Orwell nos legó el ingrato aforismo de que “La historia la cuentan los vencedores”. A lo que la escritora Carla Montero brillantemente agregó: “Pero el tiempo da voz a los vencidos.”
Cristóbal Colon, llegó por error a un continente hasta entonces desconocido para ellos, sin embargo, ya estando en estas tierras se dedicó con pasión y ahínco a la misma misión que él y sus patrocinadores se habían propuesto:
Robar, destruir, esclavizar y matar.
Y sin importar que las islas o tierra firme de nuestra Abya Yala no fueran la India, las Islas Molucas o Cipango, Cristóbal Colon, sus coterráneos, sus reyes y otros imperios coloniales, también aquí se dedicaron al crimen.
La “conquista” (mejor dicho, la invasión) española del “nuevo mundo” (en realidad muchos siglos antes “descubierto” por navegantes nórdicos y chinos), cambió el curso de la historia de la humanidad, no sin antes provocar el más grande holocausto que registra la historia mundial, además de destruir grandes civilizaciones y naciones aborígenes y promover, con los tesoros robados, la acumulación originaria del Capitalismo actual, que hoy en día continúa robando y matando.
Los principales recopiladores de aquella “gesta” fueron llamados “cronistas,” por no ser historiadores profesionales sino frailes, contadores, cortesanos, criollos amaestrados o simplemente, personal contratado por los capitanes de conquista (para enaltecer sus biografías y justificar su ilícito enriquecimiento) o nombrados por los reyes de España con el objetivo de engordar los mitos militares, el prestigio de sus blasones y su país y al final, para re-escribir o al menos maquillar la verdadera historia de saqueo y sangre que fue “la conquista”.
De esta manera, la historia verdadera fue conscientemente falseada por “plumíferos”, muchos de los cuales nunca participaron en los hechos narrados, e inclusive, nunca conocieron el continente (nombrado por ellos mismos, “América”) o escribieron sus libros y narraciones muchos años y hasta décadas después de sucedidos los hechos, utilizando fuentes intermedias.
En sus crónicas, como regla general, está ausente el testimonio de los derrotados y su gallardía guerrera y sobre todo, las viles tácticas con que a veces los invasores usaron para doblegar la resistencia indígena tales como los descuartizamientos, mutilaciones, “perreadas”, incendios de chozas con personas vivas dentro, envenenamiento de aguas, etc.
Como resultado de esto, hoy la mayoría de los habitantes del continente conquistado, siguen leyendo y "aprendiendo" en textos basados en estas sesgadas fuentes, ignorando la grandiosa historia de pueblos que lucharon con honor y valentía defendiendo su cultura, su tierra y su propia existencia.
Debemos de recordar que los códices aborígenes, los textos y artefactos que atestiguaban de la cosmovisión indígena, su cultura, idioma, escritura jeroglífica, su ciencia y su cotidianidad, fueron en su mayoría destruidos por los conquistadores (de la cultura maya, por ejemplo, sólo cuatro códices aún existen y tres de estos están en… museos o instituciones europeas) para que estos pueblos olvidaran su acervo y se rindieran ante el dios y el rey impuestos por los extranjeros.
Completando su empresa “civilizatoria” asesinando a los miembros de las castas cultas raizales (para que no contaran ni combatieron el holocausto) y al resto de los sobrevivientes se los repartieron en encomiendas.
Los "disolvieron" como razas y sustituyeron con su dios rubio, sus santos barbados y sus blancas vírgenes a las divinidades “paganas” y para posibilitar esta infausta tarea ideológica - tan necesaria para demoler una civilización- usaron como sicarios a hombres en sotanas, fieles en primer lugar a su antigua institución de dominio judeo-cristiana, armados de biblias, cruces y maldiciones que al final fueron más efectivas que las espadas, arcabuces, cañones, armaduras, perros y caballos de guerra.
Los llamados “archivos de Indias” y los relatos de los cronistas de la “conquista”, han sido desde entonces las fuentes casi exclusivas para hurgar en ese terrible tramo de la historia del llamado “nuevo mundo". De todos estos cronistas, dos son los que más destacan entre tantos por sus relatos más apegados a la verdad histórica, donde se cuentan con más o menos veracidad detalles del gran choque cultural, de los desmanes de los invasores ibéricos, la ambición sin límites de los capitanes, las grandes batallas donde los indígenas demostraron gallardía y valor y el sufrimiento de los pueblos vencidos.
Fue tanto el horror que uno de los suyos lleno de vergüenza escribió entre otras denuncias la “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” donde el fraile Bartolomé de las Casas narra las atrocidades de la colonización cometida contra los antiguos dueños de las Antillas, el sur de México, el norte de Sudamérica y toda Centroamérica y que particularmente en una de sus cartas a la corte dice de la Nicaragua en los primeros tiempos del dominio colonial:
“Sepa vuestra merced…que este reino de Nicaragua es la medula y riñonada [el centro] de todas las Indias…Es esta Nicaragua un paraíso señor…me tiene admirado más que ninguna en ver tanta fertilidad, tanta abundancia, tanta amenidad y frescura, tanta sanidad, tantos frutales, ordenado como los huertos de las ciudades de Castilla y, finalmente todo cumplimiento y provisión para vivienda y recreación y suavidad para los hombres.”
Y después de narrar tanta belleza prosigue horrorizado el antiguo encomendero arrepentido, convertido en “Protector universal de todos los indios” ante tanta iniquidad de los suyos:
“Todos nuestros españoles que por aquí están dicen que había hoy ocho años en abra de cincuenta leguas de tierra en cuadro [más o menos 280 kilómetros cuadrados] más de seiscientas mil personas…Habrá en todos cuantos indios e indias…hoy…no pasará de doce o quince mil almas.”
El relato de Bernal Días del Castillo (cronista español que antes sirvió como soldado en varias de las campañas, sobre todo en la de México al lado de Hernán Cortés), que hastiado tal vez de aquellos otros cronistas que adornaban, mutilaban o cambiaban el relato de los hechos a favor de sus patrocinadores, ya viejo y medio olvidado en la tierra que él ayudó a asolar, se decidió escribir su propia versión de la “conquista”, en un libro titulado “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España”.
En esta obra el viejo soldado cuenta también como las tácticas psicológicas, los engaños y promesas lograron enfrentar a pueblos contra pueblos hermanos, facilitando la destrucción de todas esas civilizaciones, aún de aquellas que sirvieron mansamente a los propósitos del puñado de invasores blancos, convirtiendo a reyes en mendigos en su propia tierra.
Gómara, Oviedo, Angleira, Bortero, Benavente, Herrera, Torquemada, Remesal y otros tantos cronistas españoles se acercaron o alejaron de la fidelidad de los hechos y la verdad, pero al final todos dieron, principalmente, la versión del vencedor.
En consecuencia, millones de personas alrededor del mundo (principalmente en las antiguas tierras entonces desoladas de América), creen aún hoy en día que los que desembarcaron un 12 de Octubre de 1492 en Guanahani; en 1498 en Trinidad y en el Delta del Orinoco; el 12 de setiembre de 1502, en el Cabo de Gracias a Dios en nuestra Costa Caribe o por todo el “nuevo” mundo a lo largo de cuatro siglos, nos trajeron cultura y beneficios, siguen creyendo que “salvaron” a pueblos enteros del sojuzgamiento azteca o inca…Que nos hicieron “mejor” como raza, que nos “regalaron” su idioma y su fe. Que “nos ayudaron a dejar de ser indios”.
Para fijar ese relato revisionista y por tanto falso el Estado español ha desembolsado una verdadera fortuna para hacer, de la sangrienta huella del latrocinio y crueldad de sus antepasados en el continente americano, tan sólo una “leyenda negra”, “inventada” por sus enemigos y por las propias víctimas.
¡Qué descaro!
Muchos, allá y aquí, también hoy se creen los nuevos “cronistas”, escribiendo mentiras o lo que es lo mismo, construyendo verdades paralelas desde el poder mediático global, con sus periodistas y escritores asalariados, domesticados y malinchistas, tratando de embaucar y ganar para la causa invasora y vendepatria a los modernos “tlaxcaltecas”, “huancas” y “nicaraos” para luchar contra los orgullosos herederos de los mexicas, incas, dirianes y tantos pueblos americanos aguerridos y leales a su cultura y a su tierra.
Pero no han podido ni podrán. No olvidamos a los que lucharon desde el principio contra los que desembarcaron de las naves de Cristóbal Colon, el primer genocida de América.
Y esto lo está hoy ratificando Latinoamérica con la resistencia y el triunfo de sus pueblos frente a los grupos oligárquicos y el imperialismo yanqui y seguramente Nicaragua lo seguirá haciendo con el comandante Daniel Ortega –descendiente del gran tapaligüe Diriangén, de los caciques Tenderí, Adiact, Agateyte y Chontal- presidente de este país indómito y orgulloso.
Edelberto Matus.