***Todos los días los medios de comunicación israelíes destacan con grandes titulares el crecimiento del antisemitismo en el mundo para evitar que la población israelí abandone el país. Quieren dar a entender que si en Israel corren peligro, fuera es aún peor.
El sionismo siempre ha vivido de provocar el antisemitismo para explotarlo después. Echaron más leña al fuego. Los judíos eran perseguidos en Europa y ellos inflaban las historias para fomentar la emigración hacia la Tierra Prometida.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, los atentados contra los judíos no cesaron, por ejemplo, en los países árabes vecinos, donde vivían muchos de ellos desde tiempos inmemoriales, hasta acabar con los atentados de Buenos Aires en los años noventa.
Ayer la Comisión Europea volvió a la carga, asegurando que se registra una “explosión de antisemitismo” tras la guerra desencadenada por Israel en Gaza.
“Los judíos han empezado a esconderse otra vez”, dijo Margaritis Schinas, vicepresidente de Migración.
En un debate parlamentario en Estrasbrugo, Schinas subrayó que el odio “a los judíos” es una realidad al alza y que la Unión Europea hace frente ahora a “los mayores niveles de antisemitismo desde su fundación”.
‘Aterrorizar pero no matar’
En los años cincuenta, muy poco después de la creación del Estado de Israel, se produjeron en Bagdad y en otras capitales árabes numerosos atentados contra comunidades y empresas judías: tiendas, cafeterías, concesionarios de automóviles, sinagogas, cementerios…
Aunque la propaganda imperialista y sionista siempre se los atribuyó a los nacionalistas árabes, fueron cometidos por un judío, Yusef Basri, por orden de Meir Max Bineth, un oficial de la inteligencia israelí que suministró granadas y TNT a Basri.
Además de las armas, también le proporcionó mapas, información e instrucciones, con la orden de “aterrorizar pero no matar”.
Basri, junto con otro agente sionista clandestino, Shalom Salih Salah, fueron condenados y ejecutados por Irak tras ser condenados como autores de los atentados.
Un tercer agente clandestino, Yusef Khabaza, también fue condenado a muerte en rebeldía, pero pudo huir de Irak.
En junio del año pasado el historiador israelí Avi Shlaim publicó un libro sobre la ola de atentados “antisemitas” imputados a los árabes. En su obra Shlaim narra su infancia como judío irakí y su posterior exilio a Israel (*).
Bineth, el jefe de la red terrorista que dio las órdenes a Basri, se suicidó más tarde, después de ser detenido por la policía egipcia por su participación en el Caso Lavon, una fallida operación sionista de falsa bandera para colocar bombas en Egipto y culpar de ello a la Hermandad Musulmana, el conocido recurso demagógico a las “guerras de religión”.
El historiador se entrevistó con Yaakov Karkoukli, que conocía a Basri porque también había sido miembro de las mismas redes sionistas en Bagdad en los años cincuenta.
Karkoukli le entregó una copia del atestado policial de la detención de Basri con las confesiones de Shalom Salih Salah y Basri, que admiten haber colocado explosivos contra objetivos judíos irakíes. Shalom Salih Salah también implica a Yusef Khabaza en la red terrorista.
El historiador confirmó la veracidad del informe policial a través del periodista irakí Shamil Abdul Qadir, que estaba en posesión de un atestado policial de 258 páginas con el interrogatorio de los miembros de la red sionista.
No obstante, el atentado contra la sinagoga de Masuda Shemtov, en el que murieron cuatro judíos, fue perpetrado por un musulmán de origen sirio llamado Salih Al Haidari, según Karkoukli, quien asegura que Al Haidari fue empujado a cometer el atentado por un policía irakí corrupto que había sido sobornado por los sionistas.
El fin de 2.600 años de historia
La comunidad judía de Irak tenía al menos 2.600 años de historia y, como en los demás países del mundo, incluidos los árabes, se sentían a sí mismos como una parte integrante de la sociedad, junto a los cristianos asirios, los armenios, los yazidíes y, por supuesto, los musulmanes.
Hasta la creación del nuevo Estado de Israel en 1948, los judíos que vivían en los países árabes era ciudadanos respetados. El antisemitismo no era conocido en Irak ni en ningún otro país árabe. Sin embargo, progresivamente empezaron a ser considerados como una quinta columna aliada al imperialismo.
En 1941 la invasión británica de Irak y luego la “nakba” favoreció la propaganda sionista de limpieza étnica, no sólo entre los judíos, sino también entre los árabes.
La limpieza étnica significaba que los árabes tenían que quedarse en sus países respectivos y los judíos debían marcharse al nuevo Estado.
Unos 110.000 judíos huyeron de Irak tras los atentados de mediados del siglo pasado y la mayoría de ellos se establecieron en el incipiente Estado de Israel. Más de 800.000 judíos abandonaron los países de Oriente Medio y el norte de África entre 1948 y principios de los años ochenta.
En 2005, el 61 por ciento de los israelíes eran total o parcialmente de ascendencia “mizrají”, un término acuñado después de la creación de Israel para referirse los judíos de Oriente Medio.
Los “árabes de religión judía” no eran sionistas. El nuevo Estado de Israel nunca les atrajo; siempre creyeron que era un artificio europeo. “Abandonaron Irak como judíos y llegaron a Israel como irakíes”, escribe Shlaim en su obra.
En Israel los recluyeron en campamentos de chozas de chapa ondulada, mientras los judíos europeos decidían lo que debían hacer con ellos.
El libro de Avi Shlaim es una muestra de que la desaparición de la comunidad judía irakí a mediados del siglo pasado, junto con las comunidades de Egipto, Siria y partes del Magreb, es una de las grandes calamidades sociales de nuestro tiempo.
(*) https://www.ft.com/content/6e753421-57e7-47f1-ab07-d7872746a4f8