Un 27 de abril de 1937, con tan sólo 46 años de edad, fallecía uno de los más relevantes y reconocidos teóricos políticos universales: Antonio Gramsci, oriundo de Cerdeña, sur de Italia.
Vale recordarlo siempre como “muerto en combate”: enfrentando al fascismo mussoliniano y su cruel régimen carcelario –de donde había sido liberado sólo seis días antes de su deceso- y sus dramáticas enfermedades, que lo aquejaban desde niño y se habían agravado considerablemente durante su crudo encierro de once años.
Ha quedado grabada en la historia negra de la humanidad la frase del fiscal fascista que lo acusó por “actividad conspirativa, instigación a la guerra civil, apología del delito e incitación al odio de clase”, cuando aquél señaló, al finalizar la parodia de juicio que sentenció al genio sardo: “por veinte años (el tiempo por el que era condenado) debemos impedir a este cerebro funcionar”.
A pesar de esa terrorífica intención, en un juicio netamente político, nacido de la orden directa de Benito Mussolini, su cerebro siguió funcionando en la cárcel, después de haber combatido en el campo político revolucionario italiano.
Dentro de las limitadas condiciones carcelarias en las que vivía y de su eterna delicada salud, estampó en la historia un legado político y teórico seguramente impensado para él por su envergadura histórica y su expansión por diversas latitudes del planeta.
El historiador británico Eric Hobsbawm lo certifica al afirmar: “Su estatura como pensador marxista original, en mi opinión el pensador más original de Occidente desde 1917, está ampliamente reconocida”. (1)
Antonio Gramsci, considerado entre los grandes clásicos universales de la teoría política, cumple con las tres condiciones para serlo según la definición del intelectual italiano Norberto Bobbio:
En primer lugar, fue un intérprete auténtico y único de su tiempo, para cuya comprensión se utilizan sus obras. Por ejemplo, para entender la naturaleza y desarrollo del fascismo italiano -y luego sus diversas variantes con el devenir de la historia- y las dificultades de las izquierdas dogmáticas para ser comprendidas, política y culturalmente, por las grandes masas.
En segundo lugar, siempre es actual y cada generación lo relee, como ocurre hoy en América Latina y en parte del mundo, y ello dota a su legado de una actualidad potente para comprender las diversas realidades nacionales, regionales y globales, en especial en el campo político-cultural.
Y en tercer término, ha construido teorías modelo o conceptos claves que se emplean en todo tiempo y espacio para comprender la realidad, siendo los mayores ejemplos el desarrollo de sus conceptos de crisis orgánica, hegemonía e intelectuales orgánicos. (2)
Gramsci plantea con suma originalidad la naturaleza y características de las crisis en las que devienen en determinados tiempos históricos los sistemas políticos dominantes. Su aporte fue denominar crisis orgánica a los momentos de resquebrajamiento del bloque histórico dominante, de crisis de hegemonía, en el que éste no encuentra respuestas a los problemas nacionales y sociales y se produce una relación crítica y convulsiva entre grupos dominantes y dominados o subalternos.
La crisis orgánica es un momento histórico de ruptura entre la estructura y la superestructura de una sociedad, un interregno entre un orden antiguo que se desmorona y un nuevo orden que aún no está en condiciones de nacer, aunque puja por emerger. En ese período, señala el intelectual sardo, pueden ocurrir los fenómenos más imprevisibles en una sociedad. Son etapas que culminarán en la restauración o modificación parcial del viejo orden o en el nacimiento de uno nuevo que transformará al existente.
Por su parte, la noción de hegemonía (dominio más dirección intelectual y moral en la concepción gramsciana), si bien había sido estudiada y expuesta tanto por el intelectual italiano Benedetto Croce en el sentido de la dominación burguesa y por Lenin en el sentido revolucionario marxista, podemos afirmar que encontró en Gramsci una extensión, un desarrollo y una fundamentación fundante para la teoría política, que trascendió notablemente hasta los tiempos modernos.
La función hegemónica se manifiesta cuando una organización o bloque histórico dirige una parte significativa de la sociedad en sentido político dominante (formación de una voluntad colectiva) e intelectual y moralmente en el sentido de una nueva cultura (reforma intelectual y moral). En esta concepción se relacionan dialécticamente la política y la cultura, el saber y el sentir, la dirección política y la espontaneidad, el partido político y las masas populares. La hegemonía pasa a ser un instrumento esencial para la conquista y conservación del poder político.
Gramsci también analiza y desarrolla el estrato social de quienes denomina intelectuales orgánicos, aquellos que formando parte de una organización de la clase dominante cumplen una labor totalizante en el ser parte justificadora de la forma que asume una estructura social en un determinado momento histórico. En esta función propenden a la clase dominante a la cual están vinculados hacia una comunidad de intereses y una concepción del mundo homogénea y autónoma, y lo hacen tanto a nivel del saber como de la difusión.
Los intelectuales orgánicos son portadores a nivel del campo simbólico de la función hegemónica que ejercen las clases dominantes sobre la sociedad civil y desarrollan su tarea en diversas organizaciones culturales, como el sistema educativo, la industria editorial, los medios de comunicación de masas, etc. Asimismo, pueden formar parte del aparato del Estado e incluso directa o indirectamente de los partidos políticos que constituyen los grupos dominantes.
A diferencia de otros teóricos marxistas, Gramsci otorgará a la reforma cultural y moral tanta importancia como a la praxis revolucionaria en los terrenos político y económico, a fin de propender al surgimiento del sujeto colectivo que promueva y conquiste las transformaciones sociales, enfatizando las diferencias entre las zonas occidental y oriental del mundo.
Es en especial en Occidente donde para Gramsci tanto en el Estado como en la sociedad civil –en éstas centra las diferencias estructurales con respecto a las de la zona oriental- residen las claves para enfrentar la dominación subjetiva y objetiva del capitalismo imperialista.
La noción de hegemonía actúa así como complemento de la teoría del Estado-fuerza, y en este sentido actualizó a las nuevas condiciones históricas del siglo XX el pensamiento de Marx sobre el derrotero de una revolución para su triunfo y consolidación.
Los tiempos posteriores a su fallecimiento le depararon un hecho notable: que la mayoría de las miradas de los cientistas y activistas sociales y políticos se detuvieran en su gran herencia teórica, los 32 míticos Cuadernos de la cárcel, escritos durante su cautiverio entre los años 1929 y 1935. Textos que atravesaron los tiempos históricos con gran vigencia y conservan una actualidad con pocos precedentes en el campo de la filosofía política.
En nuestro tiempo histórico y desde nuestra región latinoamericana, su legado debe ser comprendido de una manera abarcadora y no dogmática, desde una óptica teórica y a la vez militante por la causa de un proyecto de transformación democrático, nacional, popular y latinoamericanista. Legado que ha trascendido el campo teórico y estrictamente académico y se inserta profundamente como herramienta en las luchas cotidianas de activistas y sectores sociales y políticos.
Esta profunda inserción del pensamiento gramsciano en la militancia social y política proviene de dos tópicos esenciales. El primero, comprendiendo su naturaleza nacional y popular, lejos de una socialdemocracia mimetizada con el capitalismo actual así como de un maximalismo pseudorevolucionario ajeno a la evolución de la conciencia y de la cultura política de las masas populares.
El concepto de lo nacional, según Gramsci, obedece a la originalidad de cada nación y de su pueblo, y el concepto de lo popular engarza a su entender con la necesidad de una sociedad civil participativa y movilizada para acompañar de manera activa las políticas implementadas desde un Estado que decida políticas en camino a sociedades soberanas e igualitarias.
El segundo tópico esencial es la importancia que otorga Gramsci, en la lucha política y social transformadora, a la historia y a la cultura de cada nación y su pueblo. De allí su actualidad en la batalla cultural que hoy libran nuestras sociedades frente al neoliberalismo y a la injerencia extranjera, y la importancia actual de los medios de comunicación de masas y las nuevas tecnologías como herramienta formativa de conciencias, en tiempos en que la posverdad se nos aparece como un enemigo considerable.
Recordando su desaparición física en combate contra el fascismo, el genio sardo sigue vivo en cada militante y organización social o política consciente de la necesidad de las transformaciones sociales, económicas y políticas que hoy demandan nuestros pueblos frente a la opresión capitalista.
Notas
(1) Eric Hobsbawm. Cómo cambiar el mundo. Buenos Aires, Crítica, 2011, 490 p.
(2) Norberto Bobbio. Estudios de historia de la filosofía. De Hobbes a Gramsci. Barcelona, Editorial Debate, 1991, 364 p.
(*) Mario Della Rocca es historiador, escritor y periodista. Autor, entre otros libros, de “Gramsci en la Argentina. Los desafíos del kirchnerismo” y co-autor de “América Latina en los ’90: Gramsci y la Teología de la Liberación”.
Fuente: Cuba en Resumen
Por Mario Della Rocca