La propagación del virus Covid-19, a nivel mundial, ha obligado a las naciones a tomar medidas de precaución. Éstas han variado de un país a otro, ya que tanto el impacto de la pandemia como la realidad socioeconómica de cada uno de estos países también han sido diferentes.
A nivel político interno, generalmente ha habido una reducción en el conflicto político, con una respuesta unificada entre los gobiernos y la oposición, dado que todas las fuerzas políticas vieron la necesidad de concentrar todas sus energías en la defensa nacional contra esta emergencia sanitaria.
Así sucedió en todo el mundo. Pero no en Nicaragua.
La derecha nicaragüense, tradicionalmente desprovista de cualquier espíritu patriótico e incluso de una conciencia nacional, huérfana desde su nacimiento de un sentido de responsabilidad, ha pensado en utilizar la pandemia exclusivamente como una estrategia de ataque contra el gobierno.
¿Su meta? Romper la relación de confianza entre el pueblo de Nicaragua y el Frente Sandinista.
Porque al final, lo que le interesa a la derecha nicaragüense no es defender a la nación de la pandemia, mucho menos defender su economía y su población.
A la oposición sólo le interesa que el gobierno renuncie y que colapse el sistema de igualdad, derechos y desarrollo que este gobierno ha construido.
Pero el objetivo no es fácil: ¿cómo lograr la renuncia de un gobierno que, en términos absolutos y también relativamente en porcentaje con respecto a otros, está manejando la pandemia de la mejor manera, evitando que se convierta en una crisis sanitaria?
¿Y cómo destituir a un gobierno cuya acción económica y política es compartida por la mayoría absoluta de la población, lo cual se reflejará en las urnas, como lo certifican todos los observadores internacionales y las encuestas de opinión?
Visto desde la derecha, el Covid-19 no es una pandemia sino una oportunidad. Ante esta emergencia internacional, cuyas repercusiones son obviamente también internas, la receta golpista, como aquella de 2018, es la misma: sembrar el caos, provocar terror para que se genere pánico en la población, lo que debilitaría al gobierno.
Los pasos de sus maniobras, como en aquel entonces, se toman literalmente del manual de Gene Sharp sobre los golpes de Estado.
Como en 2018, el hilo conductor que une conceptos y emociones es siempre el mismo: el odio. Absoluto, total, sin restricciones; la difusión del odio en todos los niveles, expresada en forma obsesiva, se confirma como el motor del asunto. Porque la oposición al FSLN, como pueda llamarse, como quiera presentarse, es somocista y vive del odio.
Comunicando mentiras
Al igual que en 2018, los líderes golpistas asignan a la comunicación un papel decisivo para lograr sus objetivos mediante el uso de la manipulación sin restricción alguna.
Al igual que en 2018, el razonamiento articulado no sería efectivo en la transmisión rápida de los conceptos, pero esto no es un problema: en fin, no hay que divulgar conceptos que expliquen, sino falsedades que se difunden a través de las redes sociales basadas en la superposición de lo verídico y formal con lo manipulado e informal.
De allí viene el desconocimiento de las razones del gobierno central en el contexto de las decisiones tomadas; negación de la veracidad de las fuentes oficiales; manipulación de las noticias; cifras y argumentos ignorados mientras se proponen la distorsión de estas últimas y la falsedad de las primeras; falsedades repetidas que inundan los periódicos, la televisión y la radio.
En cuanto a la circulación en el terreno, se utiliza la técnica del “boca a boca”, subordinando la realidad a la propaganda política.
La forma en que actúan es a través de mensajes cortos y falsos; el método es la simplificación de la complejidad y la trivialización de la realidad. Los mensajes se transmiten desprovistos de credibilidad y se realizan a un ritmo rápido para evitar su refutación.
Todo con la falsificación de datos, imágenes, palabras y con la adición de una aparente actitud de conspiración que pretende asignar aún más verdad a las mentiras.
El ejemplo más llamativo fue el supuesto epidemiólogo que pronosticó 238.000 muertes al 4 de mayo, pero luego de este impostor vinieron las enfermeras y los médicos falsos que hablan de un colapso de los hospitales.
Se sigue con los falsos muertos obligados a demostrar que están vivos (técnica ya utilizada en 2018) y con los falsos enfermos; con el transporte de ataúdes falsos sin nada ni nadie adentro, sin funerales, sin parientes y sin misas. Guión ya visto. Los líderes golpistas confían en la técnica de comunicación de masas del jerarca nazi Goebbels, que establece cómo una mentira repetida mil veces se convierte en verdad.
La narrativa golpista no explica cuál sería el interés de Nicaragua en ocultar sus muertos: al contrario, obtendría quizá más ayuda.
Tampoco explican cómo es posible que la OPS diga que Nicaragua reporta correctamente los casos o que el FMI se felicite con Managua por la gestión. La dificultad para penetrar en el tejido de una sociedad ahora entrenada para lidiar con las mentiras se compensa, internacionalmente, con la activación de los recursos de la corriente general.
A las cadenas de televisión estadounidenses y a los periódicos de la ultraderecha continental se agrega el aparato de medios de comunicación de la derecha europea, formándose así la alianza entre la internacional ultraderechista, la Casa Blanca en manos de los nazis evangélicos y la derecha nicaragüense dirigida por los oligarcas y los traidores del sandinismo.
Una triada nauseabunda que propone un escenario no nuevo y que también tiene entre sus armas la red de relaciones que algunos de los traidores del MRS mantienen con sectores europeos progresistas, quienes -como ellos a lo largo de los años- se han convertido en huérfanos de las clases populares y en conciencia crítica del pensamiento liberal; son los nuevos sacerdotes del monetarismo e incansables inquisidores del socialismo.
La estrategia golpista
Pero, ¿cuál es la estrategia golpista hoy? Desde un punto de vista operativo, el plan para la afirmación del caos debe desarrollarse en varias fases. La primera prevé que, luego de la presión internacional, el país entrará en lockdown.
De esta forma, la parálisis de la actividad productiva generaría una crisis económica. La segunda prevé el bloqueo de los suministros de alimentos y de la movilidad, lo que crearía un fuerte malestar para la población que se reuniría cotidianamente. La tercera implica la transición del malestar a la protesta callejera, posiblemente violenta.
En este sentido, la derecha golpista ya tiene una idea precisa sobre cómo proceder: la reactivación de los grupos mercenarios y delincuenciales está de vuelta en la agenda.
El ciclo continuo de producción de noticias falsas obviamente intentará etiquetar como “represión” cualquier medida preventiva que el gobierno pudiese adoptar para evitar que los delincuentes vuelvan a aterrorizar a la población.
Enfrentamientos con víctimas y devastaciones harían que el país se describa como ingobernable en medio de una pandemia y, en este punto, se pasaría a pedir la intervención de organismos internacionales para ejercer una mayor presión antigubernamental.
La combinación de encierro, caos, violencia, sanciones y aplicación de la Nica Act crearía un ataque contra la economía nacional que -siempre según los puchos- colapsaría en poco tiempo. Managua debería entonces recurrir a organismos financieros internacionales que, sin embargo, por pedido de los Estados Unidos, y como ya sucedió con Venezuela, negarían préstamos y ayuda.
En ese punto, el plan golpista hipotiza que con la economía interna estacionaria y el congelamiento de préstamos internacionales el país estaría de rodillas y el gobierno arrinconado.
La OEA probablemente surgiría como mediador y presentaría la siguiente propuesta: alto a las sanciones y ayuda a cambio de la renuncia del gobierno y su reemplazo por uno garantizado por la propia OEA (es decir, por EE. UU.), elecciones anticipadas y la imposibilidad de presentar la candidatura de Daniel Ortega.
Lo anteriormente expuesto es, en términos generales, un ejemplo de lo que se sueña en puchilandia. El sueño del chamorrismo -o sea del somocismo sin Somoza- es hundir al sandinismo y a su figura histórica más importante: el Presidente, comandante Daniel Ortega.
Un plan destinado al fracaso
Un escenario como lo que acabamos de describir es en la realidad sumamente difícil de dibujar en el terreno, así que a la oligarquía le convendría prepararse para recibir una nueva bofetada.
A diferencia de 2018, el sandinismo no será tomado por sorpresa. Éste ya tiene las metas golpistas muy claras y sabe cómo responder.
En cuanto a acabar con Daniel Ortega, el contexto pasa de lo más difícil a lo imposible, porque el sandinismo es cohesionado alrededor de su amado Comandante, es políticamente fuerte, socialmente equipado y armado hasta los dientes.
Forzar violentamente el marco jurídico y político con una nueva intentona golpista no es recomendable. La era de la generosidad humana y política terminó con la amnistía y, ante un nuevo intento de desestabilización violenta, los culpables pagarían un alto precio, comenzando con aquellos que incitan desde detrás de sus sillones o a bordo de yates de lujo. Se sumarían las graves responsabilidades pasadas y las nuevas.
¿Quién se salvaría de una factura que comprende todo? ¿Acaso creen que hay un santo protector que garantiza inmunidad a los mandantes?
La derecha lo intenta porque está desesperada, pero conoce perfectamente el destino que le espera en caso de una pugna violenta y es por eso que, consciente de su ridícula credibilidad y enterada de la fuerza del sandinismo, sabe que no pudo y ni podrá.
Sin embargo, el mantenimiento de la paz es el objetivo del FSLN. La clave del éxito sandinista de los últimos 13 años -o, mejor dicho, de 2007 a 2018- ha sido el vínculo inevitable entre la paz y el progreso socioeconómico.
En el contexto teórico-político de la segunda etapa de la Revolución Sandinista, la paz se veía no sólo como una coexistencia pacífica, sino también como un elemento de cohesión nacional como el objetivo de método y sustancia para el crecimiento de la nación.
Esto se debe al rechazo de un conflicto que ha llenado los cementerios nicaragüenses, al querer pasar las páginas de la historia más dura de una vez y para siempre y reducir las diferencias a la dialéctica política.
Lo que comenzó a fines de 2006, y aún sigue vigente, no fue sólo un período electoral: el gobierno dirigido por el comandante Ortega no sólo fue el que siguió al anterior y que precedió al siguiente.
Más bien fue, y sigue siendo, una verdadera revolución en los paradigmas y fundamentos en los que se basa una sociedad. No fue, y no es, una aceleración, una mejor gestión técnica y administrativa, una optimización del sistema existente: fue y es una revolución desde arriba hacia abajo y desde abajo hacia arriba.
Éste es el significado del “pueblo presidente”. Un proceso de anulación de las prioridades preexistentes, una entrega de la apuesta de una nueva Nicaragua a las manos de la población.
Todo esto necesitaba, y necesita, un proceso de cambio, pero la modernización de un sistema no puede venir con un conflicto social en curso.
La paz y la armonía nacional son las condiciones para el desarrollo y, paralelamente, el desarrollo económico genera paz. Así es como se diseñan una empresa política y un futuro.
Es por eso que el golpismo oligárquico tiene como objetivo el fin de la paz y, con ello, del desarrollo; pretende generar caos y violencia porque quiere cuestionar la paz y la modernización del país. Pues, su modelo.
Oposición desprovista de credibilidad
Ser capaz de hacerlo certificaría la entrada en crisis del proyecto del gobierno sandinista, que precisamente en la paz, en la coexistencia de diferencias y en el crecimiento económico colectivo, desarrolla su misión de esta fase histórica, hecha de modernización y justicia social, igualdad y oportunidad para todos, fin de los privilegios y crecimiento de los derechos sociales colectivos.
Un modelo de economía que construye riqueza con postulados de mercado, pero que la distribuye con el enfoque socialista de naturaleza igualitaria y solidaria.
La estrategia golpista deriva tanto del subversivismo típico de las clases dominantes, como lo definió Antonio Gramsci, como de remediar la realidad de una oposición completamente desprovista de credibilidad. No hay espacio para la dialéctica política entre la mayoría y la oposición, porque hay una mayoría pero no oposición.
Esta última un agregado heterogéneo de las peores herramientas de la oligarquía de terratenientes que se asocian con la jerarquía eclesial y la ultraderecha representada por los traidores del MRS y las ONG’s a las que pertenecen.
Es una mezcla de intereses inconfesables, una cloaca de rencores privados y frustraciones, con familias y personajes que luchan entre sí para aprovechar los considerables recursos financieros disponibles de los EEUU y de la UE, y aprovechar la visibilidad y el papel de los medios y el rol político que nunca tendrían por sus propias habilidades e ideas.
Todos ellos tienen la figura de referencia en el embajador estadounidense Sullivan, una especie de procónsul del imperio.
Es una oposición malinchista, de rodillas ante el extranjero, pero que quiere poner de sirvientes a sus compatriotas. No tiene un líder, un programa, una coalición y ni siquiera una coordinación y ve la implosión del país como su única esperanza.
Pero el cálculo sigue siendo incorrecto: cada nicaragüense que ya ha cumplido 30 años recuerda perfectamente lo que sucedió cuando la oposición de hoy gobernó durante 16 largos y malditos años:
Tiene impresas en su carne injusticia, hambre, muertes por enfermedades evitables, fin de la educación de masas y del sistema de bienestar y seguridad social del país, oscuridad y falta de agua como condición diaria; pues, la reducción de Nicaragua a un punto muerto en el mapa centroamericano. Incluso Haití fue superado en la triste clasificación regional de la pobreza.
Esos dieciséis años no han pasado en vano y hoy la principal dificultad para la oposición es precisamente hacerlos olvidar.
Los críticos profesionales del sandinismo, ahogados en sus sillones, deberían entender que el correr al rescate de una oposición basada en el racismo y en el odio de clase, en el desacato a la Constitución e incluso a la decencia, es realmente vergonzoso.
Es imposible no ver lo que está claro. Sus cómplices internacionales, tanto estadounidenses como europeos, sin importar qué traje lleven -ya sean auténtica derecha o falsa izquierda- son o se convierten en idiotas útiles para los objetivos imperiales estadounidenses y se vuelven –que guste o no- colaboracionistas del somocismo.
Para dar crédito a la oligarquía nicaragüense, directa o indirectamente, se convierten en aliados de los verdugos de Nicaragua.
Quien mira con fuerza la asquerosa agitación del golpe y prepara la dura como inevitable respuesta popular. Nicaragua es y seguirá siendo libre. Al que no le guste que se aguante.
(*) Periodista, analista político y director del periódico online www. Altrenotizie.org