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19/04/18.- En Managua Bandas Derechistas asesinan al Capitan de la Policia Jiltón Rafael Manzanares

La nueva estrategia económica de EE.UU : la explosión controlada

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****Los Bonos del Tesoro americano que tienen los acreedores son, en esencia, capital disfrazado de deuda o deuda vestida de capital (El Tábano Economista)

Desde 2014, el predominio unipolar de Estados Unidos comenzó a resquebrajarse. Sus capacidades económicas y militares ya no coincidían con sus ambiciones globales.

 La crisis de 2008 marcó el inicio de un declive económico, tecnológico y militar que hizo insostenible la estrategia de dominación mundial que había seguido hasta entonces. 

Las élites estadounidenses no han renunciado a sus aspiraciones de controlar los mercados y recursos de Occidente, pero han reconocido que necesitan una nueva estrategia para aprovechar mejor sus recursos limitados. 

Esta es la esencia de la política exterior de Donald Trump: una retirada estratégica del imperialismo tradicional para reagruparse y redefinir su enfoque.

Por: Lic. Alejandro Marcó del Pont

Sin embargo, este plan no está exento de desafíos. Internamente, Estados Unidos enfrenta disputas brutales, mientras que, a nivel internacional, debe lidiar con un mundo que ya no acepta su hegemonía sin cuestionamientos. 

Para mantener una política exterior creíble, el país necesita resolver urgentes problemas económicos internos, como la deuda pública, y los déficits fiscal y comercial.

Hay tres indicadores clave que explican las decisiones del gobierno de Trump y las élites que lo apoyan:

 La deuda pública: supera el 124% del PIB, alcanzando los 36,2 billones de dólares. 

Los intereses de esta deuda ascienden a 1,3 billones de dólares anuales, superando por primera vez en la historia los gastos de defensa

Además, aproximadamente un cuarto de la deuda (8,5 billones de dólares) está en manos de acreedores extranjeros.

El déficit fiscal: en 2024, el déficit fiscal equivalió al 6,4% del PIB, unos 1,8 billones de dólares, el mayor porcentaje en los últimos 50 años.

El déficit comercial: alcanzó los 1,2 billones de dólares, con cinco países responsables de más del 70% de este déficit: China 24.5%%, UE 19.5%, México 14.5%, Vietnam 10.2%, Taiwán 6%.

Estos indicadores revelan una economía bajo presión, donde la interacción entre las tasas de interés, el valor del dólar, las políticas de divisas y la gestión de la deuda pública es intrincada y delicada, poniendo énfasis en los pagos de intereses de la deuda pública.

El presidente estadounidense presiona a la Reserva para que baje las tasas, pero toma decisiones arancelarias que producirán más inflación y quitan margen de maniobra.

 Los primeros intentos de Donald Trump para revertir el déficit comercial y negociar con sus socios del T-MEC, China y la Unión Europea, fue de incremento de aranceles. 

A pesar que no fueron implementados en su totalidad, varios centros de investigación, dentro de los que se encuentra el Peterson Institute, estimaron que sólo los aranceles de Trump a Canadá, México y China costarían al hogar típico estadounidense más de 1.200 dólares al año, es decir, más inflación.

Ante esta situación, ha comenzado a circular en la administración Trump una propuesta audaz: el Acuerdo de Mar-a-Lago, que busca una reestructuración forzosa de la deuda, sugiriendo el canje de bonos del Tesoro en manos extranjeras por «bonos centenarios» no negociables, con un plazo de 100 años y una tasa de interés cero. 

El objetivo del Acuerdo sería abordar el doble déficit de Estados Unidos —el comercial y el del gasto público— mediante una compleja maniobra que involucra el valor del dólar y las inversiones extranjeras en el país. 

Se devaluará el dólar y se pondrá fin a la deuda americana en manos extranjeras en las condiciones actuales.

Esta idea no está exenta de riesgos. 

Los principales tenedores de bonos estadounidenses son Japón (1 billón de dólares), China (780 mil millones), Reino Unido (723 mil millones) y paraísos fiscales como Luxemburgo e Islas Caimán (843 mil millones). 

China, por ejemplo, difícilmente aceptaría un canje que perjudique sus intereses. 

Japón, por su parte, depende de la rentabilidad de los bonos estadounidenses para cumplir con sus obligaciones de jubilación, lo que reduce su motivación para aceptar bonos de bajo rendimiento.

Gran parte de los comentarios convencionales sobre el supuesto acuerdo consisten en señalar que es difícil para cualquier persona razonable concebir cómo los términos de dicho acuerdo podrían ser aceptables para cualquiera de los socios de Estados Unidos. 

Así pues, en lugar de criticar el plan como si se tratara de un fallo mental del equipo de Trump, imaginemos que este «fallo» no es un error, sino una característica.

El objetivo de la visión del «Acuerdo» es crear un gran escenario en el que los Estados Unidos de Trump demostrarán su poder coercitivo para cambiar unilateralmente todos los parámetros básicos de la economía occidental. 

El hecho de que solo la coerción permitirá a Estados Unidos conciliar las contradicciones entre la depreciación de la moneda, la redefinición de la deuda y la preservación del dólar con el estatus de reserva y disfrazarlo todo de «Acuerdo», es la clave. 

La coerción abierta y visible disimula los consentimientos, precisamente lo que un Acuerdo de Mar-a-Lago ofrecería.

Las consecuencias son variadas, la búsqueda de una moneda más débil para mejorar la competitividad exportadora podría desencadenar una guerra de divisas, donde múltiples países intentarían devaluar sus monedas simultáneamente. 

Este escenario, observado durante la Gran Recesión, podría generar inestabilidad en los mercados financieros y afectar negativamente el comercio internacional.

Para Estados Unidos, los beneficios a corto plazo incluyen una mayor competitividad comercial, la reducción del déficit de la balanza comercial y la protección de la industria local, que necesariamente tendrá un periodo de maduración para desarrollarse. 

Sin embargo, los riesgos son significativos: inflación, represalias comerciales y pérdida de confianza en el dólar como moneda de reserva global.

Para el comercio mundial, una guerra de divisas y aranceles más altos podrían reducir el comercio global y aumentar la incertidumbre en los mercados financieros. 

Países exportadores, como China y Alemania, verían reducidas sus exportaciones, mientras que las economías emergentes podrían sufrir fugas de capitales y devaluaciones de sus monedas.

Es imperativo para el gobierno de Donald Trump financiar su déficit fiscal.

 Por lo que obligar a algunos acreedores extranjeros a canjear sus bonos del Tesoro por bonos a un plazo muy largo para aliviar la carga de la deuda trasfiriendo el riesgo del contribuyente estadounidense a los contribuyentes extranjeros, es algo frecuente. 

Si esta iniciativa puede mantener bajos los tipos de interés y debilitar el dólar, se podría tener resultado en tres sectores importantes: déficit fiscal, comercial y aumentar los niveles de inversión.

La combinación de aranceles, reestructuración de la deuda, debilitar la moneda y una posible guerra de divisas es una estrategia de alto riesgo. 

Aunque podría ofrecer beneficios a corto plazo para Estados Unidos, también conlleva conflictos significativos para la economía global. 

La clave para la élite estadounidense será encontrar un equilibrio entre proteger sus intereses y mantener la estabilidad en los mercados internacionales, incluso si eso significa olvidarse temporalmente de la economía nacional.

La nueva estrategia económica de EE.UU : (II) la explosión controlada

Como analizamos en la primera entrega sobre la nueva estrategia económica de EE.UU., las acciones implementadas por el gobierno de Donald Trump avanzan según lo previsto. 

Sin embargo, conviene recordar los objetivos iniciales: reducir las tasas de interés, refinanciar la deuda pública y devaluar el dólar. Estas medidas, diseñadas para ser coordinadas con los socios comerciales de EE.UU., incluían dos pilares clave:

1. Compra de bonos del Tesoro por parte de aliados para reestructurar la deuda.

2. Evitar una guerra de divisas, que desestabilizaría los mercados globales.

El escenario alternativo, en caso de resistencia, siempre fue una guerra comercial. Y ahora estamos viendo sus primeros efectos.

Un día después de que el presidente Trump anunciara aranceles radicales que sacudieron los mercados de valores de todo el mundo, el rendimiento de los bonos del Tesoro a 10 años, que afecta el coste de los préstamos de todo tipo, se desplomó la mañana del jueves 3 de abril por debajo del el 4,00%, desde el 4,20% del día anterior, es decir, a su nivel más bajo desde mediados de octubre.

 El repunte de los bonos —cuando los precios de los bonos suben, los rendimientos, las tasas de interés, bajan— se produjo en medio de una ola de ventas de acciones a nivel mundial que hizo caer al S&P 500 más de un 4% en las operaciones.

La primera idea, que los rendimientos de los bonos del Tesoro cayeran a un mínimo de casi seis meses, es consistente con lo que Trump promovió en su campaña: una bajada de las tasas de interés, el Acuerdo de Mar-a-Lago, y desde su regreso a la Casa Blanca ha pedido repetidamente a la Reserva Federal que las recorte. 

Como vimos, el rendimiento de los bonos del Tesoro a 10 años ha disminuido desde la investidura de Trump.

El índice del dólar ha caído un 4% en 2024, su peor inicio de año desde 2016. 

El 2 de abril, la moneda estadounidense se depreció frente al euro, el yen y el franco suizo, reflejando la huida de inversores hacia activos «refugio». 

La devaluación busca hacer más competitivas las exportaciones de EE.UU., pero depende de que otros países no respondan con devaluaciones competitivas.

Hasta ahora lo explosión controlada está consiguiendo las reacciones esperadas. Los bonos caen y, por lo tanto, el interés de la deuda es menor, el dólar se devalúa y si no hay una guerra de monedas y los países no devalúan de manera competitiva, la idea de mercancías competitivas americanas se afianza. 

Aunque, como veremos, quedan algún comentario en el tintero.

Debe quedar claro que la guerra comercial y la guerra de divisas son dos tipos de conflictos económicos entre países, pero tienen diferencias clave en sus objetivos y mecanismos: las guerras comerciales son conflictos en donde los países imponen barreras comerciales (como aranceles, cuotas o prohibiciones) para proteger sus industrias nacionales o presionar a otros países. 

El objetivo es reducir el déficit comercial, sustituir importaciones, proteger empleos locales o castigar a un rival económico.

Mientras la guerra comercial se centra en aranceles (protegiendo industrias locales), la guerra de divisas implica manipular el valor de la moneda para ganar competitividad. Trump está librando la primera, pero evita la segunda… por ahora.

Las medidas proteccionistas de Trump han sido el detonante: China impuso un arancel del 34% a productos estadounidenses, pero evitó devaluar el yuan, limitando el conflicto a lo comercial. 

Mientras la engañosa tabla de Moisés–Trump comenzó a dar sus frutos. Vietnam solicitó negociaciones para reducir aranceles y dar un respiro a los fabricantes de zapatillas.

 El gobierno vietnamita había solicitado a Estados Unidos la suspensión de los aranceles del 46% anunciados por Trump.

Hay riesgos y contradicciones en las medidas.

 Por ejemplo, ¿se podría ir hacia una recesión planificada? Bueno, Jerome Powell, presidente de la Fed, advirtió que los aranceles de Trump podrían acelerar la inflación y frenar el crecimiento. 

Paradójicamente, esto podría servir al plan: inflación más alta reduce el valor real de la deuda. Una recesión obligaría a recortar tasas de interés, y derrumbar el valor del petróleo, otro objetivo de Trump.

Los aranceles han sido excepcionalmente altos para llegar a los que la administración republicana o el Proyecto 2025 quieren, resetear la economía, negociar con los países que quieran sortear la recesión comprando bonos o apoyando la devaluación del dólar.

Aun así, debe tenerse en cuanta que las importaciones y exportaciones estadounidenses ya no son la fuerza decisiva del comercio mundial.

La participación del comercio estadounidense en el comercio mundial, aunque no es pequeña, representa actualmente el 10,35 %. Sin embargo, esta cifra ha disminuido respecto al 14 % de 1990. 

En contraste, la participación de la UE en el comercio mundial es del 29 % (frente al 34 % de 1990), mientras que los llamados BRICS ahora tienen una participación del 17,5 %, frente a tan solo el 1,8 % de 1990.

Según el economista Michael Roberts, Estados Unidos mantiene un enorme déficit comercial con China debido a la gran cantidad de sus productos que importa a precios competitivos. 

Esto no fue un problema para el capitalismo estadounidense hasta la década del 2000, ya que el capital estadounidense obtenía una transferencia neta de plusvalía de China, a pesar de su déficit comercial. 

Sin embargo, a medida que el déficit tecnológico de China con Estados Unidos comenzó a reducirse en el siglo XXI, estas ganancias comenzaron a desaparecer. Aquí radica la razón geoeconómica del inicio de la guerra comercial y tecnológica contra China.

Los aranceles de Trump no serán una liberación, sino solo aumentarán la probabilidad de un nuevo aumento de la inflación interna y una caída en recesión que, según estimo, son ambas consecuencias aceptadas por sus ejecutores. 

Incluso antes del anuncio de los nuevos aranceles, existían indicios significativos de que la economía estadounidense se estaba desacelerando a un ritmo alto.

 Los inversores financieros ya están evaluando la «guerra comercial más absurda de la historia» de Trump vendiendo acciones. 

Las acciones de los antiguos “Siete Magníficos” estadounidenses (Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet, Meta, Nvidia y Tesla) ya se encuentran en un mercado bajista, es decir, han perdido más del 20 % de su valor desde Navidad.

Esta no es una guerra comercial cualquiera, sino un intento de «resetear» el sistema económico en favor de EE.UU. Para eso están los aranceles. 

El problema es que, en explosiones controladas, siempre hay chispas impredecibles.

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