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Ucrania: La guerra de "Hitler" contra "Hitler"


Es lógica la reacción que ante la guerra de Ucrania está teniendo el Homo Festivus.

Al final, pues, estalló la Guerra. O sea, el Mal. No cualquiera, sino el Mal Absoluto, el absolutamente absoluto Mal que la Guerra es para el hombre (y la mujer) de nuestros días: para el Homo Festivus, que decía Philippe Muray

Para el Hombre Blandengue, que decía El Fary. Para el hombre, en fin, de nuestros socioprogreliberales tiempos, que dice Hughes

Al lado del hecho bélico (el que sea) cualquier otro mal —el mismísimo “Hitler”, el omnipresente “Hitler” que los unos son para los otros y los otros para los unos— hasta parece como un juego de niños.

Es lógica la reacción que ante la guerra de Ucrania está teniendo el Homo Festivus. 

Por más que las tropas rusas pongan en jaque su reino, el Homo Festivus esboza una mueca de preocupación y apaga su sonrisa, pero no tiene la menor intención de mover un dedo. 

Salvo para expulsar a Rusia del festival de Eurovisión.

Entendámoslo por fin: o que se está jugando en esta guerra no es sólo “la voluntad de poder” entre dos países. 

No es sólo el ansia de un Estado por dominar a otro.

 O por impedir la amenaza que representaría la entrada del otro en un Pacto Militar que colocaría sus misiles a 500 kilómetros de Moscú, distancia en la que, si te pegan un zambombazo, no te da ni tiempo para interceptarlo y responder con otro. Bastantes misiles, por lo demás, hay ya apuntando a Rusia, tanto en Polonia como en los Países Bálticos. ¿Para qué diablos quieren más? Ah, sí.

 Los quieren para salvaguardar la paz, la democracia, la gobernanza mundial y la Agenda 2030. 

Seamos serios, por favor. Una vez derrumbado el comunismo y liquidado el Pacto de Varsovia, el mantenimiento de la OTAN y la ampliación de sus arsenales a países cada vez más cercanos a Rusia constituye una agresión de la misma envergadura que si México pretendiera integrarse en un renacido Pacto de Varsovia e instalar misiles en la frontera estadounidense.

Lo que está en juego en Ucrania

Y, sin embargo, nada de esto es realmente lo más decisivo. Por importantes que sean, no son ni las fronteras ni la seguridad militar lo que, en el fondo de todo, se está dirimiendo. 

Lo que realmente está en juego es toda una concepción del mundo que se opone brutalmente a otra.

 Lo que se juega es una lucha entre dos paradigmas. Por un lado, el paradigma de la sociedad líquida, sin fe, valores, historia ni principios: vulgar agregado de átomos envueltos en la fealdad, la absurdidad y el sinsentido. 

Y frente a él, el paradigma de la sociedad sólida, orgánica, arraigada en el pasado de su historia, afirmada en la identidad de su nación, envuelta en sus valores y principios, marcada por el aliento sagrado de su religión.

¿Perdón?… Ah, ¿que usted adhiere plenamente a tales principios, pero no le gusta nada la forma en que se encarnan en la sociedad rusa? Mire, para serle sincero le diré que a mí también hay cosas que no me gustan. 

No me gusta, por ejemplo, el riesgo —esa lacra propia de cualquier nacionalismo— de caer en el chovinismo cerril. 

No me gusta, más particularmente, que, incapaz de cuestionar ningún aspecto de su pasado histórico, Rusia siga honrando la memoria del régimen más atroz que han visto los siglos (¡¿Cómo soportar esas banderas rojas que, con la infame hoz y el martillo, andan desplegadas en los desfiles?!). 

Admiro que no se practique en Rusia la damnatio memoriae que tan brutalmente se ha practicado en otros países; pero una cosa es eso y otra muy distinta, lo otro.

No me gustan tales cosas. Como tampoco me gusta, por referirme a un país del lado opuesto y que cuenta con todas mis simpatías, la forma con que la ultracatólica Polonia cae también en el patrioterismo cerril: en ese chovinismo que le impide comprender que, si se opone tan valientemente al american way of life y a todo lo que en tal sentido encarna la Unión denominada “Europea”, su auténtico enemigo no es entonces ni Rusia ni Putin. Sus verdaderos enemigos son América, la UE, Soros y compañía.

No me gustan tales cosas. Como tampoco me gusta el riesgo que pudiera correr Putin de que, envalentonándose, se sumiera (ya ha pasado tantas veces en la historia…) en la hybris desmedida de la arrogancia que pretende conquistar todo lo conquistable. No creo que ocurra, pero no se sabe nunca.

No me gustan tales cosas, insisto.

Pero a estas alturas de la película uno ya sabe de sobra que, no siendo la perfección cosa de este mundo, nada hay que te pueda plenamente gustar o a lo que puedas plenamente adherir. 

De modo que toca elegir, tomar partido (hasta mancharse, que decía aquél): o bien por el mundo del Homo Festivus o por el del Homo Heroicus. Elija usted.

(Sí, es cierto, también entre los defensores ucranianos se están dando estos días actos de heroísmo que hay que saludar como se debe si uno no quiere caer en el cerrilismo denunciado hace un instante.

 El problema es que estos heroicos ucranianos no parecen darse cuenta de hasta qué punto su innegable valor entra en contradicción con el tipo de sociedad por el que su país y ellos mismos habían estado apostando hasta ahora.)


https://elmanifiesto.com/tribuna/549118810/La-guerra-de-Hitler-contra-Hitler.html

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