La democracia más antidemocrática del mundo dejó en sus elecciones varias frentes que examinar. Prensa y medios demócratas que manejan la información en el mundo, así como las agencias de noticias, embaucaron con encuestas al planeta, como si estas no fueran pagas, augurando un triunfo arrollador, más amigo de sus deseos que de la realidad, designio que no se concretó.
Políticos americanos que no saben qué hacer con el mensaje de las urnas, minorías latinas, afro, asiáticas y feministas votando por Trump. Quien gobierne EEUU gobernará el país de Trump, un país con pandemia, con problemas económicos y profundamente dividido.
Los que pensaban que este chiflado llegó al poder sin respaldo, están viendo un partido equivocado, y quienes creen que una importante porción del pueblo estadounidense perdió los estribos votando a los republicanos, está desencaminado en su análisis, porque el mismo engendro se pasea por varios países de Europa, y parte de Sudamérica.
Dos caras de la misma moneda
Ahora bien, cuando uno describe a los Demócratas, los lectores rápidamente imaginan como contrapartida una defensa del ex presidente Donald Trump, no un registro o inventario de las aterradoras historia de políticas de este partido.
Por lo tanto, para que esta idea se esfume de sus pensamientos le damos la solución del analista de política asiática Pepe Escobar, que a grandes rasgos se resume así: Tome un papel y una pluma y escriba todos los adjetivos que se le ocurra de Trump y cuando termina los dos lados de la hoja, ponga un signo más y puntos suspensivos, porque seguramente se olvidó alguno.
Pero si los que ganaron fueron los demócratas, uno debería especular qué harán estos seguidos del liberalismo, la democracia y la tolerancia tratando de elaborar una idea mínima de sus intenciones a través de las conjeturas que se tejen respectos de los cargos que ocuparían ciertos personajes en su gabinete.
En principio, de manera confirmada, las Big Tec jugaron para una de las defensoras de sus intereses, la vicepresidenta Kamala Harris. Mujer de Silicón Valey, que expuso entre sus virtudes apoyar la autorregulación de las grandes compañías tecnológicas.
En simples gestos declaró de manera poco delicada que la guerra por un muro tecnológico con China ha comenzado, y no solo con Tik-Tok, sino con financiamiento. Dios ampare los datos de los latinos, de sus Facebook, Twitter, Instagram, Google y del propio internet.
También tendrán una parte de Wall Street, el Departamento del Tesoro (el FMI-BM), la Reserva Federal y por qué no, quizás, algún funcionario de Black-Rock que colabore con hostigar gobiernos del mundo con sus bonos para beneficio propio.
Pero, quizás lo más revelador sean los currículos de muchos personajes que formaron parte del gobierno que mayor desilusión causó a las minorías americanas y llevo a Trump a la presidencia, el ex presidente Barack Obama.
Obama y Trump, ¿quién hizo más guerras?
Un artículo muy interesante del NY Times, con el título “El inesperado legado de Obama: ocho años de guerra continua”, describe que el presidente asumió heredando algunos conflictos de sus antecesor.
De hecho, y como nota de color, desde la caída del muro de Berlín hasta la actualidad, pasaron cinco presidentes, y el único que no participo en ningún conflicto fue Donald Trump, todos los demás no se privaron de ninguna. Como decíamos, el más cercano y quien puede aportar secretarios de estados, es Obama.
El presidente recibió las guerras de Irak y Afganistán. Siguió combatiendo en Siria y Líbano, autorizando ataques contra grupos terroristas en Libia, Pakistán, Somalia y Yemen. Y pongamos aquí un alto, porque nadie nos creería que ganó el premio Nobel de la Paz 2009.
Obama utilizó la guerra preventiva, es decir, utilizó la doctrina preventiva de Bush para justificar su política militar en Medio Oriente. Ahora ¿quiénes estaban en ese gabinete que podrían colarse con la misma lógica al gobierno de Biden/Harris?
Hay una hidra de tres cabezas que resalta en el staff y que formó parte del gobierno de Obama y seguramente participe de este gobierno.
El trio femenino está compuesto por: Hillary Clinton, Secretaria de Estado con Obama y mandamás en la actualidad del partido demócrata; Susan Rice, exembajadora ante la ONU y también exconsejera de Seguridad Nacional durante los mandatos de Barack Obama y Michèle Flournoy, Subsecretaria de Defensa con Obama.
No hay mucho que decir de Hillary Clinton. Estuvo a favor de la recomendación del general Stanley McChrystal de enviar a 40.000 elementos más a Afganistán, en lugar de sacar soldados, como el mundo creía que iba a suceder.
Apoyó el plan del Pentágono para dejar una fuerza remanente de 10.000 a 20.000 elementos del Ejército estadounidense en Irak, y ejerció presión para que Estados Unidos canalizara armas a los rebeldes en la guerra civil de Siria (una idea que Obama había rechazado inicialmente, pero que al final aceptó sin mucho entusiasmo).
Hillary es, sin duda alguna, partidaria de los cánones tradicionales estadounidenses en materia de política exterior. Resulta tentador considerar su dura retórica acerca del mundo como una maniobra política calculada y no como un principio básico profundamente arraigado.
Pero los instintos sobre política exterior de Clinton le vienen de la cuna: se basan en un realismo frío sobre la naturaleza humana y lo que un asesor suele llamar “una visión de manual del excepcionalisimo estadounidense”.
¿Quién dirigirá la política exterior?
Quien quiera más información puede leer el artículo, también del NY Times, La estrategia militar de Hillary Clinton: cómo se convirtió en halcón. Pero la Secretaría de Estado, responsable de las relaciones internacionales, es el puesto vacante más goloso.
Susan Rice |
El perfil que encaja a la perfección es el de Susan Rice. De hecho, su nombre ya sonó como favorita en 2012 para sustituir en el cargo a Hillary Clinton.
Sin embargo, ella misma se descartó tras las críticas que recibió por calificar de espontáneo un ataque terrorista contra el consulado estadounidense en Bengasi (Libia), que luego se demostró que fue organizado. Curiosamente, comparte apellido, ascendencia afroamericana y experiencia profesional con la republicana Condolezza Rice, que ocupó ese puesto entre 2005 y 2009.
Ahora, a quien hay que poner bajo la lupa es a Michèle Flournoy, quien ya fue subsecretaria de Defensa como dijimos durante el primer mandato de Obama, y en mi opinión estará en el Pentágono.
Desde entonces ha trabajado en la empresa privada, siempre vinculada a cuestiones militares. Cuestionada el pasado mes de agosto en una entrevista a la cadena NBC, la propia Flournoy se postuló para el cargo: “Francamente, Haría cualquier cosa para apoyar su éxito (el de Biden) y por el bien del país”, respondió sin titubeos.
Es la creadora del Center for a New American Security, un grupo de expertos sin “fines de lucro”, con sede en Washington D. C., que se especializa en cuestiones de seguridad nacional de los Estados Unidos. Pueden ingresar en los vínculos asociados a los siguientes dos sugestivos artículos: Trazando un curso transatlántico para dirigirse a China, Más nítido en los próximos cuatro años (Estados Unidos enfrentará una serie de desafíos de seguridad nacional durante los próximos cuatro años…).
Después de dejar la Casa Blanca de Obama, Flournoy se unió al Boston Consulting Group como asesora principal, supervisando el desarrollo de contratos militares.
Los demócratas buscan renovar sus militantes ya que su figura a la presidencia tiene 78 años. Se buscan perfiles que conecten con un colectivo, el joven que un diario español (Diario de León) pone en su nómina es Pete Buttigieg, de 38 años.
Exalcalde de South Bend (Indiana), su candidatura a las primarias rompió estereotipos a una velocidad inusitada. Veterano del Ejército —luchó en Afganistán—, profundamente cristiano y abiertamente homosexual, ofreció una imagen fresca y renovadora en el sector moderado del Partido Demócrata que le llevó a alzarse con la victoria en el caucus de Iowa.
Por cierto, algunos piensan en Sander para Trabajo y el CEO de BlackRock, Laurence D. Fink, para el Tesoro. Venezuela, Bolivia y Argentina deberían comenzar a pensar qué hacer con estos chicos, cuya mirada del patio trasero y del mundo así como su cercanía con el complejo militar y sus negocios no da lugar al consenso y el consentimiento mutuo. Sobre todo si desde aquí puede olerse lo que se está cocinando en China.
Por Alejandro Marcó del Pont | El Tábano Economista, España
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