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El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

Ecuador: Ciudad derribada

Por Juan Montaño Escobar |
*** Introducción

No siempre es con la sociología ni con la teoría política que se alcanza a explicar la vorágine social, anímica, cívica, política que la ciudadanía de Esmeraldas, en provincia y capital, procesa (o intenta procesar) sus consecuencias lamentables.

 Directas o indirectas. No siempre, porque la endurecida abstracción de la calle exige imágenes descriptivas. O sea al arte de narrar sin especulaciones. Este jazzman barriobajero acudió a la precisión versificada y rítmica de Antonio Preciado Bedoya con sus versos cinéticos titulados Poema derribado. 

Y al rapero César Chichande con su rhythm and poetry escrito y cantado como Caminando. Esto es para esas autoridades gubernamentales racistas, sin hacerles ningún cargo por cierto, pero “pónganse en mi lugar y jódanse la vida a pleno sol que cae sobre el verde violento, a mano limpia, sin comer, de filo, a ver si en esta parte del poema no les saltan astillas, y si es que tan de cerca no les duele conmigo un dolor verdadero”[1]. 

Va por las comunidades esmeraldeñas. Y el hermano César, viniendo desde la sociología malafesiva de los llamados barrios bajos cuenta que “Desde pequeño crecí en la tierra de la esperanza Desde pequeño sin camiseta jugando fútbol sobre la arena Desde pequeño aprendí a cuidarme de mis andanzas Desde pequeño sabía que en nadie tenía que confiar”[2].

Las sombras de más adentro

El desasosiego empezó hace más o menos dos años.

 O quizás antes. Aquello que se leía al socaire fresco de las tardes esmeraldeñas, sin las premuras del peligro cercano no era tal porque ocurría a miles de millas de donde se estaba. Las crónicas de los asesinatos se afincaban en ciudades mexicanas, colombianas o brasileñas.

 O sea por allá. Un día no calendarizado esa realidad indeseable estaba en el umbral domiciliario. Motociclistas saliendo de ninguna parte y asaltando a quien equivocaba el sitio para usar el teléfono, rebuscaba la cartera, cargaba mochila o vestía supuesta prosperidad. Las Unidades de Policías Comunitarias fueron expulsadas de los barrios a balazos nocturnos y vespertinos, cuando ganaron audacia.

 Las conversas de la tarde, en donde fuera cómodo soltar la palabra, empezaron a escasear hasta desaparecer. Aún no se sabe si aquello que se olía en las calles eran las emanaciones de la refinería de petróleos o la química de la desolación. 

El firmamento se nos vino encima -parafraseando a Antonio Preciado- sin respuestas populares o de las autoridades estatales. Salvo marchas blancas por la paz, cadenas de oración y prédicas conservadoras. En definitiva el miedo empequeñeció la rebeldía popular y la seguridad fue desesperación física. Aquello que antes era un tema para cuando se agotaban los otros temas ahora fue el inicial sin final satisfactorio: la seguridad ciudadana. Ahora perdida sin remedio próximo.

La seguridad personal o familiar devino en el tema de mayor preocupación en la provincia y ciudad de Esmeraldas. Está ahí, en la piel reactiva. Un estado de neurosis colectiva. Hasta para hacer chistes son tiempos malos. El inesperado petardeo de cualquier motocicleta causa tensiones, por la memoria simple de agresiones delincuenciales y súbitos asesinatos en alguna bocacalle . 

La desconfianza está en perpetuo estreno: ¿será mototaxista o bandido motorizado? Dudas en las calles adonde ya no van los buses urbanos, la motocicleta que se acerca es una oferta de transporte o vienen (casi siempre son dos muchachones) por lo que tengas. El mosqueo no se disimula mientras se camina o se tropieza con alguna persona desconocida; cualquier ruido sospechoso causa estampida hasta que se pruebe lo contrario causante del hervor de desconfianza. De boca en boca se pasan estadísticas de las familias extorsionadas o el derrumbe financiero de pequeñas empresas verificables en ninguna parte salvo en la áspera realidad del barrio. Ahí es cuando se sabe la anchura del problema. 

La vecindad sabe, calla hasta la apenada infidencia sobre quiénes fueron (o aún) son extorsionados, aquellos que fueron despojados de sus bienes, mientras salieron a atender algún asunto familiar; la huida desesperada de amistades porque se negaron a comprar tiempo de seguridad a cierta cuadrilla delincuencial; la bancarrota de centenares de talleres, abarroterías, oficinas profesionales por crisis económica y el bandidaje ambiental. 

También quienes marcaron calavera o mejor dicho asesinados y descuartizados, se incluye víctimas absurdas por el parecido físico o por trabajar en alguna institución, cuya autoridad es requerida por alguna banda. Las explicaciones de los funcionarios estatales resbalan, son sucedáneos de la incomprensión, del miedo y la rabia. “Es difícil combatir lo que no se comprende”, escribió Antonio Gutiérrez-Rubí. Y mucho más penoso, sobrellevar las tragedias de esa incomprensión. (O no se quiere comprender adrede, pensando diferente para acertar).

Este ‘ahora’ es continuación de ese imperdonable ‘ayer’

Es Esmeraldas, mi ciudad, nuestra ciudad, su metabolismo territorial se extiende desde el mar Pacífico hasta Wíncheles, que es un área todavía mezquinada a los depredadores ambientales. Cualquier territorio rural o urbano es más que espacio físico, es gestión individual y convivencia cultural de diferentes colectivos y también escenarios de disputas sociales. 

Y ese volver a Ser donde se negó (o aún se niega) el derecho vital e histórico a Ser[3]. La actual territorialidad urbana esmeraldeña es consecuencia del predominio político de diferentes grupos sociales.

 De la memoria personal de este jazzman, este territorio creció y se expandió al buruntuntún[4], salvo en los años ’70 del siglo pasado, cuando se creó la OIPE (Oficina Integrada de Planificación de Esmeraldas) y en la administración municipal de Ernesto Estupiñán Quintero, con el Plan de Desarrollo Cantonal Participativo (2002-2012) y luego el Plan de Desarrollo y Ordenamiento Territorial (PD y OT, 2012-2022). 

Las últimas décadas del siglo XX, la provincia y la ciudad padecieron unos Gobiernos que tenían como fin en sí mismo desgobernar para perpetuar el poder político en grupos familiares incrustados en partidos políticos de Guayaquil. El ‘de’ acentúa el dominio empresarial. Y creían (aún cree alguna figura anacrónica) que se debía desbordar agradecimientos por los pocos kilómetros de carretera, las bancas de cemento de algún parque inconcluso, el regalo de basura plástica en navidad y la repartidera hipócrita de abrazos. Nada que mejore el empleo o los indicadores de salud y educación de la provincia. 

O cierta perspectiva para alentar algún mínimo optimismo. Nada y ese nada tiene peso específico en la incertidumbre de la juventud esmeraldeña, al menos de una mayoría, que no oculta su desasosiego por marcharse a cualquier parte. Para los años ’90 del siglo pasado, Esmeraldas se fue al diablo arrastrada por el desbarajuste político-partidista y el Fenómeno de El Niño. En estos últimos años el cachumbambé se repite, pero como tragedia prolongada y sin una pulgada de comedia. Y mi gente esmeraldeña en el punto anímico más bajo de nuestra historia. Esmeraldas, libre por rebelde y rebelde grande. ¿Que por qué?

Este ahora esmeraldeño, de malos presagios, es el pasado desastroso con las calamidades bíblicas del siglo XXI. Y en justo este momento de pésimos Gobiernos, por cierto. Además crisis económica y violencia crítica, no son acontecimientos paralelos, más bien se complementan de manera insufrible. 

Hay puntos de partidas, desde aquel que se prefiera, pero no hay destino de arribo. Esta crisis también es no saber adónde ir o como dice Pablito Milanés, es “aferrarse a las cosas detenidas” que entorpecen cualquier mínimo movimiento hacia allá. Esas cosas son la mayoría de partidos y movimientos políticos, sin importar tendencias. ¿Hacia dónde va la provincia de Esmeraldas? ¿Hacia dónde se proyectan sus cantones? 

Preguntas que jamás responden las actuales autoridades, salvo los acostumbrados pleonasmos partidistas. Cuando el día tiene ese matiz de evidente fatalidad, cualquiera se pregunta si en esta ciudad, famosa por su temperamento festivo, hay alguna persona feliz ¿O con un mínimo de satisfacción? Cualquier negación es condición realista y asertiva. La escala de regocijo comienza muy abajo: la dicha mayor es estar con vida o al menos saber que la calamidad, aunque no tenga fecha de caducidad, se la sobrelleva con decoro. Se sobrevive al golpe, parafraseando a Alexander Abreu.

Ciudad disímil

Apenas empezaba la noche del lunes 8 de enero, cuando comenzaron a quemar vehículos estacionados o de quienes, en mala hora, se encontraron de golpe, en la vía, con una pandilla armada de bombas incendiarias. En los relatos, contados a viva voz, se ilustra sobre unos que se salvaron por pericia conductora y eficacia del sistema hidráulico para eludir a los incendiarios emboscados, otros porque aceleraron temerariamente sin importar la vida de quien se pusiera por delante y también estuvieron quienes cambiaron de ruta en el último momento por oportuna advertencia o súbita premonición. ¿Fueron diez o más los vehículos quemados esa noche? 

El martes 9 de enero, considerando insuficiente lo realizado la noche anterior, volvieron con incrementadas ganas de aterrorizar a la ciudadanía. Y les resultó: la estampida social postergó la necesidad económica y canceló el mínimo decoro en la retirada, la desesperación pudo más. La gente huyó a sus casas y el martes vespertino fue día de clausura total. Calles desoladas hasta donde alcanzaba la vista, carros humeantes, militares y policías en aprestos de combate, ocupación sospechosa de TC y declaratoria gubernamental de “guerra a los terroristas”. Martes de miedo, primera parte. 

El miércoles 10 enero, Esmeraldas sufrió de soledad dominical falsa en sus calles, negocios comerciales cerrados (se incluye a vendedores de golosinas y lustra-zapatos) y aquellos que abrieron sus dueños atendían con el oído largo a cualquier ruido delator, apenas se escuchó algún petardeo de motocicleta, sin transporte público la ciudad detuvo su ritmo habitual. Martes de miedo, segunda parte.

 Avanzando la noche, este jazzman se dejó ganar por la curiosidad, caminó hasta la próxima esquina y esperó por nadie, minutos después unos militares amistosos contestaron el saludo mientras patrullaban. En este sector se asesinaron, en el 2023, a unas diez personas, sin contar heridos y la cantidad alta de asaltos y extorsiones. La Esmeraldas de esas noches posteriores a los desmadres terroristas es ciudad semejante, con la diferencia que la novela de Lisandro Otero[5] se refiere a un proceso revolucionario y nuestra ciudad a tropezones insólitos involuciona.

Los rezos no espantan a la muerte[6]

A un asesinato le sucede otro mucho más macabro. Alucinantemente macabro. Así hasta que se entumece la sensibilidad. También la afectividad solidaria. Al final una rutina corrompida mantiene el morbo insatisfecho que empuja a buscar información sobre los asesinatos de la jornada. Y esas frases hechas por gente desalmada que oculta cierta satisfacción enfermiza, por ejemplo, “¿en qué andaría (la persona asesinada)?” O esta, para mentada de madre, “fue víctima colateral”. 

En el 2023, fueron asesinadas 463 personas, la mayoría en la capital provincial. Según Diario El Universo la impunidad es récord mundial, está por el 88,8 %[7]. Es decir, que la gente esmeraldeña tiene dibujado el círculo de tiro al blanco. Diablos, todos y todas somos objetivos militares de las bandas criminales.

 La madrugada del lunes 31 de octubre de 2022, la policía fue alertada de dos cadáveres descabezados colgados en el puente peatonal, por la vía que conduce al barrio Aire Libre. Alguien encontró las cabezas en otro barrio, llamado 50 Casas. Fue solo el principio de la macabra espectacularidad de las bandolas, para incrementar la potencia del miedo popular. Y fue mieditis heavy con la distribución de cadáveres descuartizados por los barrios y en las cercanías urbanas. O regar partes anatómicas envueltas en fundas indiscretas. Y acertaron en el centro anímico de la gente esmeraldeña. El patronazgo de las bandas consiguió aquello que tuvo éxito en otras ciudades latinoamericanas, que la vida fuera el estorbo más apreciado. Vaya usted a saber si son lectores de Daniel Coleman, pero obtuvieron a su favor plusvalía económica y plusvalía en la ansiedad social. 

La inteligencia emocional aplicada con una finalidad en extremo ruin. Resulta que se atrevieron, presumiendo de ser intocables, a cobrar el derecho a respirar a quienes eligen y someten como sus abusados prospectos. “Aporta” en crudo o en metálico o muere de plomonía. La clientela fue trabajada para el conocimiento de sus asuntos personales y familiares por sus improvisadas “oficinas de inteligencia”, el afinamiento técnico para sus operaciones descontroló a la ciudadanía y posiblemente a las autoridades estatales, si no al menos a la mayoría, que recién entiende la extraordinaria peligrosidad del enemigo mortal. Cierta muchachada fue utilizada para hacer inteligencia.

 Las bandas tienen tres cualidades estudiadas y bien aprendidas de otras geografías americanas violentadas: diversificación de la económica del delito, territorialización tenaz para sostener poder e imagen y uso empírico de medios técnicos de seguridad con preponderancia en la invulnerabilidad de sus organizaciones. Sin olvidar los gestos filantrópicos y el valor inalterable de ciertas amistades, aunque no alcanza para llamarlos pillos buena gente, al menos, no a la mayoría.

En el habla malandra se cuenta que a ese (o a esa) man “le están montando una inteligencia” o sea acopio de información sobre capacidad económica, círculos familiares, fortalezas y flaquezas. O de repente uno se encuentra con alguien que, sin sacrificar la cortesía, te somete a un interrogatorio sobre determinadas casas o gente del vecindario. Listo. Uno de esos días llega el mensajero con el papelito que se resume en “compras meses de vida o elige lápida”. Hay quienes son sangrados en sus economías hasta el sangrado corporal definitivo y quienes oscurecen aquí, pero amanecen en otra ciudad distinta. Otra familia esmeraldeña en la lista de aquellas que prefirieron las dificultades de recomenzar la vida a la tranquilidad definitiva de la muerte. Amén.

“Nada permite afirmar que, a largo plazo, prosperidad y democracia no puedan nacer del crimen”, Achille Mbembe.

¿El científico camerunés pensaba en Ecuador? El teorema de la violencia en Esmeraldas (provincia y ciudad) se enuncia de manera parecida a su concepto clásico: resulta que es un hecho matemático que se mueve con la lógica de un puñado de axiomas. 

El hecho matemático es la economía de la extorsión o el secuestro, del robo al mayoreo, la venta de narcóticos al menudeo; también aquellos encargos de las super bandas (carteles, es la denominación inocua para estas organizaciones criminales transnacionales) para custodiar o abrir camino a sus vainas ilegales; o cumplir la sagacidad maldita de corromper a quién sea (policía, fiscal o juez) con la fórmula pla-o-plo (plata o plomo); en fin, cualquier transacción mal habida que dinamice sus economías; sin omitir los asesinatos por encargo (sicariato) y el terrorismo demostrativo de su poder al poder (¿político o de qué tipo?). ¿Y, entonces, qué son los axiomas? Son esas verdades políticas inapelables de los últimos años aplicadas sin interrupción, por los Gobiernos de Boltaire (en la ‘B’ equívoca no está la sospecha), de GASLM (denles contenidos a esas siglas) y el actual de Daniel Roy Gilchrist Noboa Azín. ¿Cuáles? 

El fortalecimiento del desbarajuste estatal hasta volverlo irreconocible por la violencia como efecto social y político directos. Esas verdades significantes se resumen en este significado: necropolítica. Achille Mbembe, creador de esta teoría, dice que “El terror y el asesinato se convierten en medios para llevar a cabo el telos de la Historia que ya se conoce”. Aunque el telos[8] históricos (nuestros propósitos nunca fueron ni son la violencia) de la gente esmeraldeña, por siglos, fue vivir la vida con sus relaciones comunitarias pacíficas. E intercomunitarias y a plenitud. La vida compleja en su sencilla totalidad simbiótica.

 La necropolítica gubernamental, para Esmeraldas, está evidenciada en la dejadez inoficiosa e ineficiencia alevosa de los presidentes para impedir el crecimiento de los asesinatos mientras se liquidan sin más vueltas las políticas públicas sociales. Las cifras duelen porque los matados son amigos o familiares; no hay distanciamiento sentimental con las fatalidades. Es algo inexorable.

¿La vida es vida y el porvenir es mentira?

Por unos dólares más, filme de Sergio Leone[9], comienza por el final al anunciar el mensaje: “donde la vida no tenía valor, la muerte, a veces, tenía su precio”. La violencia en Ecuador es por dinero para acumular o atender situaciones críticas. O sea, es económica, las prédicas moralistas y los pretendidos castigos de Dios de los gritados por grupos religiosos son pendejadas. Toda muerte, todo dolor, toda inquietud corresponde al telos de la economía criminal. 

La exposición espectacular de cadáveres en lugares públicos (se confía en la publicidad de las redes sociales) es una inversión emocional que monetiza, sean las amenazas mortales extorsivas por jovencitos armados que unos pocos días atrás se los consideraba culicagaos y el adoctrinamiento a la muchachada en algo cruelmente básico como ‘matar o morir’. 

Esa mano de obra gatillera, de poco precio y escaso aprecio, produce plusvalía a los negocios de las oligarquías, unas clandestinas y otras de clubes sociales. Eso es necroeconomía ya enraizada en ciudades de algunos países de las Américas y ahora comienza su ciclo ciudades ecuatorianas como Esmeraldas. En el cobro a destajo por las vidas que nunca más serán, hay preferencia por jóvenes embolatados por la verba que pone fácil aventura criminal y arrechera sentimental ambas resumidas en “la vida es vida y el porvenir es mentira”. ¿Algún día serán alcanzados por alguna pesadumbre culposa de aquellas muertes? ¡Quién Dios sabe!

La necropolítica de los últimos Gobiernos, reproducida por la absoluta desatención de la gestión pública a las barriadas y sin importar los mandatos constitucionales, origina utilidad económica para actores mafiosos involucrados en los hechos y a la vez el hallazgo de discursos partidistas para las próximas elecciones. Ironía afrentosa en la charlatanería de los emprendimientos: oferta de servicios macabros. Más que cualquier otro acto se demandan los asesinatos con expresas faenas descuartizamiento. Y una soterrada complicidad de sectores funcionales del Estado en hechos y efectos. ¡Vaya usted a saber si en los afectos! Benditas dudas. La plusvalía de las muertes se afirmó porque las estructuras funcionales de protección ciudadana y de prevención del deterioro social dejaron de funcionar o menguaron sus actividades en la ciudad y provincia de Esmeraldas. El fallo fue de arriba hacia abajo. Y ahora mismo estamos como jamás debimos estar.

Tiempo pa’ matar

La desacostumbrada desolación de las calles de la ciudad de Esmeraldas es la derrota del Estado y sus funciones. Y una derrota a quienes eligieron a candidatos ganadores con los cuales, amarga resignación encrespada, todos perdimos. Es así, fatalmente, para millones de personas es así, ganando se pierden las perspectivas de progreso ciudadano, porque el desconocimiento de la historia del Ecuador republicano es sentencia penal. Esmeraldas, esta ciudad es de puertas para adentro desde las últimas horas de la tarde; poco ha cambiado después de las últimas operaciones de los militares. Hay desconfianza instintiva, pero con certezas para nada desdeñables, las capturas masivas e indiscriminadas no registra ningún capo y mucho menos algún capo di tutti di capi. Alguien de los mandos medios y los aprendice de hit man. Los mensajes llegaron allá donde debían llegar, aún la gente esmeraldeña continúa atrapada en el miedo, que es contagioso y con razón: en la provincia ocurrieron 423 asesinatos (76,4 por cada 100 mil habitantes), con el 88,8 % de impunidad[10]. Ya no se mata el tiempo conversando de fútbol, de la vida ajena o hablando mal de la clase política; ya no, ahora es tiempo para matar. Y de verdad. O tiempo para que te maten y, cuidado, el asesino jamás será condenado y literalmente vea pasar tu cadáver mientras amalditado fuma ganja. El ablandamiento social favoreció a los mandamases del crimen, de diferente jerarquía, peor aún el Estado se desentendió de los derechos a la vida plena de la ciudadanía. Óscar Balmen, periodista mexicano, ahorra argumentos con esta economía de palabras: “la arrogancia de las bandas criminales es del tamaño de la ausencia del Estado (ecuatoriano, JME)”. Aunque los gobernantes nos mientan, con todo el viento mediático conservador a su favor, sobre las causas de esta brutalidad criminal, la verdad sangra en las calles de Esmeraldas. No es metáfora.

A veces, en nuestras vidas Todos tenemos penas[11]

Ocurre en la ciudad de Esmeraldas y en toda la provincia este bajón anómico y anímico. Este jazzman querría que solo sea un bache trágico en su historia. De todo corazón. El maestro Juan García Salazar, repasando las enseñanzas del Abuelo Zenón, alguna vez motivó un subidón de la autoestima esmeraldeña: “cuando el Ecuador no era nosotros ya éramos”. Se refería a la formación estatal en este territorio. En esta biorregión. Aún no escribamos el prefijo ‘necro’. El próximo 25 de junio se cumplirán 200 años de la cantonización de Esmeraldas[12], por el Congreso bicameral de la Gran Colombia. No se sabe antes, pero en la totalidad del siglo XX, la ciudad no fue planificada para este infortunio y de ninguna otra manera parecida, no obstante resultó como está ahora mismo. En las prisas por construir y urbanizarse quedó como un barrio de muchos barrios sin importar la territorialidad urbana. Aquello que al inicio fue ventaja social por la convivencia comunitaria, ahora ya no lo es o al menos dejó de serlo, por la territorialización bandidezca y porque “aunque a medio mundo, le robó (o les robaron) su plata, todos lo comentan, nadie lo (o los) delata”, como se canta en Juanito Alimaña[13]. ¿A quién en los barrios esmeraldeños algo no le han choreado? Esmeraldas, mi ciudad, con alguna nomenclatura para referenciar historia social e historia cultural, geografía urbana y cierta buenaventura climática o productiva. Está aquel lugar urbano que aún debería llamarse El Pampón o aquel recordado como Tripa de Pollo; no falta el nombrado Las Canangas, Embudo o Tercer Piso. El caos democrático de la arquitectura urbana, la corrida de las ‘líneas de fábrica’ hasta desaparecer, la apropiación al braveo de los pasillos peatonales, el diseño irregular de las aceras por quién sea que tenga pretensiones privatizadoras y el desgobierno enrumbado a la ingobernabilidad. Este diagnóstico es de este momento. Es cierto, hay muertes que duelen más que otras. El ánima de pesadumbre me acompañó más tiempo por el asesinato de Jairo Olaya (concejal del cantón) y Daniel Proaño (antigua autoridad política parroquial) que en otras tragedias. No sé cuántas veces escuché Lean on me[14] como tributo individual a la memoria de ambos hermanos. Ojalá algún día esta balada sea cantada en tono de alabao[15].

“El poder nunca da un paso atrás solo ante más poder”, Malcolm X.

A una ciudad hay que conocerla como se conocen las propias angustias o nuestros resabios más ásperos. O sus jolgorios más secretos y no por ello menos disfrutados, aunque sea puertas adentro. Ocurre que Esmeraldas tuvo sus tropezones con el Estado central desde el día que se decidió cambiarla a La Boca desde San Mateo. Y todavía los tiene, aunque han bajado las revoluciones y el swing de la rebeldía. La mala hora empezó en enero de 2019, se agravó con la pandemia del Covid-19, en el 2020 y aceleró para peor desde el 2021. La crisis de Esmeraldas, ciudad y provincia, es parecida y diferente a la vez con aquella que padece el país. Aun los estragos del impacto económico son diferentes y así mismo la devastación social de esta violencia delincuencial. ¿Por qué esta afirmación sincera y dolorosa? Se describe con una palabra que concentra imagen política e imaginario social: racismo. Punto. La clase gobernante provincial y cantonal responde con el libreto de otros tiempos, quizás de los años ’90 del siglo pasado o de más atrás en el tiempo. Es decir, que las autoridades esmeraldeñas en funciones hacen muy poco -fastidia decirlo- y aquello que dicen hacer es multiplicado hasta el infinito en sus campañas publicitarias. Con las obvias excepciones; debería haberlas, sin importar mi escepticismo. Quizás por eso, hay barrios, en donde el ruido sin fin de las cajas amplificadoras, equivocado disfrute musical, pretende disimular la desesperanza colectiva. “Música de perdedores, tío”, hacen distinción unos jóvenes que escuchan mi molestia por la barahúnda. La peste del pesimismo está ahí, en las conversaciones que más parecen monólogos para sordos sobre la frustración de la mayoría. Y también la carcomida voluntad de sectores juveniles de los barrios llamados con distancia insultante marginales o bajos. Marginalidad y bajeza completa la jugada de descorazonamiento. Cuando hablan, sin importar el adulto intruso, no esconden sus frustraciones por una educación de calidad decadente y una incierta veteranía en sus pocos años vividos, revividos o malvividos sin el menor presagio de posible reforma asible. Esa desfiguración cultural que es el pesimismo de ciertos jóvenes universitarios esmeraldeños pone en sus bocas la desconsideración por Esmeraldas, no festejan pero alivianan sus pesares hablando barbaridades del palenke. Yo presiento el agrandamiento del racismo más allá de los habituales actos discriminatorios, es la recuperación de la memoria perversa de los organismos de seguridad pública para volver a degradarse a brazo endurecido del racismo nacional contra la juventud afroecuatoriana. O contra cualquier persona negra.

El marketing político del terrorismo

“Hay una palabra que se usa para sembrar terror: es, por supuesto, la palabra terrorismo”, sentenció Martín Caparrós, en su columna de El País, de España, del 4 de noviembre de 2023. Y recordó que en septiembre de 1793, Maximilien Robespierre, líder del Comité de Salvación Pública de la Francia revolucionaria, abogó por la ‘virtud estatal’ y él mismo explicó esa combinación de “…la virtud y el terror, la virtud sin la cual el terror es mortal, el terror sin el cual la virtud es impotente”. Ya se sabe: la guillotina funcionó a tiempo completo. ¿Virtud estatal? ¿Qué es aquello? Podría ser esa combinación idealizada de poder político despiadado más amplitud ética. Aquello jamás existió (ni existe en ninguna república) salvo en la calentura utópica de M. Robespierre y en algún líder posterior. En la Revolución de Octubre de 1918, los sóviets anuncian que “frente al terror blanco responderán con el terror rojo”. Y los combatientes del terror blanco debían poseer: “mente fría, corazón caliente y manos limpias”. Otra vez la solidez política y el filo mortal de la ética del Estado. No hay revolución, en el mundo y sin importar su radicalismo, que no la anime rigurosidad política y condicionamiento moral. En el 2024, el Gobierno ecuatoriano (para y por nada revolucionario, por cierto) decide, sin escribirlo pero con igual intención, defender la salud social aplicando “terror de Estado” no contra un antagónico político decidido a despojarlo del control del Estado, de ninguna manera, son grupos necios en sus propósitos de producir el caos social para facilitar la plusvalía de su capitalismo lumpen. Bandas multiclasistas, promotoras de dinero rápido y en bruto, liturgia química en la sangre, jerarquías absolutas e incuestionables, reducción confusa de la moral y uso vengativo del poder sin postergación (plata o plomo). Saco y corbata para la distinción soportando la humedad corporal causada por esos calores, oficinas de negocios retorcidos y rapiña brutal en nuestras barriadas. Es otro mundo que se hizo entre la pandemia y el caos institucional de los últimos Gobiernos. El mandamiento antiterrorista fue firmado para su ejecución después del show de Telecentro. En la exposición (o justificación) del motivo de su decisión dice que “las siguientes organizaciones se declaran TERRORISTAS al atentar contra la soberanía e integridad territorial (sic): Águilas, Águilas Killer, Ak-47, ChoneKiller, Choneros, Corvicheros, Cuartel de las Feas, Cubanos, Fatales, Gánster, …”[16] en total 22 bandas antes llamadas Grupo de Delincuencia Organizada (GDO), ahora son ‘Terroristas’. El gentío capturado llegaba, hasta este 16 de marzo, a 14 mil, incautando más de 3.100 armas de fuego (pistolas, escopetas, fusiles, etc.), cerca de 20.000 artefactos explosivos de diferente características, más de 214.000 balas de diferentes calibres y 4.200 llamadas “armas blancas” o sea cuchillos, machetes, navajas, etc.[17] De los capturados solo 264 (3.78 %) fueron acusados de “terrorismo”. ¿El ADN incompleto del terror estatal ecuatoriano? Sí, ADN, valgan las suspicacias.

Rulay[18]

¿Cómo eligió esas denominaciones el malandraje ecuatoriano? El nombre es señal de identidad de cualquier organización, aun si es criminal. Identidad pura y dura, ahí se incluye el irrespeto al bien ajeno, la libre empresa en el sentido que todo se compra y todo se vende (o se arrancha), el dedo caliente para un gatillo frío y a la basura los 10 Mandamientos de Moisés. Un detalle preciso: no le crean a Andy Montañez, ya no quedan pillos buena gente. Si no son malos es porque son malísimos. Las bandolas tienen su branding (construcción de la marca con el plus del respeto miedoso) y el naming (la elección acertada del nombre). Ese nombre podría ser el mensaje para acoquinar o de desagüeve de los principiantes. Aunque más parece que la membresía criminal construyó con sus actos el significado del nombre, sin esa condición funesta apenas sería una desvalorizada señal de identidad. Aquella calificación estratégica de “terrorista” causa sugestión colectiva y la repetición mediática del nominativo establece una memoria corta en el barullo comunicacional del país. Éxito noboista y sin ningún acartonamiento. Qué importa si se hacen llamar ChoneKillers (¿asesinos de Chone?), Tiguerones (importación de la República Dominicana), Águilas (ese es el ánimo depredador), Fatales (¿son aquello?) o Corvicheros (¿acaso el plato predilecto de los miembros de la banda?), qué más da, el efecto devastador es el mismo. Y el idioma está surtido de denominaciones, todas con la pretensión insensate de ser rulay.

La guerra (al terrorismo) una actividad política

La mala suerte para los países de América Latina comenzó, hace tiempo, un viernes, pero no 13, sino 18 y de junio de 1971. Ese día Richard M. Nixon, en Washington, declara la War on drugs (Guerra contra las drogas) y lo sería con las consecuencias económicas beneficiosas para Estados Unidos. Esta es una verdad tan antigua como la humanidad: las conflagraciones devienen en grandes negocios para sus promotores, sin importar el tamaño geográfico del escenario bélico ni la cantidad de víctimas. Pero la guerra contra las drogas es desastrosa para todos los países latinoamericanos cuyos Gobiernos rastreros fueron a buscarse problemas que no tenían. Ni de lejos. Pleonasmos necesarios en estos días de cortas memorias y largos olvidos: la guerra a las guerras y terrorismo al terrorismo; las vidas de la gente de barrio importan menos. A veces nada. Así estamos con este conflicto armado interno; sin el disfraz del lenguaje técnico, es la guerra al terrorismo de las bandas que cogobiernan en algunas provincias. La de Esmeraldas, por ejemplo. La guerra, en el decir milenario de Sun Tzu, se describe así: “la guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio: es forzoso manejarla bien”[19]. O mejor expresado: la guerra es de vital importancia para quienes son dueños del Estado ecuatoriano. De sus estructuras políticas funcionales y de su destino económico. Exacto: la guerra es la política por otros medios. O precisando el verso: “Vemos, pues, que la guerra no constituye simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la actividad política, una realización de ésta por otros medios. Lo que resta de peculiar en la guerra guarda relación con el carácter igualmente peculiar de los medios que utiliza”[20]. Las cifras de jóvenes reclutados por las jefaturas criminales varían entre 40 mil y 50 mil. Pero, ¿cuál es su real capacidad militar?

Marcando calavera o el bisnes

Los bandidos, sin importar jerarquía o nacionalidad, no esperaron una segunda oportunidad para apropiarse del ánimo de la gente en determinadas provincias y ciudades del Ecuador. Esto, de ahora, fue un acierto pavoroso así el tarot hubiera mandado a esperar. Esta vez ganó El Acertijo[21], perdieron los defensores de la ley y esa pérdida es sufrida por la ciudadanía. Sin importar que la mediocracia tradicional ecuatoriana todos los días describa la bonita falsedad de un Ecuador para cosechar bondades, no para la cáfila que sí entendió las señales desafortunadas de la mojiganga institucional para voltear el país completito a su favor. Un día de aquellos del 2021, amanecimos a comentar que troles motorizados regados por Esmeraldas, Guayaquil, Machala, Quevedo, entre otras ciudades, cobraban a las familias el derecho a respirar. Es extorsión o impuesto usurero de los bandulos bisnes o killer business afincados en determinados barrios en donde son favorecidos por la omertá, impuesta a las buenas o las malas. En Colombia suavizan el acto criminal llamándolo vacuna. El desgraciado eufemismo no dulcifica la amargura de decenas de miles de familias que huyeron a donde las favorecieran el anonimato antes que padecer la pena sin fin de algún familiar asesinado; familias en la bancarrota o rogando una rebaja porque sus ingresos ya no dan para más. Sin contar los impuestos cruzados por bandolas mancuernas, hasta que una decide no compartir la guita y ocurre la plomonía entre ellas y en el corrinche criminal marcan calavera las víctimas de la extorsión. Y quienes ese día agotaron su buena suerte. Ocurrió el miércoles 12 de abril del 2023, en el puerto de Esmeraldas, nueve personas asesinadas y el mensaje macabro abierto, para que se pagara pronto y a quién. La elección de la banda cuenta y cuesta, porque el precio es terrible. El martes 25 de julio del 2023, a los diferentes organismos de inteligencia “se les durmió el diablo” y aquello que comenzó en la cárcel de varones con quema de colchones y demostración “de quienes son los que mandan aquí”, se convirtió en terrorismo mañanero en la ciudad de Esmeraldas: quema abusiva y al azar de vehículos, amenazas ciertas de bombardear lugares de comercio y al edificio de la Fiscalía, policías tomados como rehenes y el boca en boca de que las cosas se pondrán peor si les joden el “transporte de su droga”. En la calle se dijo que los del mini apocalisis now era la banda de Los Tiguerones. Se puso espinado el corazón de la gente de Gatazo, Parada 10, Barrio Chone, 24 de Mayo, entre otros barrios esmeraldeños. Volvió a ocurrir entre el sábado 19 y el domingo 20 de agosto del 2023. Se comentó que fueron asesinadas 6 personas y 10 heridas. Batallas de bandolas por la economía territorial. Un poquito más y será economía política lumpezca. ¿Cuánto falta o ya es y no sabemos? El 29 de diciembre, viernes por cierto, del 2023 quemaron unos diez vehículos en diferentes lugares de la ciudad. ¿Cuál de las bandas fue? Algo es cierto: quemas indiscriminadas de vehículos y balaceras es aplicación sistemática de acciones violentas para crear y mantener la persuasión colectiva por miedo. O sea terrorismo simple y efectivo.

El retorno inútil de los brujos anglosajones

La declaración de Conflicto Armado Interno fue una respuesta política apropiada (y ventajista) del Gobierno al angustioso clamor por tranquilidad de sectores de la ciudadanía, como sea se insinuaba, inclusive la venganza por mano policial o militar. O cualquier otro vengador, pero anónimo. El miedo esa cosa subjetivamente pegajosa, esa abstracción viscosa inadmitida o esa psiquis de empedernida desconfianza al transitar la vía pública invoca la regresión de derechos por consulta popular. El miedo encuentra culpables insólitos: la Constitución, la Asamblea Nacional, las manos blanditas de la autoridades y escuchas aquello que no quieres escuchar: “las leyes protegen a la delincuencia”. Al final y por otros medios sabemos de la corrupción corrosiva en la Función Jurisdiccional y el los organismos de seguridad pública. La suma de todos los miedos más el desconocimiento inducido y producido más la ineficiencia calculada de los últimos Gobiernos, el resultado es ¡qué vengan los gringos! El presidente Daniel Noboa, con asesoría de la US Embassy sin duda, usará a discreción el aparato del miedo para ganar su sondeo de popularidad con dinero público (lo disfrazan de consulta). Ese artificio político tiene, entre otros usos, el control emocional y anímico de la ciudadanía ecuatoriana. Y va con viejas y renovadas mañas comunicacionales. Una de ellas: “quienes se preocupen por los derechos humanos de quien sea son antipatrias”. Otra: because he is nice, he is handsome. Aquí cabe decir: ¡aunque usted no lo crea! O mejor: “la vergüenza ya debería ser un acto revolucionario”.

En esta cotidianidad ecuatoriana, no sé si latinoamericana, el darwinismo social es al revés la gente presume que por ser víctima y rebajar al mínimo sus expectativas ciudadanas y constitucionales, sobrellevarán los desmadres gubernamentales si no causantes al menos favorecedores de esta etapa de violencia. O quizás la coyunda mediática conservadora logró hacer realidad cerebral sus mentiras sistemáticas y sistémicas e incrementar las ventajas de quienes ganan con los cuerpos violentados. La invención maldita de la debilidad de las multitudes de barrio adentro. Mientras que la violencia de los organismos estatales de seguridad es discriminatoria (a garrotazos son arreados a donde sea) los capturados son de aquellas de barriadas de ‘anhelo y necesidad’, al revés la delincuencia es despiadadamente democrática, paga todo aquel o aquella que deba pagar. Si alguien por ahí cree que datos inciertos matan relatos ciertos (y al revés), por ahora quedan estas narrativas. Desde uno de los frentes.

The economy, stupyd.

Toda aritmética económica más aun aquella de bandidos necesita de cierta desvencijada aritmética estatal, mucho más si es dinero en bruto y se mueve por dentro o por fuera de las leyes del Estado. También que la institucionalidad sea esta increíble mojiganga burocrática o funcione a conveniencia de quienes tengan algún poder, cualquiera que este sea. Y en donde sea, poder malhabido o absorbido. Ocurre, increíble, ojos a vistas, en Ecuador y el país está peor que los establos de Augías, con la diferencia que acá no es un relato mitológico, basta salir a la calle o escuchar las conversas en las tiendas del barrio. (Tampoco hay ningún Hércules, le hubieran jodido la existencia acusándolo de correísta). ¿Cuánto dinero extravía su origen maldito y retorna bendito al edén ecuatoriano? ¿Cuánto será? ¿Serán 3 500 o 5 000 millones de dólares? ¿Qué porcentaje del Producto Interno Bruto de estiércol es convertido en finanza fertilizante? ¿Acaso será el 3 % o el 5% del PIB? ¿Cuáles son los bancos responsables de la mañosa alquimia financiera? Estas preguntas ya deben tener respuestas. Hace rato con origen y destino, nombres y apellidos y un etcétera para ocultar al diablo plural en los detalles. De otra manera, este mundo y en este tiempo no serían aquello que es. ¿Cuántas economías estatales tienen portones discretos para el ingreso de las ganancias de la renombrada guerra contra las drogas? Miren para el norte del mapa americano y acierten en sus sospechas. Unos ponen los muertos y el descrédito y otros se llevan las bodegas de dólares. ¿Cómo? Fácil. Por confiscación, depósitos fantasmales y trapacería legalista. Ya pues, the economy, stupyd. Así es, unos engordan y otros son canijos. Hay languidez económica en la gente de las barriadas sin importar el pretexto nominativo: Guacharaca o Gatazo (Esmeraldas), Trinitaria o Bastión Popular (Guayaquil). O como se llamen en Machala o Quevedo. Al inicio o al final es el cómo sostener la economía familiar dañada por el altísimo desempleo, el encarecimiento de servicios, el descenso violento de la calidad de educación y salud públicas. El deterioro de los servicios estatales es directamente proporcional al crecimiento de la violencia en el Ecuador. La aritmética comparativa no engaña. Queda esta curiosidad: ¿qué hicieron en aquellos lugares del Ecuador donde los episodios de violencia son esporádicos? ¿Llegará allá la guerra interna?

El arte del engaño

La sofisticación de las jerarquías bandolas no son las que presentan las narco series, por ahí alguna excepción, pero las paraestatales siendo visibles tienen el poder del anonimato. O de la invisibilidad aun con las muertes para reajustar malos negocios. Entre ellas están las estructuras formales, presencia social respetable y prestación de favores (el crimen no paga, se apropia) y aquellas que son medios para intercambiar favores y ganar entero. ¿Desechables? Es posible. El investigador social Fernando Carrión ha informado, en diferentes entrevistas, que son una 25 bandas (las mayores seguramente, porque por ahí están las del menudeo delincuencial) integradas por unos 50 mil jóvenes (de entre 15 y 24 años). Contra ellas es el Conflicto Armado Interno o sea la guerra. Las guerras son para aniquilar cuerpos y a la vez destruir los derechos irrenunciables de esos cuerpos sin importar si quedan animados o inanimados para siempre. Sun Tzu, dos mil años después, vuelve a acertar: “Todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño. El supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin luchar”. ¿Quién engaña a quién? ¿Las bandas al Gobierno y a la ciudadanía? ¿O el Gobierno se engaña a sí mismo y a la ciudadanía? Aún funciona (17/03/2024) la estrategia de contención y detención. No se sabe después, porque el enemigo no está totalmente sometido. Es lo que sabe por radio bemba.


[1] Versos de Poema derribado, de Antonio Preciado Bedoya.

[2] Caminando, rap, compuesto por Carlos Rodríguez y César Chichande.

[3] Abuelo Zenón dixit.

[4] Esmeraldeñismo (posiblemente bantuismo) para indicar desorden, estropicio, acciones caóticas.

[5] Escritor cubano (1932-2008), autor de la trilogía sobre Cuba y su realidad social y política: La situación, 1963; En ciudad semejante, 1970; Árbol de la vida, 1990. Todas novelas.

[6] Proverbio de nuestros Ancestros y nuestras Ancestras.

[7] Diario El Universo, edición digital del 2 de enero de 2024.

[8] Es la raíz de la palabra teleología, que estudia los propósitos u objetivos en función de las acciones. Entonces telos es el objetivo último de cualquier acto o movimiento.

[9] Sergio Leone (1929-1989), fue director, guionista y productor italiano, famoso por los llamado spaghetti western de los años ’60 del siglo pasado.

[10] Tomado de Diario El Universo, versión digital, del 2 de enero del 2014.

[11] Sometimes in our lives We all have pain, de la canción Lean on me (Apóyate en mi), de Bill Withers.

[12] LEY ( del 25 de junio de 1824) sobre división territorial de la República, aprobada por el Senado y la Cámara de Representantes de la República de Colombia. (Exportado de Wikisource el 22 de julio de 2022).

[13] Letra de Juanito Alimaña © Fania Songs. Compositor Catalino Tite Curet Alonso, Puerto Rico, (1926-2003).

[14] Lean on me (apóyate en mi), canción de William Harrison Wither, Jr. Más conocido como Bill Withers, Virginia Occidental, Estados Unidos de América, (1936-2020).

[15] Canto afroecuatoriano para las personas adultas fallecidas. Son interpretados, por una sola persona (no siempre), sin acompañamiento de instrumentos musicales.

[16] Decreto Ejecutivo No. 110, del 08 de enero de 2024.

[17] Dato tomado de El Expreso digital, actualizado el 26 de febrero de 2024.

[18] Vocablo procedente del Caribe. Significa “pasarla bien”, “sentirse relajado” y otras de parecida intención.

[19] El arte de la guerra, Sun Tzu.

[20] De la guerra, Karl von Clausewitz, LIBROdot.com, 2002, p. 19. http://www.librodot.com


[21] Personaje de la serie Batman. Su disputa criminal con Batman es para demostrar su superioridad intelectual absoluta, por eso lo desafía con complejos acertijos, rompecabezas o dispositivos mecánicos.

https://rebelion.org/ciudad-derribada/

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