En sentido contrario a la versión oficial, Pablo Neruda no murió por
metástasis de cáncer de próstata, según se desprende de exámenes médicos
y testimonios que aparecen en el expediente judicial que contiene los
resultados de cinco meses de investigaciones sobre su muerte.
Aunque las
pesquisas continúan, las evidencias son clave para que el juez Mario
Carroza determine si el poeta falleció por enfermedad o si fue asesinado
por agentes de la dictadura de Augusto Pinochet.
El poeta Pablo
Neruda no murió como resultado del cáncer de próstata que lo aquejaba.
Es la conclusión que se desprende de los antecedentes clínicos que se
encuentran en el expediente del juicio ROL 1038-2011, con los resultados
de cinco meses de investigaciones judiciales sobre la muerte de Neruda,
encabezadas por el ministro Mario Carroza.
El expediente –un
documento de 209 páginas que Proceso pudo consultar– pone en entredicho
la información entregada por la clínica Santa María el día de la muerte
del poeta, el 23 de septiembre de 1973, en la que se asegura que murió
de “cáncer prostático metastizado”, tal como sostiene su certificado de
defunción.
La versión de esta clínica ha sido respaldada por la
Fundación Neruda, que en diversas instancias ha descartado la tesis del
homicidio restando validez a las declaraciones del asistente personal y
chofer de Neruda, Manuel Araya.
En un comunicado fechado el
pasado 12 de mayo la Fundación señaló: “No existe evidencia alguna ni
pruebas de ninguna naturaleza que indiquen que Pablo Neruda haya muerto
por una causa distinta del cáncer avanzado que lo aquejaba desde hacía
tiempo (…) No parece razonable construir una nueva versión de la muerte
del poeta sólo sobre la base de las opiniones de su chofer, el señor
Manuel Araya, quien viene insistiendo en este asunto sin más prueba que
su parecer.
Nos parecen mucho más serios y confiables los testimonios de
las personas que estuvieron junto a Neruda en sus últimos días de
vida”.
El proceso judicial para determinar la muerte del poeta
chileno se originó a raíz de que el pasado 8 de mayo este semanario
publicó el reportaje titulado Neruda fue “asesinado” (Proceso 1801) en
el que Araya denuncia que aquél murió por la aplicación de una inyección
letal en el estómago.
En dicha nota Araya descartó también que
Neruda se haya encontrado grave en los días previos a su muerte. Señaló
que el traslado a la clínica Santa María desde la Isla Negra –19 de
septiembre de 1973– tuvo como propósito escapar del asedio del que era
víctima el autor de Crepusculario y esperar en Santiago, en un lugar que
se creía seguro, la salida del avión que el gobierno de Luis Echeverría
envío para llevarlo a México.
Los antecedentes clínicos y testimonios aparecidos en el juicio parecen darle la razón a Araya.
Falsa agonía
Los
médicos del Departamento de Criminalística de la Policía de
Investigaciones José Luis Pérez y Patricio Díaz Ortiz enviaron el 16 de
agosto a la Brigada de Derechos Humanos –encargada de las pesquisas en
el caso Neruda– el informe 75, adosado al expediente. Éste contiene el
análisis de 13 exámenes médicos realizados a Neruda entre 1972 y 1973.
En
el apartado Consideraciones Médico-criminalísticas, letra d, se señala:
“Hay un hecho que llama la atención y que complica el análisis.
En la
carta del doctor Guillermo Merino –médico tratante de Neruda– del 18 de
abril de 1973, dirigida al doctor Vargas Salazar (urólogo) refiere:
‘Estimado colega: al dorso resumen de tratamiento efectuado a don Pablo
Neruda, remitido por usted para tratamiento por adenoma de próstata y
artrosis pelviana derecha’.
“El problema en este caso –señalan los médicos de la policía– es que el adenoma es un tumor benigno y no maligno.”
Pero
otro antecedente apunta en sentido contrario. En el punto dos del mismo
apartado se consigna que dentro de los antecedentes enviados se puede
apreciar un informe de radioterapia con cobalto (efectuado entre el 19
de marzo y el 18 de abril de 1973).
“La radioterapia es un tratamiento
que por lo general se efectúa en cuadros de tumores malignos como podría
ser un cáncer de próstata (…) la radioterapia no se usa en caso de
tumores benignos”, apuntan los médicos.
En el punto uno de las
Conclusiones Médico-criminalísticas se señala: “No disponemos del examen
objetivo para informar con certeza la causa de muerte del señor Pablo
Neruda (…) ya que no se cuenta con la biopsia respectiva”.
En el
punto cuatro de las conclusiones dice: “En cuanto al examen que podría
orientar la presencia de metástasis, es decir las fosfatasas ácidas y su
fracción prostática; éstas están normales, lo que podría significar
entre otras posibilidades que no hay tumor maligno o que éste está
circunscrito a la glándula o se normalizó producto de la radioterapia.
Como no se cuenta con los antecedentes clínicos del paciente no es
posible entonces sacar conclusiones en este sentido en base en este
examen”.
Estas conclusiones son coherentes con declaraciones
hechas por la viuda de Neruda, Matilde Urrutia, a algunos medios
españoles en 1974 y que aparecen en el citado expediente judicial, cuyos
contenidos están protegidos en Chile por el secreto del sumario.
En
una nota publicada por la revista Pueblo del 19 de septiembre de 1974
Urrutia sostiene que “el cáncer que padecía (Neruda) estaba muy dominado
y no preveíamos un desenlace tan repentino. (Neruda) no alcanzó ni a
dejar testamento pues la muerte la veía muy lejos”.
Matilde dio
ese mismo mes una entrevista a la agencia EFE en la que ratificó su
postura: “No lo mató el cáncer. Los médicos, a los que habíamos visto
unos días antes, le dijeron que lo habían atajado y que podría vivir
unos años más”.
Estas declaraciones aparecen citadas en el reportaje
“Sombras sobre Isla Negra”, del español Mario Amorós, publicado el 22 de
julio de este año en la revista Tiempo, de España.
El último
punto –el número cinco– de las conclusiones del informe médico antes
mencionado subraya la necesidad de contar con las fichas clínicas de
Neruda y la biopsia.
Estos antecedentes no han sido facilitados por las
instituciones tratantes pese a que el juez Carroza los solicitó en
virtud de la diligencia tramitada por los querellantes, los dirigentes
del Partido Comunista de Chile representados por el abogado Eduardo
Contreras.
El 28 de julio, Contreras solicitó que la clínica
Santa María facilite la historia clínica del Premio Nobel. El 22 de
agosto el doctor Cristián Ugarte Palacios, director médico de dicho
centro de salud respondió: “Atendido el tiempo transcurrido debo
informar al Sr. Ministro que nuestra clínica no mantiene la información
que se solicita”.
En entrevista con Proceso Contreras expresa que
esta desaparición de los antecedentes de Neruda “es imposible de
imaginar, no sólo porque tienen la obligación de preservarlos puesto que
la ley dispone que los hospitales públicos y clínicas privadas deben
mantener las fichas por al menos 40 años.
Además hay que considerar que
no estamos hablando de un paciente desconocido… Se trata del historial
médico de uno de los dos únicos premios Nobel que ha tenido Chile. Por
lo tanto parece bastante curioso y sugestivo que no exista su ficha en
la clínica Santa María”.
El jurista señaló que un prestigiado
grupo de oncólogos, cuya identidad prefirió por ahora mantener en
reserva, analizó diversos exámenes médicos realizados al poeta en su
último año de vida.
Según Contreras estos llegaron a la conclusión de
que “no es posible aceptar que haya muerto de cáncer, que no hubo tal
caquexia, que todo ello sería absolutamente falso”.
Añadió
Contreras: “Según me han explicado la caquexia produce un estado de
abandono donde la persona es prácticamente un cadáver que no puede
siquiera hablar. Y resulta que Pablo habló hasta el último minuto, no
sólo con el embajador de México, Gonzalo Martínez Corbalá, sino también
con otras personas”.
Martínez Corbalá, en un testimonio publicado
en este semanario (número 1804) señala que el sábado 22 de septiembre
de 1973 acudió a la clínica para informarle que todo estaba listo para
que él y su esposa Matilde pudieran viajar a México.
Afirma que “el
semblante del poeta había mejorado. Y también su ánimo (…) Se veía muy
dueño de sí mismo y me atrevería a decir que hasta un tanto optimista”.
Todo
esto habla de un Neruda que no estaba moribundo como señalan los partes
médicos hasta ahora aceptados como la verdad oficial sobre los últimos
días de Neruda.
En la foja 206 del expediente judicial aparece el
testimonio de Rosa Núñez, enfermera de Neruda de 1960 a 1973. “Dos años
después de la muerte de don Pablo, un verano la señora (Matilde
Urrutia) me vino a visitar. Me dijo que sospechaba que a su marido lo
habían matado en la clínica, posiblemente con alguna inyección. Fue la
última vez que la vi”.
Esta declaración aparece en la nota “La
soledad del capitán”, del periodista Javier García y publicada en el
diario La Nación el 18 de septiembre de 2005.
Coincidentemente el
diario chileno El Mercurio publicó el 24 de septiembre de 1973 –un día
después de la muerte de Neruda– que éste murió “a consecuencia de un
shock sufrido luego de habérsele puesto una inyección”.
En el
reportaje ¿Quién mató a Pablo Neruda?, publicado el pasado 6 de
septiembre por la Revista Ñ, del diario Clarín de Argentina, el médico
Sergio Draper –que atendió a Neruda en la Clínica Santa María– declaró:
“(A
Neruda) lo vi solamente un instante el domingo 23 de septiembre, a mí
no me correspondía atenderlo. Ese día la enfermera de turno me dijo que
aparentemente Neruda sufría de mucho dolor, le dije que se le aplicaría
la inyección indicada por su médico, si mal no recuerdo fue una
dipirona…
Ordené que se le diera una inyección indicada por su médico.
Fui nada más que un interlocutor. Es el colmo que estemos constantemente
bajo sospecha”.
Draper ya había declarado como testigo en el
juicio por el asesinato del presidente Eduardo Frei verificado en la
misma clínica Santa María, en enero de 1982.
Obstáculos
En
la foja 113 del expediente figuran las declaraciones de numerosas
personas vinculadas con la Fundación Neruda, todos los cuales rechazan
la posibilidad de que el poeta haya sido asesinado. Y lo hacen
desacreditando a Manuel Araya.
Entre estas personas destaca el
cantante y documentalista Hugo Arévalo. Sostiene que “el día 18 de
septiembre (1973) y ante los rumores de la eventual muerte de Neruda
viajé junto a Charo Cofré (su esposa) a Isla Negra en nuestra citroneta
(Citroen AX330) y al llegar a la casa de Pablo nos atendió una persona
que se identificó como su chofer (Araya)”.
“Más adelante Arévalo
señala que el poeta “no podía caminar y se sentía desmoralizado” y que
les comentó que el embajador de México en Chile le ofreció sacarlo del
país.
A pesar de su angustia Neruda habría celebrado con ellos el 18 de
septiembre (aniversario de la independencia) “motivo por el cual nos
mandó a comprar unas empanadas”, afirmó Arévalo.
En entrevista
con Proceso Manuel Araya señaló que el relato de Arévalo –que es
refrendado por su mujer– “es absolutamente falso”.
Afirma que ni Arévalo
ni su esposa estuvieron en Isla Negra los días posteriores al golpe y
que nadie podía ir a verlos porque los militares que custodiaban la casa
impedían el ingreso de visitas.
Además señaló que nunca se tomó vino ni
comieron empanadas en esos días “porque no estábamos de ánimo”.
Según
Arévalo él y su mujer se habrían quedado a dormir aquel 18 en Isla
Negra. Y al día siguiente habrían acompañado en caravana a Neruda y
Matilde en su viaje hasta la clínica Santa María.
En entrevista
concedida a la revista Rocinante en mayo de 2003, Cofré reconoció que
Araya participó en esos hechos. Y que lo hizo manejando el Fiat 125 de
Neruda mientras que Pablo y Matilde iban en la ambulancia.
Pero en su
declaración judicial Cofré omite este hecho. Araya por su parte niega
tajantemente que ese matrimonio haya estado en aquel momento.
Las
declaraciones de Cofré y Arévalo no fueron solicitadas por los
querellantes ni por el juez Carroza. Contreras se pregunta: “¿Cuál es la
influencia de la Fundación Pablo Neruda para conseguir que declaren
personas que no han sido convocadas a hacerlo?
Y lo digo a propósito de
que hay una curiosa preocupación de la Fundación Neruda por apoyar la
investigación, o mejor dicho por inclinarla con un sesgo. Entonces me
pregunto: ¿Por qué podría importarles tanto?”.
Y él mismo se responde:
“Pienso que la Fundación tiene intereses, que no le manchen su ícono del
marketing”.
Matilde Urrutia mencionó repetidamente en sus
memorias –Mi vida junto a Pablo Neruda– a Manuel Araya: “Ya se acercaba
la tarde y mi chofer no había aparecido.
El día anterior me dejó en la
clínica (…) era la única persona que tenía cerca para ayudarme… Pobre
muchacho que vagabundeaba con Pablo por mercados, por casas de
antigüedades… él había desaparecido con nuestro coche y con él yo perdía
la única persona que me acompañaba en todas las horas del día”.
N.
del E.- Publicado originalmente en el semanario Proceso (30/10/2011),
el autor autorizó la difusión del reportaje al Clarín de Chile.