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El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

El regalo de despedida de Joe Biden a EE.UU. será el fascismo cristiano

Por Chris Hedges |
---El Partido Demócrata tuvo una última oportunidad para implementar reformas del tipo New Deal que podrían habernos salvado de otra presidencia de Trump y del fascismo cristiano. Fracasó.

Joe Biden y el Partido Demócrata hicieron posible una vez una presidencia de Trump y parecen dispuestos a hacerla posible de nuevo. 

Si Trump vuelve al poder no será por la injerencia rusa, la supresión de votantes o porque la clase trabajadora esté llena de intolerantes y racistas incorregibles.

 Será porque los demócratas son tan indiferentes al sufrimiento de los palestinos en Gaza como a los inmigrantes, a los pobres de nuestros arruinados centros urbanos, a los que se ven abocados a la bancarrota por las facturas médicas, las deudas de las tarjetas de crédito y las hipotecas usurarias, a los marginados, especialmente de zonas rurales, por las oleadas de despidos masivos y a los trabajadores, atrapados en la servidumbre de la economía gig, con su inestabilidad laboral y sus salarios reducidos.

Biden y los demócratas, junto con el Partido Republicano, vaciaron de contenido las leyes antimonopolio y desregularon los bancos y las empresas, permitiéndoles desvalijar la nación. 

En 1982 respaldaron una ley que autorizaba la manipulación de las acciones mediante recompras masivas y la «cosecha» de empresas por parte de empresas de capital riesgo, lo que provocó despidos masivos. Impulsaron onerosos acuerdos comerciales, incluido el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), la mayor traición a la clase trabajadora desde la Ley Taft-Hartley de 1947, que paralizó la organización sindical. 

Fueron socios de pleno derecho en la construcción de los vastos archipiélagos del sistema penitenciario estadounidense -el mayor del mundo- y en la militarización de la policía para convertirla en ejércitos internos de ocupación. Para acabar, Biden y los demócratas financian guerras interminables.

Los demócratas sirven lealmente a sus amos corporativos, sin los cuales la mayoría, incluyendo a Biden, no habrían hecho carrera política. Esa es la razón por la que no darán la espalda a quienes destrozan nuestra economía y acaban con nuestra democracia.

 La bazofia del abrevadero se agotaría. Abogar por reformas pone en peligro sus feudos de privilegio y poder. Se creen «capitanes del barco», escribe el periodista laboral Hamilton Nolan, pero, en realidad, “son los gusanos devoradores de madera que están consumiendo el barco desde dentro hasta que se hunda».

El autoritarismo se nutre del suelo fértil de un liberalismo en quiebra. Eso fue así en la Alemania de Weimar, fue así en la antigua Yugoslavia y es así ahora. Los Demócratas han tenido cuatro años para llevar a cabo reformas al estilo del New Deal. Han fracasado. Ahora lo pagaremos todos.

Un segundo mandato de Trump no será como el primero. Dará lugar a una venganza. Venganza contra las instituciones que atentaron contra Trump: la prensa, los tribunales, las agencias de inteligencia, los republicanos desleales, los artistas e intelectuales, la burocracia federal y el Partido Demócrata.

Nuestra presidencia imperial, si Trump regresa al poder, se transformará fácilmente en una dictadura que mutilará las ramas judicial y legislativa. El plan para acabar con nuestra anémica democracia se explica minuciosamente en el proyecto de 887 páginas preparado por la Heritage Foundation denominado “Mandato para el liderazgo”.

La Heritage Foundation gastó 22 millones de dólares en elaborar propuestas políticas, listas de contratación y planes de transición en el Proyecto 2025, con el fin de salvar a Trump del caos que asoló su primer mandato. Trump culpa a “serpientes”, “traidores” y al “Estado profundo” de socavar su primera administración.

Nuestros laboriosos fascistas estadounidenses, aferrados a la cruz cristiana y ondeando la bandera, empezarán a trabajar desde el primer día para purgar las agencias federales de «serpientes» y «traidores», promulgar valores «bíblicos», recortar impuestos para la clase multimillonaria, abolir la Agencia de Protección Medioambiental, llenar los tribunales y las agencias federales de ideólogos y despojar a los trabajadores de los pocos derechos y protecciones que les quedan. 

La guerra y la seguridad interior, incluida la vigilancia masiva de la población, seguirán siendo las principales actividades del Estado. Las otras funciones del mismo, especialmente las que se centran en los servicios sociales, incluida la Seguridad Social y la protección de los vulnerables, se descafeinarán.

El capitalismo desenfrenado y desregulado, que no tiene límites autoimpuestos, convierte todo en mercancía, desde los seres humanos hasta la naturaleza, que explota hasta el agotamiento o el colapso. Crea primero una economía mafiosa, como escribe Karl Polanyi, y después un gobierno mafioso. Los teóricos políticos, entre ellos Aristóteles, Karl Marx y Sheldon Wolin, advierten que cuando los oligarcas se hacen con el poder, las únicas opciones que quedan son la tiranía o la revolución.

Los Demócratas saben que la clase obrera les ha abandonado. Y saben por qué. El encuestador del Partido Demócrata Mike Lux escribe:

“Contrariamente a lo que suponen muchos expertos, los problemas de los demócratas en los municipios no metropolitanos de clase trabajadora se deben mucho más a cuestiones económicas que a la guerra cultural… A estos votantes no les importaría tanto la diferencia cultural y el asunto de las olas de calor si pensaran que a los demócratas les importan más los retos económicos a los que se enfrentan a diario… Los votantes que necesitamos ganar en estos municipios no son inherentemente de derechas en cuestiones sociales”.

Pero los demócratas no se distanciarán de las corporaciones y los multimillonarios que les mantienen en el cargo. En su lugar, han optado por dos tácticas contraproducentes: la mentira y el miedo.

Los demócratas expresan una falsa preocupación por los trabajadores que son víctimas de despidos masivos, mientras que al mismo tiempo cortejan a los líderes empresariales que orquestan estos despidos con lujosos contratos gubernamentales. Con la misma hipocresía expresan su preocupación por los civiles masacrados en Gaza mientras canalizan miles de millones de dólares en armas a Israel y vetan resoluciones de alto el fuego en la ONU para mantener el genocidio.

Les Leopold, en su libro Wall Street’s War on Workers (La guerra de Wall Street contra los trabajadores), repleto de encuestas y datos exhaustivos, señala que la desarticulación económica y la desesperación son el motor de una clase trabajadora enfurecida, no el racismo ni la intolerancia.

En dicho libro, explica la decisión de Siemens de cerrar su fábrica de Olean, Nueva York, con 530 puestos de trabajo sindicales con salarios decentes. Mientras los Demócratas lamentaban el cierre, se negaban a denegar contratos federales a esa compañía para proteger a los trabajadores de la fábrica.

A continuación, Biden invitó a Barbara Humpton, CEO de Siemens USA, a la firma en la Casa Blanca del proyecto de ley de infraestructuras de 2021. La foto de la firma muestra a Humpton de pie en primera fila junto al senador neoyorquino Chuck Schumer.

A principios del siglo XX, el condado de Mingo fue el epicentro de un enfrentamiento armado entre la Unión de Trabajadores Mineros y los barones del carbón, con sus matones a sueldo de la agencia de detectives Baldwin-Felts.

 En 1912, los matones desalojaron a los trabajadores en huelga de las viviendas de la empresa y golpearon y dispararon a los miembros del sindicato hasta que la milicia estatal ocupó las ciudades carboneras y rompió la huelga. El asedio federal no fue levantado hasta 1933 por la administración Roosevelt. El sindicato, que había sido prohibido, fue entonces legalizado.

«El condado de Mingo no lo olvidó, al menos durante mucho tiempo», escribe Leopold. «Todavía en 1996, con más de 3.200 mineros del carbón en activo, el condado de Mingo dio a Bill Clinton la friolera del 69,7% de sus votos. 

Pero cada cuatro años a partir de entonces, el apoyo a los Demócratas fue disminuyendo, bajando y bajando, cada vez un poco más. En 2020, Joe Biden recibió sólo el 13,9% de los votos en Mingo, un descenso brutal en un condado que una vez vio al Partido Demócrata como su salvador».

Los 3.300 puestos de trabajo en la minería del carbón del condado de Mingo en 2020 se habían reducido a 300, la mayor pérdida de empleos del carbón en cualquier condado del país.

Las mentiras de los políticos demócratas hicieron mucho más daño a los hombres y mujeres trabajadores que cualquiera de las mentiras vomitadas por Trump.

Se han producido al menos 30 millones de despidos masivos desde 1996, cuando la Oficina de Estadísticas Laborales empezó a hacer un seguimiento de los mismos, según el Instituto Laboral. 

Los oligarcas reinantes, no contentos con los despidos masivos y con reducir la mano de obra sindicada en el sector privado a un mísero 6%, han presentado documentos legales para cerrar la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB), la agencia federal que vela por el cumplimiento de los derechos laborales. SpaceX, de Elon Musk, así como Amazon, Starbucks y Trader Joe’s, se dirigieron a la NLRB -ya despojada de la mayor parte de su poder para imponer multas y obligar a las empresas a cumplir las normas- después de que esta acusara a Amazon, Starbucks y Trader Joe’s de infringir la ley al bloquear la organización sindical. La NLRB acusó a SpaceX de despedir ilegalmente a ocho trabajadores por criticar a Musk. SpaceX, Amazon, Starbucks y Trader Joe’s pretenden que los tribunales federales anulen la Ley Nacional de Relaciones Laborales, de 89 años de antigüedad, para impedir que los jueces conozcan los casos presentados contra empresas por violar la legislación laboral.

El miedo -el miedo al regreso de Trump y del fascismo cristiano- es la única carta que les queda en la mano a los demócratas. Esto funcionará en los enclaves urbanos liberales donde los tecnócratas con educación universitaria, que forman parte de la economía del conocimiento globalizada, están ocupados regañando y demonizando a la clase trabajadora por su ingratitud.

Los Demócratas han descartado tontamente a estas personas «deplorables» como una causa política perdida. Este precariado, dice el mantra, no es víctima de un sistema depredador construido para enriquecer a la clase multimillonaria, sino de su ignorancia y sus fracasos individuales. Despreciar a los marginados absuelve a los demócratas de defender la legislación para proteger y crear empleos dignos.

Pero el miedo no tiene poder en los paisajes urbanos desindustrializados y los páramos abandonados de la América rural, donde las familias deben enfrentarse, sin un trabajo sostenible, a una crisis de opioides, desiertos alimentarios, quiebras personales, desahucios, deudas paralizantes y una profunda desesperación.

Quieren lo mismo que Trump. Venganza. ¿Quién puede culparles?

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

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