La pobreza ha sido y continúa siendo el infierno del ser humano, en todas las épocas y en todo el mundo, pero como ha sido ya demostrado, no es un destino manifiesto, ni mucho menos un castigo divino y puede y debe de ser eliminada como flagelo social. Logrado esto, habrá justicia y paz en todo el mundo.
Si la necesidad primaria por satisfacer el hambre para poder vivir llevó a los hombres al trabajo y al poco tiempo unos cuantos vieron una oportunidad en lucrarse de esos trabajadores, entonces en ese momento nació la explotación del hombre por el hombre, la sociedad primitiva se partió en clases, una rica y próspera y la otra, pobre y pletórica de limitaciones y sufrimientos.
El Sistema capitalista imperante en casi todo el mundo aunque en su filosofía política proclama la libertad de oportunidades, en realidad no garantiza justicia e inclusión social. Esta dicotomía yace en su intrínseca naturaleza.
Sin embargo, en el inútil intento de evitar conmociones sociales que puedan conducir a cambios políticos radicales, el Sistema ofrece a los trabajadores (a través del Estado “benefactor”, legislación y políticas públicas paliativas que no resuelven el problema de la pobreza en todos sus niveles) una falsa percepción de redistribución equitativa de la riqueza, pertenencia y prioridad social.
Los Sistemas de Salud y Seguridad social, por ejemplo, fueron puestos a prueba en el mundo desarrollado durante la lucha contra la pandemia que aún hoy continua y fracasaron rotundamente.
La razón:
Fueron diseñados y actualizados desde una política neoliberal y clasista. Y sólo estamos hablando de asistencialismo, no de erradicación de la pobreza que sufren miles de millones de personas alrededor del mundo.
Caminamos inevitablemente en la ruta de un cambio en el paradigma social global, pero siendo realistas este proceso es largo y tortuoso mientras millones de niños siguen naciendo sólo para engrosar la ominosas estadísticas y extender el mapa de pobreza y su hermana siamesa, la miseria.
¿Qué hacer entonces?
En lo que respecta a Nicaragua, un país de la periferia y secularmente empobrecido por sus élites y el Sistema, el gobierno del Frente Sandinista, encabezado por el Comandante Daniel Ortega está dando la pauta hacia cómo cambiar el paradigma de la pobreza que pareciera decir que “entre más rico se vuelve un país, mayor parte de sus habitantes sufren pobreza y pobreza extrema”.
Sin fanfarrias, calladamente y en medio de mil dificultades heredadas de una historia de saqueo y olvido y otras creadas por intereses y poderes exógenos, nuestro país demostró -antes de aquél fatídico abril de 2018- que es posible reducir la pobreza, crear riqueza y distribuirla entre toda la población a través de modernizar al país y su economía, de impulsar una política social inclusiva y visionaria que mejore la calidad sostenida de vida para la presente y futuras generaciones, haciendo de la Salud, Educación, Comunicaciones, Infraestructura y un plan de desarrollo plausible, la base real de su programa de gobierno.
Una administración que cuida todos los aspectos que apalancan a un pueblo, a una nación hacia el buen vivir, a la convivencia y la certeza de que cada día que pasa hay más empoderamiento e inclusión.
El año pasado, a pesar de la pandemia, el gobierno y el pueblo trabajador deseoso de salir de la crisis y volver a la senda del desarrollo socioeconómico (a través del apoyo al emprendimiento personal y las PYME), se comprometieron con el desarrollo del país. Y los números han empezado a mejorar.
Falta mucho para que en nuestra Nicaragua no haya pobreza totalmente. Depende de muchos factores y avatares, pero lo cierto es que sólo con el Sandinismo sus habitantes tienen la oportunidad de seguir construyendo bienestar y salir de ese flagelo, esa distopía que durante milenios agobia a la humanidad por efecto y causa de iniquidades históricas.
Estoy seguro que gracias a la inclaudicable lucha de los trabajadores del mundo y el papel de grandes líderes revolucionarios en la ardua tarea de la construcción del Socialismo, algún día las generaciones venideras podrán decir, como Dante Alighieri al salir de la oscuridad del Infierno de su “Divina Comedia”:
“Y entonces salimos a volver a ver las estrellas”
Edelberto Matus.