugaron papeles destacados en el convencimiento del presidente y el vicepresidente a favor de la guerra.


Para los neoconservadores el 11S fue una oportunidad dorada de defender la postura de la guerra de Irak. En una reunión clave en Camp David el 15 de setiembre, Wolfowitz defendió atacar Irak antes que Afganistán, a pesar de que no había pruebas de que Saddam tuviese algo que ver con los ataques a los EEUU y se sabía que Bin Laden estaba en Afganistán. Bush rechazó su consejo y decidió ir a por Afganistán, pero la guerra de Irak era ahora una posibilidad seria y el Presidente de los EEUU encargó a los planificadores militares el 21 de noviembre de 2001 que desarrollaran planes concretos para una invasión.


Mientras tanto, otros neoconservadores seguían trabajando en los pasillos del poder. Todavía no tenemos la historia completa, pero académicos como Lewis y Fouad Ajami de la Universidad John Hopkins jugaron, según se dice, papeles clave para convencer al vicepresidente Cheney de ir a la guerra. Las opiniones de Cheney también estaban muy influidas por los neoconservadores de su equipo, especialmente Eric Edelman, John Hannah y el jefe de grupo Libby, uno de los personajes más importantes del gobierno. La influencia del vicepresidente ayudó a convencer a Bush a principios de 2002. Con Bush y Cheney a bordo, la guerra estaba decidida.


Fuera del gobierno, los expertos neoconservadores no perdían el tiempo y proclamaban que invadir Irak era esencial para ganar la guerra al terrorismo. Sus esfuerzos se dirigían especialmente a mantener la presión sobre Bush y en parte pretendían vencer la oposición a la guerra dentro y fuera del gobierno. El 20 de setiembre un grupo de destacados neoconservadores y sus aliados publicaron otra carta abierta en la que le decían al Presidente que "aunque las pruebas no relacionen directamente a Irak con el ataque (del 11S), cualquier estrategia destinada a la erradicación del terrorismo y de los que lo apoyan debe incluir un esfuerzo firme para desbancar a Saddam Hussein del poder en Irak". La carta también le recordaba a Bush que "Israel ha sido y sigue siendo el más firme aliado de los EE. UU. contra el terrorismo internacional". En la edición del uno de octubre del Weekly Standard Robert Kagan y William Kristol pedían un cambio de régimen en Irak inmediatamente después de la derrota talibán. Ese mismo día, Charles Krauthammer exponía en el Washington Post que cuando hayamos acabado en Afganistán, Siria debería ser el siguiente, seguido por Irán e Irak. "La guerra contra el terrorismo", argumentaba, "terminará en Bagdad", cuando acabemos con "el régimen terrorista más peligroso del mundo".


Estas salvas fueron el principio de una campaña de relaciones públicas implacable con el fin de ganar apoyos para invadir Irak. Una parte clave de esta campaña fue la manipulación de la información de inteligencia para que Saddam pareciese una amenaza inminente. Por ejemplo, Libby visitó la CIA varias veces para presionar a los analistas para que encontrasen pruebas que demostrasen la postura de la guerra y ayudó a preparar un informe detallado sobre la amenaza de Irak a principios de 2003 que llegó a Colin Powell que estaba preparando su infame informe sobre la amenaza iraquí ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Según Bob Woodward, Powell "estaba horrorizado ante lo que él consideraba ir demasiado lejos e hipérbole. Libby sólo sacaba las peores conclusiones de fragmentos e hilos de seda". A pesar de que Powell descartó las afirmaciones más escandalosas de Libby, su exposición ante la ONU seguía plagada de errores como Powell reconoce ahora.


La campaña para manipular a los servicios de inteligencia también alcanzaba a dos organizaciones creadas después del 11S que informaban directamente al subsecretario de defensa Douglas Faith. El Grupo de Evaluación de la Política Contra el terrorismo debía buscar relaciones entre al Qaeda e Irak que la comunidad de inteligencia supuestamente no había visto. Los dos miembros clave fueron Wurmser, neoconservador de núcleo duro, y Michael Maloof, un libanés-norteamericano que tenía vínculos estrechos con Perle. La Oficina de Planes Especiales tenía la misión de encontrar pruebas que pudieran usarse para vender la guerra contra Irak. La dirigía Abram Shulsky, un neoconservador con antiguos lazos con Wolfowitz y en sus filas había expertos pro-Israel.


Como prácticamente todos los neoconservadores, Feith está muy comprometido con Israel. También tiene lazos antiguos con el Likud. En los años 90 escribió artículos apoyando los asentamientos y defendiendo que Israel debía mantener los territorios ocupados. Más importante aún, junto con Perle y Wurmser, en junio de 1996 escribió el famoso informe "Clean Break" para el primer ministro israelí entrante Benjamin Netanyahu. Entre otras cosas recomendaba a Netanyahu que se "centrase en eliminar a Saddam Hussein del poder en Irak -un objetivo israelí estratégicamente importante por derecho propio". También decía que Israel debía dar los pasos necesarios para reordenar todo Oriente Medio. Netanyahu no puso en práctica sus consejos, pero Feith, Perle y Wurmser pronto abogaron porque la administración Bush persiguiese los mismos fines. La situación llevó al columnista de Ha'aretz Akiva Eldar a avisar de que Feith y Perle "están caminando sobre una línea fina que está entre su lealtad a los gobiernos estadounidenses y los intereses israelíes".


Wolfowitz está igualmente comprometido con Israel. Forwardk le describió una vez como "la voz pro-Israel más dura del gobierno" y le eligieron en 2002 como el primero de 50 personajes destacados que "se han dedicado conscientemente al activismo judío". Aproximadamente en la misma época, JINSA otorgó a Wolfowitz su Premio Jackson a Servicios Distinguidos por promocionar una sociedad fuerte entre Israel y los EEUU y el Jerusalén Post describiéndolo como "devotamente pro-Israel" le nombró "Hombre del año" en 2003.


Finalmente unas pocas palabras sobre el apoyo pre-guerra de los neoconservadores a Ahmed Chalabi, el exiliado iraquí sin escrúpulos que dirigía el Congreso Nacional Iraquí (INC). Acogieron a Chalabi porque había trabajado en el establecimiento de vínculos estrechos entre grupos judío-norteamericanos y había proclamado que fomentaría las buenas relaciones con Israel cuando llegase al poder. Eso era precisamente lo que los pro-israelíes que proponían un cambio de régimen querían oír, así que apoyaron a Chalabi. El periodista Matthew Berger expuso el meollo del trato en el Jewish Journal: "El INC vio en la mejora de las relaciones un camino para explotar la influencia judía en Washington y en Jerusalén y para movilizar un mayor apoyo para su causa. Por su parte los grupos judíos vieron la oportunidad de pavimentar el camino para unas mejores relaciones entre Israel e Irak, siempre y cuando el INC se implique en sustituir el régimen de Saddam Hussein".


Dada la devoción de los neoconservadores hacia Israel, su obsesión con Irak y su influencia en la administración Bush, no sorprende que muchos norteamericanos sospecharan que la guerra estaba diseñada para fomentar los intereses israelíes. Por ejemplo, Barry Jacobs del Comité Judío-Americano reconoció en marzo de 2005 que la creencia de que Israel y los neoconservadores conspiraban para conseguir que los EEUU entraran en guerra con Irak era "generalizada" en la comunidad de inteligencia estadounidense. Pero muy poca gente diría algo así en público, y la mayoría de los que lo hicieron - incluyendo al senador Ernest Hollings (Demócrata, Carolina del Sur) y el representante James Moran (Demócrata, Virginia) - fueron censurados por sacar el tema. Michael Kinsley lo expuso claramente a finales de 2002 cuando escribió que "la falta de discusión pública sobre el papel de Israel es como el elefante en la habitación del refrán: todo el mundo lo ve, pero nadie lo menciona". La razón para esta renuencia, observó, era el miedo a ser etiquetado como antisemita. Aun así, caben pocas dudas sobre que Israel y el Lobby fueron factores clave en la decisión de la guerra. Sin los esfuerzos del Lobby, los EEUU habrían estado más lejos de ir a la guerra en marzo de 2003.


Sueños de transformación regional

Se suponía que la guerra de Irak no iba a ser un cenagal costoso. Al contrario, se pretendía que fuese un primer paso de un plan más amplio para reordenar Oriente Medio. Esta ambiciosa estrategia fue un cambio dramático con respecto a la política previa de los Estados Unidos y el Lobby e Israel dirigían de forma crítica las fuerzas de este cambio. Este punto quedó claro tras el comienzo de la guerra de Irak en una historia de portada del Wall Street Journal. El titular decía: "El sueño del Presidente: cambiar no sólo un régimen sino una región. Una zona democrática pro EEUU es una meta que tiene raíces israelíes y neoconservadoras".


Las fuerzas pro-israelíes están interesadas desde hace mucho en conseguir que los EEUU se involucren más directamente en el ámbito militar en Oriente Medio para ayudar a proteger a Israel. Pero durante la guerra fría el éxito en este campo fue limitado porque los EEUU actuaban en la región como un "nivelador en la distancia". La mayoría de las tropas estadounidenses destinadas en Oriente Medio, como las Tropas de Despliegue Rápido, se mantuvieron "más allá del horizonte" y donde no podían recibir daños.


Washington mantuvo un equilibrio de poder favorable haciendo que los poderes locales se enfrontasen entre sí, por esto la administración Reagan apoyó a Saddam contra el Irán revolucionario durante la guerra Irán-Irak (1980-88).


Esta política cambió después de la primera Guerra del Golfo, cuando la administración Clinton adoptó la estrategia de "contención doble". Esta estrategia consistía en apostar tropas estadounidenses en la región para contener tanto a Irán como a Irak, en lugar de usar a uno contra el otro. El padre de la contención doble no era otro que Martin Indyk, que expresó esta estrategia por primera vez en mayo de 1993 en el grupo de expertos pro-Israel WINEP y luego la mejoró como Director de Asuntos de Oriente Próximo y Sur Asiático en el Consejo de Seguridad Nacional.


A mediados de los 90 la insatisfacción con la contención doble era considerable porque hacía que los EEUU fuesen el enemigo mortal de dos países que también se odiaban entre sí y esto hacía que Washington debiera cargar con el peso de contenerlos a ambos. Como era de esperar, el Lobby trabajó activamente en el Congreso para salvar la contención doble.


Presionado por el AIPAC y otras fuerzas pro-israelíes, Clinton endureció la política en la primavera de 1995 imponiendo un embargo económico a Irán. Pero el AIPAC y compañía querían más. El resultado fue el Acta sancionadora a Irán y Libia de 1996 que imponía sanciones a cualquier compañía extranjera que invirtiera más de 40 millones de dólares en el desarrollo de recursos petrolíferos en Irán o Libia. Como Ze'ev Schiff, el corresponsal militar de Ha'aretz, hizo notar en aquel momento, "Israel sólo es un elemento diminuto en el gran esquema, pero no debemos llegar a la conclusión de que no puede influir en este círculo (Beltway)".


A finales de los 90, sin embargo, los neoconservadores argumentaron que la contención doble no era suficiente y que el cambio de régimen en Irak era ya esencial. Derrocando a Saddam y haciendo de Irak una democracia viva, decían, los EEUU desencadenarían un proceso de cambio de mayor alcance en todo Oriente Medio. Esta línea de pensamiento, por supuesto, era evidente en el estudio "Clean Break" que los neoconservadores habían escrito para Netanyahu. En 2002, cuando la invasión de Irak se había convertido en un tema que no se podía posponer, la transformación regional había pasado a ser un artículo de fe en círculos neoconservadores.


Charles Krauthammer describe este gran esquema como un invento de Natan Sharansky, el político israelí cuyos escritos han impresionado al presidente Bush. Pero Sahransky no era una voz solitaria en Israel. De hecho, israelíes de todo el espectro político creían que derrocar a Saddam alteraría Oriente Medio en beneficio de Israel. Aluf Benn informó en Ha'aretz (17 de febrero de 2003): "Oficiales superiores de las IDF y personas cercanas al primer ministro Ariel Sharon, como el consejero de seguridad nacional Ephraim Halevy, muestran un cuadro de color de rosa del maravilloso futuro que Israel puede esperar después de la guerra. Prevén un efecto dominó, con la caída de Saddam Hussein seguida por la de los otros enemigos de Israel . Con estos líderes desaparecerían también el terror y las armas de destrucción masiva".


En resumen, los líderes israelíes, los neoconservadores y la administración Bush, todos veían en la guerra de Irak el primer paso de una ambiciosa campaña para rehacer Oriente Medio. Con el primer resplandor de victoria, volvieron la vista hacia los otros oponentes regionales de Israel.




Disparos sobre Siria

Los líderes israelíes no impulsaron a los EEUU a echar sus redes sobre Siria antes de marzo de 2003 porque estaban demasiado ocupados insistiendo en la guerra de Irak. Pero después de la caída de Bagdad a mediados de abril, Sharon y sus lugartenientes empezaron a presionar a Washington para que apuntase hacia Damasco. El 16 de abril, por ejemplo, Sharon y Shaul Mofaz, su ministro de defensa, concedieron entrevistas de primera plana a diferentes periódicos israelíes. Sharon en Yedioth Ahronoth, pedía a los EEUU que presionase "con fuerza" a Siria. Mofaz dijo a Ma'ariv que "Tenemos una larga lista de asuntos que pensamos pedir a los sirios y sería apropiado hacerlo a través de los EEUU" El consejero de seguridad nacional de Sharon, Epharim Halevy, dijo ante el público del WINEP que ahora era importante para los EEUU ponerse duros con Siria y el Washington Post informó de que Israel estaba "avivando la campaña" contra Siria entregando a los servicios de inteligencia de los EEUU informes sobre las acciones del presidente sirio Bashar Assad. Importantes miembros del Lobby hicieron declaraciones similares tras la caída de Bagdad.


Wolfowitz declaró que "debe haber un cambio de régimen en Siria" y Richard Perle le dijo a un periodista que "podemos entregar un mensaje breve, un mensaje de tres palabras (a los regímenes hostiles de Oriente Medio): 'Sois los siguientes'". A principios de abril el WINEP emitió un informe bipartidario en el que se afirmaba que Siria "no debería obviar el mensaje de que aquellos países que sigan el comportamiento temerario, irresponsable y desafiante de Saddam podrían acabar compartiendo su destino". El 15 de abril Yossi Klein Halevi escribió un artículo en Los Angeles Times titulado lo siguiente: "apretar las tuercas a Siria", mientras que al día siguiente Zev Chafets escribía un artículo para el New York Daily News titulado "Siria, el amigo del terror, también necesita un cambio". Tampoco hay que olvidar que Lawrence Kaplan escribió en New Republic el 21 de abril que el líder sirio Assad era una amenaza seria para los EEUU.


De vuelta en el Capitolio, el congresista Eliot Engel, (Demócrata, Nueva York) volvió a introducir el Acta de Responsabilidad de Siria y Restauración de la Soberanía Libanesa el 12 de abril. Se amenaza con sanciones a Siria si no se retiraba de El Líbano, entregaba sus armas de destrucción masiva y dejaba de apoyar el terrorismo, también pedía a Siria y a El Líbano que diesen pasos concretos para hacer la paz con Israel. Esta legislación estaba fuertemente apoyada por el Lobby -especialmente por el AIPAC- y había sido "elaborada" según la Jewish Telegraph Agency, "por algunos de los mejores amigos de Israel en el Congreso". Había permanecido en el olvido algún tiempo, sobre todo porque a la administración Bush no le entusiasmaba mucho, pero el acta anti-Siria fue aprobada por mayoría (398 contra 4 en la Cámara de Representantes; 89 contra 4 en el Senado) y Bush la firmó como ley el 12 de diciembre de 2003.


Pero la administración Bush seguía dividida sobre la conveniencia de apuntar sobre Siria en ese momento. A pesar de que los neoconservadores estaban deseando empezar la lucha con Damasco, la CIA y el Departamento de Estado se oponían. E incluso después de que Bush firmase la nueva ley remarcó que iría despacio en su cumplimiento. La ambivalencia de Bush es comprensible. Primero, el gobierno sirio había entregado a los EEUU importante información sobre al Qaeda desde el 11S y también había avisado a Washington sobre un ataque terrorista en el Golfo.


Siria también había dado a interrogadores de la CIA acceso a Mohammed Zammar, la persona que supuestamente había reclutado a los secuestradores del 11S. Tener al régimen de Assad en el punto de mira podría poner en peligro esas conexiones tan valiosas y, por lo tanto, minar la guerra contra el terrorismo. Segundo, Siria no tenía malas relaciones con Washington antes de la guerra de Irak (por ejemplo, incluso había votado a favor de la resolución 1441 de Naciones Unidas) y no era una amenaza para los EEUU. Hacerle el juego duro a Siria podría hacer que los EEUU pareciesen un matón con un apetito insaciable por pegar a los estados árabes. Finalmente, poner a Siria en la lista negra de los EEUU daría a Damasco un buen incentivo para crear problemas en Irak. Aunque se quisiera presionar a Siria, sería buena idea acabar primero el trabajo en Irak. Pero el Congreso seguía insistiendo en apretarle las tuercas a Damasco, en gran parte como respuesta a la presión de funcionarios israelíes y grupos pro-Israel como el AIPAC. Si el Lobby no existiese, no habría Acta de Responsabilidad Siria y la política estadounidense hacia Damasco estaría más en consonancia con los intereses nacionales de los EEUU.


Poner la red sobre Irán

Los israelíes tienden a describir cada amenaza con los términos más fuertes, pero Irán es visto abiertamente como su enemigo más peligroso porque es el adversario con más probabilidades de conseguir armas nucleares. Prácticamente todos los israelíes miran a un país islámico de Oriente Medio con armas nucleares como una amenaza existencial. Como señaló el ministro de defensa israelí Ben-Eliezer un mes antes de la guerra de Irak: "Irak es un problema... pero debemos entender, si me lo preguntan, que Irán es hoy en día más peligroso que Irak".


Sharon comenzó a presionar públicamente a los EEUU para que se enfrentase con Irán en noviembre de 2002 en una entrevista en The Times (Londres). Describía Irán como "el centro del mundo del terror", con capacidad para hacerse con armas nucleares, declaró que la administración Bush debía actuar de forma represiva contra Irán "el día después" de haber conquistado Irak. A finales de abril de 2003, Ha'aretz informaba de que el embajador israelí en Washington solicitaba un cambio de régimen en Irán. El derrocamiento de Saddam, señalaba, "no era suficiente". Según sus propias palabras, los EEUU "deben seguir adelante. Todavía hay amenazas de esa magnitud provenientes de Siria, provenientes de Irán".


Los neoconservadores tampoco perdieron el tiempo a la hora de pedir un cambio de régimen en Teherán. El seis de mayo, la AEI copatrocinaba una conferencia intensiva sobre Irán con la Fundación para la Defensa de las Democracias, pro-Israel, y el Instituto Hudson. Los oradores defendían todos ardientemente a Israel y muchos de ellos apelaron a los EEUU para que substituyesen el régimen iraní por una democracia. Como siempre, hubo un montón de artículos escritos por destacados neoconservadores abogando por el ataque a Irán. Por ejemplo, William Kristol escribió en el Weekly Standard el 12 de mayo que "La liberación de Irak era la primera gran batalla por el futuro de Oriente Medio, pero la siguiente gran batalla - esperamos que no sea militar - será la de Irán".


La administración Bush respondió a la presión del Lobby trabajando horas extras para clausurar el programa nuclear iraní. Pero Washington ha tenido poco éxito y parece que Irán está decidido a conseguir un arsenal nuclear. Como resultado, el Lobby ha intensificado su presión sobre el gobierno de los EEUU usando todas las estrategias de su manual. Editoriales y artículos advierten ahora de los inminentes peligros de un Irán nuclear, prudencia ante un apaciguamiento de un régimen "terrorista" y hacen referencias enigmáticas a acciones preventivas en caso de que falle la diplomacia. El Lobby también está presionando en el congreso para que apruebe el Acta de Apoyo a la Libertad de Irán, la cual ampliaría las sanciones existentes sobre Irán. Miembros del gobierno israelí también avisan de que podrían emprender acciones preventivas en caso de que Irán continúe por el camino nuclear, comentarios que en parte pretenden mantener a Washington concentrado en este tema.


Alguien podría decir que Israel y el Lobby no han tenido mucha influencia en la política estadounidense con respecto a Irán ya que los EEUU tienen sus propios motivos para impedir que Irán se haga con armas nucleares. En parte es cierto, pero las ambiciones nucleares de Irán no amenazan la existencia de los EEUU. Si Washington pudo vivir con una Unión Soviética con armas nucleares, con una China nuclear e incluso con una Corea del Norte nuclear, entonces puede vivir con un Irán con armas nucleares. Por eso el Lobby debe mantener una presión constante sobre los políticos estadounidenses para que se enfrenten a Teherán. Irán y los EEUU no serían aliados si el Lobby no existiera, pero la política norteamericana sería más moderada y la guerra preventiva no sería una opción seria.


Resumen

No sorprende que Israel y sus partidarios norteamericanos quieran que los EEUU manejen todas las amenazas contra la seguridad israelí. Si sus esfuerzos por moldear la política estadounidense tienen éxito, entonces los enemigos de Israel quedan debilitados o derrocados, Israel recibe carta blanca con los palestinos y los EE. UU. se llevan la mayor parte de la lucha, la muerte, la reconstrucción y el gasto.




Conclusión

¿Puede restringirse el poder del Lobby? Nos gustaría pensar que sí dada la debacle iraquí, la necesidad obvia de reconstruir la imagen de los EEUU en el mundo árabe e islámico y las recientes revelaciones sobre funcionarios del AIPAC que pasaban secretos gubernamentales estadounidenses a Israel. También podríamos pensar que la muerte de Arafat y la elección de Abu Mazen, más moderado, llevaría a Washington a insistir vigorosa e imparcialmente en un acuerdo de paz. En resumen, hay razones sobradas para que los líderes estadounidenses se distancien del Lobby y adopten una política referente a Oriente Medio más coherente con unos intereses norteamericanos más amplios.

Concretamente, si los EEUU usasen su poder para lograr una paz justa entre Israel y los palestinos eso ayudaría a avanzar en las metas de luchar contra los extremismos y a promover la democracia en Oriente Medio. Pero eso no va a suceder en un corto espacio de tiempo. El AIPAC y sus aliados (incluidos los Sionistas Cristianos) no tienen oponentes serios en el mundo de los lobbies. Saben que hoy en día es más difícil defender la postura de Israel y responden ampliando sus actividades y su personal. Aun más, los políticos estadounidenses siguen siendo extremadamente sensibles a las contribuciones de campaña y a otras formas de presión política y los grandes medios parece que van a seguir siendo comprensivos con Israel sin importar lo que haga.





Esta situación es profundamente preocupante porque la influencia del Lobby causa problemas en varios frentes. Aumenta el peligro de terrorismo al que se enfrentan todos los estados -incluidos los aliados europeos de los EE.UU. Al impedir que los líderes estadounidenses presionen a Israel para que haga la paz, el Lobby también ha hecho imposible que termine el conflicto palestino-israelí. Esta situación da a los extremistas una poderosa herramienta de reclutamiento, aumenta el fondo de terroristas potenciales y simpatizantes y contribuye al radicalismo islámico en todo el mundo. Aún más, la campaña del Lobby por un cambio de régimen en Irán y Siria podría llevar a los EUU a atacar a esos países con efectos potencialmente desastrosos. No necesitamos otro Irak. Como mínimo, la hostilidad del Lobby contra esos países hace especialmente difícil para Washington reclutarles en contra de Al Qaeda y la insurgencia iraquí donde su ayuda es muy necesaria.

También hay una dimensión moral. Gracias al Lobby, los EEUU se han convertido en el "consentidor" de facto de la expansión israelí en los territorios ocupados, convirtiéndose en cómplice de los crímenes perpetrados contra los palestinos. Esta situación hace perder valor a los esfuerzos estadounidenses por promover la democracia fuera de sus fronteras y hace que parezcan hipócritas cuando presionan a otros países para que respeten los derechos humanos. Los esfuerzos norteamericanos para limitar la proliferación nuclear también parecen igualmente hipócritas dada su buena voluntad para aceptar el arsenal nuclear de Israel, lo que fomenta que Irán y otros quieran tener capacidades similares.





Además, la campaña del Lobby para aplastar el debate sobre Israel es poco saludable para la democracia. Silenciar a los escépticos organizando listas negras y boicots -o sugiriendo que los críticos son antisemitas- viola el principio de debate abierto sobre el que se basa la democracia. La incapacidad del Congreso de los EEUU para llevar a cabo un auténtico debate sobre estos asuntos vitales paraliza todo el proceso de deliberación democrática. Los partidarios de Israel deben ser libres de exponer sus premisas y de desafiar a los que no están de acuerdo, pero los esfuerzos por suprimir el debate por medio de la intimidación debe ser condenado rotundamente por aquellos que creen en el discurso libre y en la discusión abierta de asuntos públicos importantes.

Finalmente, la influencia del Lobby ha sido mala para Israel. Su capacidad para persuadir a Washington de que apoye un programa expansionista ha impedido que Israel aproveche oportunidades - incluido un tratado de paz con Siria y una puesta en práctica rápida y completa de los acuerdos de Oslo - que podrían haber salvado vidas israelíes y disminuido las filas de los extremistas palestinos.

Negar a los palestinos sus derechos políticos legítimos desde luego no ha hecho que Israel esté más seguro y la larga campaña para matar o marginar una generación de líderes palestinos ha subido al poder a grupos extremistas como Hamás y ha reducido el número de líderes palestinos dispuestos a aceptar un acuerdo justo y que serían capaces de llevarlo a cabo. Este rumbo acerca el terrible fantasma de Israel ocupando un día el estatus de paria reservado en su momento para estados apartheid como Sudáfrica. Irónicamente, a Israel le iría probablemente mejor si el Lobby fuese menos poderoso y la política estadounidense más imparcial.





Pero queda un rayo de esperanza. Aunque el Lobby sigue siendo una fuerza poderosa, los efectos adversos de su influencia son cada vez más difíciles de esconder. Los estados poderosos pueden mantener una política errónea durante algún tiempo, pero la realidad no puede ignorarse eternamente. Así pues, lo que se necesita es una discusión sincera sobre la influencia del Lobby y un debate más abierto sobre los intereses de los EEUU en esta región vital. El bienestar de Israel es uno de esos intereses, pero no su ocupación continuada de la Orilla Oeste ni su amplio programa para la región. El debate abierto dejaría al descubierto los límites de la postura moral y estratégica del apoyo desigual de los EEUU y podría llevar a este país a una posición más coherente con sus propios intereses nacionales junto con los intereses de otros estados de la región y también con los intereses a largo plazo de Israel.




por John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt


Fuente: http://es.metapedia.org/wiki/El_lobby_israel%C3%AD_en_Estados_Unidos

Sobre los autores:

John Mearsheimer :

http://es.wikipedia.org/wiki/John_Mearsheimer

Stephen M. Walt:

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