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EEUU: Las relaciones internacionales según Antony Blinken


El nuevo secretario de Estado, Antony Blinken, fue educado en París por un hombre ‎excepcional, el abogado Samuel Pisar.

  En la escuela, Blinken fue compañero de aula de Robert ‎Malley, actual enviado especial de Estados Unidos para Irán. 

De regreso en Estados Unidos, ‎Antony Blinken se convierte en neoconservador. Blinken ve los derechos humanos como un ‎arma estadounidense y pretende exigir que todos los respeten… menos Washington.‎

Washington no tiene opción, sus intereses siguen siendo los mismos. Pero sí ‎han cambiado los intereses de su clase dirigente. 

El nuevo secretario de Estado, ‎Antony Blinken, pretende por consiguiente continuar la línea adoptada desde que ‎el presidente Ronald Reagan recurrió a trotskistas para crear la NED: utilizar ‎los derechos humanos como arma del imperio… pero sin que Estados Unidos ‎los respete. 

Por lo demás, habrá que evitar pelearse seriamente con los chinos y tratar de ‎excluir a Rusia del Medio Oriente ampliado para poder continuar la guerra sin fin. ‎

La administración Biden ha realizado sus primeras acciones en materia de relaciones ‎internacionales. ‎

En primer lugar, el secretario de Estado, Antony Blinken, ha participado por videoconferencia en ‎numerosas reuniones internacionales, garantizando en todas a sus interlocutores que «America ‎is back» (“Estados Unidos ha regresado”).

 En efecto, Estados Unidos está posicionándose ‎de nuevo en todas las organizaciones intergubernamentales, empezando por la ONU. ‎

‎Las Naciones Unidas

En cuanto llegó a la Casa Blanca, el presidente Joe Biden anuló la retirada de Estados Unidos del ‎Acuerdo de París sobre el cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud (OMS). ‎

El secretario de Estado Blinken anunció poco después que Estados Unidos se integraba al ‎Consejo de Derechos Humanos de la ONU y se postulaba para presidirlo. Incluso hizo campaña ‎para que sólo puedan ser miembros del Consejo de Derechos Humanos los países que ‎Estados Unidos considere respetuosos de esos derechos. ‎

Estas decisiones merecen varias observaciones: ‎

‎El Acuerdo de París sobre el clima‎

La retirada estadounidense del Acuerdo de París se basó en el hecho que los trabajos del Grupo ‎Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) no son de carácter científico ‎sino de naturaleza política ya que el GIEC es en realidad una asamblea de altos funcionarios que ‎dispone de consejeros científicos.

Los Acuerdos de París contienen ciertamente muchas promesas ‎pero el hecho es que hay un solo resultado concreto: la adopción de un derecho internacional ‎a contaminar administrado por la Bolsa del Clima de Chicago. 

Esa bolsa fue creada por el ‎ex vicepresidente estadounidense Al Gore y el redactor de sus estatutos fue Barack Obama, ‎quien habría de convertirse después en presidente de Estados Unidos. 

La administración Trump ‎nunca negó el cambio climático sino que sostuvo que, además de las emisiones con ‎efecto invernadero producto de la actividad industrial, ese fenómeno podía tener otras ‎explicaciones, como la teoría geofísica formulada por el científico austrohúngaro serbio Milutin ‎Milankovic, en el siglo XIX.

El regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París ha sembrado el pánico entre el personal y las ‎empresas estadounidenses que se dedican a la extracción de gas y petróleo de esquistos. ‎La administración Biden está firmemente decidida a prohibir rápidamente, por ejemplo, los ‎automóviles consumidores de energías fósiles, decisión que no sólo afectará el empleo en ‎Estados Unidos sino también la política exterior ya que Estados Unidos se había convertido en ‎el primer exportador mundial de petróleo. ‎

‎La OMS‎

La retirada estadounidense de la OMS estuvo motivada por el papel de primer plano que ‎China desempeña hoy en esa organización mundial. El director general de la OMS, el Dr. Tedros ‎Adhanom Ghebreyesus, es miembro del Frente de Liberación Popular de Tigray (prochino) y, ‎además de su función en la ONU, ha tenido un papel central en el suministro de armas a la ‎rebelión en la región etíope de Tigray.

En la delegación de la OMS enviada a la ciudad china de Wuhan para investigar si el Covid-19 se ‎había originado allí había un solo estadounidense, el Dr. Peter Daszak, presidente de la ONG ‎EcoHealth Alliance. El Dr. Daszak financió trabajos sobre los coronavirus y los murciélagos en el ‎laboratorio P4 de Wuhan, lo cual lo convierte en juez y parte. ‎

‎El Consejo de Derechos Humanos de la ONU‎

La retirada de Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos fue consecuencia de una ‎denuncia de la hipocresía del Consejo por parte de la administración Trump. La realidad es que, ‎en 2011, el propio Washington utilizó el Consejo de Derechos Humanos para divulgar falsos ‎testimonios y acusar al «régimen de Kadhafi» de haber bombardeado un barrio del este de ‎Trípoli –la capital libia–, algo que nunca sucedió. Pero el Consejo de Seguridad de la ONU ‎adoptó una resolución que autorizaba las potencias occidentales a «proteger» la población libia ‎de los «ataques» del infame dictador.

Inspirados por el éxito de aquella operación occidental de propaganda contra Libia, ‎otros países y supuestas ONGs han tratado igualmente de utilizar el Consejo de Derechos ‎Humanos, incluso contra Israel.

Para la Organización de las Naciones Unidas la noción de «Derechos Humanos» no tiene la ‎misma significación que para Estados Unidos.

Los estadounidenses ven los derechos humanos como una simple protección contra la «razón ‎de Estado», lo cual implica prohibir la tortura.

Para las Naciones Unidas, los derechos humanos incluyen también el derecho a la vida, a ‎la educación, el derecho a un empleo, etc. Desde ese punto de vista, China tiene importantes ‎progresos que hacer en materia de justicia pero presenta resultados excepcionales en materia de ‎educación, por ejemplo. Por consiguiente, la presencia de la República Popular China en el ‎Consejo de Derechos Humanos –cuestionada por Estados Unidos– se justifica plenamente.

El secretario de Estado Antony Blinken acaba de enunciar la «Prohibición Khashoggi». ‎Se trata de suspender la concesión de visas a los dirigentes políticos extranjeros que no respeten ‎los derechos humanos de sus opositores. Pero, ¿qué valor puede tener esa doctrina cuando ‎Estados Unidos dispone de un gigantesco sistema de organización y ejecución de «asesinatos ‎selectivos», que a veces utiliza incluso contra sus propios ciudadanos? ‎

Irán y el futuro del Medio Oriente ampliado

La administración Biden está negociando además con Irán el regreso de Estados Unidos al ‎acuerdo nuclear llamado «5+1». Su objetivo es retomar las negociaciones que los ‎estadounidenses William Burns, Jake Sullivan y Wendy Sherman habían iniciado hace 9 años –bajo ‎la administración Obama– con emisarios del ayatola Alí Khamenei. Actualmente, William Burns es ‎director de la CIA, Jake Sullivan es consejero de seguridad nacional y Wendy Sherman es ‎secretaria de Estado adjunta. ‎

Cuando estos negociadores iniciaron los contactos con enviados del ayatola Alí Khamenei, ‎el objetivo de Washington era apartar al entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y reactivar ‎el enfrentamiento entre los musulmanes chiitas y los sunnitas en el marco de la «guerra sin fin», ‎siguiendo la estrategia Rumsfeld/Cebrowski ‎ [1]‎.

Por su parte, el Guía iraní, Alí Khamenei, buscaba deshacerse de Ahmadineyad, quien se había ‎atrevido a enfrentarlo y a extender su influencia sobre las poblaciones chiitas de la región. ‎

Aquellos contactos desembocaron en la manipulación de la elección presidencial iraní de 2013, ‎manipulación que hizo posible que el jeque proisraelí Hassan Rohani llegara a la presidencia ‎de Irán. En cuanto se convirtió en presidente, Rohani envió su ministro de Exteriores, ‎Mohamed Zarif, a negociar en Suiza con el entonces secretario de Estado, John Kerry, y con ‎el consejero de este último, Robert Malley. Lo que les interesaba entonces era cerrar, ante ‎testigos, el dossier del programa militar nuclear iraní, del cual todo el mundo sabía que había ‎dejado de existir desde mucho antes. 

Después, hubo un año de negociaciones bilaterales ‎secretas entre Washington y Teherán sobre el papel regional de Irán, llamado a retomar la ‎función de gendarme del Medio Oriente que tuvo en tiempos del shah Mohamed Reza Pahlevi. ‎Para terminar, se procedió a la firma –con bombo y platillo– del acuerdo 5+1. ‎

Pero en enero de 2017, los estadounidenses eligieron presidente a Donald Trump, quien ‎cuestionaba aquel acuerdo. El presidente iraní Hassan Rohani procedió después a publicar su ‎proyecto para los Estados chiitas y aliados (Líbano, Siria, Irak y Azerbaiyán), que consistiría en ‎federarlos dentro de un gran imperio bajo la autoridad del Guía iraní, el ayatola Alí Khamenei. ‎Así que la administración Biden tendrá que negociar ahora bajo esa nueva premisa. ‎

Sin embargo, Estados Unidos no puede posicionarse en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio ‎Oriente) sin antes decidir qué hacer frente a sus dos rivales: Rusia y China. El Departamento ‎de Defensa ha creado una comisión que trabaja actualmente sobre esa cuestión y que debe ‎presentar sus recomendaciones en junio próximo.
Mientras tanto, el Pentágono pretende seguir haciendo lo que ya hizo durante los últimos ‎‎20 años: la «guerra sin fin». El objetivo sigue siendo liquidar toda posibilidad de resistencia ‎en la región, destruyendo las estructuras mismas de los Estados en los países de esta región, ‎sin importar que sean amigos o enemigos. En principio, Washington no tiene intenciones de ‎aceptar el proyecto de Rohani. ‎

La administración Biden inició sus actuales contactos con Teherán en noviembre de 2020 –o sea ‎‎3 meses antes de la investidura de Joe Biden como presidente. Es exactamente lo mismo que hizo ‎el equipo de Trump –ponerse en contacto con Rusia cuando Trump todavía era presidente ‎electo–, lo cual le costó tener que enfrentar cargos judiciales basados en la Ley Logan, una ‎legislación de 1799 que prohíbe la participación de «personas no autorizadas» en las relaciones ‎entre Estados Unidos y otro país. Pero esta vez no sucederá lo mismo. No habrá acciones ‎judiciales contra el equipo de Biden ya que esta administración cuenta con apoyo unánime de ‎todos los responsables políticos importantes de Washington. ‎

Además, las negociaciones entre Estados Unidos e Irán se desarrollan al estilo oriental. Teherán ‎y Washington disponen de rehenes que garantizan a cada uno un medio de presión sobre su ‎interlocutor. Ambas partes detienen espías –si no hay espías detienen a simples turistas– y ‎los meten en la cárcel con el pretexto de realizar investigaciones que se alargan ‎indefinidamente. ‎

Para empezar, Washington mantiene sus sanciones contra Irán, aunque ha levantado las que ‎había adoptado contra los huties en Yemen. También ha decidido mirar para otro lado para ‎ignorar deliberadamente la vía sudcoreana que permite a Irán burlar el embargo estadounidense. ‎Pero eso no es suficiente. ‎

Del 15 al 22 de febrero, Irán lanzó –a través de adeptos iraquíes– varias acciones contra las ‎fuerzas de Estados Unidos y empresas estadounidenses en Irak –lo cual es una manera de ‎demostrar que la presencia iraní en Irak es más legítima que la del tío Sam. Por su parte, Israel ‎acusó a Irán de haber provocado una explosión en un tanquero propiedad de una firma israelí ‎mientras el barco transitaba por el Golfo de Omán, el 25 de febrero. ‎

La respuesta de Washington consistió en ordenar al Pentágono bombardear instalaciones ‎utilizadas por milicias chiitas en suelo sirio –lo cual significa que habrá que acostumbrarse a la ‎presencia ilegal de fuerzas militares estadounidenses en Siria, donde ocupan varias regiones, ‎mientras las autoridades de la República Árabe Siria acepten la presencia de Irán, que ya no es una ‎ayuda para los sirios sino sólo para los sirios chiitas. ‎
China

China no amenaza la posición dominante de Estados Unidos. Lo que amenaza la posición ‎estadounidense es el desarrollo chino. A pesar de todo su cinismo, Estados Unidos no busca ‎jugar al colonialismo de estilo británico y hacer retroceder China a los tiempos de las hambrunas. ‎Lógicamente, Washington tendría más bien que instaurar ciertas reglas en las relaciones entre la ‎economía estadounidense y «la fábrica del mundo». Aunque puede hacerlo –como ‎se demostró durante el mandato de Trump–, no lo hará porque la actual clase dirigente ‎estadounidense obtiene enormes beneficios personales del intercambio desigual. Basta recordar ‎que el secretario de Estado Antony Blinken creó su propio gabinete de consultoría –WestExec ‎Advisor– para hacer de intermediario entre las transnacionales estadounidenses y el Partido ‎Comunista Chino. ‎

La realidad es que Washington no tiene más opciones que tratar de maniobrar para que el declive ‎de la economía estadounidense sea lo más lento posible y contener el poderío militar y político ‎chino en una zona de influencia delimitada. ‎

Es por eso que, en su primera conversación telefónica con el presidente chino Xi Jinping, ‎el presidente Biden aseguró que no cuestiona que el Tíbet y Hong Kong, e incluso Taiwán, ‎sean parte de la República Popular China. Pero sí dio a entender que Estados Unidos todavía ‎cuestiona que China haya recuperado la soberanía que ejerció sobre todo el Mar de China antes ‎de la colonización europea. Así que ambas partes seguirán amenazándose mutuamente alrededor ‎de las Islas Spratly y de otros islotes, abandonados o no.‎

Para Pekín, eso son detalles sin importancia, mientras que sigue sacando al pueblo chino del ‎subdesarrollo, extendiendo cada vez más el desarrollo económico hacia las regiones interiores de ‎su país. Cuando el tigre muestre sus garras, ya se habrá desplegado a todo lo largo de las ‎nuevas «rutas de la seda» y nadie podrá imponerle nada. ‎
Rusia
Los rusos son un caso aparte. Son un pueblo capaz de soportar las peores privaciones y que ‎conserva una conciencia colectiva que siempre le permite volver a ponerse de pie. La mentalidad ‎rusa es incompatible con la de las élites anglosajonas, siempre capaces de cometer atrocidades ‎para mantener sus niveles de vida. Son dos concepciones diametralmente opuestas del honor: ‎la de los rusos se basa en el orgullo por lo que hacen; la de las élites anglosajonas respeta sólo ‎la gloria del triunfo. ‎

A pesar de los 30 años transcurridos desde la disolución de la Unión Soviética y la conversión de ‎Rusia al capitalismo, ese país sigue siendo para las élites anglosajonas un enemigo ontológico –‎lo cual demuestra que las diferencias entre sistemas económicos sólo eran un pretexto para ‎justificar el enfrentamiento. ‎

Además, sin importar lo que digan, los oficiales del Pentágono no se plantean una guerra ‎contra China sino en un futuro muy lejano mientras que ya se disponen a un posible ‎enfrentamiento con Rusia. El primer bombardeo de la administración Biden acaba de tener lugar ‎en Siria, como explicamos antes en este mismo trabajo. 

Conforme a sus acuerdos tendientes a ‎evitar choques entre las fuerzas militares de Rusia y Estados Unidos, el estado mayor ‎estadounidense avisó al estado mayor ruso antes de iniciar el bombardeo. Pero lo hizo sólo ‎‎5 minutos antes de iniciar la agresión, para garantizar que Moscú no tuviera tiempo de prevenir ‎el gobierno de Siria. 

Lo peor es que Washington no tomó ninguna medida para evitar que soldados rusos pudiesen resultar muertos o heridos. ‎

Estados Unidos no logra aceptar el regreso de Rusia al Medio Oriente, un regreso que paraliza ‎parcialmente la «guerra sin fin». ‎

[1] ‎«El proyecto militar de Estados Unidos para ‎el ‎mundo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, ‎‎22 ‎de ‎agosto ‎de 2017.‎

https://www.voltairenet.org/article212352.html

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