
Una madre palestina identifica el cuerpo de su hijo asesinado en el ataque sionista a la escuela Mustafa Hafez en la ciudad de Gaza. Omar Al-Qattaa/AFP
Mientras lees esto, una madre en Gaza reconoce el cuerpo de su hijo por un zapato que se ató ella misma por la mañana, hace lo que parece una eternidad, cuando aún existía la mañana.
El mundo gira a distintas velocidades. Aquí, perseguimos notificaciones que parpadean en la pantalla como luciérnagas digitales.
Allí, el tiempo se detuvo en el preciso instante en que un pequeño zapato se convirtió en la única certeza en medio del caos, la única verdad que permanece cuando todo lo demás se convierte en polvo.
Ella sostuvo ese piececito hace unos años, contando los dedos como quien cuenta tesoros.
«Uno, dos, tres...» y su risa resonó por toda la casa. Ahora, solo cuenta silencios.
Ahora, el zapato es más grande que todas las palabras del mundo, más pesado que todos los discursos, más cierto que todas las promesas.
Nosotros, de este lado de la pantalla, analizamos las actualizaciones.
Damos "me gusta", compartimos, comentamos. Transformamos las tragedias en contenido, el dolor en datos, las lágrimas en estadísticas.
Pero ¿cómo se cuantifica el peso de un zapato en las manos de una madre?
¿Cómo se mide la distancia entre el nacimiento y la muerte cuando caben en una sola y pequeña vida?
El pasado que añora no es nostálgico: es un presente interrumpido, un futuro robado.
Es el recuerdo de piececitos corriendo por la casa, de zapatos esparcidos por la sala, de peleas tontas por atar los cordones.
Ahora, el zapato es un monumento, una lápida, es todo lo que queda de una historia que apenas ha comenzado.
Algunos dicen que no debemos desanimarnos, que la vida continúa, que debemos avanzar.
Pero ¿cómo podemos seguir adelante cuando el mundo se ha dividido entre los que viven y los que simplemente sobreviven?
¿Cómo podemos continuar cuando nuestra prisa por actualizarnos se ha vuelto obscena comparada con nuestra necesidad de simplemente respirar?
Ella lo vio nacer para poder presenciar su muerte.
Así no debería ser. Así no es como prometimos que sería. Pero así es, y ese zapato, pequeño y terrible, nos recuerda que mientras filosofamos sobre la existencia, algunos la pierden poco a poco.
En Gaza no hay dos dolores iguales, pero todos tienen el mismo peso: el peso de un mundo que ha olvidado cómo abrazar el presente, cómo proteger el futuro, cómo honrar la vida que late antes de convertirse en memoria.
El zapato se queda. La madre se queda. El dolor se queda.
¿Y nosotros qué? Seguimos actualizándonos, a una velocidad que ya no alcanza lo que realmente importa: el frágil y preciado momento en el que la vida aún es posible, en el que aún hay tiempo para atarse los zapatos, contar los dedos, decir "Te quiero" antes de que sea demasiado tarde.
Quizás la verdadera actualización sea esta: dejar de perseguir lo que cambia y aceptar lo que permanece. El amor permanece.
La memoria permanece. La responsabilidad de cuidarnos los unos a los otros permanece.
Incluso cuando sólo queda un zapato para contar toda la historia.
https://revistaforum.com.br/opiniao/2025/7/4/gaza-dos-grandes-silncios-dos-pequenos-pes-por-washington-araujo-182752.html