Las palabras del Papa Francisco contra la Nicaragua sandinista han despertado estupor en unos casos, consternación en otros. Al criticar la decisión de la autoridad judicial de imponer una dura pena de prisión a monseñor Rolando Álvarez, Francisco ha ido mucho más allá de lo que permite el lenguaje eclesial, y mucho más allá de lo que sugiere la razonabilidad.
Ha acusado al Presidente Daniel Ortega y a la Vicepresidenta Rosario Murillo de "desequilibrio", pero las declaraciones verdaderamente desequilibradas parecen ser las suyas, sobre todo cuando se lanza a una comparación tan temeraria como antihistórica - posiblemente fruto del rencor y no del conocimiento - entre la Nicaragua de 2023 y la Rusia de 1917 o la Alemania de 1935.
Una comparación verdaderamente burda, carente de profundidad, impracticable en términos de texto, contexto, historia y escala. Un cuento de bar más que un argumento impregnado de sabiduría milenaria como el que un Papa debería ser capaz de sostener.
Es fácil recordarle al Papa con qué precisión el Vaticano debería conocer las diferencias entre distintas fases históricas e ideologías opuestas.
Si no por conocimiento académico, al menos por experiencia directa, ya que la Iglesia católica fue enemiga implacable de la Revolución rusa como de cualquier otro proceso de liberación que liberó a Europa de las monarquías, mientras que fue la principal aliada del nazismo.
Con la bendición del Papa Pío XII y el apoyo de las monarquías, el nazismo escenificó el Holocausto y la ocupación militar de gran parte de Europa, acompañando su cadena de horrores con su fétida presencia.
Así que es precisamente el Papa quien debería tener más equilibrio a la hora de valorar los grandes hechos de la historia, tanto cuando produjeron la irrupción de los principios de equidad y justicia como cuando se manifestaron como inmensas tragedias.
Francisco no es un historiador cierto, pero al menos la historia del Vaticano debería conocerla.
Una historia de horror y derramamiento de sangre, de ferocidad y crímenes que siempre han quedado impunes, una historia de opresión y represión, de ignorancia cósmica y prejuicios supersticiosos con los que ha mantenido a una parte del mundo ignorante de cualquier conocimiento científico, de cualquier ética que no fuera la de la sumisión. Bajo sus ropajes, la historia del Vaticano cuenta los mayores crímenes de la historia cometidos al levantar la cruz.
Desde las cruzadas hasta la evangelización forzada de América Latina, que el Papa no puede ignorar.
Como jesuita, no puede ignorar tampoco la inquisición deliberada de su fundador, Ignacio de Loyola.
Como argentino, no puede ignorar el apoyo del Vaticano a las dictaduras militares de Videla y Pinochet, de Somoza, Rios Mont, Stroessner y Banzer.
El cardenal Pío Laghi bendijo los vuelos de la muerte ordenados por Massera que descargaban prisioneros torturados en el Río de la Plata.
Y a todo este horror se suma hoy la impresionante cadena de delitos sexuales, así como el vergonzoso suceso histórico que demostró la vinculación empresarial y monetaria entre su banco - el IOR (Institudo Obras Religiosas) - y la criminalidad mafiosa italiana.
El Papa describió al obispo Rolando Álvarez como un "hombre muy serio, muy capaz", olvidando o pretendiendo olvidar el papel del obispo en el golpe de 2018 y, más aún, el intento de reavivar la oposición golpista en Nicaragua utilizando el púlpito de la iglesia para sus vulgares mítines en los que llamaba regularmente a la revuelta contra el gobierno.
Se le ofreció la posibilidad de abandonar Nicaragua en el mismo vuelo de los golpistas convertidos en emigrantes, pero se negó a marcharse. La vocación hacia el martirio fingido, después de todo, siempre ha sido una de sus pasiones.
El obispo de Matagalpa no es un preso de conciencia ni una víctima del choque entre institucionalidad y subversión en el país centroamericano.
Ha sido y es un actor activo en el proceso de reorganización de la derecha golpista. Monseñor de conocidas simpatías fascistas y ego hipertrófico, desprovisto de toda dimensión espiritual y ávido de protagonismo político, intentó construir una serie de provocaciones para contaminar la vida civil del país y producir un clima de confrontación.
El plan consistía en transformar la basílica de Matagalpa en lugar de encuentro y referencia de toda la oposición y de los golpistas de la ciudad. Desde la basílica saldrían las provocaciones, en un crescendo de tensión que configuraría a monseñor como líder de la oposición, papel con el que también lanzaría su candidatura a la cumbre de la Conferencia Episcopal.
Para ello, Álvarez había dispuesto el uso de su sistema mediático privado, que debía, con robustas inyecciones de mentiras y falsas alarmas, generar atención para él y su guerra contra el gobierno.
La pérdida de la inocencia
Es realmente difícil acusar a Nicaragua de falta de sensibilidad ante los motivos de una iglesia que quiere dedicarse al compromiso espiritual y pastoral. El Frente Sandinista siempre ha reconocido un papel central a la Iglesia en el acontecer político del país, aceptando o proponiendo un papel mediador y reconociendo su utilidad social y la necesidad de apoyarla. Y esto a pesar de que la historia de la iglesia nicaragüense nunca ha brillado por el progresismo, ni mucho menos.
Incluso en el affaire político de la intentona post golpista de 2018, Managua ha ofrecido reiteradamente a la Santa Iglesia Romana disposición al diálogo a cambio de una postura clara del Vaticano, exigiendo respeto a las reglas democráticas del país y la no injerencia en sus asuntos políticos de las instituciones religiosas.
Una postura objetivamente compartible y sensata, que reconoce en el principio de separación de funciones la condición de una posible convivencia.
El Vaticano tiene preocupaciones comprensibles sobre Nicaragua. Tenía un papel importante que, por decisión propia, para complacer los instintos reaccionarios y fascistas de la Iglesia de Roma, optó por abandonar en favor de una confrontación abierta con el sandinismo.
Debido al altísimo nivel de religiosidad de la población nicaragüense, se había reconocido a la jerarquía eclesiástica un papel destacado en la conducción del país.
Financiación pública de sus actividades, apoyo del gobierno y asignación de un papel de interlocutor y referencia permanente en un modelo de gobernabilidad compartida.
Hoy, la demostración del papel que desempeñaron en el golpe cavó un surco infranqueable entre los fieles y la jerarquía eclesiástica. Se hicieron pasar por mediadores mintiendo pero fueron la dirección de la intentona de golpe.
Las grabaciones de audio y vídeo de sacerdotes dando instrucciones a los golpistas para ocultar el cadáver de un policía quemado vivo bajo una barricada, o de otros agitadores con sotana invitando a la guerra, dejaron una profunda huella en la población nicaragüense.
El progresivo dominio de las iglesias evangélicas y la crisis de membresía de la Iglesia Católica han reducido el peso específico de la CEN, y el fin de la financiación estatal, unido a la pérdida de su papel político, colocan a las jerarquías eclesiásticas al borde de una crisis de rol y de perspectiva.
Y la situación es susceptible de agravarse aún más por la reducida, casi nula capacidad de interdicción de la Iglesia, ya que el propio gobierno, considerándose libre de todo reparto y respeto de las sensibilidades religiosas, podría proceder a reformas que condujeran progresivamente a un perfil laico aún más acusado del sistema jurídico y legislativo.
Las palabras del Papa parecen confirmar cómo el Vaticano ha decidido tomar en sus manos la oposición al gobierno sandinista. Con el fin de la apariencia neutral y el perfil exquisitamente religioso en favor de uno eminentemente político, se pretende llenar el vacío dejado por el golpe de Estado que ha abandonado el país.
Pero Nicaragua tiene claras sus respectivas funciones y responsabilidades. La Iglesia es responsable de proteger las almas, el sandinismo de proteger los cuerpos.
Quienes piensan ejercer presiones y amenazas, convencidos de que el temible peso de la institución católica pueda doblegar a Managua, cometen un imperdonable error que afecta al presente y al futuro de las posibles relaciones.