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Vietnam: La masacre de My-Lai


En Septiembre de 1969, el teniente William Calley fue acusado de horrorosos crimenes de guerra que causaron una profunda conmoción entre la opinión pública estadounidense.
Teniente W. Calley

La mañana del 16 de marzo de 1968, tres compañías de la 11ª Brigada de Infantería iniciaron una operación de búsqueda y destrucción en el área de My Son. 

El objetivo de la Compañía C era el 48º Batallón del Vietcong, que según los servicios de inteligencia tenía su base en una aldea conocida en los mapas militares estadounidenses con el nombre de My Lai-4. Los norteamericanos comenzaron lanzando un ataque heliportado.

No encontraron resistencia en la zona de aterrizaje y, por lo tanto el capitán Ernest L. Medina envió a las secciones 1ª y 2ª al poblado. Al ver la llegada de los norteamericanos algunos aldeanos comenzaron a correr y fueron abatidos a tiros. 

La 2ª sección arrasó la mitad norte de My Lai-4, arrojando granadas dentro de las chozas y matando a todo lo que saliera de ellas. Violaron y asesinaron a las jóvenes del poblado, rodearon a los civiles y los mataron.

Media hora después, Medina envió a la 2ª sección al poblado de Bihn Tay , donde violaron a más jóvenes antes de capturar entre 10 y 20 mujeres y niños para después asesinarlos.

La matanza de los inocentes

Mientras tanto, la 1ª sección, bajo las ordenes del teniente William L. Cassey Jr. arrasó la zona sur de My Lai-4, disparando a todo el que intentaba escapar, asesinando a otros con las bayonetas, violando mujeres, matando el ganado y destruyendo los cultivos y las casas. 

Los sobrevivientes fueron apiñados dentro de una acequia de desagüe. 

En ese momento, el teniente Calley abrió fuego contra los indefensos aldeanos y ordenó a sus hombres que hicieran lo mismo. Descargaron una lluvia de balas sobre aquella montaña de carne humana hasta que todos los cuerpos quedaron completamente inmoviles. 

Entonces como por milagro, un niño de dos años salió gateando entre los cuerpos, llorando. Calley lo empujó y disparó sobre él.

Media hora más tarde la 3ª sección entró en acción para terminar de "liquidar" al enemigo. Mataron a los aldeanos heridos para evitarles el sufrimiento, quemaron las casas, dispararon sobre el ganado que aún quedaba vivo y sobre cualquiera que intentara escapar; luego reunieron a un grupo de mujeres y niños y acribillaron sus cuerpos con balas de M16.

En total, murieron entre 172 y 347 personas, todos ellos ancianos, mujeres y niños desarmados. El capitán Medina informó que habían contado 90 cuerpos de Vietcong no civiles. 

El oficial de prensa de la división anunció que se había dado muerte a 128 enemigos, detenido a 13 sospechosos ¡y capturado 3 armas!. Era un día más en Vietnam.

El problema fue que dos periodistas, el fotógrafo Ronald Haeberle y el periodista del Ejercito Jay Roberts, habían sido asignados a la sección de Calley.

Habían sido testigos de la masacre. Una mujer había recibido tantas ráfagas que sus huesos habían saltado en astillas. Otra mujer fue muerta a tiros y su bebé destrozado con un M16, mientras tanto otro bebé era atravesado con una bayoneta. Un soldado que acababa de violar a una joven, le metió el cañón de su M16 en la vagina y apretó el gatillo. 

Un anciano fue arrojado a un pozo con una granada: tenía dos opciones, ahogarse o saltar por los aires. 

Un niño que escapaba de la masacre fue derribado de un disparo. 

El suboficial Hugh C. Thompson, piloto de un helicóptero de observación, comenzó a lanzar granadas fumígenas para que pudiera localizarse a los heridos civiles y evacuarlos.

 Cuando vio que sus compañeros en tierra se guiaban por el humo para llegar hasta los heridos y rematarlos, se quedó atónito.

Gradualmente, las noticias se fueron divulgando. Los hombres de la Compañía C pregonaban orgullosos su victoria en My Lai. Los Vietcong distribuyeron panfletos denunciando aquella atrocidad y el Ejército investigó con indiferencia los rumores de la masacre, que se habían extendido a través de toda la cadena de mando, pero se decidió que no había fundamentos suficientes para una investigación. Ronald Ridenhour, oyó también los rumores de la masacre y se interesó por el caso. 

Reunió a algunos miembros de la Compañía C, entre los que se encontraba el objetor más destacado de aquella atrocidad, Michael Bernhardt.

 A medida que llegaban los informes, la euforia inicial se iba diluyendo y muchos de los que tomaron parte en ella comenzaron a preguntarse como podrían vivir con aquello que habían hecho cuando volvieran al "Mundo". 

Sabían que no podían tomar ninguna medida sin provocar que se les acusara de asesinato, pero deseaban hablar con Ridenhour.

Ridenhour reunió las declaraciones, aunque estaba seguro de que si las presentaba al Ejército se volvería a realizar una investigación superficial y otra vez todo quedaría encubierto. 

No obstante, cuando volvió a casa después de su periodo de servicio, se dio cuenta de que le era imposible olvidar todo lo que había oído. Así que escribió una carta describiendo los testimonios que había reunido y envió 30 copias a los políticos más importantes.

El congresista Morris Udall, de Arizona, presionó al Ejército para que enviara un equipo de investigación a entrevistarse con Ridenhour. Seis meses más tarde y unos dieciocho meses después de la matanza, el teniente Calley fue acusado de asesinato.

Ni siquiera sabía leer un mapa

Calley era un muchacho normal. Un tasador de seguros de San Francisco que se dirigía a su Miami natal, donde había sido alistado, cuando se quedó sin dinero en Albuquerque y decidió enrolarse allí mismo.

Recibió la instrucción básica en Fort Bliss (Texas), fue a la escuela de administración en Fort Lewis (Washington) y luego a la escuela de oficiales en Fort Benning (Georgia), donde hizo muy poco que les distinguiera. Se graduó sin saber leer correctamente un mapa. 

Antes de partir, le pidieron que pronunciara un discurso de tres minutos sobre "Vietnam, nuestro anfitrión". Dijo que las tropas norteamericanas no debían insultar o atacar a las mujeres y que debían ser corteses, pero el resto fue muy confuso.

No le bastó esa deficiente instrucción para enfrentarse a aquel vacio moral llamado Vietnam. Se encontró que no era capaz de controlar a sus propios hombres ni de resistir la creciente presión de sus superiores para los recuentos de victimas.

El problema era que ni él ni sus hombres conseguían encontrar ningún Vietcong. Calley dijo que una prostituta con la que tenía relaciones mostraba tendencias comunistas y eso le preocupaba: "¿Debía matarla?". Pero luego, en el campo de batalla, no había encontrado ninguno. Su ineptitud durante las emboscadas era tal que alertaba al enemigo a varios kilómetros de distancia. Y, cuando patrullaba, sus hombres siempre resultaban heridos.

Patrullando cerca de My Son en febrero, el operador de radio de Calley murió de un disparo. Durante tres días la Compañía intentó penetrar en My Son, pero tuvo que retroceder. Dos hombres murieron a causa de trampas explosivas y otro por heridas de bala de un francotirador. La patrulla se había metido en un nido de trampas explosivas pero, cuando ya habían logrado salir ilesos de allí, dos hombres más murieron por los disparos de una ametralladora.

Volaban extremidades por los aires

En la siguiente misión, iban hacia el punto de reunión cuando una explosión quebró la tranquilidad de la mañana y se oyó el grito de un hombre. Hubo otra explosión y luego otro grito. Luego otra detonación más, y otra y otra más.

Habían entrado en una zona minada y, mientras los hombres corrían a ayudar a sus compañeros heridos, se producía una explosión tras otra. Los cuerpos destrozados volaban por los aires, los enfermeros iban de un cuerpo a otro y las explosiones eran cada vez más. Aquello continuó durante dos horas, dejando 32 hombres muertos o heridos.

El 4 de mayo, la compañía recibió una salva de granadas de mortero y la mayor parte de los objetos personales de los soldados fueron destruidos. Diez días más tarde, dos antes del ataque a My Lai, cuatro hombres -entre los que se encontraba uno de los suboficiales de menos experiencia de la Compañía - Volaron en pedazos al caer en una trampa. En 32 días, la Compañía C, integrada por unos 100 hombres, sufrió 42 bajas, sin haber prácticamente visto al enemigo.

Calley también había visto atrocidades cometidas por los Vietcong. Una noche, los Vietcong capturaron a uno de sus hombres y estuvo oyendo sus gritos durante toda la noche a menos de 30 m. de distancia. Calley pensó que los Vietcong debían de tener altavoces, pero no. Le habían despellejado vivo, dejandole sólo la piel de la cara; luego le sumergieron en agua con sal y le arrancaron el pene. 

Calley también había visto a un jefe de una aldea destrozado moralmente después de encontrar en la puerta de su casa una tinaja de barro dejada por los Vietcong, llena de un líquido que parecía salsa de tomate. 

Dentro había fragmentos de huesos, pelos y trozos de carne humana flotando. Era su hijo.

Había visto a soldados norteamericanos que mataban a civiles para probar su puntería o sólo por divertirse. Había oído hablar de helicópteros aburridos que se alquilaban para realizar cacerías humanas, y de soldados aburridos que iban a "cazar ardillas" en zonas civiles. Había visto a soldados norteamericanos que se disparaban sin ninguna razón y sabía que se lanzaban granadas lacrimógenas en los dormitorios de los oficiales.

El deber por encima de todo

Pero, a pesar de toda esa violencia gratuita, Calley sabía que tenía una misión que cumplir. El gobierno de Estados Unidos le había enviado a Vietnam por una razón: él estaba allí para detener el comunismo, al menos eso es lo que él creía. No sabía exactamente que era el comunismo, sólo sabía que era algo malo.

"Yo veo a los comunistas de la misma forma que los sureños ven a los negros", dijo en una entrevista. "El haber matado a aquella gente en My Lai no me obsesiona en absoluto. No lo hice por el placer de matar. En realidad, no estábamos allí para matar seres humanos sino para matar una ideología defendida por, no lo sé, piezas, bultos, trozos de carne. Yo no estaba en My Lai para destruir hombres inteligentes, estaba allí para destruir una idea intangible".

Incluso deseaba haber podido disparar contra la ideología sin tocar las cabezas de los hombres. Por otra parte, no era él quien en realidad lo hacía. "Yo personalmente, no maté a ningún vietnamita aquel día, quiero decir personalmente. Estaba representando a los Estados Unidos de Norteamérica, mi país". Calley creía firmemente que debía poner el deber hacia su país por encima de su propia conciencia. Incluso le preocupaba que se mataran ancianos mujeres y niños. 

El había oído que las mujeres arrojaban granadas, los niños colocaban las minas y las chicas llevaban AK-47. Además, cuando los niños crecían se convertían en Vietcong, como sus padres. ¿Y dónde estaban los hombres? ¿Una aldea llena de niños sin hombres? Sus padres debían ser Vietcong.

De cualquier modo, lo que él había hecho ¿era acaso peor que arrojarles bombas de 400 Kg. o freírlos con Napalm? También la bomba atómica había matado mujeres y niños en Hiroshima. ¿Porqué estaban armando tanto alboroto aquellos malditos yankees? Él no había actuado peor que el generan Sherman en su marcha hacía el mar durante la Guerra Civil. Sólo se podía hacer una cosa: "La única forma de acabar con la Guerra de Vietnam es poner a todos los monos amarillos en botes y enviarlos a mar abierto, matar a todos los vietnamitas del norte… y luego hundir los botes".

Organizaba clases de costura

Como muchos militares norteamericanos, Calley finalmente dejó de creer en la guerra. Llegó a pensar que el razonamiento de que debía detener el comunismo en Vietnam antes de que se extendiera a Tailandia, Indonesia, Australia y, finalmente Estados Unidos, era como si un hombre venía a tu casa a matar a su mujer para no manchar de sangre la alfombra de la suya… y que encima por el mismo precio, matara a tu mujer.

Él sabía que los Vietcong estaban conquistando el corazón y la mente de los vietnamitas. Después de My Lai, se convirtió en un S-5 (especialista de 5ª categoría), un suboficial que compraba cerdos para los campesinos, y organizaba clases de costura para las prostitutas y llevaba a los niños al hospital. Pero comenzó a darse cuenta de que hasta sus mejores esfuerzos eran inútiles. Los vietnamitas no querían su ayuda, no les importaba la democracia, el totalitarismo, el capitalismo o el comunismo. Lo único que querían era que los dejaran en paz.

"Yo era un boy scout"

El juicio de Calley dividió al país en dos. Los que estaban a favor de la guerra decían que sólo había cumplido con su deber. Los que estaban en contra afirmaban que Calley no era más que un chivo expiatorio, puesto que masacres como la de My Lai ocurrían todos los días, y que eran Jonson, McNamara y Westmoreland quienes debían sentarse en el banquillo. Pero el 80% de los encuestados estaban en contra de su condena.

El jurado salió de la sala el 16 de marzo de 1971 el día del 3er aniversario de la masacre de My Lai, y estuvo deliberando durante dos semanas. Lo declararon culpable de asesinato de un mínimo de 22 civiles. Fue sentenciado a cadena perpetua y trabajos forzados. 

Más tarde la pena se redujo a 20 y luego a 10 años. Finalmente, fue liberado el 19 de noviembre de 1974, después de tres años y medio de arresto domiciliario: menos de dos meses por cada uno de los asesinatos por los que fue declarado culpable y menos de cuatro días por cada uno de los civiles muertos en My Lai.

Los cargos de asesinato premeditado y de ordenar una acción ilegal -homicidio - en contra de las órdenes de su superior, el capitán Ernest Medina, se redujeron a homicidio impremeditado por no haber sabido mantener bajo control a sus hombres. Como el jurado no creía que Medina estuviese realmente enterado de lo que estaban haciendo sus hombres en My Lai, le llamaron a declarar.

Se presentaron cargos -entre los que había uno de los que sentaron jurisprudencia en Nuremberg, de violación de las leyes y prácticas de la guerra - contra 12 oficiales y soldados más. Sólo cinco fueron llevados a juicio, ninguno fue condenado.

Una docena de oficiales, entre los que se encontraba el comandante de la división de Calley , el general de división Samuel W. Koster, fueron acusados por su participación como encubridores. Ninguno fue declarado culpable.

Calley está convencido de que cumplió con su deber ante Dios y ante la Patria; que era un hombre fiable, leal, servicial, atento, amable, obediente, alegre, valiente, ahorrador, limpio y respetuoso. Y allí estaban los 347 civiles muertos en My Lai-4. Alrededor de 100 muertos dentro de una acequia y uno de ellos era un niño de dos años.

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