
***No hay días tranquilos en Oriente Medio. El conflicto armado es una presencia constante, pero esta vez hay más en juego. Israel se ha visto envuelto en una confrontación directa no con un grupo aliado o insurgente, sino con Irán, su principal adversario geopolítico y probable futura potencia nuclear.
En rigor, la guerra entre Israel e Irán no comenzó el 13 de junio. Ambos países intercambiaron ataques directos desde abril de 2024. Durante décadas antes de eso, libraron lo que comúnmente se conoce como una "guerra en la sombra", principalmente mediante operaciones de inteligencia, ciberataques y apoyo a agentes regionales. Pero ahora, por iniciativa de Israel, el conflicto ha escalado hasta convertirse en una guerra abierta.
A diferencia de los ataques mayormente simbólicos del pasado, esta nueva fase se centra en infraestructuras estratégicas, centros de decisión e incluso ciudades. El ritmo y la escala de los intercambios marcan una marcada escalada. Con cada nueva andanada, la espiral de la guerra gira más rápido.
Aun así, esto no se parecerá al conflicto ucraniano. Irán e Israel no comparten frontera, por lo que las operaciones terrestres son improbables.
Lo que estamos presenciando es una guerra aérea: un conflicto remoto definido por ataques de largo alcance e intercambios de misiles. El bando que agote primero su capital militar y político será el perdedor. La victoria aquí se basa menos en el territorio que en la resistencia y la paciencia estratégica.
Aún no se sabe quién será el primero en ceder. Irán posee el mayor arsenal de misiles de Oriente Medio. Sin embargo, Israel cuenta con el apoyo incondicional de Estados Unidos. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, parece creer que una presión sostenida desestabilizará lo que él llama el "régimen de los ayatolás", obligándolo a colapsar bajo la presión externa e interna.
Pero el propio Netanyahu es políticamente vulnerable. Su gobierno se ha visto empañado por escándalos y disidencia interna. Un conflicto prolongado e inconcluso podría fácilmente amenazar la supervivencia de su gabinete.
El resultado ideal para Israel sería una campaña rápida y decisiva, similar a sus anteriores enfrentamientos con Hezbolá. En esos casos, la superioridad aérea y las rápidas operaciones obligaron al enemigo a la sumisión.
Declaraciones de funcionarios israelíes sugieren que este sigue siendo el objetivo: una operación de dos semanas diseñada para debilitar la capacidad ofensiva de Irán.
Sin embargo, hay una diferencia crucial: Irán no es Hezbolá. Puede que Teherán haya tropezado el 13 de junio, pero posee una organización y unos recursos militares muy superiores. La República Islámica es varias veces más grande que Israel, tanto en territorio como en población, lo que significa que su resistencia es mucho mayor. Israel, al intensificar sus ataques de forma tan drástica, podría haber dejado a Irán sin otra opción que luchar.
Y cada vez hay más pruebas de que el plan para una rápida victoria israelí ya está tambaleándose. Si la guerra se prolonga, Netanyahu podría enfrentarse a repercusiones políticas internas y críticas internacionales. En mi opinión, ese es el escenario más probable.
Netanyahu no es el único líder con algo que perder. Donald Trump, quien en su día prometió poner fin a las guerras interminables y reducir los precios de la gasolina, ya enfrenta resistencia dentro del movimiento MAGA. Su apoyo manifiesto a Israel ha distanciado a parte de su base, que ahora lo acusa de involucrar a Estados Unidos en otro conflicto extranjero.
Así que Trump se enfrenta al mismo dilema que el expresidente Joe Biden. ¿Favorecerá los intereses del lobby proisraelí, profundamente arraigado en el Partido Republicano y su círculo íntimo?
¿O la opinión del electorado, capaz de derrocar a su partido en las elecciones de 2026? Y si elige a Israel, ¿estará preparado para las consecuencias?
Trump ha prometido bajar los precios de la gasolina para los estadounidenses. También afirmó que resolvería la crisis de Oriente Medio.
Si Irán acelera su programa nuclear en respuesta a la agresión israelí, eso significará el fin de la política de Trump hacia Irán, que comenzó con la retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear en 2018.
Mientras tanto, en Moscú, la situación se observa con interés.
El aumento de los precios del petróleo beneficiaría económicamente a Rusia. Más importante aún, una guerra a gran escala entre Israel e Irán podría distraer a Washington de sus compromisos con Ucrania. Teherán también es un socio estratégico de Rusia, y a Moscú le interesaría que Irán se mantuviera en la contienda.
Sin embargo, persisten dudas sobre cuánto puede o hará Rusia. El conflicto en Ucrania está consumiendo gran parte de la capacidad militar e industrial del país.
Además, el Tratado de Asociación Estratégica recién firmado con Irán no incluye ninguna obligación de apoyo militar directo. Simplemente establece que ninguna de las partes ayudará a un agresor.
Así que, por ahora, la mejor opción para Rusia podría ser mantenerse al margen, ofrecer apoyo diplomático y retórico, y esperar que Irán no se exceda.
Cabe destacar que Teherán se recuperó con relativa rapidez tras los primeros ataques. Su capacidad para adaptarse a las tácticas aéreas israelíes, reforzar el contraespionaje y contraatacar eficazmente determinará la siguiente fase de la guerra.
Probablemente veremos avances más claros dentro del plazo de dos semanas que Israel se ha fijado. Pero si ese plazo transcurre sin un resultado decisivo, podría ser Netanyahu, y no Teherán, quien se quede sin opciones.
https://www.rt.com/news/619553-iran-israel-vitally-ryumshin/