Pablo Gonzalez

Habermas y la guerra de Ucrania

Jürgen Habermas, sin duda el mayor filósofo político vivo de Europa, ha tenido continuos problemas para comprender un fenómeno sociopolítico tan crucial como las guerras.

 A pesar de ello, es posible observar en su pensamiento una evolución que, a pesar de algunas ambigüedades, podríamos calificar de positiva.

Hay tres hitos en esta trayectoria intelectual: la Primera Guerra del Golfo, la Guerra de Irak y finalmente la Guerra de Ucrania.

En el primero, su enfoque se basa en la cuestionable premisa de que no hay guerras justas y que sería entonces una tontería tratar de construir un argumento para juzgar la agresión militar estadounidense contra Irak. 

Pero una vez ignorada esta cuestión, el filósofo se enfrenta a la difícil tarea de decidir si una guerra puede ser justificable o no. 

Y en el caso de la primera Guerra del Golfo, en 1991, Habermas dio una respuesta equivocada y concluyó que la guerra estaba justificada. 

Primera objeción: es inaceptable tirar por la borda el tema de la guerra justa, que tiene una larga tradición en la historia de la filosofía política occidental. 

La experiencia histórica demuestra que los pueblos que lucharon contra el colonialismo, el nazismo, o la guerra de Vietnam contra el primer agresor francés y estadounidense o la de los palestinos contra la entidad israelí son sólo algunos de los ejemplos de las guerras justas libradas en la historia y ésta, contrariamente a lo que piensa Habermas, no tiene un ápice de metafísica. 

Segundo error: preguntarse, como hace el filósofo alemán, si “las víctimas causadas por la guerra están en una relación justificable con el mal que se quería evitar”. 

Estos males, recordemos, fueron sobre todo la preservación de la existencia del “Estado de Israel”, la liberación de Kuwait, la destrucción de las armas atómicas, biológicas y químicas que supuestamente estaban en poder de Saddam Hussein y, finalmente, el derrocamiento del gobernante iraquí.

 En respuesta a su propia pregunta, Habermas decepciona a sus lectores al decir que “no tengo una respuesta concluyente a eso, agregando, sin embargo, que “males peores que la guerra pueden ocurrir”. 

¿Cuál es? Él no lo dice, pero entonces deberíamos preguntarnos cuántos millones de vidas árabes se necesitarían para que el filósofo cambiara de opinión.

Recordemos la respuesta que dio Madeleine Albright, exsecretaria de Estado de EE.UU., cuando le preguntaron si la muerte de medio millón de niños iraquíes “valía la pena”, y respondió que sí. 

En este punto, Habermas se alinea con Albright y permanece ética y analíticamente desarmado, convertido –a pesar de sí mismo– en un artificioso apologista del nuevo policía mundial, los Estados Unidos y sus lacayos occidentales. la exsecretaria de Estado de EE.UU., cuando se le preguntó si la muerte de medio millón de niños iraquíes “valía la pena”, y ella respondió que sí. 

En el caso de la Guerra de Irak (2003-2011), Habermas toma una posición diferente.

 Tal vez su postura fue una reacción a la actitud bárbara del poeta y ensayista supuestamente progresista Hans Magnus Enzensberger que hizo pública su “alegría triunfal” al enterarse del derrocamiento del “régimen totalitario” de Saddam Hussein y arremetió contra quienes habían advertido de la consecuencias desastrosas que el ataque traería sobre Bagdad. 

Ante este argumento criminal de Enzensberger, Habermas escribió en el Frankfurter Allgemeine Zeitung que “con esta acción, EE.UU. ha destruido su propia credibilidad como garante del derecho internacional, la autoridad normativa de EE.UU. está arruinada”

Continuó su argumento diciendo que la guerra contra Irak era ilegal por dos motivos: no hubo situación de autodefensa (las armas de destrucción masiva falsamente denunciadas por Washington no existían en absoluto en Irak y no había evidencia que indicara que Hussein fuera responsable de los ataques del 11 de septiembre); y, en segundo lugar, porque la invasión no fue avalada por el Consejo de Seguridad de la ONU. 

A pesar de ello, su meliflua crítica a la aventura americana ignoró un tema fundamental: el nefasto papel que juega el imperialismo norteamericano en el convulso escenario internacional, lejos de poder otorgarle la autoridad normativa y moral que erróneamente le atribuye Habermas.

En el caso actual, la guerra de Ucrania, la posición de Habermas es más crítica, aunque no deja de pecar de contención desmedida. 

Pero en el clima político cada vez más intolerante y autoritario que impera en Alemania, bastó publicar un artículo en el que Habermas sugería que el gobierno alemán debería promover la apertura de negociaciones con Moscú —repito: negociaciones, no una rendición incondicional de Ucrania— para La rusofobia y el espíritu de la Guerra Fría minuciosamente cultivados por los corruptos generales de la OTAN y los opulentos burócratas de la Unión Europea, y los principales medios de comunicación y el establecimiento político alemanes reaccionaron ferozmente eliminando por completo la voz del filósofo del "espacio público"; esa entidad engañosa que fue objeto de largos años de reflexión habermasiana.

No se ha dicho lo anterior para descalificar por completo la actitud de Habermas —mucho más digna que la de buena parte de la intelectualidad “progresista” o de izquierda europea, ganada por un nauseabundo “OTANismo”—, sino para subrayar que en el enrarecido ambiente imperante El clima ideológico que hoy padecen Alemania y la mayoría de los países europeos hace que un llamado muy cauteloso a la prudencia y la negociación (como también han estado auspiciando personas tan disímiles como Noam Chomsky y Henry Kissinger) sea un delito que merece ser castigado con el ostracismo. 

La “cacería de brujas” y la censura practicada sin anestesia contra quienes se oponen a la guerra y la loca escalada militar promovida por Washington crecen día a día y se cobran cada vez más víctimas. Recordemos esta enseñanza de la historia

https://mronline.org/2023/06/27/habermas-and-the-war-in-ukraine/

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