VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

La victimización: estructura de dominio y asesinato político


Muchos medios de comunicación han reproducido las recientes declaraciones del Papa Francisco sobre el asesinato de Daria Dugina y la subsecuente protesta ucraniana. 

Sin embargo, no nos parece que se haya sopesado detenidamente lo efectivamente dicho, cuanto la sintomática incomodidad de Kiev. 

Es lógico que en un contexto de guerra informativa desigual, cualquier fricción en el campo institucional occidental sea tomado como favorable a una posición disidente sobre el conflicto en curso.

Pero, en última instancia, hay cosas que merecen un tratamiento más profundo y detenido que el exigible al periodismo y, por eso, vale preguntarse: ¿ha dicho el Papa Francisco algo favorable a la memoria de Daria Dugina?

Recordemos primero cuáles fueron sus declaraciones desde el comienzo de la Operación Militar Especial en Ucrania. 

Primero, señaló a Rusia como país agresor (omitiendo años y años de padecimientos en el Donbas) [1]. 

Segundo, agitó la bandera de Ucrania y respaldó el perverso montaje de la masacre de Bucha (es decir, agitó la bandera del Estado terrorista que asesinó a sus propios ciudadanos, atribuyendo el crimen a los que intentan detenerlo) [2]. 

Tercero, estrechó la mano de un grupo de rusófobos sionistas de Azov y Pussy Riot [3].

 Cuarto, dijo que quizá los "ladridos" de la OTAN habían motivado la ira de Putin, como si la cuestión dependiera más de emociones personales que de hechos políticos observables [4]. 

Lo cierto es que la OTAN no sólo “ladró”, sino que ya había “mordido” más de una vez en Ucrania desde 2014 en adelante. Delegando sus provocaciones en el régimen golpista de Kiev se cobró miles de muertes, incumplió los Acuerdos de Minsk que podrían haber garantizado la paz y desoyó las advertencias rusas. 

Por último, Francisco acaba de referirse a Daria Dugina como una "pobre niña inocente" [5]. 

El hecho de que esta declaración no se ajuste a las necesidades desesperadas del régimen ucraniano, no significa que se le haya rendido honores. 

Cuando confrontamos el significado de estas palabras con su vida y la causa por la que luchó, este humanitarismo abstracto no tiene otro efecto que el de sepultar su compromiso político activo con la Operación Militar Especial, un compromiso que va a contramano de todas las declaraciones del Vaticano al respecto. 

La victimización, por lo tanto, completa el asesinato político que se cobró la desaparición física de Daria. 

En efecto, añade la desaparición de su militancia política eurasianista y de su ideario tradicionalista intransigente tras la figura de una “víctima inocente” que habría muerto solo a causa de la “locura” de una guerra, explicada por existir “quienes hacen negocios con ella”. 

Para Daria, sin embargo, la Operación Militar Especial no era una locura y mucho menos un negocio. 

Todo lo contrario: la sostuvo, la apoyó y pidió su profundización, a pesar de las consecuencias, porque en ella entendió que estaba en juego la existencia misma de un mundo multipolar, el único en el que puede caber Rusia como entidad política soberana. 

Lejos de reducirla a un enfrentamiento con la rusofobia del gobierno de Kiev, la comprendía como la manifestación puntual de un choque existencial más amplio entre dos visiones del mundo, entre dos civilizaciones incompatibles: la globalista y la euroasiática [6]. 

Si ella entregó conscientemente toda su energía y su vida por estas ideas y por esta lucha, reducirla a algo mudo e inofensivo, inocente, digno de lástima, es incluso peor que acabar con la vida de su cuerpo: apunta a destruir su ejemplo, su memoria, su ser.

Ampliando el foco, su combate por la verdad rusa no parece cautivar tampoco la atención de las señales de noticias en general. 

Desde el punto de vista de la comunicación política, este tipo de desplazamientos, por los que un asesinato político es tratado como un mero problema humanitario, funcionan como estrategias de reducción de impacto en momentos de crisis. Cuando el hecho es de una magnitud tal que no se lo puede esconder resulta necesario resignificar su naturaleza para que no se vuelva en contra de los propios intereses. 

Visto desde este ángulo, el Papa y las grandes cadenas de comunicación le hicieron un gran favor al régimen ucraniano al tratar a Daria como "la hija inocente de un filósofo cercano a Putin". Nada sería peor para ellos que su ejemplo político o sus ideas se contagiaran. Pero esta reducción, en cierta medida, ocurre también y principalmente en forma inconsciente.

 El occidente liberal no puede comprender ni tolerar ningún compromiso absoluto hasta la muerte en el campo de la política, ninguna figura heroica, sin desfigurarla y reducirla a su propio lenguaje. 

En él, se otorga primacía al dato abstracto, a la ciudadanía, a la profesión, al nombre y todo ello bajo la política de los “derechos”, de acuerdo a la cual “la víctima siempre tiene razón” (pero sólo jurídicamente hablando). Esto nos habla de la heteronomía propia del mundo liberal burgués moderno.

Solo concibe la existencia de sujetos pasivos sin capacidad de acción ni voz propias que deben ser representados y defendidos por alguien más. Nunca la de hombres libres con el deber de defenderse por sí mismos. 

La agresión, nos dicen, es un mal en sí mismo que corresponde delegar en el Estado o el Derecho Internacional. Para “tener razón” en su campo espurio, hay que asegurarse el papel de “víctima” y nunca el de “agresor”, asegurándose un buen representante legal y una corriente de opinión favorable a uno.

Todo ello, por supuesto, no refiere a unos hechos externos objetivos, a la realidad tal como es. Por el contrario, son estas estructuras las que imprimiendo su sello en todas nuestras experiencias nos impiden ver la verdad de frente. Estas estructuras anónimas y vacías, pero de efectos visibles, al ser reproducidas vuelven imposible la existencia auténtica, su dimensión heroica y, por tanto, alcanzar victoria alguna sobre el injusto orden que sostienen.

 Son estructuras de dominio, porque al sólo legitimar víctimas, previenen la aparición de figuras ejemplares con autoridad, valentía y fuerza suficientes para desafiar la reproducción del sistema como un todo. En su lugar solo nos invitan a denunciar al ocasional “agresor” ante la “Justicia” del Estado o las Naciones Unidas. 

 Solo una profunda convicción espiritual y una correcta educación del carácter permiten desafiar esta farsa dentro de uno y romperla, para librar también, como consecuencia de ello, un combate efectivo con el ordenamiento jurídico-institucional que es su reflejo.

Daria encontró el camino con ayuda de su padre, que le inculcó su propio ejemplo, acompañado de la lectura de los clásicos de la filosofía y de la fe ortodoxa, una fe que no está dispuesta a dejarse asesinar, como parece recomendar el Vaticano a todos los que se resisten a la globalización. 

Por ejemplo, Daria no recomendó bajar la guardia ante el multiculturalismo y dejó dicho bien claro que “el concepto de tolerancia fue creado para destruir la identidad europea” [7]. 

El Vaticano, por su parte, cumple en ello un rol internacional clarísimo, favorable a los enemigos de los pueblos y de las tradiciones, ayunos de arraigo y heroísmo para liberarse. Especialmente respecto de esto debieran los rusos estar prevenidos. 

Recordemos el caso de la Guerra de Malvinas: a la flota imperialista británica la acompañó la visita del Papa pidiéndole a los argentinos que renuncien a defender lo suyo (en nombre de “la paz”). 

¿Pero por qué no visitó Gran Bretaña y le pidió a ellos que frenaran la invasión? 

Desde entonces, comenzó la victimización de los héroes de Malvinas, que comenzaron a ser tratados por los liberales de nuestro país como “los chicos de la guerra”. 

¿Por qué? Porque si lo único “lógico” y “razonable” en todo momento es la paz, querer librar una guerra es ser víctima de una patología (“estar loco”) o de la manipulación de alguien más. 

En paralelo a ello, ya había comenzado la victimización de los militantes políticos asesinados en la década de los 70’, en su gran mayoría revolucionarios, a los que se convirtió en “víctimas de la Dictadura” a reivindicar en un terreno meramente jurídico y humanitario bajo el corsé de la democracia liberal y dejando de lado, desapareciendo también, el proyecto político que los empujaba a dar batalla (sea que se lo compartiera o no). 

El derechohumanismo desmalvinizador dio continuidad y coronó, de tal modo, las derrotas materiales de la Dictadura con una consecuente derrota psicológica, política y existencial. En cuanto tal, resultó un arma de guerra indispensable para someter a nuestro país al poder hegemónico atlantista. 

Y, me atrevo a decir, la principal.

¿Qué clase de “paz” y “poner la otra mejilla” nos propone entonces la diplomacia del Vaticano y las catequistas de la ONU si el estado de cosas actual promueve aquello que niega nuestra existencia y nos condena a la desaparición? Si renunciamos a que haya “guerras justas”, como quiere Francisco, luchas a muerte justificadas para preservar y afirmar la propia vida, revoluciones políticas, ¿qué opondremos al poder dominante en el mundo cuando niega y mata sistemáticamente, con presunta legalidad, todo lo que somos y todo en lo que creemos? 

Para algunos es peor, moralmente hablando, el asesino material. No, es peor, más perverso y miserable, más dañino, el que dice que no hay otra alternativa que dejarse matar y nos convence activamente de que entreguemos nuestra vida, ya no sólo la física, sino la libertad de nuestro espíritu y nuestras creencias, por adelantado. 

Aunque hipócritamente condene al verdugo (al “agresor culpable” de violencia física), es su cómplice. Y no sólo eso: él mismo es un verdugo también. 

Y ese rol de verdugo moralmente bueno, “inocente”, es el que cumple el Vaticano y el derechohumanismo progresista hoy: induce a los pueblos al auto-odio y al suicidio colectivo ahorrando los elevados costos de la violencia abierta a la hora de quebrar su voluntad de lucha y soberanía.

Mal hacen los medios contrahegemónicos (y resulta especialmente inentendible en los rusos) en convalidar la reducción de Daria a "jóven periodista víctima de un atentado".

 No tiene lógica alguna, ni aunque se trate de una estrategia diplomática o comunicacional destinada a develar las contradicciones del relato atlantista sobre la guerra. 

No se puede apelar al lenguaje heterónomo de los cobardes y victimistas, a la culpa del judeo-cristianismo liberal-progresista occidental, sin reproducir sus lugares comunes, es decir, sus estructuras de conciencia, que son estructuras de dominio en las que, por definición, no hay lugar para afirmar algo fuera de ellas. 

Y el problema con ello es que las guerras se ganan solo gracias a los héroes y su ejemplo, que no quedan nunca comprendidos, sino que son desaparecidos en y por medio de dichas estructuras. 

Rusia, por tanto, si quiere vencer, debería sacar a relucir sus propios héroes, hacerlos bandera y convocar al heroísmo de los demás pueblos, sometidos por las élites cobardes de la alta finanza, en lugar de convertir a sus héroes en víctimas para ganarse el favor de abogados, sacerdotes y periodistas burgueses de instituciones transnacionales que nunca socavarán realmente al poder real por ser ellos, precisamente, sus armas más sofisticadas y dañinas de dominio. 

Superar la domesticación y el sentimiento de inferioridad implica decir y aceptar la propia verdad sin decorados y estrellarse de frente contra las burocracias liberales de este y de aquel lado del frente, esas máquinas de justificar la inercia, cómoda solo para ellos, que constriñe la movilización total necesaria
para vencer al enemigo de los pueblos con excusas pseudo-humanistas.

Reivindicar la figura del Papa, o acudir a la ONU, cuando tenemos la ocasión de hablar al mundo de Daria, de su vida y sus ideas, para inspirar al combate, no puede verse simplemente como una desinteligencia, sino como una falta de valor y entereza existenciales en medios y comunicadores que se suponen nuestros, una muestra de adhesión tácita a las estructuras de dominio liberales que se perpetúan en nuestro lenguaje, en nuestra conciencia y en nuestras instituciones, y a las que hay que destruir en nosotros si queremos vencer y sobrevivir al globalismo disolvente.

 Tan claro es esto que la visión idílica y pacifista de las relaciones internacionales que promueve Francisco y las Naciones Unidas sólo redunda en consolidar los intereses hegemónicos de aquellos con quienes hace poco el primero llamó a buscar un "capitalismo inclusivo": los Rotschild, los Rockefeller, etc. [8].

 Si esos serán los garantes de la paz y la justicia, será mejor que tomemos los consejos de Zaratustra a sus “hermanos en la guerra”:

“A vosotros no os aconsejo el trabajo, sino la lucha. A vosotros no os aconsejo la paz, sino la victoria. ¡Sea vuestro trabajo una lucha, sea vuestra paz una victoria! (…) La guerra y el valor han hecho más cosas grandes que el amor al prójimo. No vuestra compasión, sino vuestra valentía es la que ha salvado hasta ahora a quienes se hallaban en peligro… ‘¿qué es bueno?’... Ser valiente es bueno” [9].

Notas

[1]

https://www.sdpnoticias.com/internacional/el-papa-francisco-acudio-personalmente-a-la-embajadade-
rusia-en-roma-por-la-guerra-con-ucrania/

[2]

https://cnnespanol.cnn.com/video/papa-francisco-bandera-ucrania-rusia-condena-bucha-rechazo-j
ennifer-montoya-cafe-cnn/

[3]

https://www.infobae.com/america/mundo/2022/05/11/el-papa-francisco-saludo-a-las-esposas-de-d
os-oficiales-del-regimiento-azov-que-estan-atrincherados-en-la-aceria-azovstal/

[4]

https://www.corriere.it/cronache/22_maggio_03/intervista-papa-francesco-putin-694c35f0-ca57-11e
c-829f-386f144a5eff.shtml

[5]

https://esrt.press/actualidad/439491-papa-francisco-condena-asesinato-periodista-rusa-daria-dugui
na

[6]

https://www.geopolitika.ru/es/article/daria-dugin-la-guerra-en-ucrania-un-choque-de-civilizacionesglobalista-y-euroasiatico

[7]Visegrad Post, 9 de julio de 2016.

[8]

https://www.inclusivecapitalism.com/news-insights/the-council-for-inclusive-capitalism-with-the-vati
can-launches/

[9] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 1997, p. 84. El resaltado es
nuestro.

por Esteban Montenegro

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