Pinochet nunca se fue. La marioneta de Estados Unidos nunca se fue.
Era el año 1933. Sandino derrota y expulsa a las tropas invasoras de Estados Unidos, pero el gobierno estadounidense retuvo el control del país a través de la Guardia Nacional; instrumento utilizado en 1934 para traicionar y asesinar al General Sandino.
El gobierno estadounidense logró establecer un modelo de control y dominio sobre Nicaragua, alimentando a su vasallo, el somocismo, durante casi medio siglo.
Lo mismo en Chile. Estados Unidos dio luz verde para la salida “democrática” de Pinochet, no sin antes haber instalado todo el aparato de control sobre el Estado chileno, administrado por sus títeres de turno.
En Nicaragua quisieron hacerlo en 1979, cuando apuntaban a un Somocismo sin Somoza. Estados Unidos apostaba a la salida de Somoza, pero a la permanencia de la Guardia Nacional y toda la estructura estatal instaurada por la dictadura somocista, al servicio de la Casa Blanca.
La Revolución Popular Sandinista puso fin a esto y el Estado nicaragüense se refundó desde los ideales de Augusto C. Sandino.
El reto de la izquierda chilena seguirá siendo el de cautivar el corazón de las grandes mayorías, no para administrar la herencia de Pinochet llevando a cabo transformaciones meramente estéticas, si no para arrancar de raíz el control y dominio que las fuerzas al servicio de Estados Unidos continúan ejerciendo sobre su pueblo.
La izquierda chilena no puede seguir jugando a ser el mero administrador de un aparato estatal montado a gusto y antojo del gobierno estadounidense.
Debe apuntar, con la mirada firme, hacia el cambio profundo que la Revolución de Salvador Allende intentó alcanzar y que Estados Unidos solamente pudo evitar a través de aquel sangriento Golpe de Estado, dirigido por el infame Augusto Pinochet…
Pinochet, el asesino de Allende, que nunca se fue.
Por Juan Carlos Ortega Murillo
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