
La tesis ya resuena fuerte y en todas partes: La III Guerra Mundial ya inició.
Los contendientes de esta guerra ,más que países, son dos formas de ver el desarrollo ulterior de la economía y la política mundial y la forma de gestionar ese desarrollo en beneficio de un poder hegemónico caducante, enfrentada a otra visión de otros que propugnan por un mundo más abierto y multipolar.
Es una guerra híbrida, multifacética, con el uso (como armas ofensivas) de la economía, la política, la propaganda e información, las nuevas tecnologías de control psicológico de masas, la inteligencia, subversión, desestabilización y por supuesto, el componente militar como amenaza y realidad), donde el campo de batalla “caliente” en este momento se ubica, en primer lugar, en la periferia política y económica global, tal como el Medio Oriente, región del Golfo Pérsico, Asia Central, África y América Latina, que guardan en su subsuelo las grandes riquezas necesarias para el que el Capitalismo siga sobreviviendo como Sistema económico e ideológico global; en segundo lugar en las fronteras o áreas de influencias del “enemigo” (esa es la palabra correcta) como Ucrania, Europa Oriental y Pribáltica, Cáucaso y Asia Central, así como la zona del Indo-Pacifico, y en tercer lugar, el campo de batalla psicológico donde se dilucida la manipulación de la mente y los sentimiento de los ciudadanos.
Para ganar la guerra, hacia estas regiones geográficas y psicológicas se dirigen los recursos y esfuerzos concentrados del complejo militar-industrial, las corporaciones tecnológicas y de comunicación, los cárteles financieros, de los presupuestos de guerra o “cooperación” de las grandes economías del mundo capitalista contemporáneo.
¿Quiénes son los que toman parte en esta guerra?
Por un lado están la Unión Europea, Gran Bretaña, Japón, Canadá, Australia y otros actores menores del Sistema capitalista, alineados con los interese geoestratégicos del gran hegemón, Estados Un*dos, que es quien realmente controla y usa en su beneficio la política exterior y doméstica de estos países, a quienes pareciera no importarle sus propias intereses nacionales.
Este “bando” propugna por la modernización sin pretender cambiar el Sistema (países ricos vs países pobres), sino “mejorarlo”, revitalizarlo y perpetuarlo, a la vez que desbrozan su camino de molestos competidores e “inconformes”.
Es un bloque más amplio que la expresión político-militar euroasiática que es la OTAN, Es la coordinación de políticas económicas, visión política, ideológica y recursos, supeditados al proyecto global del Imperialismo yanqui, que han pasado a ser el “Bloque occidental” que engloba a una considerable parte del mundo capitalista más beneficiado con la “pax americana” y el “american way of life.
Por otro lado están Rusia, China y un grupo heterogéneo de naciones que sin dejar de lado sus intereses como naciones, parecen entender que la “arquitectura” global diseñada por los EE UU para conservar su modelo político y económico es obsolescente, entró en decadencia y no se ajusta a la realidad del mundo contemporáneo y que de no aplicarse un cambio de visión, se estaría condenando a la extinción a la sociedad humana y la vida en el planeta.
Este grupo (que no es un bloque ni un sistema de alianzas) pretende -incluso sin declararlo- una alternativa de desarrollo más armónica en sus relaciones internacionales, donde la paz y la colaboración sean la base del desarrollo y bienestar de todos los países del mundo sin proponer cambios profundamente ideológicos. Aquí puede haber deserciones y anexiones por la naturaleza misma de estos Estados.
Esta guerra en realidad más que una confrontación a gran escala de intereses e ideologías, es un choque civilizatorio que marca un punto de inflexión de la historia de la humanidad y como ya también resuena alto y fuerte (no sólo en los estrados políticos y académicos sino que en gran parte de la ciudadanía mundial), es un cambio de paradigma en las relaciones internacionales.
Sin embargo, la actual coyuntura mundial nos deja ver (ojalá que sea sólo por el momento) a un solo jugador completamente comprometido con este cambio de orden mundial tan necesario para el mundo: La Federación Rusa que como en el pasado se vuelve a enfrentar a un desafío histórico de proporciones globales, que pone en riesgo la verdadera libertad, la autodeterminación y el desarrollo de los pueblos.
Rusia como nación y como pueblo se juega la vida en los campos de batalla de Ucrania. La seguridad y el desarrollo de su población están en juego.
De perder esta primera batalla o si Rusia sale muy debilitada de ella, el país sería devastado económicamente, el bloque enemigo (como lo está demostrando en este momento) profundizaría sus acciones punitivas, desorganizando y controlando los procesos productivos y la economía rusa en su conjunto; impulsaría el desmembramiento total del territorio, atomizándolo en pequeñas “repúblicas”; avivarían el odio inter-étnico y la confrontación religiosa, destruirían a su clase política patriótica, desmoralizarían al ciudadano ruso, proscribirían y demonizarían todo “lo ruso” a niveles máximos y definitivos que los que hoy ya observamos. La guerra continuaría en otro escenario, quizá en el Lejano Oriente.
Por eso es imperativa la victoria inapelable (en el campo de batalla o en la mesa de negociaciones) del gobierno del Presidente Putin.
Rusia sabe que no cuenta con la fortaleza económica ni con los habitantes suficientes para una batalla convencional larga y contra todo el bloque enemigo del que hemos hablado más arriba, pero si sabe que tiene argumentos militares y fortalezas políticas psicológicas para defender a su país. Acorralar a Rusia es un suicidio colectivo que puede llevar a un evento de extinción de la civilización, tal cual hoy la conocemos. Y eso también lo saben sus enemigos.
Pero volviendo a los intereses de cada quien (sin distingo de filiaciones políticas) de grandes actores supuestamente al lado de Rusia (o que no se están sumando a la agresión económica, boicot diplomático o guerra híbrida contra ella), podemos decir, por ejemplo, que:
El territorio y la población de Bielorrusia son racial, cultural e históricamente parte del Estado y la nacionalidad rusa, pues hasta la disolución de la URSS, Bielorrusia siempre había sido parte de él.
Sin embargo, a pesar de su independencia y la realidad de ser hoy dos países distintos, Rusia y Bielorrusia mantienen estrechos lazos económico, políticos, militares y de todas índoles (normados por tratados y acuerdos) que los unen y garantizan su amistad y colaboración que cada día se fortalece aun más. Esto lo demuestra la decisión tomada por hoy por ambos gobiernos de abrir completamente sus fronteras comunes sin restricción alguna.
El “talón de Aquiles” de Bielorrusia es su economía, débil y poca diversificada y por eso Occidente bombardea mediáticamente a su población (sobre todo a su juventud) y ataca con “paquetes” de ilegales sanciones económicas al país, tratando de promover desestabilización política que lleve a un cambio de gobierno “desde adentro” y su re-alineamiento con el bloque occidental.
Estos precedentes son muy parecida a los que hoy determinan las relaciones entre Rusia y Kazajistán y puede decirse también con Mongolia y un poco más distantes (aun siendo aliados militares formales), con Armenia y las tres repúblicas centro-asiáticas salidas de la extinta URSS.
Aliados geo-estratégicos que hay que cuidar del asedio del enemigo, pero que de ser necesario, podrían más que apoyar, participar en una guerra defensiva al lado de Rusia. Los errores y omisiones territoriales de la década del noventa, Rusia no los volverá a cometer y eso lo demostró en el 2014 en el Dombas y recientemente en Kazajistán.
La operación especial que hoy observamos y que nos ocupa es la mayor e irrefutable prueba de tal propósito.
China actúa con cautela porque sigue estudiando un modelo de agresión que seguramente también se lo van a aplicar a ellos, pues en realidad el motivo final de esta conflagración que ya empezó, es precisamente su destrucción como principal competidor económico de los EE UU.
Aunque si Rusia se empantana o ve comprometida su victoria en el teatro de guerra euro-asiático, China tendrá que actuar al lado de Rusia o deberá esperar su turno para luchar (inclusive militarmente) en solitario contra el boque del Capitalismo global. La neutralidad no es una opción para China, aunque también existe la opción (ante el fracaso de otros mediadores) de juegue un rol fundamental para encontrar una solución negociada.
En el Lejano Oriente y el Pacifico, la amistad con Corea del Norte y el intercambio comercial con Corea del Sur, traen a Rusia cierta tranquilidad en esas zonas, solamente agitada por los viejos fantasmas que azuza hoy el gobierno del Japón bajo el acicate de Occidente.
La india es un equilibrista político por necesidad histórica. Siempre urgido de cierta tranquilidad regional para poder dedicarse a enfrentar su convulsa política interior y sobre todo, alimentar a la segunda mayor población de las naciones del mundo. Abandonar sus relaciones de mutuo beneficio con Rusia, sería muy dañino para sus intereses nacionales y aspiraciones de potencia mundial.
Por lo menos es un mercado bastante seguro para Rusia y China, aunque su élite -educada en occidente- quisiera definirse más allá de lo emocional por el bloque donde juega su antigua metrópoli. Lo mismo le pasa a Paquistán, aunque acá juega más el cálculo político en una región altamente explosiva y a la que sólo Rusia le da estabilidad.
Vietnam, juega a lo seguro. Continúa con su acercamiento financiero y comercial, atrayendo inversión desde los EE UU y la UE, pero asumiendo una política de “neutralidad activa” en relación a Rusia. Sorprendió que unos días atrás reclamó oficialmente a Taiwan (lo que se vio como un acercamiento a la política de fronteras de China en la región) por declaraciones de este país insular, aliado estrecho del bloque occidental.
Irán hila fino. Rusia y China han sabido ser leales aliados a la hora de sortear las sanciones económicas occidentales contra la nación persa. Esta cercanía hoy se ve amenazada por el cálculo político occidental que pretende enturbiar estas relaciones (principalmente entre Irán y Rusia) utilizando la “política petrolera” (levantar paulatinamente las sanciones a Irán y comprar su petróleo, sustituyendo a Rusia en el rol de abastecedor de hidrocarburos a Europa) y apurar la firma del acuerdo que limita el desarrollo del programa nuclear iraní.
Irán condenó “la invasión” rusa a Ucrania, sin embargo ha mantenido un contacto muy cercano con Moscú, incluso “sacando el pie del acelerador” de los acuerdos nucleares que ha alertado a Israel, al punto de ofrecerse como mediador para solucionar el conflicto en Ucrania, se mantengan las sanciones contra Irán (que limita su capacidad militar) y se vuelva a la mesa de negociación para aprobar urgentemente el tratado nuclear que cerrará la puerta la posesión del arma nuclear a su gran enemigo. Irán es clave para Rusia como socio y amigo en una región que guarda las mayores reservas conjuntas de hidrocarburos del mundo.
Venezuela (en atención a los planes sustitutivos petroleros del bloque occidental) puede jugar un rol muy parecido al que se le quiere asignar a Irán y que se enmarca en una planificación del bloque occidental abiertamente anti-rusa. De esto está muy claro el gobierno del Presidente Maduro, quien ha ratificado su amistad al gobierno del Presidente Putin y asegurado que los principios no son negociables.
Venezuela, como Cuba y Nicaragua son muy importantes en el desarrollo de la “política suave” de Rusia en la América Latina, la apertura y consolidación de lazos económicos y culturales y el reconocimiento político y diplomático de Rusia y las nuevas repúblicas periféricas nacidas de la redefinición de los espacios pos-soviéticos.
Siria se mantiene firme junto a su gran aliado que le salvo de la derrota ante el terrorismo internacional, Israel y los gringos.
Los lazos de vieja data de amistad y colaboración de Rusia con muchísimos países de África, aseguran que no haya un rompimiento masivo (por las presiones y chantajes del bloque occidental) y tanto el intercambio comercial, los proyectos económicos e intereses de Rusia en el continente sean preservados mayoritariamente.
Arabia Saudita también ha identificado algunas oportunidades en esta guerra global. Su economía extraccionista ha entrado en crisis desde hace varios años y la guerra contra Yemen va mermando sus arcas y su prestigio político. Necesita a lo inmediato mejores precios consensuados del petróleo y frenar honorablemente la guerra.
La guerra en Ucrania aleja ambas posibilidades y por eso se muestra receptiva a apoyar una salida negociada y rápida a este conflicto, sin alinearse en contra de Rusia.
Los Emiratos Árabes Unidos, eventual aliado de Arabia Saudita, ha ido un poco más allá de la “neutralidad activa” y está dispuesta a integrar con un grupo de naciones una zona de libre comercio con Rusia, algo difícil por su cercanía con EE UU y su antigua metrópoli colonial, Gran Bretaña.
Turquía aspira a convertirse en la gran potencia regional centro-asiática. Ha comprendido que juega un rol subalterno y peligroso dentro de la OTAN y que la UE no la quiere dentro de sus miembros. La administración de Erogan ha regresado el activismo político y sus ambiciones regionales.
La reconstrucción de sus FF AA, el impulso a la industria militar y la participación directa o indirectamente en los conflictos de Afganistán, Siria, Libia, Nagorno-Karabaj y ahora en Ucrania (vendiendo drones, armas y municiones) demuestran que los sueños de un nuevo Imperio otomano aún persisten.
Sin embargo, Turquía al igual que Europa occidental cuenta con una gran industria pero carece de grandes reservas de riquezas naturales estratégicas (hidrocarburos, hierro, carbón, etc.) y su poderosa agricultura (base de sus exportaciones) necesita de la importación de la mayoría de insumos agrícolas.
He ahí de la importancia de de mantener buenas relaciones con Rusia, que dicho de paso, también es el principal emisor de turismo hacia Turquía. Otra vez la “neutralidad activa” se impone.
Otras naciones importantes del segundo peldaño del capitalismo global entre las cuales se encuentran Brasil, Argentina, México y Sudáfrica, también basan su relación bilateral con Rusia en estos momentos de conflicto bélico, en el equilibrio y la prudencia.
A veces condenando en los foros internacionales la “invasión “rusa, pero absteniéndose de romper sus vínculos políticos y económicos con la gran nación eslava.
Está claro que aun hoy en día los intereses particulares de cada nación priman en un mundo moldeado por los principios de lucro y el egoísmo inculcados por el Sistema capitalista, donde la solidaridad es una rareza, pero la sociedad contemporánea ha llegado a un punto crucial que marca, no otro “fin de la historia” fukuyamista, sino la imperativa necesidad de un nuevo orden mundial.
Edelberto Matus.