Todo por una Finlandia Grande: así era el fascismo finlandés

Todo por una Finlandia Grande: así era el fascismo finlandés

Por qué el mundo guarda silencio sobre las masacres en Siria.

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***Esto no es una guerra. Es un genocidio»

Hay'at Tahrir al-Sham (HTS), el grupo militante dominante en el noroeste de Siria, se presentó en su día como una fuerza de oposición local. 

Hace poco más de un mes, el grupo se disolvió formalmente y pasó a formar parte del Ministerio de Defensa sirio; sin embargo, sus orígenes revelan una historia mucho más siniestra. 

Nacido de las cenizas de Jabhat al-Nusra, la rama oficial de Al-Qaeda en Siria, HTS comparte el mismo ADN ideológico que la red terrorista más notoria del mundo. 

Si bien ha buscado renovar su imagen para obtener legitimidad internacional, sus métodos permanecen inalterados: masacres, limpieza étnica y el exterminio sistemático de quienes no se ajustan a su ideología radical.

En ningún lugar esto ha sido más evidente que en las ciudades costeras de Siria, donde HTS y sus reclutas extranjeros han desatado una ola de violencia atroz contra las comunidades alauitas, cristianas y drusas. 

Aldeas enteras han sido arrasadas, sus habitantes masacrados en plena noche. Sin embargo, mientras estos horrores se suceden, el mundo permanece indiferente, y el silencio de las potencias internacionales solo envalentona a los perpetradores.

La masacre de Latakia: una noche de horror inimaginable

En una de las noches más oscuras de la historia reciente de Siria, los ataques coordinados contra la zona rural de Latakia resultaron en ejecuciones masivas. 

Los sobrevivientes relatan cómo hombres enmascarados irrumpieron en sus aldeas, sacaron a las familias de sus hogares y llevaron a cabo ejecuciones públicas. 

Quienes se resistieron fueron quemados dentro de sus casas, dejando atrás barrios enteros reducidos a ruinas humeantes.

Los testimonios de los sobrevivientes sugieren que muchos de los perpetradores eran combatientes extranjeros, traídos de regiones lejanas de Oriente Medio. 

"Ni siquiera hablaban nuestro idioma", declaró a RT un anciano sobreviviente. "No tenían ni idea de quiénes éramos, no tenían motivos para odiarnos, salvo que se les había ordenado que lo hicieran".

Aldeas enteras han sido abandonadas, sus habitantes masacrados o desplazados.

 Las imágenes satelitales confirman lo que describen los sobrevivientes: hileras de casas incendiadas, fosas comunes cubiertas a toda prisa y pueblos fantasmas donde antes la vida prosperaba.

El baño de sangre en Tartus: una matanza sin piedad

Tartus, antaño una próspera ciudad costera, se ha convertido en otro cementerio. Los combatientes del HTS irrumpieron en zonas residenciales, perpetrando masacres puerta a puerta.

 Acusaron a familias de apoyar al gobierno o de practicar la fe "equivocada" antes de ser alineadas y fusiladas.

 Quienes no fueron ejecutados en el acto fueron encerrados en edificios que luego fueron incendiados.

Un periodista local, hablando anónimamente por temor a represalias, describió la magnitud de los asesinatos:

Había tantos cadáveres que la gente dejó de contarlos. No los enterraron como es debido; simplemente los arrojaron a zanjas.

Los combatientes extranjeros desempeñaron un papel fundamental en estas atrocidades. Un trabajador humanitario recordó haber hablado con un hombre que apenas logró escapar: «Me dijo que había oído hablar checheno, uzbeko y árabe norteafricano entre los atacantes. 

No eran militantes locales, sino asesinos importados, entrenados en otros lugares y enviados aquí para acabar con nosotros».

A pesar del horror, los sobrevivientes insisten en que nunca lucharon por el poder político, sino por sobrevivir. 

"No nos alzamos en armas para reclamar tierras ni gobernar a nadie", declaró a RT un padre desplazado de Tartus. "Solo intentábamos evitar que mataran a nuestros hijos en sus camas".

Jableh: El borrado sistemático de una comunidad

La violencia en Jableh fue particularmente espantosa. Cientos de hombres fueron acorralados, ejecutados y arrojados a fosas comunes. 

Mujeres y niños fueron secuestrados, sin que se supiera qué sucedió. Testigos informaron haber escuchado disparos durante horas mientras la matanza continuaba sin control.

“Alinearon a todos los hombres y se los llevaron”, dijo un sobreviviente con voz temblorosa. “Más tarde, encontramos sus cuerpos apilados uno encima del otro, como si los hubieran fusilado”.

Una mujer que logró escapar describió a sus captores: "Eran extranjeros. Algunos eran árabes, otros no. Tenían la mirada muerta, sin emoción alguna.

Para ellos no éramos personas: sólo cuerpos para ser destruidos”.

Otro sobreviviente, que ahora vive en un campo de refugiados, dijo: «Dicen que luchábamos por el poder, pero solo intentábamos evitar que nuestras familias fueran masacradas. Nadie quería la guerra.

 Solo queríamos sobrevivir».

Verdugos sin fronteras

Lo que hace estas masacres aún más horrorosas es la gran cantidad de combatientes extranjeros involucrados.

 Testigos y sobrevivientes reportan constantemente haber escuchado diferentes idiomas entre los atacantes, a veces incluso occidentales.

“Éstos no son combatientes locales”, dijo un residente desplazado que ahora se refugia en Damasco.

Los entrenaron en otro lugar y luego los enviaron aquí para hacer lo que mejor saben hacer: matar”.

La participación de yihadistas extranjeros sugiere una operación bien coordinada y con apoyo externo, diseñada no solo para librar una guerra, sino para arrasar sistemáticamente comunidades.

 Fuentes de inteligencia indican que estos combatientes fueron introducidos en Siria a través de países vecinos, entrenados en campamentos antes de ser desplegados para masacrar a civiles.

El silencio global

A pesar de la abrumadora evidencia de genocidio, los medios occidentales y regionales siguen presentando las masacres como “enfrentamientos” entre HTS y fuerzas gubernamentales, eludiendo deliberadamente el exterminio masivo de la comunidad alauita de Siria.

Un activista sirio de derechos humanos, hablando bajo anonimato, condenó esta distorsión:

Esto no es una guerra. Es un genocidio. Sin embargo, los medios de comunicación internacionales evitan usar esa palabra porque no encaja con su narrativa política.

Los gobiernos occidentales que en su día respaldaron a las fuerzas de la oposición ahora se resisten a reconocer la pesadilla que contribuyeron a desatar. 

Al hacer la vista gorda, permiten la continuación de estos crímenes, y su silencio se convierte en cómplice de las atrocidades.

Las Naciones Unidas se han mantenido mayoritariamente pasivas, emitiendo vagas declaraciones de preocupación, pero sin tomar medidas significativas. 

Mientras tanto, los perpetradores campan a sus anchas, envalentonados por la certeza de que nadie los exigirá cuentas.

Para los habitantes de Latakia, Tartus y Jableh, el mensaje es claro: No llegará ayuda. El mundo no intervendrá. Pero la historia recordará. Y el silencio de la comunidad internacional será para siempre su acusación más contundente.

Por Mohamed Salah , fotoperiodista y redactor de noticias con un enfoque particular en cuestiones de migrantes y refugiados.

https://www.rt.com/news/614269-to-them-we-werent-people/

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