Éramos amigos de los estudiantes afganos que habían llegado a Moscú desde todos los rincones de su montañoso e impresionante país, representando a casi todas sus etnias y pueblos milenarios.
Aprendimos con ellos a comer pilaf de cordero o cabra, escuchamos (contadas en primera persona) sus leyendas, su historia tan diferente a las que estábamos acostumbrados a escuchar.
Bailamos con ellos sus danzas y escuchamos su música. Muchos eran hijos de guerreros tribales, de campesinos, montañeses, aldeanos o pobladores de sus muchas ciudades y otros, hijos de militares y funcionarios de su gobierno.
Algunos de estos jóvenes ya habían tenido el honor de empuñar un fusil y combatir en la guerra.
Eran alegres, bulliciosos, amistosos e inteligentes. Sabían quienes eran, de donde venían y qué querían hacer de sus vidas y de su país. Todos manifestaban un gran orgullo por su cultura, su raza, sus lenguas sus creencias y sobre todo por la libertad para seguir construyendo con sus propias manos y mentes el futuro de su Afganistán.
Con ellos aprendimos algo de historia de Afganistán y sobre todo, a entender y querer a ese sufrido caleidoscopio de pueblos, que ahora más que nunca se enfrentan a los resultados nefastos de la intervención extranjera.
Afganistán, territorio de cruce y confluencia de decenas de civilizaciones desde la infancia misma de la Humanidad y cuna de pueblos guerreros que desde entonces enfrentaron y derrotaron a cuanto enemigo osó invadir sus pueblos y montañas.
Potencias militares del pasado y del presente han sido humilladas por un pueblo casi descalzo, pero orgulloso, valiente y celoso de su cultura y tradiciones que tres cuartos de toda su historia ha tenido que vivir con el sable o el rifle en la mano.
Sus élites (dependiendo del tamaño de sus ambiciones y sus habilidades políticas) con el paso del tiempo y atravesando casi todas las formas de gobierno conocidas, lograron construir unidad nacional, fijando los límites territoriales y creando equilibrios étnicos y culturales, sobre la base de la tolerancia religiosa.
Un territorio que ya para el siglo XVIII era un país independiente y que aprendió a lidiar con las ambiciones territoriales y políticas en una de las regiones más explosivas del mundo, donde la confluencia de antiguas civilizaciones dio paso a la ambición e intereses geopolíticos y estratégicos de las potencias modernas y contemporáneas.
Sin embargo, ni la rivalidad e intereses ruso-británicos presente en el llamado “Gran Juego” del siglo XIX, ni la posterior “Guerra Fría” del siglo XX entre Occidente y la URSS y sus aliados o la “Guerra contra el Terrorismo” de los yanquis contra el mundo desde principios del presente siglo, lograron desmembrar la unidad territorial de Afganistán, aunque estas dos últimas sí fueron el punto de partida para una sangrienta guerra civil (inspirada y financiada desde los Estados Unidos y sus aliados europeos) que fracturó severamente la unidad de las grandes etnias afganas y abrió las puertas a las dos últimas intervenciones militares extranjeras.
Existe un “error” inducido desde Occidente en la percepción del nivel cultural, la capacidad de ejercer soberanía y encontrar la senda del desarrollo económico de los afganos. Los historiadores y los medios globales, durante décadas han logrado crear un estado de opinión que subvalora y demerita tales capacidades de los habitantes y gobernantes de Afganistán.
En realidad Afganistán, desde el punto de vista de las Relaciones Internacionales, había logrado alejarse de los conflictos regionales de Asia Central, manteniendo relaciones respetuosas con sus vecinos y evadiendo el alinearse con una u otra Potencia global, incluso durante buena parte de la llamada Guerra Fría.
En el ínterin, Afganistán hizo avances importantes, evolucionando desde un Estado monárquico, a una monarquía parlamentaria, a la república y finalmente a una república democrática de orientación socialista.
Afganistán fue impelido hacía el pasado por la fuerza de lo intromisión yanqui y sus aliados regionales que entronizan al Estado Islámico de los muyahidines, que a su vez fue derribado en el transcurso de la guerra civil por el primer Emirato Islámico de los talibanes.
Los gringos (disque buscando retaliación por la implosión de las tres torres del centro de Manhattan el 11 de septiembre del 2001) inician el asalto al dominio mundial, bombardeando todo el territorio de Afganistán dispersando el gobierno de sus antiguas criaturas talibanes, imponiendo un Estado fachada: La República Islámica, poniendo al frente de su gobierno a antiguos empleados suyos, ineficientes y corruptos.
Los gringos se hicieron cargo de una guerra tan larga como infructuosa, mientras sus ONG y asesores intentaban "agringar” a la milenaria cultura afgana. La política " bipolar" yanqui emprendió una tarea imposible de realizar: Construir un país con receta occidental, mientras asesinaba a sus habitantes.
Desde los años cincuenta (años de gran acercamiento a la Unión Soviética) la sociedad multiétnica afgana venía asumiendo voluntaria y pacíficamente una dinámica de cambios en sus patrones culturales ancestrales, aproximándose con sigilo, pero con continuidad, a la cultura occidental.
Estos gobiernos aligeraron -por iniciativa propia- algunas imposiciones inherentes a la religión islámica, referente a las mujeres y las niñas, como la obligación de llevar velo en sus rostros y se les permitió mayor inclusión social publica, sobre todo en el área de la educación, tanto que el Estado envió becados a miles de jóvenes a estudiar fuera del país.
Se vigorizó el comercio internacional y a nivel político, se impulsó el pluripartidismo, abriéndose espacios de mayor tolerancia para las distintas ideologías políticas, siempre con profundo respeto al Islam, profesado por la mayoría de la población afgana.
Al final, dentro de la dinámica de la Guerra Fría, los gringos lograron vulnerar por la fuerza militar, la capacidad financiera y mediante la manipulación religiosa la unidad nacional e independencia afgana, sumiendo al país y a su población en un sifón trágico y dilatado.
Para nadie es un secreto que ahora asistimos al final de los tiempos del Imperialismo yanqui en su etapa clásica. Su humillante derrota en Afganistán es una prueba más de esta convicción pública.
A pocos años de iniciada la invasión de sus tropas a Afganistán la certeza en la derrota general ya embargaba al “Estado profundo” yanqui y sus cipayos de la OTAN, pues sus tres últimas administraciones presidenciales (de sus dos partidos hegemónicos) venían pactando, pública o secretamente y directa o a través de terceros, la salida “honrosa” del campo de batalla, a pesar del cachipil de miles de millones de dólares y euros tirados a la basura o a manos privadas (que casi es lo mismo para el contribuyente norteamericano y europeo) y cientos y cientos de vidas de jóvenes ciudadanos de esos países agresores, y a pesar de los pesares… El imperialismo ha sufrido un golpe demoledor a su “prestigio”, a la “moral” y confianza de sus tropas, de su burocracia y de la población que lo ha respaldado insensatamente dentro de sus fronteras y fuera de ellas.
¿Qué si es un plan orquestado y dirigido por las perversas mentes de la Casa Blanca, Langley y el Pentágono?…Pues no deja de ser una estrategia pírrica y de resultados inciertos.
¿Qué privaron los intereses económicos y geoestratégicos?…Este “argumento” está a la altura de un chiste de Pepito, pues no se suelta lo que se tiene firmemente entre las manos para empezar un incierto duelo de fidelidades y capacidades, teniendo en el vecindario de Asia Central a China y Rusia.
¿Qué los muchachos “salen” de Afganistán porque el presidente yanqui es un imb*cil de nacimiento, además de un anciano senil?...
Puede ser, pero ahí está el “Estado profundo” que cuenta con más de cien mil “mentes brillantes”, además de que el señor presidente tiene a su disposición a una procesión de generales de cuatro estrellas, jefes y especialistas de la comunidad de inteligencia y la burocracia, asesores experimentados en guerras, invasiones, golpes suaves y duros graduados en Harvard, Yale y Princeton.
Y si hicieran falta más genios que lo asesoren gratuitamente, pues allí están a la mano los dueños de las corporaciones transnacionales y los “tanques de pensamiento” y ya por último, los gruesos tomos (en físico y digital) de la historia de la política exterior yanqui, pletórica de intervenciones en países de todos los Continentes.
¡Nooo! No hay excusas: Es una derrota contundente en todos los ámbitos. Así (abochornados y turulatos) salieron de Afganistán persas, árabes, helénicos, turcos, turcomanos, mongoles, hindúes, británicos y rusos. Ahora les tocó los gringos. El resto es película, cuento y aliño.
Los talibanes son un producto artificial, fabricado a pedido de los intereses yanquis en la región con la colaboración necesaria y oficiosa de la élite paquistaní y saudí, con un poco de condimento europeo, a despecho de otros jugadores regionales que por distintas circunstancias no pudieron ser protagonistas y contra los cuales iba dirigida la “construcción” de este “ejercito de combatientes por la libertad”.
Cuando sus padres, los “muyahidines” (“señores de la guerra” y combatientes tribales salidos de las distintas etnias afganas), luchaban contra las tropas soviéticas en la década de los ochenta, sus familiares e hijos exiliados tras los 2670 kilómetros de frontera con Paquistán pasaron a ser estudiantes (“talibanes”) en las madrazas o escuelas islámicas, donde los ulemas los educaban a punta de coscorrón y palo en la obediencia a la ley islámica o sharia, los oficiales del ISI, la poderosa agencia de inteligencia exterior de Paquistán, se encargaba de entrenarlos en las tácticas guerrilleras y el uso de todo tipo de armas.
Es decir que la creación de este futuro ejército insurgente tenía dos componentes principales:
El ideológico, a cargo de Arabia Saudita que financiaba a las madrazas (en los campamentos de refugiados afganos en el muy seguro territorio paquistaní), inculcando en sus jóvenes mentes el islamismo sunita en su corriente ultra-radical wahabita, que predica la practica más ortodoxa y conservadora del Islam y en segundo lugar, el político y militar bajo la responsabilidad del gobierno paquistaní, enemigo tradicional de Afganistán.
Tanto Arabia Saudita como Paquistán se alineaban y obedecían fielmente la política exterior yanqui, es decir que detrás de la creación de estos formidables guerreros talibanes, educados y entrenados en la aplicación de una fe islamita ultra- radical, (ajena hasta entonces al Afganistán contemporáneo) y expertos en el uso de armamento y equipo militar moderno, además de (en un principio) obedecer y coordinar sus acciones con sus benefactores.
Los talibanes cruzaron la frontera, desplazaron a los muyahidines del poder y se convirtieron en “el enemigo perfecto" para los yanquis en su tan famosa como falsa “guerra contra Al-qaeda y el terrorismo”. “Perfecto”, porque a la vez que podían librar contra ellos una guerra controlada, también conversaban y pactaban con ellos a espaldas del mundo.
Pero había objetivos claramente jerarquizados donde de último siempre estuvieron el bienestar del pueblo afgano, la paz y colaboración regional y la extirpación definitiva del radicalismo islámico en Afganistán:
Evitar definitivamente la influencia en la región por parte de Rusia y China y al mismo tiempo tener una base de operaciones militares en conjunto con la OTAN en las propias “costillas” de estas dos Potencias rivales, abrir la explotación de los variados e inmensos recursos naturales del subsuelo afgano a las corporaciones privadas occidentales, acercar a su esfera de influencia a las tres repúblicas centro-asiáticas ex-soviéticas vecinas a la vez de Afganistán y de Rusia y desestabilizar las fronteras iraníes, creando una base permanente de infiltración enemiga a su territorio.
De los anteriores se derivaron otros objetivos menores pero no menos importantes:
Consolidar el mando y control sobre los ejércitos cipayos de la OTAN y sobre todo, comprometer a la política exterior de sus “socios” europeos, sometiéndola a las líneas de acción global de la política exterior yanqui; probar en el terreno nuevas tecnologías, armamento y equipo militar, desarrollar nuevas doctrinas, tácticas y estrategias que aporten a la modernización y adecuación a nuevas misiones de la logística y accionar en combate de las Fuerzas Armadas yanquis, utilizar la guerra como vitrina para la venta de sus sistemas de armas y equipos, acompañar el esfuerzo bélico con el “poder blando” (soft power) gringo para intentar implantar y consolidar “el modo de vida americano” (“american way of life”) y la democracia liberal occidental en la sociedad afgana, sin reparar en la destrucción de la cultura milenaria del país.
No obstante, luego de dos décadas de derramar sangre, infringir sufrimientos y botar la plata, los gringos se van.
Resulta que los talibanes son hábiles estrategas y taimados negociadores que supieron aprovechar la oportunidad, administrando los fallos del adversario, pacientemente “darle vuelta” al gringo y al europeo, negociando con otros actores regionales (incluyendo Rusia, China e Irán), manteniendo las expectativas de Paquistán y Arabia Saudita, para coronar en la mitad del tiempo que tarda una gallina en empollar un huevo (en un desplazamiento casi incruento), tomándose todo el país, eso sí, sobre los " humvees" del ejército yanqui.
Acostumbrados a las soluciones de mando y ordeno, los gringos y los principales gobiernos cómplices de Europa, ahora no hayan cómo solucionar, cómo salir del atolladero práctico y político que devalúa de hora en hora su imagen ante el mundo.
Pero hay consecuencias más fatales para la política exterior occidental, principalmente la gringa:
¿Quién va a confiar en las promesas, en la fortaleza imperial gringa?
¿Podrían –por ejemplo-Ucrania, Taiwán y Corea del Sur iniciar un conflicto contra sus potenciales rivales Rusia, China o la República Popular de Corea, respectivamente, confiando en el apoyo incondicional y definitivo de los gringos y sus socios occidentales?
¿Deberían los ciudadanos de un Estado "equis" apoyar incodicionalmente a los soldados o funcionarios gringos, alemanes, británicos, franceses, canadiense, australianos o de otros aliados de los Estados Unidos en sus guerras y conflictos, arriesgando sus propias vidas y la de sus familias?
¿En realidad es efectivo el poderío militar gringo a la hora de defender a los pueblos amigos?
Incluso los socios de la OTAN ya se preguntan: ¿Son confiables los Estados Unidos en tiempos de conflicto o desgracia, tanto como aliado o socio?
Y el mundo se convence que los Estados Unidos son una potencia en franco declive. Se disuelve la certeza (base hasta hace poco inamovible del mito) de los súper-poderes del Imperialismo yanqui.
Los talibanes, a pesar de su demostrada capacidad política, si no han cambiado (creo que no), sino han dejado atrás sus prácticas extremistas y sino aprendieron a gobernar a su propio pueblo milenario, de seguro no tienen futuro como gobernantes.
No podrán gobernar en un Califato o Emirato medieval.
Los países necesitan las relaciones internacionales, el comercio internacional, el apoyo y la solidaridad internacional para construir un país próspero y pacífico. Los pueblos mismos no permiten tales regresiones.
Estos talibanes deberán hilar fino, gobernar con prudencia y sabiduría si acaso logran formar un gobierno y obtener reconocimiento internacional. De lo contrario volverá la guerra y ellos seguramente regresaran a sus cuevas o al exilio.
Afganistán prevalecerá como pueblo soberano.
No puede ser trasportada en aviones o marchar al exilio la totalidad de la población afgana. Eso es una utopía.
Se marcharan los que puedan y esa será su decisión. Pero la mayoría (y esperemos que los talibanes, los gringos y todo el mundo lo entiendan) van a quedarse en su tierra y ojalá también se queden los profesionales, los especialistas, los artesanos, los artistas, los maestros, los productores para que sirvan a su pueblo.
Afganistán debe de arreglar sus asuntos sin intromisión de nadie, vivir como ellos determinen y creer en lo que ellos quieran creer.
Estas cosas las aprendimos no ahora ni a través de tanta noticia exasperante y maliciosa, sino allá, en los años ochenta, contadas con seguridad en el futuro por nuestros propios compañeros y amigos afganos de entonces.
Edelberto Matus.