La autoridad es la facultad o potestad de gobernar o ejercer el mando. Es el atributo en una persona en un cargo u oficio que le concede la facultad para dar órdenes. Asimismo, es la cualidad que propicia que una orden se cumpla con fuerza moral o con fuerza legal.
De este modo la autoridad, por un lado, manda, y por el otro, obedece porque siempre hay un alto mando y tanto que hasta Dios que es el Supremo del Universo se supedita a su propia palabra; La Biblia.
La autoridad se asocia al poder del Estado que se rige por leyes y normas a través de las cuales se dota para ejercer la autoridad sobre los ciudadanos que formen parte de él. Por eso la autoridad es potestad, facultad y legitimidad para mandar, ordenar u obedecer.
La autoridad es prestigio y crédito reconocido en una persona o en una institución que designa o elije a un individuo para ejercerla desde el estamento que sea en función de administrar o gobernar.
La autoridad es también el texto o expresión de un libro o escrito que se cita como soporte de aquello que se alega o se dice, es decir la autoridad no es absoluta se debe a un reglamento a una ley que tiene normas, formas y procesos para ejercerla.
Hay muchos tipos de autoridad y entre ellas está la “autoridad moral” que se impone mediante la coherencia que un individuo muestre entre sus palabras, sus valores y sus acciones. La “autoridad moral” surge de nuestras acciones, de la manera en que mostramos a los demás la forma en que nos conducimos, tomamos decisiones y actuamos.
De allí que se considere que la verdadera fuerza de la autoridad se encuentre en la autoridad moral.
En la administración y la gestión organizacional, la autoridad es la facultad ejercer el mando y la toma de decisiones en una empresa o institución. Como tal, existen distintos tipos de autoridad en la gestión de las tareas y los procesos productivos en una organización.
Siempre hay una autoridad general, pero también hay departamentos donde hay directores con poderes específicos.
Un gobernante tiene poder porque ha sido elegido por el pueblo. Un gerente tiene autoridad, porque ha sido designado por sus superiores. Con el poder “se pueden” hacer muchas cosas: los gobernantes hacen que las leyes se apliquen; los gerentes castigan, distribuyen el trabajo, dan permisos, etc.
La autoridad no es sin embargo absoluta. Cuando un presidente no es legítimo y cuando siendo legítimo no es capaz de administrar, en cualquiera de los dos casos, se quedó sin autoridad, pero cuando un país por visión de su inmensa mayoría lo reconoce estable, controlado y en paz hay autoridad, hay poder y se tiene porque hay gobierno.
Traigo el tema de la autoridad a la mesa porque hay una porción dislocada de gentes en este país, que se les ocurrió no solo que no hay autoridad, sino que, además, la que existe, y no está pintada, hay que irrespetarla. Hay a lo largo de los hechos desprendidos del 18 de abril de 2018 a esta parte una gran cantidad de eventos que han desembocado en el irrespeto a la autoridad que viene de sectores supuestamente pensantes e intelectuales que promueven la anarquía y la desobediencia.
El irrespeto a la autoridad tiene límites.
Cuando la autoridad es legítima él irrespeto no debería de tener cabida, pero aquí en Nicaragua la autoridad ha sido extremadamente tolerante. Aquí se han permitido actos delictivos que por menos de lo que algunos hicieron y maquinan hacer, contra las leyes que nos rigen, en otros países hubiesen sido sujetos del linchamiento, de la cadena perpetua o de la pena de muerte.
Aquí, estemos claros, hay una situación derivada del terrorismo, que fue finamente hilada para evitar un baño de sangre mayor y aunque esos delitos fueron consumados por gentes que andan libres en las calles, gozando de una amplia amnistía, deben saber que reeditar esos crímenes acarrea consecuencias que están determinadas en la ley para que de volver a dar se castigue como debe ser sin que medie condición política, económica, social, profesional, de culto o de género, por aquello de “Dura lex, sed lex” que impone el principio general del derecho, y que traducido al cristiano te dice con aplomo que “La ley es dura, pero es la ley” que hace establece una aplicación de las es obligatoria y que debe producirse contra todas las personas, sin privilegios para nadie.
Ante la frustración de sentirse ignorados, ciertos que las elecciones del 2021 se les viene encima y que el veredicto popular les significará verse aplastados bajo una inmensa montaña de votos, ante un Frente Sandinista que responde a los insultos, a las injurias, difamaciones y amenazas ejecutando una cantidad inagotables de beneficios sociales, hemos escuchado a algunos pregoneros del fracaso decir que lo mejor es no participar en las elecciones, quedarse fuera o abstenerse, que es exactamente lo mismo que hicieron en los últimos procesos lo que implica que desde ahora ya están marcando su derrota y están tan conscientes que para dárselas de valientes llaman a la sedición.
Se les olvida aquello de no repetición, que la amnistía es por una vez, que si lo vuelves hacer vas para dentro y que el sentido común te dice en estos casos que debes andar “con zapatos de hule” porque hay maniáticos que prefieren quedarse con aquellos de que “gallina que come huevo ni que le quemen el pico” y la verdad es que hay muchos terroristas que ya lamieron sangre y quieren más y eso no va a volver a pasar.
No se puede seguir permitiendo más irrespeto ni a la autoridad ni a la integridad personal ni moral de nadie.
Esto significa pensar que aquí debe prevalecer el estado de derecho donde nadie es más que nadie.
El que tiene autoridad debe ganarse la autoridad.
Aquel que la tenga debe ejercerla con la ley en la mano y debe hacerse respetar no imponiendo sus caprichos, sino haciendo lo que la ley determina y eso vale para los que estamos sujetos a la autoridad y reclamemos con energía el respeto a la ley porque cuando esto no se observa sufre el individuo, sufre la sociedad y sufre el país.
Aquí para algún sector minoritario de este país no hay respeto ni para el mismo Dios. Porque si el Creador te habla del imperio de la verdad los que lo irrespetan te hablan del paraíso de la mentira, de la imposición de sus caprichos, de meternos en la jupa, después de abrirnos la cabeza con un hacha, que ellos son la expresión más pura de la democracia.
Yo entiendo y todos lo sabemos que esta gente no puede ganar las elecciones. Nos van a decir que hicimos fraude, que fue un proceso de burro amarrado con tigre suelto, pero la verdad es que faltando 17 meses para esas elecciones estas miserias humanas no tienen un santo que encabece la procesión, no tienen organización, no tienen propuesta, no tienen autoridad moral y lo peor lo único con lo que cuentan es un amo extranjero mayoritariamente aborrecido en Nicaragua y un odio que asusta por su alto nivel de perversidad.
La conclusión de que el Frente sandinista va a ganar las elecciones en el 2021 no es algo que se me está ocurriendo a mí o que lo digan las encuestas, para nada, eso es algo que públicamente han reconocido sus propios financieros en la Casa Blanca o en el Departamento de Estado o que igual altos representantes Europeos lo sostengan y eso es algo que tiene loco al terrorismo criollo y por esas mismas razones te dicen que lo único que le queda al pueblo, léase sus reductos, es lanzarse a la guerra, como si la conocieran, como si fuera lo mismo pelearla desde una computadora que sentir el olor de la pólvora o sentir como una chachalaca te peina la cabeza con balas y no caramelos.
En Nicaragua la única intolerancia que debe existir es contra el delito y la ley debe ser aplicada contra todos aquellos que lo promuevan porque aquí para la guerra, para el terrorismo, para todo lo que niegue la paz no puede seguir haber más espacio.
Aquí el que quiera el poder debe merecerlo, debe ganarlo. Este no es un asunto de que ahora me toca a mí o de que van a venir los gringos a dárselo al que le caiga bien, aquí el poder no se rifa, aquí se gana y el que lo otorga es el pueblo y pretender cualquier otra cosa envuelto en baños de sangre es simplemente un ticket directo a la cárcel porque la ley es dura, pero es la ley.
Por: Moisés Absalón Pastora