VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

UNA FAMILIA PARA SIEMPRE

James Petras
James Petras
Adela fue a los mejores colegios católicos de Manila. Su familia, de origen humilde, se sintió orgullosa cuando ganó un premio a la mejor alumna de su clase.

El colegio mantenía un programa de intercambio a través de una organización estadounidense, el American Field Service, y Adela resultó elegida para pasar seis meses con una familia en Michigan y estudiar en un instituto local.

Fue un agradable semestre. La llevaron a excursiones y espectáculos deportivos. Adela cayó muy bien en aquella familia. Era una estudiante alegre, trabajadora, y ayudaba en las tareas de la casa.

Justo antes de regresar, le organizaron una fiesta de despedida e invitaron a muchos de sus compañeros de clase. Adela les agradeció su amable hospitalidad. A su vez, ellos la describieron como «una más de la familia».

Adela regresó y, al poco tiempo, su país fue sometido a la ley marcial. Ya en la universidad, entró en contacto con estudiantes activistas que se oponían a la dictadura y pronto ingresó en un grupo que organizaba la resistencia popular. 

Conforme se extendía la oposición, la familia de Adela, sus padres, hermanos y hermanas, se incorporaron a la resistencia en el vecindario.

El régimen reaccionó intensificando la represión. La policía militar ocupó barrios enteros, asaltó casas y detuvo sospechosos.


Los dos hermanos mayores y un tío de Adela desaparecieron.
Nunca más se supo de ellos.

Cada Navidad, la familia de Michigan le enviaba una tarjeta y una calurosa carta con noticias hogareñas y recuerdos de los momentos felices que pasaron juntos.


Adela, implicada en las luchas clandestinas y a la búsqueda de sus familiares desaparecidos, no contestaba.

Varios años después, cuando se levantó la ley marcial, Adela volvió a la universidad para terminar sus estudios.


En diciembre, recibió la tarjeta y la carta de Michigan. Le preguntaban por sus estudios y su familia. Cuando abrió el sobre, se encontraba con un amigo en una cafetería. Le mostró la carta y le contó su estancia en los Estados Unidos.

–¿Por qué no les escribes y les dices lo que pasó con tu familia y tus compañeros?

Adela vaciló.

–Es un mundo tan distinto al nuestro... No lo entenderían.

–Quizá vaya siendo hora de que aprendan unas cuantas cosas de este lado del mundo. Al fin y al cabo, su gobierno apoyó la ley marcial.

–Ya veremos –respondió Adela de mala gana.

Al caer la tarde, una vez que terminó de preparar un examen para la Facultad de Medicina, Adela sacó la carta. A través de la ventana observó la calle embarrada, todavía repleta de vendedores ambulantes.

Empezó a teclear en la máquina de escribir. Les habló de sus estudios y de recuerdos agradables del pasado.


Les preguntó por su hijo y por su hija. Les detalló también la tortura y desaparición de los miembros de su familia por haberse opuesto al régimen. Al día siguiente, echó el sobre en el buzón.

Un mes más tarde, recibió una carta de la familia de Michigan.

La abrió. Sólo había dos frases:

«No vuelvas a escribirnos.


No queremos saber nada más de ti.»

Adela la leyó una segunda vez y, luego, la tiró a la papelera.


Se levantó, salió a la calle, esquivó los charcos y subió a un autobús abarrotado.

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