Estados Unidos se enreda cada vez más en su pugna con Rusia y China, empeñado en mantener su hegemonía e impedir une organización multipolar del mundo, pero el imperio estadounidense se debilita desde adentro.
Un hijo del presidente Biden se ha arrogado más poderes que un senador. Hunter Biden se mueve en aviones oficiales –como si hubiese recibido un mandato de su padre– para firmar contratos de índole personal sin que se sepa realmente la opinión del presidente.
Sin embargo, Hunter Biden carece de aptitudes o competencias particulares. Es sólo un drogadicto que se da la gran vida. Nadie sabe quién negocia los contratos que él firma y que le reportan grandes beneficios.
La grandeza de la democracia estadounidense se ha esfumado para dar paso a los intereses de individuos que los estadounidenses no han elegido y que ni siquiera han sido nombrados por sus dirigentes.
Calígula desayuna con el cónsul Incitatus –su caballo preferido al que había otorgado el rango de cónsul.
El Imperio romano se derrumbó cuando sus dirigentes dejaron de ser designados según sus capacidades.
Durante los 6 últimos años he venido publicando artículos sobre temas muy diversos, adelantándome siempre a los grandes medios, lanzando alertas sobre la división entre los estadounidenses y denunciando el ascenso de la intolerancia en Estados Unidos. Pronostiqué incluso que es inevitable el estallido de una guerra civil en ese país y la disolución del Estado federal.
En la práctica, estamos viendo como aparecen y se agravan nuevas formas de segregación. En poco tiempo, hemos visto en Estados Unidos una elección presidencial opaca, la toma del Capitolio de Washington y un registro realizado en la residencia de un ex presidente.
¿Ha muerto la democracia estadounidense? ¿Qué otros acontecimientos provocará ese fenómeno de fondo?
LA DEMOCRACIA ESTADOUNIDENSE
En primer lugar, es fundamental el cambio demográfico y sociológico que se ha producido en Estados Unidos. La cantidad de personas que vive allí ha pasado de 252 millones –en el momento de la disolución de la URSS– a 311 millones, casi un tercio más que antes, 79 millones para ser exactos. Pero la clase media estadounidense ha sufrido una reducción constante.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, el 70% de los estadounidenses eran clase media. Aunque hoy ya no existe un consenso en cuanto a los criterios estadísticos, la clase media ya es sólo un 45% de la población estadounidense.
Pero la cantidad de multimillonarios se ha multiplicado por 6 desde 1991, mientras que la riqueza media en dólares constantes ha progresado muy poco.
Las instituciones estadounidenses se basan en el principio de la separación de poderes, enunciado por Montesquieu para equilibrar las decisiones distinguiendo el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. Ese sistema funciona sólo si el conjunto de actores que toman las decisiones comparte los mismos intereses.
Pero eso ya no sucede desde que se inició la globalización, o sea desde que comenzaron la deslocalización industrial hacia Asia y la desaparición de la clase media, consecuencia de ese proceso.
Debido a lo anterior, las condiciones sociológicas ya no permiten el funcionamiento del sistema democrático.
Los estadounidenses están conscientes de esos cambios ya que –desde el movimiento llamado Occupy Wall Street, en 2011– son numerosos los discursos políticos que se interrogan sobre el poder que ejerce el 1%, los más ricos de la sociedad, aquellos cuyos ingresos anuales son 5 veces superiores a los del estadounidense promedio.
Durante la elección presidencial de 2020 se vio un problema fundamental. Al menos una tercera parte de los electores piensan hoy que los resultados anunciados no reflejan la voluntad popular. Ambos bandos no dejan de insultarse, basándose en cifras, pero el problema no reside en el conteo de los sufragios, sino en la opacidad del proceso.
Un principio fundamental de la democracia es la transparencia de las elecciones. Pero hace tiempo que los ciudadanos estadounidenses no participan en el conteo de los votos, que ni siquiera se realiza ya en público.
El conteo de los sufragios está ahora en manos de funcionarios, o de empresas privadas contratadas para ello. En 2020, el conteo fue realizado por máquinas y, a menudo, bajo control de funcionarios y a puertas cerradas.
En cuanto al fin de la separación de poderes, lo más sorprendente fueron los procedimientos de destitución (impeachments) contra el jefe del Poder Ejecutivo –el presidente–, procedimientos que el Poder Legislativo inició basándose en acusaciones de traición hoy invalidadas.
Pero, como el fracaso de aquellos impeachments no resolvió el problema sociológico, ahora vemos que se ordena un registro manu militari en la residencia del ahora ex presidente y se trata –otra vez– de acusarlo de traición.
Ahora es el Poder Judicial el que agita una interpretación aberrante de la ley para perseguir a la persona que tenía el poder de desclasificar lo que quisiera por haber olvidado desclasificar ciertos papeles personales. El resultado es que la naturaleza evidentemente descabellada de todos esos “casos” no escapa al ciudadano de a pie, y lo lleva a alejarse de las instituciones que alguna vez fueron democráticas.
Una multitud deseosa de manifestarse contra la opacidad de la elección presidencial se topó con una represión policial y acabó tomando por asalto el Capitolio de Washington.
El derrumbe de la democracia estadounidense se evidenció el 6 de enero de 2021, cuando una multitud irritada por la reacción policial tomó por asalto el Capitolio de Washington.
Hoy se sabe que los manifestantes no tenían intenciones de derrocar el Congreso sino que la policía –comportándose como el brazo armado de una dictadura– reprimió a los ciudadanos que protestaban. Sólo después que la policía provocó la muerte de un manifestante que escalaba la fachada del Capitolio – haciéndolo caer de varios pisos de altura– la multitud exasperada se lanzó al asalto de la sede del Congreso.
¿CONTINUARÁ ESE FENÓMENO?
No hay razón para que se interrumpa ese fenómeno si se mantiene la actual composición sociológica de Estados Unidos. Los escándalos de corrupción demuestran que, al contrario, el fenómeno va a amplificarse. El problema es que ya no se trata de altos funcionarios que abusan de su poder sino que quienes acaparan poderes más importantes que los de un senador son individuos no electos y ni siquiera nombrados por el poder.
Veamos el caso de Biden.
Durante la campaña presidencial de 2020, el New York Post revelaba que el FBI había encontrado una computadora perteneciente a uno de los hijos del candidato demócrata Joe Biden. Según la publicación, los ficheros encontrados en la computadora demostraban tanto el tren de vida disoluto de su dueño –lo que en realidad no era un misterio para nadie– como su corrupción… y la de su padre.
Inmediatamente se inició una gran operación para salvar la reputación del candidato Joe Biden. El FBI se negó a que se profundizara en el contenido de la computadora mientras que personalidades de la “comunidad de inteligencia” estadounidense hacían correr el rumor de que aquello era una desinformación rusa provechosa para el candidato Trump [1].
Así que los medios ignoraron las revelaciones del New York Post y el candidato Biden fue declarado ganador.
Dos años después, ahora resulta que las revelaciones del New York Post eran exactas, han aparecido nuevos documentos y el ministerio de Defensa de la Federación Rusa también ha encontrado otros durante su operación militar en Ucrania.
Hoy se sabe que:
Hunter Biden, quien ha contado él mismo sus peripecias como drogadicto, hoy sigue siendo dependiente del consumo de drogas. Alrededor de él se mueve una camarilla de jóvenes que comparten su adicción a la cocaína y que organizan orgías con este hijo del ahora inquilino de la Casa Blanca. Sin entrar a emitir aquí juicios morales sobre tales actividades, es evidente que Hunter Biden no está en estado de dirigir empresas.
A pesar de ello, Hunter Biden fundó o tomó el control de varias empresas importantes (Eudora Global, Owasco, Oldaker, Biden and Belair LLP, Paradigm Global Advisors, Rosemont Seneca Advisors y Seneca Global Advisors).
Siendo su padre vicepresidente de Estados Unidos y John Kerry secretario de Estado, Hunter Biden fundó una empresa con el hijastro de este último, Christopher Heinz.
Esa empresa comenzó a hacer negocios en Ucrania en nombre del Departamento de Defensa de Estados Unidos, entonces encabezado por el secretario de Defensa Ashton Carter.
Oficialmente, se trataba de evaluar lo que quedaba de los programas biológicos militares soviéticos… pero parece que el verdadero objetivo era continuar en Ucrania investigaciones que eran ilegales en suelo estadounidense, como denuncian los rusos.
Hunter Biden y su tío, James Biden, trabajaron con CEFC, una compañía petrolera estatal china, lo que permitió a Hunter echarse en el bolsillo 3,8 millones de dólares… sin saber absolutamente nada del petróleo.
Hunter Bidden se convirtió en administrador de la segunda empresa petrolera de Ucrania, Burisma, sin tener absolutamente ninguna competencia para ese cargo, que le reportaba 50 000 dólares al mes.
Hace años que Hunter Biden viaja constantemente en aviones oficiales, a pesar de que como hijo del vicepresidente o del presidente de Estados Unidos sólo podría hacerlo acompañando a su padre.
En definitiva, Hunter Biden dirige u ostenta puestos en numerosas empresas, representa oficialmente al Departamento de Defensa y también, al menos oficiosamente, a su padre, además de cobrar cuantiosas sumas de dinero por cosas que es incapaz de hacer.
Incluso suponiendo que el presidente Biden no esté implicado en los “negocios” de su hijo Hunter, lo cierto es que al menos cubre el uso que hace Hunter de su posición en lo más alto de la cúpula gubernamental estadounidense y permite que utilice los medios del Estado federal para estafar a los demás.
Bajo el Imperio Romano, el emperador Calígula llegó a otorgar la dignidad de cónsul a su caballo preferido. En Estados Unidos, el vicepresidente Biden cubría los chanchullos y las estafas de su hijo Hunter.
Actualmente, cuando Joe Biden se ha convertido en presidente a pesar de su evidente pérdida de facultades mentales, su hijo Hunter se aprovecha de ello para seguir “haciendo negocios” como “hijo de su papá”.
Esas alegaciones ya no son rumores. Ahora se trata de hechos comprobados y plasmados en informes senatoriales.
EL DEBILITAMIENTO DEL ESTADO FEDERAL ESTADOUNIDENSE
En las diferentes regiones del mundo el debilitamiento de Estados Unidos se ve de diferentes maneras.
Los rusos, que han vivido varias revoluciones y la disolución de la URSS, estiman que las incomprensiones entre los estadounidenses llevarán a mediano plazo a una guerra civil, que a su vez conducirá a una división de Estados Unidos en países independientes más o menos étnicamente homogéneos.
Los chinos, que han pasado por periodos de debilitamiento de su propia nación, estiman, al contrario, que Estados Unidos puede perdurar pero que se sumirá en una forma de anarquía ya que los Estados que hoy lo componen dejarán de obedecer al Estado federal y se harán autónomos.
En todo caso, los europeos son los únicos que siguen creyendo que Estados Unidos todavía es una democracia y que seguirá siéndolo.
Donald Trump Jr., hijo del ex presidente Donald Trump, aborda el tema de los negocios sucios de Hunter Biden en su libro Liberal Privilege: Joe Biden and the Democrats’ Defense of the Indefensible, Gold Standard Publishing, 2020.
La investigación del New York Post dio lugar a la publicación de otro libro: Laptop From Hell: Hunter Biden, Big Tech, and the Dirty Secrets the President Tried to Hide por Miranda Devine, Post Hill Press, 2021.
Los senadores republicanos de la Comisión de Seguridad de la Patria han presentado 2 informes sobre ese tema:
1- Hunter Biden, Burisma, and Corruption: The Impact on U.S. Government Policy and Related Concerns. U.S. Senate Committee on Homeland Security and Governmental Affairs.
2- Majority Staff Report Supplemental Committee on Finance. Committee on Homeland Security and Governmental Affairs. 18 de noviembre de 2020
https://www.voltairenet.org/article217910.html