Conozca los think tanks de Washington que están empobreciendo a las masas latinoamericanas

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La mentira, la manipulación mental y los movimientos de masas


«Ya desde el siglo IV AEC, los filósofos griegos Platón (427-347 AEC) y Aristóteles (384- 322 AEC) analizaban cuál era ese patrón que se repetía en las personas para que se organizaran en sociedades. 

¿Qué era ese factor invisible que las unía?

  Pero durante dos milenios el tema quedó aparentemente en el olvido, hasta que en 1930, el filósofo, sociólogo y psicólogo estadounidense George Herbert Mead (1863-1931), reabrió la investigación. 

A esta misma época pertenece Gustave Le Bon, quien también estudió la dinámica de las personas que se unen en grupos sociales, y descubrió que cuando nos convertimos en esas masas, prácticamente dejamos de ser individuos para transformarnos en una nueva entidad, dentro de la cual sentimos, pensamos y actuamos de una manera completamente diferente de cómo lo hacemos como individuos. 

Así, según Le Bon, cuando esto sucede, deja de existir el “Yo” para surgir el “Nosotros”.» [1]

Esto es algo que ocurre en todos los movimientos de masas, esos grupos en que los individuos se despersonalizan para someterse al control de un líder autoritario.

 Pero nosotros como ateos, podemos observarlo con mucha claridad en los grupos religiosos.

«La persona que es miembro de una masa evita así la molestia de razonar y decidir lo que está bien para ella, depositando estas funciones totalmente en su líder. 

De esta manera se deja llevar por cualquier rumbo, confiando ciegamente en que la otra persona lo conducirá hasta “la felicidad”.» [1] 

Porque como dice el escritor y filósofo estadounidense Eric Hoffer (1898-1983), "para que una doctrina sea efectiva no tiene que ser comprendida, basta con que sea creída". 

En su libro en su libro "The True Believer" (El verdadero creyente), publicado en 1951, Hoffer hace un análisis de los movimientos de masas, resaltando las semejanzas o puntos en común que hay entre éstos, y deduce: "… hay cierta uniformidad en todos los tipos de dedicación, fe ciega, poder de persuasión, unidad y autosacrificio", aun cuando "… hay vastas diferencias en el contenido de las causas y doctrinas". [2]

Sin embargo esa despersonalización y falta de criterio individual pueden llegar a ser muy peligrosas. «En el tema religioso, se han registrado muchos casos de personas cegadas por el fanatismo, que llegaron a matar o a suicidarse, deseando convertirse así en ídolos para los demás. 

Tenemos el caso del pastor estadounidense Jim Jones (James Warren Jones, 1931-1978), quien indujo a sus seguidores a cometer suicidio colectivo en 1978, en la Guayana Inglesa, ingiriendo cianuro. 

Otro caso similar es el de David Koresh (Vernon Wayne Howell, 1959-1993), creador de la secta de los “davidianos”, quien en 1993, en Waco, Texas, condujo a la muerte a muchos seguidores suyos que lo creían Jesucristo resucitado. Y como éstos, ha habido otros.» [1]

La alienación causada por las sectas en sus seguidores ha llegado a ser tan importante en la «sociedad, que hasta existen ahora profesionales de la psicología llamados "desprogramadores", especializados en neutralizar el adoctrinamiento de esta clase de víctimas.» [1]

Igual que los demás movimientos de masas, las organizaciones religiosas «consideran que "los malos" son los que no pertenecen a su grupo.

 Sus líderes son expertos en reclutamiento y técnicas de manipulación psicológica. Generalmente tienen una organización autoritaria piramidal, con un líder máximo en la cúspide controlándolo todo. 

Y los seguidores aportan obligatoriamente un diez por ciento de sus ingresos, más otro tipo de “ofrendas”, no sólo para que sus líderes no trabajen, sino para que se vuelvan multimillonarios. 

En la práctica, estos movimientos son más bien actividades mercantiles disfrazadas de actividad religiosa o humanitaria, para evadir el pago de impuestos; por lo que llegan a acumular fortunas considerables, lo que además les da acceso al poder económico, que como se sabe, es todavía mayor que el poder político» [1]

Pero quizás lo más interesante de los movimientos de masas es que como decía Gustave Le Bon, “nunca han tenido sed por la verdad”, sus miembros parecen estar felices viviendo en su mentira, y si tú tratas de mostrarles la realidad, más bien terminarás siendo su enemigo.

Desde el punto de vista de las neurociencias, ese “vivir en la mentira” tendría una explicación. Decía el neurólogo británico Oliver Sacks (1933-2015): “Para nuestro cerebro es más importante contarnos una historia consistente, que contarnos una historia verdadera. 

El mundo real es menos importante que el mundo que necesitamos.” Por eso nuestro cerebro tiende a “suplir la información que le falta, por fantasías y confabulaciones.

 Lo importante es que la información no falte nunca, aunque parte de ella no sea exacta. 

Lo importante es que la realidad se nos presente con un sentido completo y coherente, que creamos que todos nuestros comportamientos están bajo nuestro control”. [3]

Por tanto, parece ser que somos una especie a la que nos gustan mucho las mentiras. «Más bien, nos encantan, no sólo en el sentido de que nos gustan, nos agradan, nos atraen, nos simpatizan, nos entretienen; sino además en el sentido de que nos cautivan, nos embelesan, nos extasían, nos arrebatan, nos abstraen, nos enajenan.» [4] 

Y es por eso que casi cualquiera puede manipularnos con puras mentiras.

[Gustave Le Bon (1841-1931) fue un sociólogo y físico aficionado francés. En el campo de la psicología social es una gran influencia por sus aportaciones sobre la dinámica social y grupal.

 Fue autor de numerosos trabajos en los que expuso teorías sobre los rasgos nacionales, la superioridad racial, el comportamiento y la psicología de las masas.]

[Godless Freeman]


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